jueves, 14 de mayo de 2015

206 Huesos


Caminaba despacio, sin mucho apuro, como siempre que salía en busca de su víctima.

Se amparaba en las sombras de la noche y de los huecos oscuros entre las luces de las lámparas, acechaba pacientemente a sus víctimas, siempre silbando la misma tonada, saboreando con fruición el placer que le causaba infundir terror.

No tenía preferencias de ninguna índole, podían ser mujeres u hombres, altos o bajos, gordos o flacos, blancos, morenos; no había diferencia cuando se trataba del miedo, porque sin distinciones, todos sentían miedo.

Aquella noche escuchó las pisadas a lo lejos, sus entrenados oídos percibieron unos fuertes y pesados pasos de hombre que caminaba ligeramente achispado por los tragos. Con los años había aprendido a diferenciarlos, a reconocer a su presa y sus debilidades. Detrás del escondrijo donde se ocultaba asomó levemente la cabeza para estudiar a su víctima, aunque en su mente ya se había hecho a una idea bastante acertada de él: alto y algo escuálido. Llevaba sobre su hombro un bolso de trabajo lleno de herramientas, que en aquel silencio, resonaban metálicamente al entrechocar; posiblemente tendría unos cuarenta años, con una incipiente barriga producto del consumo asiduo y casi amoroso de cerveza, y la respiración pesada y algo sibilante que solo posee un fumador.

Se acomodó el sombrero llanero y negro, tan negro como las sombras que lo rodeaban; se lo caló hasta las cejas, se templó la chaqueta, se ajustó los guantes y se colgó su preciado saco al hombro.

Repasaba meticulosamente en su mente los pasos a seguir, todo debía ser perfecto, no había margen para los errores. El éxito de su empresa radicaba en la exactitud de su atuendo, debía evocar en los corazones y mentes de sus escogidos aquel horror paralizante y supersticioso que solo la leyenda del Silbón podía generar.

El hombre pasó y con él una ráfaga de aire helado que acarreaba malos presagios.

En su embriaguez no lo notó. Lleno como estaba de deseo, contó febril hasta siete lentamente mientras calmaba su corazón desbocado e invocaba la fría serenidad que necesitaba, respiró suavemente buscando el sosiego de sus pasiones y al llegar al número siete logró acompasar sus latidos, calmar su pulso y saborear con deleite el regusto dulce de su boca mientras sus labios dibujaban una sonrisa macabra que dejaba ver todos sus dientes.

Sigiloso como una sombra empezó a seguir al hombre –Do re mi fa sol la sí– silbó quedamente; años de práctica para lograr que su silbido sonara lejano, para que la amenaza de un espectro sobrenatural se ciñera, con su manto gélido, sobre las cabezas de sus presas, porque todo el mundo sabía qué significaba si sonaba lejos.

Casi inmediatamente un silbido similar sonó en respuesta, tan lejano que el asesino ni siquiera lo escuchó, aturdidos sus sentidos con la embriaguez del trofeo, rebosaba deseo y voracidad, su mente solo se enfocaba en el sangriento final, en la mirada de horror, en el último grito de agonía interrumpido por los estertores de la muerte y en su botín final: un hueso.

El hombre delante de él no detuvo su paso, se limitó a mirar por sobre el hombro sin inmutarse ante la figura oscura que se acercaba con aquel silbido amenazante.

No se decepcionó ante la temeridad del incauto, estaba seguro de que caería, eventualmente todos caían en la vorágine del horror, volvió a silbar –Do re mi fa sol la sí– en un tono descendente e hizo resonar los trofeos que llevaba dentro de su saco; no iba dejar escapar a esa víctima, era la coronación de un sueño espeluznante, en su bolsa había ciento noventa y ocho huesos que entrechocaban como si bailaran al compás de una melodía macabra; solo faltaban ocho huesos: los que componían el cráneo, entonces tendría en su bolso los huesos completos.
Y esa era la meta, los doscientos seis huesos.

