lunes, 25 de mayo de 2015

Apsará (Relato erótico)

Ella baila, yo la observo.

Se mueve lentamente al ritmo de la música, esta parece tocar solo para ella, puedo imaginar las notas rasgando el aire, intentando acortar las distancias entre ellas y su nívea piel, la envuelven en su eco vibrante y ella se desplaza grácilmente por la pista, abrazando la melodía, conjugándose ambas en una sola.

Como todas las noches de los viernes, suele llevar un bikini rojo, aparece sentada en una silla plegable con los ojos cubiertos por el ala de un sombrero negro, su cabello corto pegado a su nuca y en un pose que realza todas las líneas vibrantes que definen su cuerpo; las curvas suaves de sus muslos y senos, las fuertes rectas de su espalda límpida, la sensual línea de sus labios carnosos entreabiertos dejando escapar una silenciosa exhalación.

La música suena y su mano enguantada se agarra de su cuello, como si intentara ahogar un gemido que desea escapar de su boca encendida, pasa la punta de su lengua con suavidad por ellos en un gesto lánguido y sensual; su otra mano se desliza por su muslo hasta llegar al borde de su zapatilla de tacón, acaricia su piel brillante, dándole a entender con ese gesto a todos los presentes que ella, y solo ella, puede tocar.

Varios reflectores se encienden e iluminan todo su cuerpo; se desplaza por la diminuta pista con vulgar sensualidad, con soltura casi etérea, en su mente ya no hay nadie frente a ella, su danza se convierte en su único lenguaje, debajo de su piel hay historias que contar, dioses por seducir, hombres que conquistar.

Yo, enciendo el cigarrillo y bebo un sorbo de mi copa, el licor ambarino y ardiente me hace pensar que así debe ser un beso de sus labios; imagino, que cada pliegue de mi cuerpo se abrasaría con el simple contacto de su boca, su aliento caliente me insuflaría deseo y desesperación furiosa, estaría dispuesto a morir calcinado por sus besos, convertirme en cenizas que se posarían a sus pies mientras ella baila para mí.

En este momento somos ella y yo, ella baila, yo observo; me dejó arrastrar por sus cadentes caderas en movimiento; suspiro, me dejo arrastrar hasta sus manos enguantadas… me dejo arrastrar por mis deseos por ella, por el deseo de ser sus manos enguantadas que la tocan, esos dedos juguetones y traviesos que se desplazan a su entrepierna, que la excitan y la torturan con el placer, quiero yo ser el verdugo que la someta a la agonía de un orgasmo celestial.

Gira y gira, estira su pierna interminable y salva las distancias entre ella, en su plataforma, y yo, en mi rincón oscuro; siento que la apoya sobre mi pecho y puedo desgranar mis besos hambrientos sobre su rodilla, sonríe victoriosa, agarra mi corbata y la estruja ligeramente en su puño, danza frente a mí, al alcance de mis dedos, estiro mi mano para aferrarme a su cintura sin conseguir su cuerpo; acentúa su sonrisa ponzoñosa mientras se estira sobre mi pecho y puedo aspirar su aroma, una mezcla entre humo de cigarrillos y bourbon; está presente y no está, comprendo que solo es el humo gris y agrio de mi cigarro que ha tendido una trampa mortal, un puente deleble entre ella y yo, entre mi apsará mágica y este pobre mortal.

Le doy una calada a lo que queda del moribundo pitillo que descansa en el cenicero y dejó escapar el humo plagado de besos reprimidos con la esperanza de que se mezclen con la música y se posen en su piel y en sus labios. Me inclino hacia adelante y bebo de un solo trago lo que queda en mi vaso, lo retengo en mi boca antes de tragarlo, el ardor excita mi gusto, activa mi lengua y me veo a mi mismo lamiendo un camino desde su muslo hasta su sexo, ella sonríe inmutable ante la caricia húmeda de mi lengua, quiero beber de ese manantial que brota de su sexo, quiero que se corra sobre mí, que se venga en mi boca, que desborde su orgasmo en mis labios sedientos.

Pero de nuevo se aleja, danzando desde mis fantasías hasta el escenario, me inflamo de deseo, la observo, me torturo.

Ella se inclina, abre los labios en un suspiro del que solo brota música, con un gesto vulgar de puta mística se saca el corpiño, libera sus senos y todo el salón se queda sin aliento; gira, se toca, se aprieta y puedo ver como sus pezones oscuros se endurecen; me muerdo los labios con violencia, y por ese segundo mis dientes mordisquean sus carnes, son mis manos duras y toscas que las aferran su cuerpo y la someten; y en ese rapto salvaje y desmedido penetración de mi hombría entre sus piernas no puede evitar gemir y estremecerse; no puede evitar suplicarme por más.

