lunes, 11 de mayo de 2015

Los Condenados "La Caída de la Torre", Cap. V

Capítulo V
Attlas miraba la ciudad desde su oficina en el último piso de un lujoso edificio en el centro empresarial de Metrópolis 3, tras casi dos semanas del reencuentro esperaba que Laiha o Akcron se aparecieran por allí buscando información, pero en contra de todas sus deducciones ninguno de los dos habían aparecido.
Tal vez su vieja compañera de batallas podía despistar al Vampiro, asegurarle que no tenía ninguna intención de intervenir en las nuevas cruzadas, pero él sabía que de algún modo u otro al final ella iba a participar, así fuese por el simple gusto de la revancha, si había alguien que además de él deseaba clavarle una espada en los intestinos a ciertos miembros de La Corte era ella.
Vio su propio reflejo en el vidrio, ciertamente no había vestigios de su antiguo ser, todo rastro de su humanidad se había perdido tras los nuevos rasgos: piel blanca, cabello castaño claro tirando a rubio oscuro, ojos azules y un cuerpo bastante fornido producto no solo de un entrenamiento riguroso, sino todas las circunstancias por las que había pasado durante todos estos años para lograr posicionarse justo donde estaba en ese momento.
Viejos recuerdos habían aflorado tras la corta reunión que habían mantenido los cuatro; también algunas emociones que creía olvidadas tras tanto tiempo. Entendía que aunque no hubiese rastros físicos del humano que había sido antes, algo quedaba de él después de todo y no podía negarse que ambas partes entraba en conflicto cuando su bien apreciada simbiosis era importunada.
Se giró y escudriñó con calma la estancia; acostumbrado a los excesos en su vida antes de este mundo persistentemente buscaba vivir en condiciones apropiadas para un príncipe, siempre y cuando no estuviese corriendo las peligrosas aventuras a los cuales era adicto; pero con el paso de los siglos aquel mundo se había vuelto perezoso y en los tiempos que corrían no había mucho que hacer y disfrutar de innumerables placeres se le antojaba fútil y aburrido.
Recordó con cierta nostalgia las viejas vidas donde se enfrentó a poderosos guerreros y terminó escribió líneas sangrientas en la historia de la humanidad y a veces se sentía orgulloso de eso: de no haber pasado desapercibido en este mundo, aunque sus obras no estuviesen firmadas con su verdadero nombre.
Ahora algo de aquellos pasados tiempos había retornado, la gente estaba sedienta de violencia porque era lo único que parecía hacerlos sentir vivos, – El tiempo se ha estancado –, era casi imposible determinar la fecha exacta en la que se encontraban, no había paso de las estaciones, no habían noches más largas o días más largos. Nada se movía, todos pretendían continuar con unas vidas vacías porque eso era lo que se esperaba de ellos.
Era lo que tenían programado en sus mentes.
Attlas no se caracterizaba por ser muy prudente, en ese momento era una persona poderosa gracias al negocio ilegal de peleas que manejaba a vox populi y por el cual había obtenido todos los lujos que poseía: una mujer distinta y hermosa cada noche, los mejores licores, la mejor comida, dinero y todo lo que se le pudiese antojar. Todo esto sin que nadie siquiera osase pensar en controlarlo.
Él manejaba la ciudad tras bambalinas; todas las personas con cierto poder en Metrópolis 3 le debían favores y de alguna manera tenían que pagar, y él no escatimaba en cobrarle a nadie. Parte de ese pago era hacerse los ciegos ante sus negocios y la vista gorda a las aventurillas sexuales de las que se antojaba, se había revolcado con las esposas de grandes magnates y de peligrosos mafiosos – “Los peores vicios son los que jamás se olvidan” – pensó que le diría Laiha de haber estado en su cabeza, casi había escuchado su voz suave diciéndole eso con un dejo de alcahuetería.
Ver la creciente sed de poder que tenían algunos miembros destacados de las Metrópolis, le hacía pensar que La Ruptura no había borrado todo de sus memorias; a pesar de lo que habían pasado los humanos no habían revivido precisamente lo mejor de ellos.
