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miércoles, 24 de junio de 2015

El Cantar de la Sirena (Poema Gótico)

Una noche, sumido en sus cavilaciones y carente de inspiración divina
el poeta, incrédulo y  desesperado
imploró a los dioses de la noche y la oscuridad, le otorgaran el don de la elocuencia.
Suspiraba de desesperación, cual amante abandonado
 al frío destino de la soledad maldita de los que han amado
 y han sido legados a los confines del recuerdo y el tiempo
 donde todo se convierte en una mancha borrosa
 y una historia amarga en un encuentro de copas.

Lloraba por dentro en cruel agonía
 sus manos habían dejado de manar ese dulce néctar de sapiencia
 y ahora las paginas en blanco creaban una alfombra pérfida carente de genialidad.
Cansado ya de su fracaso
 tras infructuosos intentos de invocar, siquiera, una palabra consoladora 
que demostrara que, después de todo, aún quedaban gotas en aquel manantial que él llamaba iluminación y creatividad
 se dio por vencido y empezó a beber.

Bebía abatido, copa tras copa de Bourbon,
 ahogando sus pensamientos en alcohol, 
esperando caer en ese estado de ensueño, donde las líneas de la realidad y la fantasía de su mente se yuxtaponían
 y todo se convertía en parte del mismo mundo irreal.

Pero, aun así no pasaba nada.
Entre los vapores del alcohol que nublaban su mente,
 ya casi al final de la conciencia 
antes de caer derrotado por la etílica, 
el aterrorizante ulular de una lechuza inundó la habitación con ensordecedora potencia,
 como si la poderosa Atenea hiciera chocar su lanza dorada contra el impávido escudo de la ignorancia, 
haciendo vibrar la estancia, 
amenazando su estabilidad,
 casi sintió que el mundo se le venía encima
 y de algún modo había encontrado el fin de su agonizante genio.
Pero así, como empezó, 
con la fuerza de lo sobrenatural,
 terminó,
 en un silencio sepulcral.

Sobre la mesa
 la botella derramaba su contenido,
 bañando los borrones de un remedo de poema.

Tal era el silencio
 que ni su propio corazón parecía latir dentro de su pecho.
La luna perdió su brillo y majestuosidad… El mundo a su alrededor perdió vitalidad.

Atroz y torturador silencio
 que parecía filtrarse dentro de sus huesos
 pudriéndolos despacio…

…Silencio
 como el que encontró esa noche, en su mente, cuando empezaba a componer.

Y a través de la ventana vio un camino.
Y tuvo la certeza de que había llegado la hora de morir.

Caminó despacio por la sinuosa senda que lo conduciría a su última morada,
 expectante y temeroso;
 no sabía qué monstruos se escondían en los recovecos de su psiquis.
No conocía las terribles quimeras que acechaban en los rincones de su mente
 y que amenazaban con saltarle encima
 y devorarlo en un frenesí canibalesco.

Con aquella lúgubre luz de luna
 siendo testigo de su caminata final 
escuchó a lo lejos la melodía más hermosa que alguna vez en su vida 
hubiese escuchado el más afortunado de los mortales.

La dulce voz calmaba su angustiado corazón,
 hacia bullir su cabeza con miles de pensamientos que danzaban al compás de aquel canto celestial 
formando suavemente el mas dulce de los poemas que cualquier amante enamorado pudiese en esta vida componer.
Millones de palabras sublimes tejían, en su otrora seco cerebro,
 las estrofas más gloriosas
 exaltando la belleza de aquella desconocida que bendecía con su excelsa voz
 los últimos momentos que pasaría en esta tierra estéril de inspiración.

Sus pies caminaban solos,
 guiados por las hipnóticas notas,
 ningún flautista lograría jamás tal devoción ciega.

Y allí, 
en medio de un claro, 
donde un pequeño lago refulgía con el esplendor de semejante aparición; 
allí, 
como si la propia luna se hubiese manifestado bajo el cuerpo de una sensual y tentadora mujer, 
resplandecía con luz propia la más extraordinaria de las visiones.

Su cuerpo extremadamente níveo
 descansaba sobre la orilla en un lecho de narcisos, cual ninfa griega.
Sus cabellos
 salpicados de brillantes gotas de rocío semejantes a perlas radiantes, 
se perdían junto a las preciosas flores en aquel mar oscuro y ondulado,
 donde él se hubiese sumergido gustosamente.
Sus labios voluptuosos 
cantaban la más hermosa melodía, y su voz 
era la de los mismos ángeles.

Y las curvas de su cuerpo
 eran la invitación a un mundo lleno de placenteras sensaciones,
 la promesa de un mejor y más maravilloso reino.

Y sus ojos…
¡Oh sus ojos…!
Deslumbrantes ventanas a un universo
 poblado de las más resplandecientes estrellas.

Y el poeta cayó en el embrujo de su voz, en el hechizo de su mirada.
Sólo con posar sus ojos en ella, selló la promesa de su fin.

Se acercó tambaleante,
 con los sentidos obnubilados por su presencia,
 temía que en cualquier momento
 desapareciera semejante tributo a la belleza, que había despertado a su marchita inspiración.
Ella extendió sus brazos y lo miró con una tierna invitación en sus ojos
 a perderse en aquella visión de placer y belleza.

Él, pobre incauto,
 se entrego ciegamente a ella.
Su piel era hielo abrasador en sus manos, sus caricias gélidas torturaban su dermis,
 los labios de ella se posaron sobre su cuerpo, marcando a fuego el deseo final de ese pobre mortal.
Él deseaba fervientemente perderse en los confines de su mundo secreto,
 sentir debajo de su cuerpo cómo ella se retorcía, fría, entre sus brazos,
 llena de placer.
Pero a cada beso,
 a cada caricia que ella le prodigaba como devota amante,
 sentía que la vida se le escapa despacio,
 sin prisas.
En cada gemido.
En cada suspiro.
Y la cruel realidad lo golpeó en el preciso instante en que ella hincaba sus mortíferos colmillos en su cuello.
El dolor más placentero y delicioso se apoderó de todos sus sentidos
 llevándolo a un paroxismo de placer.

Sentía escaparse lánguidamente, con cada succión,
 toda su energía vital; 
saboreaba,
 con dulce expectación,
 el pacifico final que se acercaba.

 Y por fin, en el clímax,
sintió cómo exhalaba su último aliento.