“Y con este estaré más cerca”, pensó mientras se relamía los labios y ensanchaba aún más su sonrisa.

Mantuvo la distancia y el andar silencioso; enfocado en crear el efecto necesario para llevarlo a ese callejón sin salida que era el pánico, emitió su silbido nuevamente y éste reverberó entre los muros propagándose con el viento, invadiendo la tranquilidad de la noche. Sintió que nunca antes había sonado de esa manera, nunca antes se había sentido como se sentía en ese instante, imbuido de una nueva fuerza poderosa y sobrenatural.

La providencia y la muerte no querían que fallara esa noche. Alguien debía morir.
Do re mi fa sol la sí–, y cuando el último silbido de su tonada escapó de sus labios, sintió por segunda vez en su vida cómo la realidad se dislocaba. Como le había sucedido con aquella primera víctima. De la que había tomado el primero de los doscientos seis huesos que necesitaba.
Escuchó pasos detrás de él, giró su cabeza y miró por sobre el hombro, en las tinieblas de la calle vio una sombra más negra que la oscuridad, alta y alargada que parecía resonar con el eco de los huesos que sonaban en su propio saco.

Y por un momento se vio a sí mismo observando hacía atrás, por un instante fue el hombre que caminaba adelante, en esa fracción de segundo él fue la víctima.

Miró hacia el frente, donde su presa continuaba su avance impasible en esa calle interminable, su corazón se aceleró, silbó nuevamente –Do re mi fa sol la sí– en ese tono bajo y reverberante mientras se repetía mentalmente “Si suena cerca está lejos… Si suena lejos está cerca”
Y justo detrás de él, resonó el mismo silbido como si se hallara a kilómetros de distancia y junto con este matraquearon los huesos de su saco.
“Maracas, suenan como maracas”, Pensó.

Sintió los pasos más cerca, la sombra se abalanzaba sobre él, silbó de nuevo pero en el remanso de oscuridad de una farola a otra su víctima se había desvanecido, sus pasos ya no se escuchaban en el pavimento, el viento no le traía los restos de su respiración ronca y entrecortada.

De un segundo a otro las cosas habían cambiado. Ahora él se había convertido en el perseguido.
No tuvo oportunidad de correr, una parte inconsciente de su mente le recordó que no iba a escapar, como tampoco habían escapado sus víctimas. Desde la oscuridad cerrada le asestaron el golpe, había venido desde su izquierda y lo había elevado por los aires arrancándole el aliento; el saco con su preciado contenido se le resbaló de los dedos y mientras impactaba con ímpetu contra el muro, este caía al suelo y por la boca abierta de la bolsa se escapaba un blanco e inmaculado hueso: una falange del dedo de un pie izquierdo.

Al mismo tiempo una voz grave y enronquecida gruñó: Uno.

La figura espectral se materializó frente a él en un torbellino de oscuridad y frío, aturdido miró cómo aquella criatura siniestra, con sombrero pelo e’ guama en la cabeza y con sus extremidades desmesuradamente largas, se acuclillaba y recogía del suelo el saco, que resonó con el maraqueo de su contenido.

El hueso del suelo quedó en su lugar.

Un hilillo de sangre se deslizó por la comisura de su boca, el dolor intenso de sus huesos fracturados hacía que la respiración fuese una tortura, pero aquel agonizante dolor no impedía que estuviera fascinado por el espanto, el miedo se colaba por debajo de su piel atrapándolo y asfixiándolo con su presencia.

 Allí estaba el Silbón, con el ala del sombrero escondiendo sus facciones, dejando al descubierto un pedazo de barbilla con la piel abierta en un tajo que dejaba entrever la carne viva y sanguinolenta, su cuerpo emanaba un olor fuerte y picoso que le hizo llorar los ojos e irritó su garganta.

El regusto dulce que había saboreado solo unos minutos antes había desaparecido, en su lugar se iba filtrando el sabor metálico y salado de su sangre.

