Ella baila, yo la observo.
Se mueve lentamente al ritmo de la música, esta parece
tocar solo para ella, puedo imaginar las notas rasgando el aire, intentando
acortar las distancias entre ellas y su nívea piel, la envuelven en su eco
vibrante y ella se desplaza grácilmente por la pista, abrazando la melodía, conjugándose
ambas en una sola.
Como todas las noches de los viernes, suele llevar un
bikini rojo, aparece sentada en una silla plegable con los ojos cubiertos por
el ala de un sombrero negro, su cabello corto pegado a su nuca y en un pose que
realza todas las líneas vibrantes que definen su cuerpo; las curvas suaves de
sus muslos y senos, las fuertes rectas de su espalda límpida, la sensual línea
de sus labios carnosos entreabiertos dejando escapar una silenciosa exhalación.
La música suena y su mano enguantada se agarra de su
cuello, como si intentara ahogar un gemido que desea escapar de su boca
encendida, pasa la punta de su lengua con suavidad por ellos en un gesto
lánguido y sensual; su otra mano se desliza por su muslo hasta llegar al borde
de su zapatilla de tacón, acaricia su piel brillante, dándole a entender con
ese gesto a todos los presentes que ella, y solo ella, puede tocar.
Varios reflectores se encienden e iluminan todo su
cuerpo; se desplaza por la diminuta pista con vulgar sensualidad, con soltura
casi etérea, en su mente ya no hay nadie frente a ella, su danza se convierte
en su único lenguaje, debajo de su piel hay historias que contar, dioses por
seducir, hombres que conquistar.
Yo, enciendo el cigarrillo y bebo un sorbo de mi copa, el
licor ambarino y ardiente me hace pensar que así debe ser un beso de sus
labios; imagino, que cada pliegue de mi cuerpo se abrasaría con el simple
contacto de su boca, su aliento caliente me insuflaría deseo y desesperación
furiosa, estaría dispuesto a morir calcinado por sus besos, convertirme en
cenizas que se posarían a sus pies mientras ella baila para mí.
En este momento somos ella y yo, ella baila, yo observo;
me dejó arrastrar por sus cadentes caderas en movimiento; suspiro, me dejo
arrastrar hasta sus manos enguantadas… me dejo arrastrar por mis deseos por
ella, por el deseo de ser sus manos enguantadas que la tocan, esos dedos
juguetones y traviesos que se desplazan a su entrepierna, que la excitan y la
torturan con el placer, quiero yo ser el verdugo que la someta a la agonía de
un orgasmo celestial.
Gira y gira, estira su pierna interminable y salva las
distancias entre ella, en su plataforma, y yo, en mi rincón oscuro; siento que
la apoya sobre mi pecho y puedo desgranar mis besos hambrientos sobre su
rodilla, sonríe victoriosa, agarra mi corbata y la estruja ligeramente en su
puño, danza frente a mí, al alcance de mis dedos, estiro mi mano para aferrarme
a su cintura sin conseguir su cuerpo; acentúa su sonrisa ponzoñosa mientras se
estira sobre mi pecho y puedo aspirar su aroma, una mezcla entre humo de
cigarrillos y bourbon; está presente y no está, comprendo que solo es el humo
gris y agrio de mi cigarro que ha tendido una trampa mortal, un puente deleble
entre ella y yo, entre mi apsará mágica
y este pobre mortal.
Le doy una calada a lo que queda del moribundo pitillo que
descansa en el cenicero y dejó escapar el humo plagado de besos reprimidos con
la esperanza de que se mezclen con la música y se posen en su piel y en sus
labios. Me inclino hacia adelante y bebo de un solo trago lo que queda en mi
vaso, lo retengo en mi boca antes de tragarlo, el ardor excita mi gusto, activa
mi lengua y me veo a mi mismo lamiendo un camino desde su muslo hasta su sexo,
ella sonríe inmutable ante la caricia húmeda de mi lengua, quiero beber de ese
manantial que brota de su sexo, quiero que se corra sobre mí, que se venga en
mi boca, que desborde su orgasmo en mis labios sedientos.
Pero de nuevo se aleja, danzando desde mis fantasías
hasta el escenario, me inflamo de deseo, la observo, me torturo.
Ella se inclina, abre los labios en un suspiro del que
solo brota música, con un gesto vulgar de puta mística se saca el corpiño,
libera sus senos y todo el salón se queda sin aliento; gira, se toca, se
aprieta y puedo ver como sus pezones oscuros se endurecen; me muerdo los labios
con violencia, y por ese segundo mis dientes mordisquean sus carnes, son mis
manos duras y toscas que las aferran su cuerpo y la someten; y en ese rapto
salvaje y desmedido penetración de mi hombría entre sus piernas no puede evitar
gemir y estremecerse; no puede evitar suplicarme por más.