Despacio… 
como el último trago de la copa de vino…

Sublime… 
como la culminación del placer después del acto del amor…

Suave… 
como las caricias después de haberse amado…

Dulce…
como los postreros besos antes de partir…

Doloroso…
 igual que la despedida…

Y lo último que vio, antes de abandonar definitivamente su cuerpo,
 fue la majestuosa visión de aquel mensajero de la muerte,
 extendiendo sus hermosas alas negras.

 Lo último que acarició su cuerpo inerte
 fueron los cabellos de ella
 dejando tras de si los narcisos que serían la única decoración de su tumba.

Y aquella sonrisa diabólica
llena de satisfacción
 alejándose
 por haber logrado castigar su arrogancia.



lunes, 11 de mayo de 2015

Los Condenados "La Caída de la Torre", Cap. V

Capítulo V
Attlas miraba la ciudad desde su oficina en el último piso de un lujoso edificio en el centro empresarial de Metrópolis 3, tras casi dos semanas del reencuentro esperaba que Laiha o Akcron se aparecieran por allí buscando información, pero en contra de todas sus deducciones ninguno de los dos habían aparecido.
Tal vez su vieja compañera de batallas podía despistar al Vampiro, asegurarle que no tenía ninguna intención de intervenir en las nuevas cruzadas, pero él sabía que de algún modo u otro al final ella iba a participar, así fuese por el simple gusto de la revancha, si había alguien que además de él deseaba clavarle una espada en los intestinos a ciertos miembros de La Corte era ella.
Vio su propio reflejo en el vidrio, ciertamente no había vestigios de su antiguo ser, todo rastro de su humanidad se había perdido tras los nuevos rasgos: piel blanca, cabello castaño claro tirando a rubio oscuro, ojos azules y un cuerpo bastante fornido producto no solo de un entrenamiento riguroso, sino todas las circunstancias por las que había pasado durante todos estos años para lograr posicionarse justo donde estaba en ese momento.
Viejos recuerdos habían aflorado tras la corta reunión que habían mantenido los cuatro; también algunas emociones que creía olvidadas tras tanto tiempo. Entendía que aunque no hubiese rastros físicos del humano que había sido antes, algo quedaba de él después de todo y no podía negarse que ambas partes entraba en conflicto cuando su bien apreciada simbiosis era importunada.
Se giró y escudriñó con calma la estancia; acostumbrado a los excesos en su vida antes de este mundo persistentemente buscaba vivir en condiciones apropiadas para un príncipe, siempre y cuando no estuviese corriendo las peligrosas aventuras a los cuales era adicto; pero con el paso de los siglos aquel mundo se había vuelto perezoso y en los tiempos que corrían no había mucho que hacer y disfrutar de innumerables placeres se le antojaba fútil y aburrido.
Recordó con cierta nostalgia las viejas vidas donde se enfrentó a poderosos guerreros y terminó escribió líneas sangrientas en la historia de la humanidad y a veces se sentía orgulloso de eso: de no haber pasado desapercibido en este mundo, aunque sus obras no estuviesen firmadas con su verdadero nombre.
Ahora algo de aquellos pasados tiempos había retornado, la gente estaba sedienta de violencia porque era lo único que parecía hacerlos sentir vivos, – El tiempo se ha estancado –, era casi imposible determinar la fecha exacta en la que se encontraban, no había paso de las estaciones, no habían noches más largas o días más largos. Nada se movía, todos pretendían continuar con unas vidas vacías porque eso era lo que se esperaba de ellos.
Era lo que tenían programado en sus mentes.
Attlas no se caracterizaba por ser muy prudente, en ese momento era una persona poderosa gracias al negocio ilegal de peleas que manejaba a vox populi y por el cual había obtenido todos los lujos que poseía: una mujer distinta y hermosa cada noche, los mejores licores, la mejor comida, dinero y todo lo que se le pudiese antojar. Todo esto sin que nadie siquiera osase pensar en controlarlo.
Él manejaba la ciudad tras bambalinas; todas las personas con cierto poder en Metrópolis 3 le debían favores y de alguna manera tenían que pagar, y él no escatimaba en cobrarle a nadie. Parte de ese pago era hacerse los ciegos ante sus negocios y la vista gorda a las aventurillas sexuales de las que se antojaba, se había revolcado con las esposas de grandes magnates y de peligrosos mafiosos – “Los peores vicios son los que jamás se olvidan” – pensó que le diría Laiha de haber estado en su cabeza, casi había escuchado su voz suave diciéndole eso con un dejo de alcahuetería.
Ver la creciente sed de poder que tenían algunos miembros destacados de las Metrópolis, le hacía pensar que La Ruptura no había borrado todo de sus memorias; a pesar de lo que habían pasado los humanos no habían revivido precisamente lo mejor de ellos.
Alguien tocó la puerta sacándolo de sus cavilaciones, una mujer de piel oscura y prodigiosa belleza abrió y pasó adelante sin esperar una invitación de su parte, iba ataviada con un vestido blanco muy ceñido que dibujaba su silueta sin dejarle nada a la imaginación, lo miró e inclinó la cabeza en señal de saludo, luego se dirigió al elegante sofá que tenía en un extremo de la estancia y se sentó cómodamente. Attlas no se sorprendió de esta conducta así que se acercó a un bar oculto tras unos paneles metálicos en la pared y sirvió un vaso de whiskey que ofreció a la mujer. Ella estaba allí buscando trabajo, pero no era un simple trabajo atendiendo alguna necesidad de él, que con el paso de los años había descubierto que eran muchas y muy variadas; la dama era una Metamorfa, un ser que podía cambiar de forma a su antojo, podía ser cualquier animal que ella decidiera, algo bastante atractivo para su negocio que se valía de la necesidad de parafernalia entre la floreciente sociedad adinerada de Metrópolis 3; había entrado a la Metrópoli hacía solamente dos días y normalmente pasaría hasta un año antes de que Attlas aceptara recibirla, pero dadas sus habilidades, las cuales no se había tomado la molestia de ocultar; decidió evitarle las necesarias medidas burocráticas, esa mujer era una adición muy interesante a su plantilla de combatientes, tanto que no podía simplemente dejar pasar la oportunidad.
–Dime en qué animales te puedes convertir Kadora – fue directo al grano, todos sabían que Attlas carecía de la capacidad de ser sutil.
–Lamentablemente en este lugar no puedo cambiar completamente – se lamentó, tenía una voz suave y ligeramente ronca – pero puedo recrear ciertas características y la fuerza o velocidad del animal que escoja; pero solo he logrado recrear felinos y algunas serpientes.
–Impresionante de todos modos – replicó Attlas, pensando en lo habilidosa que era, los seres como ella solo solían cambiar en un solo tipo de especie – ¿Podrías darme una demostración?
Kadora no se movió de su asiento, tenía una pierna cruzada sobre la otra en una pose muy sensual, exponía parte de un muslo bien torneado y el resto de su pierna culminada en una exquisita zapatilla plateada, su piel se empezó a tornar naranja oscuro, rayas negras aparecieron abrazando sus brazos, cuello y parte del rostro que adoptó una ligera forma felina, con ojos amarillos y nariz algo achatada; sus manos, que segundos antes parecían delicadas, se habían agrandado y sus dedos se alargaron y ensancharon un poco, las uñas con barniz blanco terminaron convertidas en garras negras y afiladas
Él no pudo negarse que la imagen era impresionante, aquella mujer tan atractiva no había perdido un ápice de su belleza con aquella transformación, definitivamente tenía potencial y le otorgaría una nueva dimensión a sus espectáculos, dimensión que desde hacía algún tiempo venía pensando; a pesar de todo lo que pudiera ser y todo lo que seguramente pensaban Laiha, Akcron y Xoia, había sido bastante discreto con sus peleadores, algunos eran Condenados como él, pero ninguno había manifestado ninguna habilidad que se saliera estrepitosamente de lo común, así que consideraba que tal vez ya era hora de cambiar de actitud y darle cabida a otras clases de Condenados. Todo era una cuestión de inclusión.
Al fin y al cabo todos tenían derecho a estar en este mundo. O por lo menos los habían dejado allí a su suerte.
Regresó al bar y se sirvió un trago, presionó un botón oculto y pocos segundos después entró una mujer asiática vestida de cuero rojo.
–Catia querida – dijo con su voz seductora – ella es nuestra nueva adquisición – señaló a Kadora que había retomado su forma humana – ya sabes qué debes hacer con ella.
La mujer le sonrío complacientemente y le tendió una mano a Kadora señalando la salida, ésta se puso de pie sin poder ocultar su satisfacción. Las mujeres alrededor de él caían rendidas con facilidad ante esa aura rebelde y sensual que emanaba. Se retiraron en silencio dejándolo solo nuevamente, se acercó al gran ventanal y continuó observando las luces de la ciudad, no podía quejarse de su vida, no estaba tan mal.