Dos– sacó otro hueso, esta vez una tibia, la colocó lejos, justo donde se suponía debía ir en relación a la falange que estaba en el suelo, su brazo se había estirado hasta la posición necesaria, solo entonces se dio cuenta que las rodillas del espectro sobrepasaban la altura de su cabeza y los dedos de sus manos parecían enormes garras esqueléticas.

Soltó una risita ronca y medio demoniaca ante la expresión de asombro del asesino, metió la mano en la bolsa y sacó otro hueso, esta vez una cadera –Tres… cuatro… cinco… seis…– su brazo se estiró para colocar la clavícula y regresó hasta su posición original.

Mientras tanto la mente del asesino se repetía febrilmente que aquello no sucedía, que no era posible, que él era el Silbón. Y como si el espectro hubiese leído su mente, acanaló su boca y soltó su característico silbido –Do re mi fa sol la sí– que se escuchó lejano y su eco fue arrastrado por el viento y lo hizo retumbar entre el concreto. 

Sacó un esternón, lo dio vueltas entre su mano y sonrió.

Recuerdo  este– dijo con aquella voz que cimbraba sus entrañas –corrió como alma que lleva el diablo, lo perseguiste y le diste con una mandarria, cuando lo abriste te diste cuenta que tú no lo habías matado… lo mató el miedo…

Soltó una carcajada que le heló la sangre. Recordó el cadáver con el tórax abierto y los restos del corazón pegado a los huesos, el órgano había explotado. En algún lugar recóndito de su cabeza el orgullo se sobrepuso al miedo y le arrancó una ligera sonrisita.

El espectro siguió sacando huesos lentamente, con mucha parsimonia –noventa y siete, noventa y ocho– contaba mientras iba armando aquel funesto rompe cabezas, el asesino temblaba y bufaba tratando de moverse, buscando el modo de escapar.

Éste– sostuvo el carpo izquierdo mientras saboreaba las palabras –Yo estuve allí– confesó ensanchando la demoniaca sonrisa –Cinco cuadras la seguiste, iba recitando el padre nuestro– se rió divertido –Como si Dios fuese a escucharla… cayó de rodillas implorando perdón por sus pecados, se desmayó cuando te vio sobre ella… también se murió de miedo– saboreó la palabra Miedo…– le dedicó una mirada picaresca –Te corriste esa noche– rió –Conociste la raíz más oscura y macabra del placer.

Seguía sacando huesos de la bolsa y contando sistemáticamente; entre uno y otro silbaba a veces.

 Do re mi fa sol la sí.

Ya el esqueleto estaba casi completo, sostuvo la mandíbula entre sus dedos, atrapó su mirada y la aprisionó con las memorias cruentas que surgían de su interior, parecían liberarse con la sangre que manaba de su propio cuerpo Ciento noventa y ocho– dijo y se quedó en silencio.

El espectro estiró su grotesco brazo y escogió un hueso de una costilla.

Éste fue de la primera vez que probaste las asaduras– habló con un ligero acento llanero, mostró sus dientes puntiagudos con un amago de sonrisa siniestra –Las herviste hasta que estuvieron blanditicas– se pasó una lengua podrida por los labios relamiéndose de gusto.

Inspiró profundamente el olor del hueso y lo dejó en su posición anterior.

El asesino temblaba, reconoció cuál iba a ser su destino, trataba de articular una palabra pero su boca no respondía, su mente febril se repetía una y otra vez que él era el Silbón.

El brazo se extendió completo y sobrenatural y recogió los huesos del suelo, introduciéndolos en el saco con un solo movimiento, se rió demoniacamente y mientras su imitador temblaba incontrolablemente se ajustó el sombrero.

El asesino subió la cabeza con todo el dolor de su cuerpo, se encontró de frente con el rostro tasajeado y purulento del espanto, sus ojos encendidos con el mismísimo fuego del infierno y su boca torcida en una mueca macabra y demoniaca que semejaba una risa.

Gritó.