Un brazo desconocido interrumpe mi visión, escucho el liquido caer dentro del vaso, una mujer rubia y descolorida espera a mi lado, saco el billete del bolsillo, pago mi bebida, enciendo un cigarrillo, oigo como se marcha y mientras le doy una calada al pitillo, me concentro en ella de nuevo, intento atraerla, atraparla en mi mente, poseerla eternamente.

Pero ella baila, yo observo; como todos los que esta noche de viernes han ido a verla; suspiran por sus muslos firmes, desean ahogarse en el doloroso deseo de hundirse entre ella, poseerla de todas las formas posibles, corromperla en su danza sensual y provocadora.

En un último arrebato se arranca el resto de su minúsculo atuendo, nos obsequia el secreto de sus labios verticales, un pubis rematado en un delicado bello oscuro, la entrada mística a los confines de su placer; se toca descaradamente, y siento como mi miembro se recrece en mi pantalón, sonríe con maldad, con provocación; danza intensamente en un frenesí erótico, la música se acaba de golpe y después de terminar en una pose sugestiva, se cubre con pudor sus adorables montañas mientras jadeante se aleja hacia la oscuridad del fondo del escenario, de vuelta al camerino; pero en ese movimiento fugaz de retirada yo he visto la sonrisa en sus labios, la mirada divertida y llena de ironía, ella nos domina; ella baila, nos somete, nosotros observamos, somos sus esclavos.

Me bebo el bourbon de un solo trago, el líquido ardoroso baja por mi garganta enardeciendo aún más mi deseo, puedo sentir en mi pantalón mi miembro latiendo desesperado reclamándome sosiego. Salgo de aquel antro, su templo de diosa prostituta, me alejo de allí ahogado por el deseo, ella baila en mi cabeza, y en cada esquina de la calle la veo brotar del aire, aferrarse al poste, girar y extender su mano incitándome a seguirla.

El pequeño cuarto que es mi morada se antoja frío y seco, enciendo un cigarrillo y del humo que sale de su punta al rojo vivo la veo danzar, surge de la oscuridad; el humo dibuja sus curvas envuelta en finas sedas, su figura aumenta hasta adquirir la altura natural, estira su mano, me roza imperceptiblemente con sus dedos y una música sobrenatural suena; ella baila, yo observo.

Esta vez no hay tela que aprisione sus atributos, su pecho firme se bambolea sensualmente con cada paso que da, puedo sentir sus nalgas restregándose en mi cuerpo, regodeándose en mi sexo, provocándome sin pudor ni vergüenza.

Su boca se abre y yo me aferro a su lengua, sus besos son calientes y su aliento me abrasa, tal y como he imaginado, me quemo por dentro, me consumo con la llama del deseo que sus besos malditos insuflan en mi.

Me empuja al borde de mi cama, al borde de un abismo, me empuja a una caída placentera de locura y perdición, ella se eleva ante mí y danza a escasos centímetros de mi cuerpo, exuda su calor y vitalidad sobre mi; puedo oler el deseo que mana de ella, se desliza por su muslo, inunda mis fosas nasales y me enloquece; me aferro a sus muslos y lamo con pasión el elixir de placer de su interior, se engancha a mis cabellos y gime musicalmente, mueve sus caderas al ritmo de esa melodía silenciosa y con ellas mece mi cabeza asegurándose de que no pueda escapar.

Pero yo no deseo hacerlo, la atraigo hasta mi y la beso desesperado, responde con risitas malvadas, me domina y lo sabe, se deshace entre mis manos como el humo del cigarro y se materializa de pie frente a mí; y baila, yo observo.

Me desnuda con manos suaves y amorosas, acaricia mi piel con su diáfana piel, sus besos dejan rastros de piel quemada allí donde se posan, gimo indefenso con cada toque, me dedica una mirada llena de lujuria, un sonrisa lasciva, se inclina y me toma con delicadeza y envuelve mi sexo en un húmedo beso, su lengua juega con él, me recorre diestra y dispuesta, de mi garganta se escapan sonidos inhumanos y guturales, estoy a punto de explotar, por fin obtendré el alivio ansiado por mi miembro; y justo cuando estoy por alcanzar la tan deseada cumbre, ella se deshace, de nuevo es humo de cigarro, y escucho su risita traviesa y el eco rebota en mis paredes hiriendo mis carnes desnudas.