Pero se estaba tornando muy aburrida, y para un guerrero como él la vida no solo se componía de placeres.

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Hoy culmino con la publicación de los cinco capítulos prometidos de Los Condenados, si desean conocer el resto, pueden comprar el libro en formato físico o digital a través de Amazon

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Saludos desde mis mundos oscuros.

lunes, 4 de mayo de 2015

Los Condenados, La Caída de la Torre, Cap. IV

Capítulo IV

Odín y su hija eran dos de las tres personas que conocían el lugar donde Laiha vivía, el resto de los habitantes de aquella comunidad sentían cierto temor reverencial y mantenían, lo que consideraban, una distancia prudente y respetuosa; ella nunca les había proporcionado mucha información sobre sí misma y esto había alimentado el halo misterioso en torno suyo; se limitaba a hablar con Odín durante horas en la cantina o paseaba sola por las zonas completamente abandonas de Las Ruinas. Su conducta daba pie a especulaciones de todo tipo, la que mayor peso tenía y la que todos sospechaban era la más acertada y simple: ella era uno de esos seres que se escondían entre los humanos.

Laiha les había transmitido el conocimiento para construir sus viviendas debajo de los edificios y también para la construcción de túneles subterráneos que les permitieran ir de un lado a otro durante la noche en caso de alguna emergencia, también les había enseñado algo de mecánica y habían recuperado un par de carros y camiones que usaban cuando no tenían más alternativa que aventurarse a viajar en busca de medicación para los enfermos mas graves, o comprar semillas para cultivar nuevas frutas o verduras y a veces, cuando parecía que los manantiales no daban abasto, buscar agua. Ella les obsequió el conocimiento necesario para vivir un poco mejor y ningún humano fuera de las Metrópolis conocía tanto, incluso dudaban que los humanos dentro de estas fuesen la mitad de instruidos en comparación con ella.

Odín había salido muy temprano en la mañana, tan temprano que todavía se sentían los vestigios del infernal frío de la noche, recorrió las numerosas calles que separaban a la pequeña comunidad del centro de la ciudad, tomó la ruta yendo hacia el extremo sur. El sitio dónde ellos se habían asentado se encontraba entre un distrito semi urbano y uno comercial, los edificios no alcanzaban a tener más de cuatro pisos; pero desde los límites habitados por ellos se podía ver las siluetas de los edificios que poblaban por entero Las Ruinas, había algo desesperanzador en las altas edificaciones y en sus calles vacías, en algunos lugares ciertas plantas se habían abierto paso entre las grietas del pavimento, los vidrios rotos de las ventanas parecían cuencas de ojos vacías aterradoras y sombrías que parecían acecharlo mientras se desplazaba rápidamente entre las calles, casi podía sentir que en cualquier momento algo saltaría de entre las sombras y lo arrastraría a un lugar mucho más frío y aterrador; miró al cielo que se hacía cada vez más azul con la esperanza de encontrar al sol más alto en el firmamento y le proporcionara algo de calor, pero entre aquel laberinto de concreto parecía que jamás llegaría la luz del sol hasta el suelo.

Apretó contra su cuerpo el bolso que llevaba a cuestas, no sabía exactamente qué le inspiraba ese terror helado que se apoderaba de él cuando iba a ver a Laiha, ella se sentía cómoda y tranquila viviendo en aquellas alturas desde dónde veía bastante bien la ciudad, pero Odín sentía que cualquier cosa podía salir de esas enormes tumbas de concreto,  porque eso era lo que parecían, lapidas de extraños gigantes que en otros tiempos habían sido poderosos.
Todas las historias que conocía desde niño cobraban vida en su cabeza cada vez que transitaba entre esas calles vacías.