Gritó de horror y miedo ante el conocimiento de su inminente final.

Su último pensamiento fue: “¡¡Yo soy el Silbón!!”

El espectro arrancó de tajo la cabeza, dejando pegado al cuerpo la mandíbula sangrante, cobrándose los ocho huesos restantes, completando finalmente los doscientos seis huesos.

Un perro ladró a lo lejos rompiendo el silencio aciago de la noche, el semblante del espanto se contrarió un poco como si la sombra de un recuerdo le causase temor; se sacó el sombreo de la cabeza casi como si de un saludo de despedida se tratara y se lo caló de nuevo hasta las cejas, recogió el saco con los huesos y se lo echó al hombro.

Se alejó con su paso pesado y su andar lento, balanceando rítmicamente en su mano el cráneo del asesino y silbando su tonada que el viento arrastra hasta los confines del mundo.

Do re mi fa sol la sí

Y se desvaneció silencioso en la oscuridad, perdiéndose entre los pliegues sombríos de la noche, dejando tras de sí su silbido incesante.

Do re mi fa sol la sí...

Porque si suena cerca está lejos, pero…

Si el silbido suena lejos…
  
   
Este relato se terminó de escribir el 28 de julio de 2014  

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miércoles, 13 de mayo de 2015

Del oficio de escribir: Quiero que me lean ¿Escribo lo que está de moda?

Recientemente estuve meditando sobre este punto, y supuse que, al igual que yo, otras personas que escriben se preguntarán lo mismo. Nuestro máximo deseo como escritores es que nos lean, que exista esa retroalimentación que nos motiva a continuar escribiendo; por más que nos repitamos una y otra vez que escribimos para nosotros mismos, eventualmente la necesidad de que esas obras salgan a la luz se manifestará, y nos encontraremos con el difícil mercado actual de los lectores.

¿Por qué es tan complicado el mercado literario? La respuesta es, en realidad, muy simple, a diferencia de otras representaciones artísticas más comunes, los libros sufren de mala fama, la razón viene desde la escuela y el hogar, en el que vemos a los libros como una obligación y no como un medio de adquirir conocimiento (incluso aunque se trate de ficción); los primeros libros de un niño son los libros de escuela, comenzamos con el “Caracolito” o el que corresponda al país de quien este leyendo esta entrada; la maestra y/o la madre empiezan a enseñarnos las palabras que se forman con la unión de las letras, esas que nos han repetido en la cartilla del ABC casi desde que nacemos, y vienen llenas de imágenes coloridas que ilustran los símbolos que construyen nuestra lengua escrita; entonces nos damos cuenta que en este nuevo libro donde salen palabras como “mamá” “papá” “bebé”, viene con menos dibujos y más palabras con más silabas cada vez, lo que implica que toda la hoja se llena de letras y por ende se vuelve aburrido, pero como es obligatorio aprender a leer y a escribir para perpetuar el sistema educativo, terminan endilgándole al niño el “DEBER” de leer, y a nadie le gusta las cosas por obligación, mucho menos a los niños.

Entonces esos pequeños arrastrarán una aversión hacia la lectura por el resto de su infancia y adolescencia, incluso en la adultez; porque ven la lectura como una obligación y no como un medio de esparcimiento. Esto convierte a los libros en un artículo de poco consumo.

Luego nos enfrentamos al hecho de que los que leen, son elitistas.

La élite de lectores se divide en géneros, a medida que el lector se adentra en el mundo de los libros y va ampliando la diversidad literaria ya no lee solo ficción sino que se sumerge en la política, filosofía, sociología, religión, psicología y demás, en pocas palabras: empieza a refinar los gustos; así nos vamos separando unos de otros, primero los que leemos de los que no, luego los que leen tal género de los que leen otro, luego de los que leen libros con contenidos específicos (no tanto como técnicos) de los que solo leen ficción, y así sucesivamente.

