sábado, 20 de junio de 2015

La gorgona de mi ventana. Parte final.

Hoy en la mañana bajé caminando hasta el pueblo más cercano, llamé a mi abogado y concerté una cita para el día siguiente, como dije al principio de esta historia cumplo un mes en esta casa, su apacible belleza esconde un terrible secreto, creo que la tía Silvia se salvo de la Gorgona por su ceguera, eso me ha dado una idea que me permitirá ganarle la partida al demonio que me acecha por la ventana, todas las noches se acerca hasta la habitación en la que me encuentro, veo su sombra tratando de alcanzarme desde afuera, algunas veces he sentido la necesidad morbosa de tocarla, de averiguar si su poder me alcanzará allí dentro, que su proyección es tan fuerte que me convertirá en estatua solo por el reflejo; pero un espíritu de cordura y razón me detiene, si la tía Silvia pudo sobrevivirla, yo también.

Está noche es como las anteriores, puedo oírla acercándose a mi casa, inundando el silencio con sus siseos y cascabeles, llenando mi cabeza de alucinaciones serpentiles que me consumen; pero no podrá ¡No la dejaré! No permitiré que su maldito hechizo acabe conmigo.

La sombra se proyecta por la ventana, he acercado un espejo para poder verla antes de llevar a cabo mi cometido, quiero conocer el rostro de mis tormentos, la causante de mis terrores nocturnos, necesito mirar sus cabellos horrorosos que se mueven en todas direcciones, su rostro debe estar lleno de las cicatrices de los colmillos de esas bestias venenosas, seguramente las venas de su cara son negras y marcadas por l sangre ponzoñosa que corre dentro de ella, sus ojos han de ser brillantes y oscuros, incluso su propia lengua bifurcada se escapará de sus labios; casi puedo imaginarme su cuerpo de serpiente elevándose del suelo, con sus escamas oscuras, tan duras como el acero, porque ese sonido de arrastre solo puede significar que no tiene piernas, que toda ella es una serpiente enorme con un cuerpo horroroso y mortal.

Ha pasado cerca, varias veces, creo que teme su propio reflejo, así que es precavida y no pasa de un límite prudente, yo he bebido varias copas de un viejo vodka que encontré en la despensa, mi cuerpo debilitado por el miedo no soporta demasiado estas cosas, ya he tomado mi decisión, sólo espero el momento adecuado, no hay marcha atrás, la Gorgona de mi ventana me acecha más intensamente, es como si hubiese adivinado mis intenciones, quedan unas pocas horas, el cuchillo está listo.

Me acercaré a la ventana, y justo frente a ella, donde pueda verme, me sacaré los ojos y se los lanzaré al jardín con un grito triunfante, no podrá tenerme, no podrá conmigo, al final… yo ganaré...


Fin.

jueves, 18 de junio de 2015

La gorgona de mi ventana. 4ta parte.

Los días siguientes los pasé dentro de la biblioteca buscando los viejos cuentos de la escuela, las  grandes enciclopedias de historia y cualquier libro sobre mitología griega que pudiese encontrar; yo recordaba que la horrorosa Medusa había sido decapitada, así qué buscaba febrilmente el nombre original de aquellos monstruos. Las noches me llenaban de horror y de espanto, iba de ventana en ventana viendo la sombra deslizarse por las paredes internas de toda la vivienda; no podía ni pensar en encender las luces de los cuartos y quedar a la deriva sin saber dónde se encontraba, así que me agazapaba en la oscuridad, leía con los cabos de las velas, desesperado que en aquella enorme biblioteca de la vieja Silvia no se encontrase ninguna alusión a la Medusa y su historia.