Jamás se había atrevido a tomar un camino diferente al que Laiha le había indicado, muchas edificaciones se habían desplomado y las calles estaban bloqueadas por escombros, el camino de siempre era un poco largo pero estaba completamente despejado y no se le antojaba escalar trozos de edificios en medio de tanta soledad.

Se detuvo frente a uno de los edificios más altos que había entre aquellos restos, entró y frenó frente a las escaleras, Laiha vivía en el último piso y aunque había electricidad para nada le gustaba tener que subirse a ese diminuto aparato que llamaba ascensor y que le ahorraba subir a pie decenas de pisos, no recordaba cuántos exactamente, pero eran muchos.

Había ido a pie hasta ese lugar y el tiempo apremiaba, pero aun así no lograba convencerse a sí mismo de entrar al maldito aparato. De todos los edificios en pie, ese era el único que poseía energía eléctrica, un pequeño lujo que Laiha había demandado y que nadie se atrevió a negarle y más cuando había sido ella quien les había instruido en el funcionamiento de la planta de energía que los abastecía a todos; y la verdad era que mas allá de unas neveras y unos aparatos de música, lo único que ellos usaban eran las bombillas de luz, un regalo sumamente difícil de encontrar entre los restos de los edificios y casas de aquellas ruinas; y esa era una más de las razones por las cuales ellos hacían sus excursiones esporádicas a Metrópolis 3 donde Laiha tenía contactos que les suministraban esos insumos; personas que contrabandeaban con los suministros de mala calidad o con fallas y que eran desechados torpemente por la ciudad.

Tras media hora de consideraciones y después de no encontrar una excusa válida se montó a regañadientes en el ascensor y presionó el único botón existente, todos los demás habían sido arrancados.

Apretó los dientes y los puños cuando sintió que se ponía en marcha, se obligó a soltar el aire despacio, no quería salir de allí perdiendo la dignidad; una gruesa gota de sudor empezó a deslizarse por su mejilla desfigurada, podía verse a sí mismo asustado y sudoroso en los intactos espejos de las paredes; el tiempo no había sido tan inclemente con ese edificio, Laiha había mencionado en una ocasión que estaba construido con las últimas tecnologías contra sismos y catástrofes climáticas que poseía la humanidad en ese entonces, era el único edificio que tenía todos sus vidrios completos e indemnes, únicamente se había caído un poco de concreto de las paredes externas y estaba algo descolorido, pero efectivamente el edificio no se había caído y muchas cosas que estaban dentro de él se encontraban en condiciones bastante aceptables; de allí había sacado Laiha la mayoría de las camas que todos poseían en sus respectivas casas, utensilios de cocina, platos, cortinas y sabanas, muchas de las botellas más preciadas de Odín; algunas las utilizaban para negociar en Metrópolis 3 por productos de mejor calidad a lo habitual.

Las puertas se abrieron y salió a un diminuto vestíbulo muy limpio; Laiha alguna vez le dijo que no soportaba vivir en ciertas condiciones de poca higiene, que prefería mil veces vivir a la intemperie, en ese momento ponía de manifiesto sus cualidades femeninas, y él tenía que admitir que a veces olvidaba que ella era una mujer.

Odín no cuestionó nunca sus palabras, consideraba que Laiha había viajado y vivido lo suficiente para saber qué medidas tomar ante la necesidad de dormir afuera, donde hacía frío y había seres peligrosos; ahora, pensaba que todo tenía más sentido, él sabía que no era simplemente una humana, que era uno de esos seres, aunque nunca supo cuál y ahora que le había revelado su verdadera edad, comprendía por qué sabía cómo funcionaban tantas cosas, había tenido el tiempo suficiente para aprender todo, sobre todo.

Tocó la puerta con fuerza suficiente para que resonara por todo el lugar, este tenía tres estancias bastante grandes y él solo conocía una, su hija Narcisa conocía el cuarto y baño. Había salido tan impresionada y encantada con este que él no tuvo otra opción que construir uno para ella, para no tener que ir a las duchas publicas donde iban todos y así poder controlar el consumo de agua; también había instalado una silla blanca con tapa, donde previamente había cavado un pozo lo bastante profundo para que ella hiciera sus necesidades, poco después él encontró muy cómoda aquella adquisición, Laiha le había dicho dónde hallarla, junto con la tina y el lavatorio con espejo, ella le informó que la silla era de hecho un retrete y que funcionaba con agua para bajar los desperdicios; un lujo que no se podían dar, pero ella les enseñó cómo almacenar agua desde un enorme envase que tenían en el techo de la taberna y que dejaban abierto en las noches esperando que las lluvias ocasionales o el granizo proporcionara el agua que usarían para eso ya que cualquier cosa que viniera del cielo no era apta para beber o regar la siembra, pero no había problema en usarse para desaguar los desperdicios.

Laiha abrió la puerta.