Esto también conlleva a que los lectores se vuelvan renuentes a leer autores independientes, consideran que una marca de calidad literaria es la editorial que soporta al autor publicado, esto sin tomar en cuenta el género; me refiero a que si alguien te ofrece un libro del género vampiro de Anne Rice y al mismo tiempo te ofrece otro pero de un autor independiente y menos conocido, el lector se va a decantar por leer primero el de Anne Rice, simplemente porque es ella, y la han publicado editoriales. Así el escritor se enfrenta al monstruo de “¿Quién es este escritor y que obra famosa escribió?”. Lamentablemente los autores independientes no cuentan con las plataformas de máxima difusión, así que como decimos acá en mi tierra: “Solo es famoso en su pueblo”

Y si todo lo anterior no fue suficiente, nos encontramos con la sociedad de consumo, ese universo de lectores “nuevos”, que se han adentrado a leer gracias a las nuevas tecnologías y al boom de la literatura “erótica” (cualquier herramienta es válida para que las personas se pongan a leer, pero por favor, de nada sirve leer si solo se va leer basura). Los autores se encuentran con un mercado de creciente tendencia genérica, con lectores que van desde los doce años en adelante, con un gusto definido por el tema romántico-sexual en cualquier presentación, lo que ha llevado a la aparición de una nueva ola de autores que se lanzan a escribir sagas de quince libros (todos iguales) y lo que marca la diferencia es que uno es de vampiros, otra  es de guerreros míticos, otra es de ángeles, o licántropos, elfos y paren ustedes de contar; trayendo como consecuencia que dichos lectores no lean nada más que eso, sin darle oportunidad a otros escritores y géneros.

Todo esto lleva al autor a plantearse la incógnita: ¿Qué escribir? ¿Escribo lo que me gusta y me lanzo a una competencia desigual? O ¿Escribo lo que está de moda, me vuelvo famoso y luego sí escribo lo que en un principio quería escribir, arriesgándome al rechazo natural por cambiarme de género y por ende, perder lectores?

Entonces comienza la lucha interna del escritor que desea escribir por amor al arte. Los lectores que hoy me obsequian un minuto de su tiempo deben comprender el por qué de esta lucha. Los libros, a diferencia de otras ramas artísticas, solo verán cumplido su fin si son leídos; otras representaciones artísticas serán percibidas de una u otra forma, pero los libros no, sin difusión un libro puede pasar al olvido con facilidad, aunque el mismo escritor se aboque a obsequiarlo y llevarlo de un lado a otro, y esto es debido al desagrado generalizado que hay contra la lectura, es probable que el destino de un libro de un autor independiente no sea otro que el indiferencia y las repisas de familia y amigos; y no es ese el destino que un escritor quiere.

¿Cómo concluir esta entrada? No lo sé, creo que estas palabras solo sirven de catarsis. Yo me decanté por un género que en Latinoamérica y en habla hispana no tiene muchos lectores a menos de que tenga un gran nombre detrás como el de Stephen King; el universo actual de lectores no se detiene mucho a pensar qué tan bueno puede ser un escritor que ha ganado un premio simplemente porque no es el género que le gusta, también me enfrento al hecho de la costumbre, la gente en general es renuente a darle oportunidad al cambio, a lo nuevo, ¿Por qué hacerlo si lo conocido le gusta y le sirve, y así sucesivamente puedo enumerarle más razones. Tal vez todo esto se deba a uno de esos episodios existencialista que todos los que escribimos sufrimos de vez en cuando, hay personas que nos planteamos constantemente los por qué.

No me queda nada más que decir, un abrazo confortable a todos los escritores que se han preguntado lo mismo que yo, y a los que no… ¡Qué suerte tienen!