Un medio día en el que el calor apretaba más de lo normal, me vi en la necesidad de buscar un poco de fresco en el jardín, con un rapto de coraje, antes desconocido, me aventuré a examinar las viejas esculturas de piedra, piezas que no había detallado antes; no entendía por qué los recuerdos no venían a mi cabeza, alcanzaba a saborearlos y luego se desvanecían, pero estando allí, tan cerca de ellas, sirvieron como gatillo y desbloquearon las historias olvidadas. La Medusa volvía a todo aquel que la mirase en piedra, así que al ver todas aquellas esculturas de piedra gris, con sus rasgos demasiado reales supe que en algún momento habían sido víctimas del monstruo que me visitaba en las noches; yo me preguntaba cómo había llegado desde las costas lejanas, en tiempo y distancia, hasta estas tierras, no tenía sentido que algo que pertenecía a otra época y continente hubiese atravesado todo un océano hasta Venezuela, el mundo empezó a darme vueltas, a pesar del ardiente sol que se elevaba incólume en el cielo azul y despejado, yo sentía que mi cuerpo empezaba a sudar frío, la ansiedad subía por mi garganta como si quisiera escaparse en desgarradores y continuos gritos, mis brazos habían cobrado vida propia y conscientes del horror parecían querer escapar dejando mi cuerpo atrás, el corazón se había desbocado en mi pecho y ensordecía mis oídos.

Una ráfaga de viento caliente me sirvió de alivió en aquella soledad, me arrepentí profundamente de haber abandonado la seguridad de la ciudad de Barcelona, era mejor y más sencillos de manejar los horrores humanos. Miré hacia el laberinto de arbustos verdes que se salpicaban aquí y allá de cayenas dobles de un intenso rojo, mis pies me arrastraron por el camino de adoquines y me adentré entre los muros vivos sin mirar atrás; a veces cuando se sabe uno tan cerca del peligro le entra un valor desconocido y prefiere morir luchando que asustado e inmóvil; me encontré con la primera estatua de piedra y tragué en seco cuando vi las líneas expresivas de su rostro, un grito cortado abruptamente, las manos agarrándose la mejilla que probablemente se petrificaba antes de sentir el rasguño desesperado de las uñas, doblé en varias esquinas, sintiendo en cada trago de saliva cómo el frío miedo se asentaba en mi estomago y me lanzaba a un vacío cada vez más negro y profundo, el sol no alcanzaba a calentar esos pasillos, posé una mano trémula sobre la piedra, pude sentirla ligeramente tibia, como si aún quedaran restos de vida en ella; seguí mi camino esperando encontrarme con la terrible mujer de cabellos de serpiente, inmediatamente formulé aquel pensamiento los sonidos inconfundibles de cascabeles y el silbar de las lenguas bífidas inundaron todo el lugar, retumbaban tan fuerte y alto que comprendí que aquel lugar estaba bajo el influjo de alguna maldición antigua, me sentí como los viejos guerreros que se enfrentaron sin ningún arma a la vieja Medusa.

Cada arbusto que se movía era el anuncio de su aparición, a ratos me parecía que de las ramas de los árboles caían los cuerpos brillantes y alargados de las serpientes, juro que vi un cuerpo sinuoso moverse a ras de suelo entre la hierba, alcancé a vislumbrar unas escamas naranjas y negras que me hicieron estremecer, una sola gota de veneno de algunas serpientes podían matar cien hombres, iba a morir en medio del laberinto alcanzado por un colmillo mortífero o la maldición de la Gorgona.

Fue entonces cuando recordé la historia, Medusa no era la única, pero sí la mortal, me enfrento a la maldición de dioses antiguos que ni siquiera son los dioses de mis ancestros, desanduve mis pasos fijando mi atención en las estatuas, memorizando sus rostros y sus expresiones, sintiendo que de algún modo me iba petrificando por dentro lentamente, que ese frío demencial no era otra cosa que mis órganos convirtiéndose en piedra, tal vez esta Gorgona es tan poderosa que no necesito mirarla a los ojos para terminar convertido en roca.

Entré a la casa despacio, como si el peso de todos los años de mi corta vida se hubiesen multiplicado y caído sobre mí en solo un instante, los reflejos que me devolvieron los espejos de la casa eran los de un hombre envejecido, con el cabello cano y deslucido, con la tez pálida y apagada, con profundas ojeras y mirada desencajada.