La encontró con un aspecto deplorable, hacía dos semanas que no la veía y aunque físicamente parecía estar bien, las profundas ojeras que enmarcaban sus ojos resaltaban la expresión cansada y sombría de su semblante. Se hizo a un lado y lo dejó entrar, todo  parecía normal y en su lugar, según recordaba; había un enorme sofá mullido de color vino hacia un lado, las paredes tenían un hermoso color crema tostado, a la derecha había una mesa con cuatro sillas, de respaldo alto, eran de madera oscura y cojines de color rojo oscuro, las cortinas eran doradas y ondeaban suavemente con el viento que entraba por una pequeña abertura en las ventanas, el piso era de mármol blanco y había unas mesitas bajas con algunos adornos, floreros de cristal y esculturas que a pesar de faltarle extremidades, parecía que Laiha se había tomado el tiempo para restaurarle algo de su antigua belleza, algunos cuadros; pero la única cosa que a él le gustaba era la alfombra que se encontraba en el medio de aquella estancia, era suave y bastante mullida, le gustaba quitarse los zapatos y caminar sobre ella, a Laiha parecía no importarle demasiado a pesar de que el lugar denotaba el esfuerzo que había llevado a cabo con tal de convertirlo en un lugar más que cómodo; cada vez que la visitaba se sentía tentado a tomar una de las habitaciones en el piso inmediatamente inferior al de ella, eran hermosas en verdad, ya las había visto en más de una ocasión pero aquella vista lo hacía sentirse diminuto y asustado. Él era un ser de tierra, le había dicho en más de una ocasión, su casa estaba bajo tierra y allí se sentía seguro.
–Narcisa te mandó comida – dijo en tono de regaño, Laiha no midió palabra y se dirigió a la estantería de metal y cristal que estaba al lado de la puerta, se podía ver dentro de ella platos, copas, vasos, cubertería; a Odín no le gustaba comer en aquellas cosas, parecían demasiado frágiles para sus maneras toscas, pero ella se hacia la desentendida y siempre le servía en aquellas piezas delicadas.
–Gracias – dijo al fin mientras llevaba un par de platos y cubiertos a la mesa.
–¿Qué te sucede? Tienes mal aspecto – primera vez que la veía en ese estado, distraída, con la guardia baja y usando una especie de vestido largo de tela brillante y delicada; se veía hermosa, él adivinaba una figura no solo atractiva sino fuerte y ligeramente musculosa, pero de hecho tenía el aspecto de una mujer elegante y suave. Ella abrió el bolso que él había dejado en la mesa y sacó unas viandas grandes de barro que venían tapadas; el exquisito olor del guisado inundó la estancia, en otra había pan recién hecho y en la siguiente había una especie de dulce hecho con alguna fruta que no podía identificar por el olor; ella sirvió el contenido del guiso en ambos platos, una buena porción para él y una más pequeña para ella, cortó el pan con las manos, cosa que no acostumbraba a hacer, se sentaron a comer y mientras Odín engullía su comida de la manera más educada posible, Laiha simplemente se llevó un bocado a la boca y estuvo masticándolo por largo rato.
–Insisto en que tienes mal aspecto.
–Tú lo tienes todo el tiempo y yo no te digo nada – había hastío en su voz y eso lo tranquilizó un poco, tal vez solo estuviera cansada – solo tuve pesadillas.
–¿Qué clase de pesadillas?
–Viejas pesadillas, nuevas pesadillas, pesadillas – miraba su comida como esperando alguna clase de respuesta.
–Vine porque Leah me dijo ayer que necesita algunas medicinas, esos antiboticos que tú dices – prefirió cambiar el tema abruptamente; aunque suponía que Laiha podía deducirlo, había muy pocas razones para que él se desplazara hasta ese sitio.
–Se dice antibiótico – le corrigió cansada – Voy a darme un baño y salimos – dijo poniéndose de pie y desapareciendo por un pasillo cerca del enorme ventanal.
Odín terminó de comer y recogió el plato que apenas había probado ella y devolvió su contenido a las viandas que aseguró bien y guardó dentro del bolso nuevamente; se dirigió a una entrada lateral que daba a la mejor y más hermosa cocina que él había visto, allí Laiha tenía un lugar donde lavar los platos, un mesón enorme donde cocinar, cosa que no hacía muy a menudo, pero las veces que lo hacía los había deleitado a su hija y a él, una despensa que sabía contenía alimentos de primera calidad comprados en la Metrópoli cuando iban para allá; ese era otro secreto que ambos compartían, aunque llevaban comida suficiente para que todos estuvieran alimentados, solían ser alimentos que podían durar años antes de descomponerse, venían en latas y aunque había enormes variedades, cuando Laiha le hizo probar alimentos frescos y recién preparados, pudo comprobar la diferencia; sus cultivos no tenían el mismo sabor, por esa razón Laiha había empezado a hacer negocios con la Metrópoli, para poder abastecer de comida a la población cada vez más creciente; lo que los invernaderos producían no era suficiente para todos, apenas alcanzaba, pues en más de una ocasión tuvieron que deshacerse de todo el producto por estar dañado; la tierra estaba enferma y por más que todos se esforzaban por recuperarla, Laiha les aseguraba que iba a tomar demasiado tiempo antes de que volviese a ser dadivosa; así que se sostenían de esa manera; la caza tampoco era muy buena, les ayudaba un poco pero no lo suficiente.

Repentinamente muchas cosas se aclararon en su cabeza mientras veía la nevera que conservaba ciertos alimentos refrigerados, Laiha llevaba en aquella ciudad más tiempo del que todos creían, había vivido allí desde mucho antes de que ellos llegaran.

Laiha lo observaba desde el umbral de la entrada, se había vestido para viajar y llevaba un bolso bastante grande cruzado en su espalda, había recogido su larga cabellera negra en una cola de caballo, llevaba en sus manos unos lentes oscuros, inclusive se había puesto guantes.
–Llevas más tiempo viviendo aquí del que nos hubiésemos imaginado – no había acusación en su voz, por primera vez en su vida, Odín había hablado en un tono apaciguado – seguramente estabas aquí antes de que nosotros llegáramos.
–Este lugar es solo la reconstrucción del recuerdo de una vida anterior – dijo ella con cierta tristeza – aquí hay todo lo que deseaba tener en aquel entonces, cuando creía que los tiempos simples llegarían a mi vida y yo iba a poder tener esto… pero nunca llegaron los tiempos simples, esto es solo una parte de mi vida a la que no he querido renunciar, a la que no he podido renunciar – acarició con algo de amargura el borde del umbral.
–Pudiste vivir en las Metrópolis – dijo él.
–Las Metrópolis no me agradan – señaló ella encogiéndose ligeramente de hombros restándole importancia – demasiadas personas indeseables tratando de ocultarse, simplemente no podía ser una más de esos.
–Yo pensé que había tenido una vida bastante miserable y difícil… pero tú… – reflexionó, por alguna razón sintió verdadera lástima por Laiha, más aún viéndola en ese estado; dudó un poco, buscaba una palabra que no sabía si existía para continuar la frase.
–No existe una palabra para describir mi existencia – sentenció ella adivinando lo que pensaba, le dio la espalda y salió de la cocina. Odín escuchó cómo la puerta se abría y Laiha se alejaba, sus botas retumbaban en el suelo en el vestíbulo y el eco de estas rebotaba por todo el lugar.
La siguió, lo esperaba frente una puerta oculta tras un bastidor de madera en el vestíbulo, obviaron el ascensor con las puertas abiertas, Laiha dejó al descubierto el pasillo donde descansaba la moto y la rampa que bajaba; agradeció internamente no tener que bajar en esa cosa nuevamente, pero la maldijo por no haberle hablado de ese camino, no había escalones y él hubiese podido subir por allí.