Saludos.

martes, 12 de mayo de 2015

Escritores venezolanos: Héctor L. González

Uno de los escritores al que tengo el grato placer de conocer es a Héctor González; excelente amigo y talentoso autor de la narrativa venezolana. Este joven de apenas veinticinco años ha plasmado interesantes obras con su pluma; aunque él va en búsqueda de la intertextualidad (al mismo tiempo algo nihilista) y de una nueva metaliteratura, también ha escrito unas cuantas novelas de género negro con una calidad destacable y un dominio espectacular.
Entre sus títulos tenemos la más reciente obra que leí de él: “Entre putas y culpables”, en la que se puede ver la evolución que todo escritor debe tener a medida que avanza en este oficio; con esa habilidad exquisita y delicada que tiene para saltar de un estilo a otro, ha logrado destacarse aun en contra de sus propias expectativas; ejemplo de esto es que se erigió como ganador del premio “Arturo Croce” patrocinado por la gobernación del estado Táchira de Venezuela, con su cuento “La Ciega”, la historia de una joven que no es consciente de su ceguera y piensa que todo es normal.

Héctor es un escritor talentoso, que de continuar por la línea del género negro venezolano, se le puede vislumbrar un futuro prominente; de las obras que he tenido el honor de corregir y el grato placer de leer, se encuentra “Teatro circular, o los infiernos femeninos” y “Fiesta de la crueldad”, novelas que muestran una visión distinta del acostumbrado género negro, en ellas Héctor se adentra en una perspectiva de la violencia social, aquella que tiene su raíz en el más profundo y arraigado miedo e ignorancia, entreteje historias donde los personajes se deslizan de tal forma que uno podría creer que de hecho existen, no son solo producciones de la mente maestra del escritor, sino que nos enfrenta a plantearnos esa realidad desagradable y pérfida que creemos, ingenuamente, no existe.

Este autor tiene muchas novelas inéditas que solo han visto la luz entre el grupo reducido de amigos en el que nos repartimos las obras con la esperanza de que nuestros pares nos corrijan, espero que pronto todas estén disponibles para el amplio universo de lectores que tendrá, una persona con su talento solo le puede esperar el éxito en el mundo literario, aunque no sea ese el destino que él mismo espera. Ha publicado “El encanto de los derrotados” y el mencionado en las primeras líneas de esta entrada, ambas con el sello editorial de la Fundación Negro Sobre Blanco Editorial, de la mano de Richard Sabogal.
Se ve a sí mismo como un copista en potencia, pero en honor de la verdad, este escritor lo último que hace es plagiar (aunque insista), Héctor se lanza a explorar un universo alternativo a partir de personajes creados por otros escritores, personajes que han sido olvidados y que no necesariamente se encontrarán en sus obras; como todo escritor aspira a ser tan bueno como aquellos a los que admira y busca (también como todo escritor) imitar estilos y formas en pro de mejorar y darle calidad a su narrativa, la diferencia estriba en que desde ese punto de partida, este autor se lanza a crear algo nuevo de lo existente y escrito, y lo hace con tal calidad y talento, que sus libros son verdaderas obras de alta literatura.

(Portada diseñada por mi)

Yo los invito a leerlo si pueden, inclusive, hagan el esfuerzo de sobreponerse a ese rechazo natural que pudiese sentirse ante la cruda verosimilitud con el que narra sus historias, hay que comprender que los libros de Héctor L. González no son para cualquier lector, no todos podemos apreciar la estética que se encuentra en lo oscuro y lo cruel; pero si logran sobreponerse, entonces encontrarán una rica y variada obra entre sus líneas.


Saludos.