Al caer la tarde apareció la mujer, se veía cada vez más joven y rozagante, llevaba un vestido de color marrón oscuro, caminó directo al laberinto, se perdió de mi vista rápidamente, supe que era ella, que la mujer era el monstruo que me atormentaba de noche, proyectaba la sombra de sus nefastos cabellos con la intención de torturarme.


Días después descubrí la historia, Euríale era una de las gorgonas.




martes, 16 de junio de 2015

La gorgona de mi ventana. 3era. parte



La primera semana de mi estancia me recluí en mi casa y no me atrevía a salir de ella, ni siquiera cuando veía a la viejita Euríale caminando rumbo al laberinto del jardín. Durante el día no se escuchaba casi nada, de vez en cuando, entre silencio y silencio de las canciones de la radio se oía un cascabel que sonaba oculto entre el monte que empezaba a crecer; sabía que debía recortarlo, mantenerlo muy bajito para que no pudiesen esconderse los odiosos reptiles; en mi creciente y generalizado estado de miedo, nunca me di cuenta que no había visto ni una sola culebra, de ningún tamaño o color, pero yo las veía en mi mente, desplazándose pegadas a la pared, intentando entrar; de noche, a pesar de la música el ruido se volvía insoportable, cuando la oscuridad se apoderaba de las afueras de la casa venía plagada de cientos, miles de serpientes, verdes, amarillas, blancas, negras, manchadas, con cascabeles, grandes y pequeñas, que se movían en la periferia de mis ojos, al borde de la claridad que alcanzaban a percibir mis retinas.

Una mañana de miércoles, creo que ya tendría unos quince días en la casa, decidí salir hasta la ciudad, entré en la primera ferretería que vi y compré una enorme dotación de bombillos. El domingo anterior me había percatado de los postes que rodeaban todo el perímetro de la propiedad, ninguno tenía su bujía, así que me sentí aliviado al poder solucionar el problema de la oscuridad. Llegué de tarde, no esperé a entrar en la casa, me fui con mis bolsas aprovisionando cada lámpara con su reflector (no me arriesgué con simples bombillas de luz débil y amarilla), esa misma noche comprobé que cada una de ellas funcionaba. Mi tranquilidad no duró mucho, a pesar de las potentes luces continuaba escuchando los siseos y cascabeles, no con tanta intensidad ni tan seguidos, pero estaban allí, sonando fuera del alcance de mi vista.

Apagué las luces internas y me fui a dormir, pensando en la necesidad imperante de comprar uno o dos aparatos de aire, las ventanas cerradas a cal y canto volvían la estancia dentro de la casa en una locura infernal; había momentos en que desvariaba, para soportar el calor me mantenía desnudo, sólo usaba unas botas de trabajo de caña alta que me llegaban hasta las rodillas, corría cada tres o cuatro veces a la ducha para refrescarme de aquel calor espantoso; incluso sentir las gotas de sudor recorriéndome la espalda me generaba escalofríos, no podía evitar relacionarlas con los cuerpos de serpientes deslizándose por el suelo.

Saliendo de una refrescante ducha que había ayudado a calmar mis ansiedades, me asomé a la ventana de la sala y la abrí de par en par, desde mi posición podía maniobrar rápidamente para cerrar los vidrios en caso de que algún maldito animal decidiera acercarse; no me preocupó encontrarme desnudo, las botas me proporcionaban cierta seguridad porque dentro de mi demencia estaba claro en que mis puntos débiles eran los pies, los tobillos y las pantorrillas. Vi a la mujer saliendo desde mi derecha, caminaba despacio y llevaba un vestido vaporoso de color amarillo y blanco, caminaba con suavidad pero firme, y llevaba un pañuelo anudado en la cabeza que ocultaba su cabello. Desde mi perspectiva me pareció más joven que otras veces, aunque me admití que no la había detallado más, antes y tampoco recordaba haberlo hecho en mi primer terrible día; era tanta mi concentración que no sentí ni un ápice de vergüenza por estar expuesto de semejante manera, antes bien, me preocupó su seguridad, no alcanzaba a ver sus pies, la hierba alta no me permitía divisarlos debajo del ondulante movimiento de su falda; nunca se giró a verme, caminó siempre derecho al laberinto, se perdió de mi vista en cuestión de unos segundos.