Se montó en la moto y se aferró al asiento, no deseaba tocar a Laiha, era algo que no le gustaba, temía que ella se molestara por el contacto y terminara quebrándole todos los huesos de las manos; estaba incómodo pues la enorme bolsa de viaje de Laiha estaba asegurada a la parte de atrás y él era de dimensiones bastante grandes y el espacio que le había dejado Laiha parecía ser demasiado pequeño; aun así, se sentó procurando colocar su propio bolso entre ambos, ella aceleró la moto un poco y tras acomodarse los lentes oscuros sobre los ojos arrancó.

Odín se sentía un poco mareado por las curvas mientras que ella parecía no inmutarse, por lo cual no disminuía la velocidad, llegaron a la planta baja y Laiha tomó dirección hacia un pasillo más amplio que terminaba en una puerta de carga a un costado del edificio; salieron a la calle y empezaron a zigzaguear entre ellas, él alcanzaba a ver las vías bloqueadas por viejos carros o por escombros; atravesaron la parte habitada de la ciudad y se dirigieron al lugar donde guardaban el armatoste de carro que Odín conduciría hasta la Metrópoli, allí iría la moto; Laiha conduciría un camión cisterna más grande porque necesitaban buscar agua aquella vez.

Llegaron a un galpón en la antigua zona industrial de la ciudad, Odín se bajó de la moto agradecido y casi elevando una plegaria a una fuerza desconocida, abrió una de las puertas del galpón dándole paso a Laiha; el día anterior habían recogido y almacenado todo lo que podían intercambiar por comida y dinero para comprar otras cosas, ya estaban en la camioneta y había un lugar reservado para subir la moto; ese era el vehículo con el que se movía por la Metrópolis, Odín no sabía cómo había obtenido la moto, pero sí que aquella maquina no solo era potente, sino un vehículo moderno, no era algo sacado de un viejo garaje entre los restos de escombros de una casa derruida.

Se subió del lado del piloto, la llave descansaba en la ignición, dejó su bolso a un lado y encendió la camioneta, todo funcionaba perfectamente, los hombres que se encargaban del mantenimiento de todo lo mecánico y eléctrico de la comunidad  hacían un excelente trabajo; como si ese conocimiento hubiese estado dormido dentro de ellos y Laiha lo hubiese hecho despertar.

Recordó la primera vez que Laiha le dio el carro y le enseñó a conducir, sintió que era algo que sabía hacer y disfrutaba hacerlo, sentía una felicidad casi infantil cada vez que se acercaba un viaje, sobre todo porque los viajes no eran constantes, había temporadas en que no tenían nada para intercambiar por dinero o que les permitiera obtener el paso a la ciudad; no importaba cuanta necesidad hubiese de agua o de medicamentos, no  pasarían sin pagar el precio respectivo.

Pero esta vez habían tenido un golpe de suerte y habían conseguido en una vieja fábrica suficientes metales para canjear, toneladas de hierro, aluminio, acero y otros que no habían logrado identificar; habían desmantelado las maquinas y clasificado cada pieza en lotes por tipo; lo que habían encontrado garantizaba la entrada y el abastecimiento de agua, por lo menos por un tiempo prolongado, siempre y cuando supieran jugar bien sus cartas; adicionalmente, desde su última estancia allá, varias caravanas  habían pasado, consiguiendo así suficiente oro, plata y un surtido variado de piedras preciosas que Laiha podía vender entre sus contactos y por las cuales siempre obtenía ganancias muy jugosas, llevándoles a todos las ventajas de algunas cosas que eran consideradas lujos en sus actuales condiciones.

Aunque la mayoría de las cosas que se buscaban eran alimentos, medicinas e insumos médicos, y un poco de combustible necesario para poner en marcha los viejos vehículos y algunas bombas que estaban en los manantiales que poseían, a veces sobraba algo para disfrutar: ropas de distintos tamaños, cuadernos, zapatos, pero sobre todo, medicina para la tierra; no podrían criar animales si la tierra no daba frutos.

Estaban listos para partir; Odín estaba más ansioso que de costumbre, ahora tenía la necesidad imperiosa de hablar con Laiha y que ella le explicara todo lo que dijo debía explicarle; pero sentía que debían hacerlo fuera de aquel lugar, abrigaba un miedo casi supersticioso, ella iba a revelarle ciertos secretos y verdades y quería de algún modo proteger a las personas que habitaban junto a él en aquel rescoldo de vida segura.

Rodearon la  ciudad y se dirigieron a la Metrópoli, les  tomaría unos cuatro días de camino, aproximadamente, viajando en esos vehículos y deteniéndose solo una vez en el día y para dormir en la noche unas cuantas horas; la carretera que se abría hacia afuera de la ciudad era enorme y estaba completamente despejada; mientras más rápido se alejaran de la ciudad más posibilidades tenían de protegerse del frío mortal. A ambos lados de la carretera había algunos árboles, pero no parecían demasiado sanos; la ventaja del lugar era que todo estaba en línea recta y superficie plana hasta el lugar por donde entraban, ya que no podían dirigirse a las entradas principales. Laiha había viajado dos días para una reunión de cinco minutos; calculó que habían pasado cuatro días y medio entre la ida y el retorno, deteniéndose solo lo necesario; pero aunque ellos habían escogido una pequeña montaña entre Las Ruinas y la entrada principal de Metrópolis 3, esta vez, Laiha y Odín tomaban un camino más directo a la Metrópolis, cosa que acortaba las distancias y el tiempo de viaje.

Tenían una rutina bastante sencilla y si se cumplía exactamente como estaba prevista minimizaba los riesgos y los accidentes; debían conducir hasta que el sol se estuviera ocultando, después se detendrían a descansar, dormirían toda la noche y luego, apenas empezara a clarear arrancarían nuevamente.

Odín abría la marcha; condujeron hasta el límite pero no se detuvieron; el descanso les permitiría hablar un rato antes de encerrarse en sus carros a descansar, pero en un determinado momento Laiha cambió lo acostumbrado, lo rebasó y se colocó delante de él, siguió avanzando un poco mas mientras Odín continuaba tras ella, cuando casi ya no quedaba claridad se desvió a la izquierda del camino y se detuvo; habían unos peñascos enormes ubicados en semicírculo, Odín se paró al lado del gran camión y se bajó con expresión perpleja, Laiha se había puesto en marcha y armaba una fogata, él se estaba palpando los bolsillos para darle cerillos con los cuales prender la leña, pero ella solo se limitó a pedirle que buscara más madera; no rechistó, debía buscar más leños por allí cerca mientras todavía disfrutaban de un poco de luz; caminó un par de metros, recogió unos cuantos palos que se veían buenos y grandes y regresó.