lunes, 11 de mayo de 2015

Los Condenados "La Caída de la Torre", Cap. V

Capítulo V
Attlas miraba la ciudad desde su oficina en el último piso de un lujoso edificio en el centro empresarial de Metrópolis 3, tras casi dos semanas del reencuentro esperaba que Laiha o Akcron se aparecieran por allí buscando información, pero en contra de todas sus deducciones ninguno de los dos habían aparecido.
Tal vez su vieja compañera de batallas podía despistar al Vampiro, asegurarle que no tenía ninguna intención de intervenir en las nuevas cruzadas, pero él sabía que de algún modo u otro al final ella iba a participar, así fuese por el simple gusto de la revancha, si había alguien que además de él deseaba clavarle una espada en los intestinos a ciertos miembros de La Corte era ella.
Vio su propio reflejo en el vidrio, ciertamente no había vestigios de su antiguo ser, todo rastro de su humanidad se había perdido tras los nuevos rasgos: piel blanca, cabello castaño claro tirando a rubio oscuro, ojos azules y un cuerpo bastante fornido producto no solo de un entrenamiento riguroso, sino todas las circunstancias por las que había pasado durante todos estos años para lograr posicionarse justo donde estaba en ese momento.
Viejos recuerdos habían aflorado tras la corta reunión que habían mantenido los cuatro; también algunas emociones que creía olvidadas tras tanto tiempo. Entendía que aunque no hubiese rastros físicos del humano que había sido antes, algo quedaba de él después de todo y no podía negarse que ambas partes entraba en conflicto cuando su bien apreciada simbiosis era importunada.
Se giró y escudriñó con calma la estancia; acostumbrado a los excesos en su vida antes de este mundo persistentemente buscaba vivir en condiciones apropiadas para un príncipe, siempre y cuando no estuviese corriendo las peligrosas aventuras a los cuales era adicto; pero con el paso de los siglos aquel mundo se había vuelto perezoso y en los tiempos que corrían no había mucho que hacer y disfrutar de innumerables placeres se le antojaba fútil y aburrido.
Recordó con cierta nostalgia las viejas vidas donde se enfrentó a poderosos guerreros y terminó escribió líneas sangrientas en la historia de la humanidad y a veces se sentía orgulloso de eso: de no haber pasado desapercibido en este mundo, aunque sus obras no estuviesen firmadas con su verdadero nombre.
Ahora algo de aquellos pasados tiempos había retornado, la gente estaba sedienta de violencia porque era lo único que parecía hacerlos sentir vivos, – El tiempo se ha estancado –, era casi imposible determinar la fecha exacta en la que se encontraban, no había paso de las estaciones, no habían noches más largas o días más largos. Nada se movía, todos pretendían continuar con unas vidas vacías porque eso era lo que se esperaba de ellos.
Era lo que tenían programado en sus mentes.
Attlas no se caracterizaba por ser muy prudente, en ese momento era una persona poderosa gracias al negocio ilegal de peleas que manejaba a vox populi y por el cual había obtenido todos los lujos que poseía: una mujer distinta y hermosa cada noche, los mejores licores, la mejor comida, dinero y todo lo que se le pudiese antojar. Todo esto sin que nadie siquiera osase pensar en controlarlo.
Él manejaba la ciudad tras bambalinas; todas las personas con cierto poder en Metrópolis 3 le debían favores y de alguna manera tenían que pagar, y él no escatimaba en cobrarle a nadie. Parte de ese pago era hacerse los ciegos ante sus negocios y la vista gorda a las aventurillas sexuales de las que se antojaba, se había revolcado con las esposas de grandes magnates y de peligrosos mafiosos – “Los peores vicios son los que jamás se olvidan” – pensó que le diría Laiha de haber estado en su cabeza, casi había escuchado su voz suave diciéndole eso con un dejo de alcahuetería.
Ver la creciente sed de poder que tenían algunos miembros destacados de las Metrópolis, le hacía pensar que La Ruptura no había borrado todo de sus memorias; a pesar de lo que habían pasado los humanos no habían revivido precisamente lo mejor de ellos.
