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viernes, 12 de junio de 2015

Del oficio de escribir: Consejos para el escritor.

Cuando una persona se decide a escribir “profesionalmente”, se aboca a buscar por internet los “diez consejos que todo escritor debe seguir” o “técnicas que te ayudarán a ser mejor escritor” y cualquier entrada de blog, artículo de pagina web, libro o curso para escribir.

Está muy bien documentarse sobre todo eso, pero hay que hablar claro y decir que estos no son biblias ni manuales para escribir, aquellos que nos dedicamos a esto llegamos a la conclusión, bastante sencilla, de que el proceso es distinto para cada individuo; puede ir desde: “escribe todo lo que se te ocurra” hasta “pararte de cabeza para que la sangre fluya y aparezcan las ideas”.

La mayor parte de escribir se compone de dos procesos, el creativo ―donde se gesta y nace la historia― y el productor ―que es sentarse y escribir―. Conversando hace unos días con una amiga, profesora de la Universidad de Oriente de Venezuela, comentaba que en uno de sus talleres de escritura la primera pregunta que hacía era: ¿Con qué se escribe?, lo cierto es que inmediatamente pensamos que con las manos o con la mente, pero su respuesta, aparte de jocosa, fue exacta y precisa: se escribe con las nalgas.

Muchos se preguntarán qué significa, y no es más que el hecho de que el primer consejo para el escritor es: siéntate a escribir.

Podemos encontrar desde conceptos específicos hasta subjetivos sobre cómo escribir, algunos funcionan, otros no; lo importante es sentarse con la mentalidad fija en la meta; uno puede proponerse metas razonables: una página por día, tres, cinco, quince; también puede ir por capítulos si se dedica a la narrativa, pero lo importante es escribir. Hay que tomar en cuenta que uno debe ser honesto, hay cierto respeto que se genera cuando uno dice: “soy escritor” inmediatamente la gente reacciona con un “¡¡oooh!!” mental porque la asociación más lógica es: si escribe debe ser muy inteligente. Lo siento chicos, pero escribir libros no te hace inteligente.

El siguiente consejo es uno muy simple que no todos enumeran en sus diez pasos, y es uno que de tan fácil pasa inadvertido: Busca tu propio ritmo.

Hoy en día hay una competencia entre escritores, es algo así como quién publica más libros, solo que la ecuación: +libros=+ventas=mejor calidad no es verdad. Ni siquiera los prodigios de la literatura pueden o sacan libros en un mes, porque el proceso detrás de escribir es más que una idea que se te ocurre mientras te tomas un café, o te duchas, o caminas por la calle. La mayoría (nótese que dije: LA MAYORÍA) de los escritores que publican un libro cada mes, que es de su propia autoría evidentemente, no varían la formula de escritura; es decir, el último libro es igual al anterior, y al anterior, y al anterior, y así sucesivamente hasta llegar a ese primer libro publicado; y no crean que todos los lectores son buenos, la literatura basura existe por algo, es la clase de literatura que evita que pienses, que hagas conexiones mentales, que no posee intrigas, ni suspenso y que te obsequia unas horas de liberación mental; desde mi punto de vista como lectora es la clase de libros que siento que insultan mi inteligencia, pero que de vez en cuando leo porque a veces se necesita una dosis de eso, es como la persona que se alimenta sanamente pero cada seis meses se da un atracón de comida chatarra. Lo importante acá (disculpen el desvío del tema) es que no necesitas entrar a esa carrera, por lo menos no si no quieres ser un escritor más del montón; no debes preocuparte porque tu libro te tome seis meses o un año escribirlo, recuerda que el libro es un aprendizaje para el escritor, cada libro nuevo es una enseñanza lograda, absorbida y aplicada en el siguiente trabajo. Además, los buenos libros son como los vinos, hay que dejar que se maduren.

El siguiente consejo es otro de esos que de tan obvios, da como vergüenza señalarlo: Consigue tu ambiente ideal.

Escribir es un proceso de desconexión del mundo en el que vive el escritor, dicha desconexión se hace para conectarse con la realidad que está creando, eso implica que puedes pelear con tus personajes, erigir o destruir la ciudad o entorno donde todo se está desarrollando, inclusive es para delinear los puntos de la historia. Cada quién tiene un proceso, algunos necesitan música que aísle el sonido externo, otros ―como en mi caso― necesitan silencio; unos puede que necesiten soledad, otros necesitan un mínimo de orden en su entorno, tener a la mano una bebida caliente, o un libro cualquiera que te ayude en las pausas, dulces o comida, o lo que sea que necesites que te ayude a escribir; hay que estar claro que las distracciones no cuentan, el juego de solitario de la computadora ,que distrae, no es parte del proceso, lo es si estás escribiendo y en uno de esos trancones creativos, producto del engolosinamiento de la historia, necesitas tener un respiro, esa pausa en la que tu concentración se ha fijado en una actividad repetitiva puede ayudar a que las ideas fluyan de nuevo, pero solo así, si evitan que puedas escribir, es que no te sentaste a escribir y entonces te remito al primer consejo de esta entrada.