Un brazo desconocido interrumpe mi visión, escucho el liquido
caer dentro del vaso, una mujer rubia y descolorida espera a mi lado, saco el
billete del bolsillo, pago mi bebida, enciendo un cigarrillo, oigo como se
marcha y mientras le doy una calada al pitillo, me concentro en ella de nuevo,
intento atraerla, atraparla en mi mente, poseerla eternamente.
Pero ella baila, yo observo; como todos los que esta
noche de viernes han ido a verla; suspiran por sus muslos firmes, desean
ahogarse en el doloroso deseo de hundirse entre ella, poseerla de todas las
formas posibles, corromperla en su danza sensual y provocadora.
En un último arrebato se arranca el resto de su minúsculo
atuendo, nos obsequia el secreto de sus labios verticales, un pubis rematado en
un delicado bello oscuro, la entrada mística a los confines de su placer; se
toca descaradamente, y siento como mi miembro se recrece en mi pantalón, sonríe
con maldad, con provocación; danza intensamente en un frenesí erótico, la
música se acaba de golpe y después de terminar en una pose sugestiva, se cubre
con pudor sus adorables montañas mientras jadeante se aleja hacia la oscuridad
del fondo del escenario, de vuelta al camerino; pero en ese movimiento fugaz de
retirada yo he visto la sonrisa en sus labios, la mirada divertida y llena de
ironía, ella nos domina; ella baila, nos somete, nosotros observamos, somos sus
esclavos.
Me bebo el bourbon de un solo trago, el líquido ardoroso
baja por mi garganta enardeciendo aún más mi deseo, puedo sentir en mi pantalón
mi miembro latiendo desesperado reclamándome sosiego. Salgo de aquel antro, su
templo de diosa prostituta, me alejo de allí ahogado por el deseo, ella baila
en mi cabeza, y en cada esquina de la calle la veo brotar del aire, aferrarse
al poste, girar y extender su mano incitándome a seguirla.
El pequeño cuarto que es mi morada se antoja frío y seco,
enciendo un cigarrillo y del humo que sale de su punta al rojo vivo la veo
danzar, surge de la oscuridad; el humo dibuja sus curvas envuelta en finas
sedas, su figura aumenta hasta adquirir la altura natural, estira su mano, me
roza imperceptiblemente con sus dedos y una música sobrenatural suena; ella
baila, yo observo.
Esta vez no hay tela que aprisione sus atributos, su
pecho firme se bambolea sensualmente con cada paso que da, puedo sentir sus
nalgas restregándose en mi cuerpo, regodeándose en mi sexo, provocándome sin
pudor ni vergüenza.
Su boca se abre y yo me aferro a su lengua, sus besos son
calientes y su aliento me abrasa, tal y como he imaginado, me quemo por dentro,
me consumo con la llama del deseo que sus besos malditos insuflan en mi.
Me empuja al borde de mi cama, al borde de un abismo, me
empuja a una caída placentera de locura y perdición, ella se eleva ante mí y
danza a escasos centímetros de mi cuerpo, exuda su calor y vitalidad sobre mi;
puedo oler el deseo que mana de ella, se desliza por su muslo, inunda mis fosas
nasales y me enloquece; me aferro a sus muslos y lamo con pasión el elixir de
placer de su interior, se engancha a mis cabellos y gime musicalmente, mueve
sus caderas al ritmo de esa melodía silenciosa y con ellas mece mi cabeza
asegurándose de que no pueda escapar.
Pero yo no deseo hacerlo, la atraigo hasta mi y la beso
desesperado, responde con risitas malvadas, me domina y lo sabe, se deshace
entre mis manos como el humo del cigarro y se materializa de pie frente a mí; y
baila, yo observo.
Me desnuda con manos suaves y amorosas, acaricia mi piel
con su diáfana piel, sus besos dejan rastros de piel quemada allí donde se
posan, gimo indefenso con cada toque, me dedica una mirada llena de lujuria, un
sonrisa lasciva, se inclina y me toma con delicadeza y envuelve mi sexo en un
húmedo beso, su lengua juega con él, me recorre diestra y dispuesta, de mi
garganta se escapan sonidos inhumanos y guturales, estoy a punto de explotar,
por fin obtendré el alivio ansiado por mi miembro; y justo cuando estoy por
alcanzar la tan deseada cumbre, ella se deshace, de nuevo es humo de cigarro, y
escucho su risita traviesa y el eco rebota en mis paredes hiriendo mis carnes
desnudas.