Los minutos pasaron despacio, la claridad del sol fue menguando y mientras tanto aumentaba mi preocupación; de nuestro primer y bochornoso encuentro recordaba a una mujer mayor, así que me sentí muy agitado pensando que oscurecía y que aquella anciana se encontraba paseando en mi jardín; si una serpiente la picaba iba a morir sola, sin poder pedir ayuda, porque a mí me paralizaba el miedo a unos reptiles que no había visto. Cuando por fin se hizo de noche no cabía en mí de tantos nervios, el frío nocturno entraba por la ventana, y las lámparas de mi terreno me mostraban un campo verde y explanado con montículos, aquí y allá, de flores; también podía distinguir con cierta claridad las esculturas de piedra que franqueaban el camino hasta la entrada del laberinto.

Con la luz que les llegaba de diversas direcciones, las estatuas de piedra dibujaban sombras extrañas, la oscuridad en algunas zonas de sus facciones les otorgó un aire siniestro y aterrador; así que cerré la ventana, me di una nueva ducha y me enclaustré en mi cuarto a descansar.

El exiguo aire del ventilador refrescaba mi piel mojada, para combatir aquel asfixiante calor de la casa apagué todas las luces sintiéndome seguro por la claridad de las bombillas externas; fui cayendo en un sopor agradable, me dejé ir al sueño fácilmente porque llevaba noches enteras descansando poco o nada, tenía la esperanza de que una noche de reparación podría sacarme de ese estado interno y frenético en el que había caído desde mi llegada; en las brumas del ensueño pensé que tal vez mi problema se debía al terrible golpe en la cabeza, que no había sido únicamente un chichón, posiblemente había desencadenado alguna alucinación auditiva por el impacto que había dañado mi cerebro, todo era posible, ¡Todo!

En mitad de la noche escuché los cascabeles cerca de mi ventana, cuando abrí los ojos vi una horrorosa sombra que se proyectaba, desde afuera, en mi pared blanca; al principio pensé que sólo era la confusión en mi mente dormida, que no alcanzaba a discernir las formas lógicas escondidas detrás de aquella mancha negra, pero inmediatamente caí en cuenta de que no existía nada fuera de mi ventana que proyectara dicha sombra. Me espabilé presa de los más espantosos presagios, sólo podían ser dos cosas: o me había vuelto definitivamente loco por aquel golpe, o en verdad había una cosa monstruosa fuera de la casa.

No pude moverme de la cama, vi cómo la sombra cambiaba de tamaño, a veces parecía hacerse grande en mi pared, abarcando toda su dimensión, luego se empequeñecía hasta adquirir el tamaño de una persona; su cabeza parecía deforme, como si decenas de tentáculos salieran de ella en todas direcciones, cuando se alejaba la sombra crecía y casi sentía que esas protuberancias temblorosas iban a alcanzarme a través de la oscuridad. Repentinamente mi cuarto se llenó de los sonido siseantes de las serpientes, seguidos por el continuo maraqueo familiar de los cascabeles, entonces la comprensión vino a mí como una ola de agua helada que entumeció todo mi cuerpo, aquellas cosas que yo había tomado por tentáculos eran de hechos serpientes, fuera de mi casa había una persona con una cabellera de serpientes, un ente bífido que me acechaba por las noches, esa cosa se acercaba al borde de la casa y dejaba escapar todos sus sonidos incesantes que me estaban torturando, todas las imagines horrorosas que una imaginación trastornada, como estaba la mía, me inundaron en un segundo y casi me asfixié con el grito que no alcanzaba a salir de mi garganta.
Aquella noche aciaga me arrinconé en una esquina, aferré la delgada manta de mi cama y me arropé con ella como si fuera un escudo protector, cuando amaneció yo continuaba temblando como si el mismo frío se hubiese adueñado de mis entrañas, trataba de buscar en mi memoria cómo se llamaba ese monstruo mitológico que había aparecido en mi jardín.