Alguien tocó la puerta sacándolo de sus cavilaciones, una mujer de piel oscura y prodigiosa belleza abrió y pasó adelante sin esperar una invitación de su parte, iba ataviada con un vestido blanco muy ceñido que dibujaba su silueta sin dejarle nada a la imaginación, lo miró e inclinó la cabeza en señal de saludo, luego se dirigió al elegante sofá que tenía en un extremo de la estancia y se sentó cómodamente. Attlas no se sorprendió de esta conducta así que se acercó a un bar oculto tras unos paneles metálicos en la pared y sirvió un vaso de whiskey que ofreció a la mujer. Ella estaba allí buscando trabajo, pero no era un simple trabajo atendiendo alguna necesidad de él, que con el paso de los años había descubierto que eran muchas y muy variadas; la dama era una Metamorfa, un ser que podía cambiar de forma a su antojo, podía ser cualquier animal que ella decidiera, algo bastante atractivo para su negocio que se valía de la necesidad de parafernalia entre la floreciente sociedad adinerada de Metrópolis 3; había entrado a la Metrópoli hacía solamente dos días y normalmente pasaría hasta un año antes de que Attlas aceptara recibirla, pero dadas sus habilidades, las cuales no se había tomado la molestia de ocultar; decidió evitarle las necesarias medidas burocráticas, esa mujer era una adición muy interesante a su plantilla de combatientes, tanto que no podía simplemente dejar pasar la oportunidad.
–Dime en qué animales te puedes convertir Kadora – fue directo al grano, todos sabían que Attlas carecía de la capacidad de ser sutil.
–Lamentablemente en este lugar no puedo cambiar completamente – se lamentó, tenía una voz suave y ligeramente ronca – pero puedo recrear ciertas características y la fuerza o velocidad del animal que escoja; pero solo he logrado recrear felinos y algunas serpientes.
–Impresionante de todos modos – replicó Attlas, pensando en lo habilidosa que era, los seres como ella solo solían cambiar en un solo tipo de especie – ¿Podrías darme una demostración?
Kadora no se movió de su asiento, tenía una pierna cruzada sobre la otra en una pose muy sensual, exponía parte de un muslo bien torneado y el resto de su pierna culminada en una exquisita zapatilla plateada, su piel se empezó a tornar naranja oscuro, rayas negras aparecieron abrazando sus brazos, cuello y parte del rostro que adoptó una ligera forma felina, con ojos amarillos y nariz algo achatada; sus manos, que segundos antes parecían delicadas, se habían agrandado y sus dedos se alargaron y ensancharon un poco, las uñas con barniz blanco terminaron convertidas en garras negras y afiladas
Él no pudo negarse que la imagen era impresionante, aquella mujer tan atractiva no había perdido un ápice de su belleza con aquella transformación, definitivamente tenía potencial y le otorgaría una nueva dimensión a sus espectáculos, dimensión que desde hacía algún tiempo venía pensando; a pesar de todo lo que pudiera ser y todo lo que seguramente pensaban Laiha, Akcron y Xoia, había sido bastante discreto con sus peleadores, algunos eran Condenados como él, pero ninguno había manifestado ninguna habilidad que se saliera estrepitosamente de lo común, así que consideraba que tal vez ya era hora de cambiar de actitud y darle cabida a otras clases de Condenados. Todo era una cuestión de inclusión.
Al fin y al cabo todos tenían derecho a estar en este mundo. O por lo menos los habían dejado allí a su suerte.
Regresó al bar y se sirvió un trago, presionó un botón oculto y pocos segundos después entró una mujer asiática vestida de cuero rojo.
–Catia querida – dijo con su voz seductora – ella es nuestra nueva adquisición – señaló a Kadora que había retomado su forma humana – ya sabes qué debes hacer con ella.
La mujer le sonrío complacientemente y le tendió una mano a Kadora señalando la salida, ésta se puso de pie sin poder ocultar su satisfacción. Las mujeres alrededor de él caían rendidas con facilidad ante esa aura rebelde y sensual que emanaba. Se retiraron en silencio dejándolo solo nuevamente, se acercó al gran ventanal y continuó observando las luces de la ciudad, no podía quejarse de su vida, no estaba tan mal.

Pero se estaba tornando muy aburrida, y para un guerrero como él la vida no solo se componía de placeres.

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Hoy culmino con la publicación de los cinco capítulos prometidos de Los Condenados, si desean conocer el resto, pueden comprar el libro en formato físico o digital a través de Amazon

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Saludos desde mis mundos oscuros.