Un fuego que le llegaba a la cintura ardía ya en la fogata, ella estaba sentada en la tierra con las piernas extendías y la espalda recostada sobre una de las rocas: – Si mueves un poco tu camioneta cierras el círculo y puedes aprovechar más el calor, aunque estamos más lejos que de costumbre, esta noche va a hacer mucho frío.

Hizo lo que le aconsejó, sacó el bolso con alimentos y los tendió en la tierra entre ellos, Laiha comió más esta vez y parecía que había recuperado algo de su serenidad; la noche había caído y en efecto, tal como ella le aseveró, el frío fue glacial, buscó una manta gruesa dentro de sus cosas y se la pasó sobre los hombros; Laiha parecía no verse afectada por la temperatura, habían dejado de comer y ahora se limitaban a mirar las estrellas, parecía absorta en sus propios pensamientos. Odín miró su perfil, nunca le había inspirado terror, pero si una especie de respeto algo temeroso, ya era un hombre bastante mayor y por mas conservado que se viera y fuese fuerte y resistente, junto a ella se sentía como un chiquillo la mayoría de las veces; aunque no lo dijese en voz alta siempre lo intimidaba, pero el sentimiento más fuerte y el que siempre se sobreponía a todos los demás era la curiosidad y se valía un poco de su aspecto fiero y algo irrespetuoso para formularle preguntas que tal vez fueran incomodas o los pusiesen en peligro a todos.

El fuego no se extinguía, seguía ardiendo con la misma intensidad que cuando Laiha lo encendió, lo que les proporcionaba un calor bastante apreciado; las palabras se escaparon de su boca sin pensarlo:
–¿Qué clase de ser eres tú? – no se arrepintió, había querido preguntárselo siempre, pero se habían intensificado las ganas tras la conversación en la cantina.
Ella no respondió de inmediato; no parecía sopesar la respuesta, sino más bien distraída, solo se dedicaba a contemplar el cielo nocturno plagado de estrellas.
–Soy un Ángel – respondió al fin.
Odín no podía dar crédito a sus palabras; su padre le había hablado de Los Ángeles, los había visto en un ventanal de un viejo edificio; aunque la mayoría de las cosas dentro de aquel sitio de aspecto extraño estaba roto o irreconocible, algunos de sus ventanales estaban intactos, eran coloridos y en ellos se representaban figuras; cuando la luz pasaba por aquellos vidrios de colores parecían llenarse de vida; su madre que todavía vivía en ese momento le había dicho que aquellos seres con alas que se representaban allí eran Ángeles; seres venidos del cielo y por eso tenían alas. Los pocos días que habían pasado allí refugiándose, él contempló cada vez más emocionado aquellos vitrales, había algunas figuras realmente maravillosas que lo llenaban de paz, algo así de hermoso solo podía ser bueno.
–¿Así que eres de los buenos? – le preguntó con cierta emoción infantil, no podía ocultarlo, comprendía ahora porque ella se había empecinado en ayudarlos a todos.
–¿Buenos? – bufó, posó la mirada en él, tenía una expresión mansa, comprendió que la memoria colectiva que todos guardaban lo llevaba a creer que Los Ángeles eran seres de luz; aunque no era mentira, ciertamente era una verdad con muchas caras y versiones – No, Odín, lamento informarte que no existen realmente buenos o malos Ángeles.
–¿Qué quieres decir? – preguntó con decepción.
Suspiró, en ese sentido, explicarle a Odín ciertas cosas era como hablar con un niño.
–Quiero decir que Los Ángeles son como los humanos, solo que tienen alas y pueden hacer ciertos trucos – parecía contrariado con esa respuesta, pero ella debía desmitificarse así misma ante él para que Odín pudiese prepararse y preparar a los demás – hay entre nosotros los humanos personas buenas y personas malas, todo depende del lado en el que juegues. Una persona mala para ti es aquella que puede hacerte daño o que va en contra de lo que tú quieres o que atenta contra tu seguridad; pero tú, también puedes representar todo eso para otra persona – se estaba complicando con la explicación – lo que quiero decir es que no todos Los Ángeles son buenos, no somos seres divinos como se nos pinta en muchas mitologías, sí venimos de La Luz, es nuestra esencia pero no somos salvadores y no somos la personificación de la bondad.
–¿Quieres decir que Los Ángeles no son buenos? ¿Qué son seres como nosotros, que pueden ser malos o buenos?
Ella asintió.
–¿Hay otras criaturas, verdad? – le preguntó con fingida valentía – Las que mis padres me contaban.
–Sí, hay muchas y muy variadas.
–¿Cómo cuales?
Ella suspiró, aquello era complicado de explicar.
–Bueno – empezó – existen unos seres que son bastante mágicos, es decir que poseen cierto poder en su naturaleza y otros que en sí, son parecidos a los humanos, es decir, que sus habilidades son limitadas, guerreros y guerreras dotados de destrezas extraordinarias – en su voz había cierta empatía al mencionar eso – luego hay otras de naturaleza igual pero capaces de servir de medio para manifestar poderes y habilidades mágicas, como dominar el viento o el fuego, por ejemplo – señaló la hoguera que seguía ardiendo sin necesidad de alimentarla con más madera – otras son de naturaleza más amable o más hostil, algunos están en contacto con la energía de su hábitat, pueden habitar las aguas o las tierras heladas, aun así se ven como los  humanos, tienen dos brazos, dos piernas; esta figura – lo apuntó – es universal, solo varía en algunos rasgos, algunos tienen alas, otros pueden cambiarla a su antojo… – suspiró un poco – así se podría resumir.
Odín intentaba mantener la calma ante aquella revelación, trataba de tomar todo como un adulto, aquella información era de algún modo importante para saber qué había allá afuera en la oscuridad.
–¿Y solo salen de noche? – ella se rió de la pregunta, pero no había mala intención detrás de aquella risa, seguramente si Odín no hubiese estado tan asustado se hubiese reído también.
–Aunque entre los mitos y leyendas de los humanos se dice que solo salen de noche, eso no es limitativo, la oscuridad es buena porque sirve para ocultarse, mas no implica que solo allí puedan ser voraces.
–Háblame de la cosa esa, La Ruptura que tú dices que pasó – cambió de tema, se había estremecido con aquella respuesta, no le gustó.
–Fue como si algo se hubiese roto, como cuando una tubería de metal se fisura y el agua empieza a filtrarse, con el tiempo se oxida – comparó – no solo hubo guerras como te mencioné antes, sucedió también con las personas, las cosas cambiaron, los paradigmas cambiaron.
–¿Qué es paradigmas? – Laiha no pudo evitarlo, soltó una carcajada.
–Lo siento – se disculpó, no esperaba esa pregunta realmente – es como decir modelo o mejor explicado puedo decir que es un concepto, en ese sentido un concepto de vida; la gente sintió que algo estaba cambiando, la tierra, el agua, el aire y comprendieron que se les venía encima una catástrofe, el mundo que habían construido estaba cimentado en bases muy endebles, al final todo se derrumbó, todo lo que creían se había disuelto, ¡Ceniza! – señaló el fondo de la fogata donde las cenizas de los leños todavía ardían – descubrieron que Dios no existía, indiferentemente el nombre que le pusiera cada quien, simplemente no existía, que estaban indefensos… pero no que estaban solos.
–¿Qué sucedió entonces? – preguntó aprensivamente.
–Sucedió lo que tenía que suceder, empezaron a pelearse entre sí creyendo que el poder del dinero era lo único que podía salvarlos, que si se apoderaban de ciertos recursos, de ciertas cosas, iban a sobrevivir mejor, pero no escatimaron en las armas que usaron, se arrasaron a sí mismos, a naciones enteras… pero el mundo a su alrededor también estaba cambiando, estaba siendo influenciado por una energía que no podía repeler, así que cuando menos lo esperaban hubo grandes terremotos que hundieron islas y separaron continentes, gran parte de la historia de la humanidad se perdió en aproximadamente cien años y cuando ya parecía que los humanos estaban destinados a la completa extinción, el mundo logró acomodarse a esa influencia, pero se detuvo, como si el tiempo se hubiese estancado.
–¿Cómo sabes cuantos años han pasado desde entonces?
–Porque me he tomado la molestia de contar los días, las semanas y todo, incluso los años bisiestos – se rió.
–¿Qué es un año bisiesto? – arrugó la frente.
–Nada importante, olvídalo… sé que después de eso, los humanos se desorientaron, ustedes saben más o menos cuántos años tienen porque yo les enseñé a llevar esa cuenta, así podían determinar las edades de todos ustedes pero aun así, no logran interiorizar ese conocimiento; en otros sitios la gente no lo sabe, aunque no se pierden de mucho, aunque envejezcamos, el tiempo es solo una ilusión.
Todo parecía demasiado complicado para su limitada comprensión.
–Pero, hay ciudades Laiha – parecía contrariado – hay tres Metrópolis, yo lo sé… ¿Cómo sobrevivieron las ciudades?
–No lo hicieron, sencillamente algunas personas tomaron previsiones, personas con cierto poder, notaron que todo se iba a la mierda e intentaron protegerse, así que guardaron los conocimientos y cuando parecía que todo se calmaba, usaron eso para empezar de nuevo; las Metrópolis no llegan a cien millones de habitantes, tal vez la dos es la más poblada y llegue a unos ciento cincuenta ¡Y especulo con ese número! E incluso así eso no es mucho, sobre todo porque esas tres son las más pobladas de todo el mundo, las demás ciudades que existen son centros pequeños, que no tienen los avances tecnológicos ni las defensas necesarias, son sitios que cuando mucho albergaran a un millón o dos en el mejor de los casos… esos números son nada comparado con la cantidad que existían antes de La Ruptura.
–¿Cuántos? – preguntó
–Más de siete mil millones de habitantes en todo el planeta – respondió ella.
Él no alcanzaba a comprender la magnitud de la diferencia entre los números, pero intuía que era un número enorme.
–Y algunos de esos millones que quedan, unos miles no son totalmente humanos – le acotó.
Odín notó que le dolía la cabeza, no podía, ni quería saber nada más, por lo menos por esa noche, también se recostó en la roca y cerró los ojos. Laiha no le dijo nada, se limitó a observar de nuevo el cielo, recordaba las constelaciones de su época, algunas habían cambiado, otras parecían haberse perdido como todo lo demás.
Había algo en la naturaleza humana de ella que la obligaba por lo menos a alertar a los participantes de aquella nueva guerra, no podía simplemente ser una observadora imparcial de las circunstancias y dejar que ellos jugaran con más desventajas de las que ya tenían.