Alguien tocó la puerta sacándolo de sus cavilaciones, una mujer de piel oscura y prodigiosa belleza abrió y pasó adelante sin esperar una invitación de su parte, iba ataviada con un vestido blanco muy ceñido que dibujaba su silueta sin dejarle nada a la imaginación, lo miró e inclinó la cabeza en señal de saludo, luego se dirigió al elegante sofá que tenía en un extremo de la estancia y se sentó cómodamente. Attlas no se sorprendió de esta conducta así que se acercó a un bar oculto tras unos paneles metálicos en la pared y sirvió un vaso de whiskey que ofreció a la mujer. Ella estaba allí buscando trabajo, pero no era un simple trabajo atendiendo alguna necesidad de él, que con el paso de los años había descubierto que eran muchas y muy variadas; la dama era una Metamorfa, un ser que podía cambiar de forma a su antojo, podía ser cualquier animal que ella decidiera, algo bastante atractivo para su negocio que se valía de la necesidad de parafernalia entre la floreciente sociedad adinerada de Metrópolis 3; había entrado a la Metrópoli hacía solamente dos días y normalmente pasaría hasta un año antes de que Attlas aceptara recibirla, pero dadas sus habilidades, las cuales no se había tomado la molestia de ocultar; decidió evitarle las necesarias medidas burocráticas, esa mujer era una adición muy interesante a su plantilla de combatientes, tanto que no podía simplemente dejar pasar la oportunidad.
–Dime en qué animales te puedes convertir Kadora – fue directo al grano, todos sabían que Attlas carecía de la capacidad de ser sutil.
–Lamentablemente en este lugar no puedo cambiar completamente – se lamentó, tenía una voz suave y ligeramente ronca – pero puedo recrear ciertas características y la fuerza o velocidad del animal que escoja; pero solo he logrado recrear felinos y algunas serpientes.
–Impresionante de todos modos – replicó Attlas, pensando en lo habilidosa que era, los seres como ella solo solían cambiar en un solo tipo de especie – ¿Podrías darme una demostración?
Kadora no se movió de su asiento, tenía una pierna cruzada sobre la otra en una pose muy sensual, exponía parte de un muslo bien torneado y el resto de su pierna culminada en una exquisita zapatilla plateada, su piel se empezó a tornar naranja oscuro, rayas negras aparecieron abrazando sus brazos, cuello y parte del rostro que adoptó una ligera forma felina, con ojos amarillos y nariz algo achatada; sus manos, que segundos antes parecían delicadas, se habían agrandado y sus dedos se alargaron y ensancharon un poco, las uñas con barniz blanco terminaron convertidas en garras negras y afiladas
Él no pudo negarse que la imagen era impresionante, aquella mujer tan atractiva no había perdido un ápice de su belleza con aquella transformación, definitivamente tenía potencial y le otorgaría una nueva dimensión a sus espectáculos, dimensión que desde hacía algún tiempo venía pensando; a pesar de todo lo que pudiera ser y todo lo que seguramente pensaban Laiha, Akcron y Xoia, había sido bastante discreto con sus peleadores, algunos eran Condenados como él, pero ninguno había manifestado ninguna habilidad que se saliera estrepitosamente de lo común, así que consideraba que tal vez ya era hora de cambiar de actitud y darle cabida a otras clases de Condenados. Todo era una cuestión de inclusión.
Al fin y al cabo todos tenían derecho a estar en este mundo. O por lo menos los habían dejado allí a su suerte.
Regresó al bar y se sirvió un trago, presionó un botón oculto y pocos segundos después entró una mujer asiática vestida de cuero rojo.
–Catia querida – dijo con su voz seductora – ella es nuestra nueva adquisición – señaló a Kadora que había retomado su forma humana – ya sabes qué debes hacer con ella.
La mujer le sonrío complacientemente y le tendió una mano a Kadora señalando la salida, ésta se puso de pie sin poder ocultar su satisfacción. Las mujeres alrededor de él caían rendidas con facilidad ante esa aura rebelde y sensual que emanaba. Se retiraron en silencio dejándolo solo nuevamente, se acercó al gran ventanal y continuó observando las luces de la ciudad, no podía quejarse de su vida, no estaba tan mal.

Pero se estaba tornando muy aburrida, y para un guerrero como él la vida no solo se componía de placeres.

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