Entonces recordé las viejas lecturas de la escuela, y el nombre vino a mí con estupor: Medusa.





domingo, 14 de junio de 2015

La gorgona de mi ventana. 2da parte, (relato de horror)

La mañana siguiente me encontró acurrucado en una esquina del sillón de la sala, abrí los ojos despacio, resintiendo la claridad que se filtraba por la ventana, la cabeza me dolía como si millones de terremotos quebraran mi cerebro en miles de pedazos, seísmos que se sucedían uno detrás de otro sin ningún descanso haciendo palpitar mi cabeza. Cuando mi visión se normalizó me encontré con el panorama deplorable de la mesa de centro, en una esquina, una botella de vino se había volcado y parte de su carísimo contenido se había derramado dejando una costra tinta en el suelo de color ladrillo, los restos de comida adornaban los platos de una manera grotesca, sentí vergüenza de mí mismo, me había entregado a una bacanal como la que relataban los mitos griegos, solo que esta vez no habían mujeres para grandiosas orgías.


No sabía si el dolor de cabeza que amenazaba con romperme el cráneo en dos era por la resaca o por el golpe, caminé hasta la cocina arrastrando los pies, saqué una jarra de agua helada de la nevera y casi me la eché encima, quería llorar como un niño, miré el teléfono incrustado en la pared, antes de percatarme estaba marcándole a mi madre con la esperanza de que se viniera unos días de visita, pero antes de que se concretara la idea en mi cabeza me di cuenta que el aparato no tenía tono de marcar; colgué violentamente en un arrebato de frustración que solo empeoró el dolor de mi cabeza, solté un gemido lastimero que se desvaneció en el silencio de aquella enorme casa, vacié unos cubos de hielo en un trapo y me los puse en la frente esperando que el frío entumeciera toda la zona lo suficiente como para poder dormir.

Cuando desperté de nuevo la tarde caía, me sentía mucho mejor y la cabeza parecía dispuesta a darme una tregua; estaba famélico, así que mientras limpiaba el desastre de la casa comía sanduches de queso y tomate. Era de noche cuando salí de la ducha, me apoltroné en uno de los sillones de la biblioteca con un vaso de jugo a un lado y un viejo libro en la otra; previamente había abierto las ventanas con la esperanza de que entrara la brisa nocturna y refrescara el lugar; a pesar del dinero y los arreglos que la tía Silvia le había hecho a la casa, nunca pensó en un aparato acondicionador de aire, solo existía un viejo ventilador de pie, que de ser tan viejo a duras penas movía las aspas. Las horas pasaron lentas y entretenidas, nunca eché en falta la televisión, el libro me mantenía concentrado en la trama, tanto que el vaso de jugo se había quedado olvida en la esquina de la mesa donde lo había dejado. La luz falló por unos minutos, pegué un brinco de susto por el sonido seco que emitió la nevera, me encaminé a ciegas por los pasillos, tanteaba con las manos a la espera de evadir los obstáculos del camino a la cocina, antes de poder encontrar los cerillos y las velas la energía se restauró, pero aún así me eché al bolsillo de mi vieja pijama ambos artículos y caminé de vuelta a la biblioteca, no sin antes echarme un vistazo en uno de los espejos que había en el camino, y comprobar que el chichón de mi cabeza estaba menguando.