Esa era la principal razón por la cual había sido condenada a ese mundo aunque su verdadero destino era el Hades, algunos habían creído que podía hacer algo desde ese lugar a medio camino; pero no olvidaba que en la última guerra que se había librado y  la cual habían perdido, había culminado con la creación de los seres humanos; ellos estaban allí para sostener el Edén, pero al final, el plan no había funcionado como querían y la supuesta fuente de energía infinita para los seres que controlaban El Cielo, sencillamente falló.
–Y ahora todo va a colisionar – pensó en la advertencia de Akcron – tal vez haya fuegos artificiales en ese momento… tal vez yo pueda generar fuegos artificiales – se dijo a sí misma con malicia; no quería participar en la guerra, pero sentía un placer algo malvado ante la idea de por lo menos hacerle las cosas un poco más difíciles a sus viejos compañeros.
Pero más allá de eso, Laiha pensaba una y otra vez en todas las cosas que podía implicar ese choque: la posibilidad de volver a su mundo, tal vez de recuperar su cuerpo, el conocimiento para liberarse de su humanidad definitivamente, o tal vez en un rapto de agradecimiento, liberarse mutuamente, ella en un cuerpo y la humana en otro.

Las ideas rondaban en su cabeza, tomaban formas sinuosas, pero después de todo, ella no quería pensar demasiado. ¿Qué motivos la impulsarían a regresar?, supo que ninguno, volver a su mundo implicaba enfrentarse a personas a las que no sabía si quería volver a ver: al padre que asesinó alguna vez, a la madre que la rechazó o peor aun a la madre que sí la aceptó; hermanos, conflictos políticos, viejos amantes, su antiguo y desafortunado amor.

No era una perspectiva agradable.