El siguiente consejo es más una sugerencia, no es algo para tomar literalmente, sino es una guía que le permite al escritor practicar: Plagia.

No significa que el escritor deba agarrar el poema “El Cuervo” de Edgar Allan Poe y lo parafraseé y lo firme como suyo propio. No. El plagio en este caso es un proceso didáctico, en el que puedes tomar una historia conocida y narrarla desde tu punto de vista, o tomar un punto no desarrollado en un cuento o novela y desarrollar tu propio relato; esto te permite no crear desde cero, pero si entrenar a la mente para que pueda hacerlo, la creatividad no es un golpe de inspiración, detrás de cada libro hay un proceso creativo estudiado, donde el autor hace caminos “ocultos” que permiten darle sentido lógico a la trama; si no logras hacer tu propia historia desde cero, hacer esto suelta la mano y las ideas, es como sacar la basura que obstruye nuestra mente.

Una versión del mismo consejo es: escribe todo aunque sea malo, sacar ideas estancadas, viejas o que parecen fantásticas pero que no encuentras cómo desarrollar, permite que las buenas ideas lleguen.

Creo que el  último consejo es muy importante: Revisa que lo que estás escribiendo no se haya escrito “demasiado”.

Hasta el lector más flojo y menos experimentado hace comparaciones, y las comparaciones son odiosas a menos de que sean positivas, y por positivas es que te comparen con los grandes.

¿Qué hace una novela que tiene la misma trama que cincuenta o cien anteriores a ella? Ser una más del montón. La innovación es súper importante, es lo que te permitirá sobresalir en un mundo tan competitivo, como lo es ahora, la literatura. Y por qué es tan competitivo, porque ahora cualquiera ―sí, cualquier pendejx― puede “escribir” y publicar un libro. Hay que estar conscientes y tener la humildad de aceptar que con las nuevas plataformas de autopublicación, la élite de escritores dejo de serlo, hace unos diez años, tal vez quince, ser escritor era una cuestión de mérito; ahora es una cuestión de seguidores y consumo, y el consumismo actual nos dice que uno de los género que más se lee (en español por lo menos) es el romance, ¿Cuántas novelas de romance pueden considerarse originales? Podrán ser de vampiros, podrán ser rosas, podrán incluso meterle un toque de horror o paranormal, pero siempre es la misma línea: heroína dolida, héroe rescatándola, malo entrometiéndose, normalmente algún ex, amor superando los obstáculos, fin. Pongo el ejemplo de este género solo por la cantidad creciente de escritores que se lanzan con una historia romántica, cualquier sub género adicional ya ha sido o está siendo explotado, lo que conlleva a que sea muchísimo más sencillo que las historias se repitan, por ende se convierte en una tarea titánica crear una historia original. Evidentemente todo género tiene su línea lógica de desarrollo, por ejemplo el horror es algo así: protagonista atormentado, entidad malvada que lo acosa, lucha entre ambos y… es aquí donde quedan abiertas las posibilidades del autor, es decir, puede ser malvadx y no darle un final esperanzador, puede simplemente ganar el malo, o puedo hacer que el bueno gane a costa del sacrificio de su propia vida, o incluso el bueno puede quedar tan trastornado que se convierte en malo.

Para cerrar la entrada solo tengo una cosa que decir, los pasos técnicos de corregir, engavetar, volver a corregir, portada y todo eso, vienen después. Un ejercicio que todo escritor que comienza debe hacer es no soñar… demasiado, es el típico: no contar los pollos antes de nacer; no puedes pensar en cuántas editoriales meterás el manuscrito, ni en qué plataforma te conviene más subirla, ni cuántas ventas tendrá el libro, porque en ese momento NO HAY LIBRO. Hasta que no se pone “fin” en la obra, no está terminado; puedes empezar a fantasear abiertamente con todo lo anterior en el momento en que hayas ―como mínimo― hecho dos correcciones, una tuya y una de un tercero. Es entonces cuando entran también los pasos de escuchar las opiniones y todo lo demás, antes de eso, es solo una distracción que puede desviarte de tu meta original, que es: escribir.

Si un aspirante a escritor piensa que el proceso es tan directo como una operación matemática, se equivoca; a algunos pueden servirle las formulas que muchos publican porque a ellos les sirvieron, pero no son exactas y tampoco aplican a todo el mundo. El arte de escribir ―porque eso es: un arte― es un proceso subjetivo, con muchas variables, con las eventualidades de las sequías creativas, con el hambre obligatoria que te lleva a leer y releer obras nuevas y ya leídas, es todo un estado mental, e incluso físico, necesario. Hay gente que necesita despojarse de todo para escribir, no solo de sus tabúes, hasta de su ropa.