Efectivamente la luz volvió a fallar casi apenas haber tocado el sillón, encendí la vela y me acomodé de forma tal que la luz me permitiera leer; en aquel silencio casi demencial me sumergí más en la lectura, una aventura de marineros de la que no recuerdo el nombre. Al principio me pareció que el ruido que se iba metiendo en la casa eran los sonidos peculiares de las noches de los campos, pero cuando los tintineos comenzaron su concierto me helé de miedo. Intenté convencerme de que todo era producto de mi imaginación, que aunque las serpientes de cascabel estuviesen en el jardín, yo no tenía por qué preocuparme, estaba seguro dentro de la casa; pero aún así, el sonido que aumentaba en un crescendo demencial, me mantenía paralizado y llenaba mi imaginación de cientos de serpientes que se movían entre las matas, reptando en dirección de mi hogar, intentando escalar las paredes para entrar por las ventanas. Dejé escapar un gemido lastimero, recordé que la mayoría de las ventanas estaban abiertas con la intención de refrescar la casa; en un arrebato de coraje que nació de un minuto de lucidez, me levanté con la vela en la mano y me asomé por la ventana. La luz de la llama no alcanzaba a alumbrar mucho, era una noche sin luna y no me sentí con el coraje de estirar la mano por fuera de los barrotes de la reja, admito que un miedo inusitado se había apoderado de mí, se ha apoderado de mí desde ese día, me atenaza y a veces siento que me asfixia; cerré la ventana con fuerza, la aseguré y casi corrí hasta la ventana siguiente, la de mi cuarto, la esperma de la vela me caía en la mano quemando mi piel, la llama vacilaba y a ratos parecía que iba a apagarse, todas las veces que se redujo tanto que pensé que me quedaba a oscuras, instintivamente me llevaba la otra mano al bolsillo y palpaba la caja de fósforos para tranquilizarme.



Llegué a la ventana de la sala, la última por cerrar, respiraba con dificultad debido a mi arrebato de pánico que me hizo correr entre la penumbra esquivando los muebles que a ratos parecían saltar sobre mí, aquella oscuridad se sentía como un ente vivo y sólido, al que las fuerzas exiguas de mi diminuta luz le costaba atravesar, así que cuando me detuve frente a la ventana no me pareció extraño ver cómo se movía casi perezosamente; estiré el cabo de vela para poder distinguir mejor, pensé que lo que se agitaba era una serpiente pesada y oscura, una bestia capaz de destrozarme los huesos con su mortal abrazo y engullirme en minutos ¿Acaso no eran las tragavenados culebras enormes que se podían tragar un maldito venado? En cuestión de segundos pensé en mis opciones, era desesperante sentirme indefenso, no era muy amante de los reptiles, pero jamás en mi vida me había sentido tan aterrado por las culebras, no encontraba un motivo racional para el miedo que me atenazaba, las extremidades las sentía heladas, ya me había insensibilizado a las quemaduras de la esperma, parecía que la oscuridad era un mundo extraño plagado de monstruos escamosos que querían subirse por las paredes y caerme encima, inoculándome sus venenos malditos que acabarían conmigo en cuestión de segundos; aquel sonido infernal se propagaba mágicamente en las estancias, casi sentía que las serpientes estaban acercándose por mi espalda, los siseos de aquellas lenguas bífidas eran como caricias asquerosas que me hacían erizar la piel; di un paso, luego otro, me acerqué al borde de la ventana, lo suficiente para que la vela arrojara su débil luz sobre ella, no había nada allí, no había ninguna constrictor esperando en la jardinera para asfixiarme y romper mis huesos en miles de pedazos. Cerré con delicadeza y solté un suspiro que distensionó mi cuerpo tan rápidamente que sentí que los brazos y las piernas se desprendían de mi tronco. En ese momento llegó la luz, aliviado de que la oscuridad se hubiese disipado revisé meticulosamente cada esquina del lugar, debajo de cada mesa y silla, todo con el fin de asegurarme que no había ninguna culebra que me fuese a picar mientras dormía. Me encerré en mi cuarto, dejé todas las luces de la casa encendida, apenas le pasé el pestillo del seguro a la puerta me percaté de que continuaba sosteniendo la vela, sentado al borde de la cama empecé a quitarme las conchas de esperma seca que se habían adherido a mis dedos y piel, agudizando el oído esperando escuchar el ruido de las serpientes de nuevo; me metí entre las sabanas lleno de un miedo desesperado, repitiéndome, casi como un mantra, que yo era un hombre valiente; pero cada vez que cerraba los ojos escuchaba los siseos y los cascabeles; todavía, mientras escribo esto, los escucho, ya no importa si es de noche o día.