Entonces me doy cuenta que se ha consumido el cigarrillo,
y ella, como un oráculo antiguo, solo aparece en medio del humo.
Enciendo uno nuevo y le doy una calada profunda y agónica,
el humo ondula en la oscuridad del cuarto maltrecho, y la veo acercarse acechante
y sigilosa, juguetona y casi infantil; mi deseo se inflama violentamente, no
puedo dejarla escapar, intento asir la nada de su cuerpo mientras danza a mi
alrededor, pero se me escapa de entre los dedos, desespero y sufro, quiero
gritar de frustración, ella se ríe, baila, y no me queda más alternativa que
observarla.
Gira, se contorsiona, se toca con premeditada lentitud
parsimoniosa, se pone al alcance de mis manos, se aleja, danza y danza con
energía, con erotismo, se eleva en medio de la oscuridad y la inunda con su
espectral esplendor, estira su mano, me deja aferrarla, la atraigo hasta mi y
giro con ella, sonríe, la aprisiono con mi cuerpo, me introduzco en sus suaves
carnes, su interior es un abrazo húmedo y acuoso, un océano de sensaciones placenteras
en el que naufragaría sin dudarlo, gime en mi oído, entierra sus uñas afiladas
en mi espalda, se arquea debajo de mi cuerpo y yo por fin mordisqueo sus
pezones oscuros y erectos, lamo con lujuria el diámetro de su aureola, me
afinco en sus caderas con movimientos duros y violentos, esto no es amor; ella
ríe, gime, me incita, es una súcubo que ha venido a devorarme, me ha hechizado
con sus danzas malditas, me ha hecho caer derrotado dentro de su cuerpo.
Sus piernas se enroscan en mi alrededor, sus besos
abrasivos llueven a mi alrededor, mi cabeza se derrite en medio de ese calor
lujurioso y mi miembro se ahoga en ese mar cálido en el que se hunde mi ingle,
soy un animal salvaje y perdido, no soy dueño de mi mismo, no hay marcha atrás,
atacó sus pezones con mordiscos agresivos, estoy a punto de explotar, de
conseguir el alivio, de liberarme de ese deseo opresivo, puedo sentirlo surgir
desde mi vientre, un volcán erupcionando que pronto explotará dentro de ella;
desde el mar de su sexo oleadas refrescantes acarician mi miembro, y con un
grito moribundo me rindo, mi orgasmo se derrama dentro de ella, pero se ha
disuelto, como el humo, y solo estoy yo sobre la sabana derruida, y las huellas
de un acto que nunca ha de ocurrir.
Ella se ríe, sin fuerzas me levanto y enciendo un cigarrillo,
baila fuera de mi alcance, sobre los montones de libros acumulados en las
esquinas, encima de la minúscula mesa, baila y baila, yo observo.
Cada calada es como un beso ardiente, ella me lanza una
mirada seductora por debajo del ala del sombrero, sonríe, se relame los labios,
se inclina un poco, baila.
Y descubro que soy prisionero de su influjo, de esa dulce
apsará que no dejará de bailar, soy
esclavo de los deseos que su mirada de ramera mitológica despierta; la evocaré
entre el humo del cigarro y las volutas de mi boca, danzará hasta mí y me
devorará con lujuria; cada noche de cada viernes abandonará la realidad de su
escenario y bailará aquí, en medio de mi decadencia y abandono, me torturará
acá, desde el humo del cigarro que sube ondulante hacia la oscuridad.
Mientras la observo hipnotizado, suenan a lo lejos unas
campanadas, el humo se disuelve, ella se desvanece, estiro mi mano tratando de
alcanzarla, enciendo un cigarrillo, el último de la caja, acciono el
encendedor, la llama se mece por una brisa ligera que se cuela desde la única
ventana de mi habitación, lo acerco a la punta del pitillo, el fuego lo
acaricia suavemente tal cual como lo hizo su lengua, la punta se enciende al
rojo vivo, inhalo desesperado, buscando verla, pero no aparece.
He consumido medio cigarrillo, miro el reloj, pasan dos
minutos de la media noche, es sábado, el hechizo se ha roto.
Volveré el viernes, al mismo lugar, pediré bourbon,
compraré una caja de cigarrillos, esperaré que aparezca en el escenario, con su
diminuto bikini rojo; fantasearé con sus carnes trémulas, con sus besos
calientes y húmedos, me tocaré en su honor y en el paroxismo de mi orgasmo
soñaré con su sexo ardiente; y cuando finalmente salga a escena bailará; y yo
la observaré.
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