Entonces me doy cuenta que se ha consumido el cigarrillo, y ella, como un oráculo antiguo, solo aparece en medio del humo.

Enciendo uno nuevo y le doy una calada profunda y agónica, el humo ondula en la oscuridad del cuarto maltrecho, y la veo acercarse acechante y sigilosa, juguetona y casi infantil; mi deseo se inflama violentamente, no puedo dejarla escapar, intento asir la nada de su cuerpo mientras danza a mi alrededor, pero se me escapa de entre los dedos, desespero y sufro, quiero gritar de frustración, ella se ríe, baila, y no me queda más alternativa que observarla.

Gira, se contorsiona, se toca con premeditada lentitud parsimoniosa, se pone al alcance de mis manos, se aleja, danza y danza con energía, con erotismo, se eleva en medio de la oscuridad y la inunda con su espectral esplendor, estira su mano, me deja aferrarla, la atraigo hasta mi y giro con ella, sonríe, la aprisiono con mi cuerpo, me introduzco en sus suaves carnes, su interior es un abrazo húmedo y acuoso, un océano de sensaciones placenteras en el que naufragaría sin dudarlo, gime en mi oído, entierra sus uñas afiladas en mi espalda, se arquea debajo de mi cuerpo y yo por fin mordisqueo sus pezones oscuros y erectos, lamo con lujuria el diámetro de su aureola, me afinco en sus caderas con movimientos duros y violentos, esto no es amor; ella ríe, gime, me incita, es una súcubo que ha venido a devorarme, me ha hechizado con sus danzas malditas, me ha hecho caer derrotado dentro de su cuerpo.

Sus piernas se enroscan en mi alrededor, sus besos abrasivos llueven a mi alrededor, mi cabeza se derrite en medio de ese calor lujurioso y mi miembro se ahoga en ese mar cálido en el que se hunde mi ingle, soy un animal salvaje y perdido, no soy dueño de mi mismo, no hay marcha atrás, atacó sus pezones con mordiscos agresivos, estoy a punto de explotar, de conseguir el alivio, de liberarme de ese deseo opresivo, puedo sentirlo surgir desde mi vientre, un volcán erupcionando que pronto explotará dentro de ella; desde el mar de su sexo oleadas refrescantes acarician mi miembro, y con un grito moribundo me rindo, mi orgasmo se derrama dentro de ella, pero se ha disuelto, como el humo, y solo estoy yo sobre la sabana derruida, y las huellas de un acto que nunca ha de ocurrir.

Ella se ríe, sin fuerzas me levanto y enciendo un cigarrillo, baila fuera de mi alcance, sobre los montones de libros acumulados en las esquinas, encima de la minúscula mesa, baila y baila, yo observo.

Cada calada es como un beso ardiente, ella me lanza una mirada seductora por debajo del ala del sombrero, sonríe, se relame los labios, se inclina un poco, baila.

Y descubro que soy prisionero de su influjo, de esa dulce apsará que no dejará de bailar, soy esclavo de los deseos que su mirada de ramera mitológica despierta; la evocaré entre el humo del cigarro y las volutas de mi boca, danzará hasta mí y me devorará con lujuria; cada noche de cada viernes abandonará la realidad de su escenario y bailará aquí, en medio de mi decadencia y abandono, me torturará acá, desde el humo del cigarro que sube ondulante hacia la oscuridad.

Mientras la observo hipnotizado, suenan a lo lejos unas campanadas, el humo se disuelve, ella se desvanece, estiro mi mano tratando de alcanzarla, enciendo un cigarrillo, el último de la caja, acciono el encendedor, la llama se mece por una brisa ligera que se cuela desde la única ventana de mi habitación, lo acerco a la punta del pitillo, el fuego lo acaricia suavemente tal cual como lo hizo su lengua, la punta se enciende al rojo vivo, inhalo desesperado, buscando verla, pero no aparece.

He consumido medio cigarrillo, miro el reloj, pasan dos minutos de la media noche, es sábado, el hechizo se ha roto.

Volveré el viernes, al mismo lugar, pediré bourbon, compraré una caja de cigarrillos, esperaré que aparezca en el escenario, con su diminuto bikini rojo; fantasearé con sus carnes trémulas, con sus besos calientes y húmedos, me tocaré en su honor y en el paroxismo de mi orgasmo soñaré con su sexo ardiente; y cuando finalmente salga a escena bailará; y yo la observaré.


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