Espero que puedan servirte mis consejos, un gran abrazo a todos.

jueves, 14 de mayo de 2015

206 Huesos


Caminaba despacio, sin mucho apuro, como siempre que salía en busca de su víctima.

Se amparaba en las sombras de la noche y de los huecos oscuros entre las luces de las lámparas, acechaba pacientemente a sus víctimas, siempre silbando la misma tonada, saboreando con fruición el placer que le causaba infundir terror.

No tenía preferencias de ninguna índole, podían ser mujeres u hombres, altos o bajos, gordos o flacos, blancos, morenos; no había diferencia cuando se trataba del miedo, porque sin distinciones, todos sentían miedo.

Aquella noche escuchó las pisadas a lo lejos, sus entrenados oídos percibieron unos fuertes y pesados pasos de hombre que caminaba ligeramente achispado por los tragos. Con los años había aprendido a diferenciarlos, a reconocer a su presa y sus debilidades. Detrás del escondrijo donde se ocultaba asomó levemente la cabeza para estudiar a su víctima, aunque en su mente ya se había hecho a una idea bastante acertada de él: alto y algo escuálido. Llevaba sobre su hombro un bolso de trabajo lleno de herramientas, que en aquel silencio, resonaban metálicamente al entrechocar; posiblemente tendría unos cuarenta años, con una incipiente barriga producto del consumo asiduo y casi amoroso de cerveza, y la respiración pesada y algo sibilante que solo posee un fumador.

Se acomodó el sombrero llanero y negro, tan negro como las sombras que lo rodeaban; se lo caló hasta las cejas, se templó la chaqueta, se ajustó los guantes y se colgó su preciado saco al hombro.

Repasaba meticulosamente en su mente los pasos a seguir, todo debía ser perfecto, no había margen para los errores. El éxito de su empresa radicaba en la exactitud de su atuendo, debía evocar en los corazones y mentes de sus escogidos aquel horror paralizante y supersticioso que solo la leyenda del Silbón podía generar.

El hombre pasó y con él una ráfaga de aire helado que acarreaba malos presagios.

En su embriaguez no lo notó. Lleno como estaba de deseo, contó febril hasta siete lentamente mientras calmaba su corazón desbocado e invocaba la fría serenidad que necesitaba, respiró suavemente buscando el sosiego de sus pasiones y al llegar al número siete logró acompasar sus latidos, calmar su pulso y saborear con deleite el regusto dulce de su boca mientras sus labios dibujaban una sonrisa macabra que dejaba ver todos sus dientes.

Sigiloso como una sombra empezó a seguir al hombre –Do re mi fa sol la sí– silbó quedamente; años de práctica para lograr que su silbido sonara lejano, para que la amenaza de un espectro sobrenatural se ciñera, con su manto gélido, sobre las cabezas de sus presas, porque todo el mundo sabía qué significaba si sonaba lejos.

Casi inmediatamente un silbido similar sonó en respuesta, tan lejano que el asesino ni siquiera lo escuchó, aturdidos sus sentidos con la embriaguez del trofeo, rebosaba deseo y voracidad, su mente solo se enfocaba en el sangriento final, en la mirada de horror, en el último grito de agonía interrumpido por los estertores de la muerte y en su botín final: un hueso.

El hombre delante de él no detuvo su paso, se limitó a mirar por sobre el hombro sin inmutarse ante la figura oscura que se acercaba con aquel silbido amenazante.

No se decepcionó ante la temeridad del incauto, estaba seguro de que caería, eventualmente todos caían en la vorágine del horror, volvió a silbar –Do re mi fa sol la sí– en un tono descendente e hizo resonar los trofeos que llevaba dentro de su saco; no iba dejar escapar a esa víctima, era la coronación de un sueño espeluznante, en su bolsa había ciento noventa y ocho huesos que entrechocaban como si bailaran al compás de una melodía macabra; solo faltaban ocho huesos: los que componían el cráneo, entonces tendría en su bolso los huesos completos.
Y esa era la meta, los doscientos seis huesos.

“Y con este estaré más cerca”, pensó mientras se relamía los labios y ensanchaba aún más su sonrisa.

Mantuvo la distancia y el andar silencioso; enfocado en crear el efecto necesario para llevarlo a ese callejón sin salida que era el pánico, emitió su silbido nuevamente y éste reverberó entre los muros propagándose con el viento, invadiendo la tranquilidad de la noche. Sintió que nunca antes había sonado de esa manera, nunca antes se había sentido como se sentía en ese instante, imbuido de una nueva fuerza poderosa y sobrenatural.

La providencia y la muerte no querían que fallara esa noche. Alguien debía morir.
Do re mi fa sol la sí–, y cuando el último silbido de su tonada escapó de sus labios, sintió por segunda vez en su vida cómo la realidad se dislocaba. Como le había sucedido con aquella primera víctima. De la que había tomado el primero de los doscientos seis huesos que necesitaba.
Escuchó pasos detrás de él, giró su cabeza y miró por sobre el hombro, en las tinieblas de la calle vio una sombra más negra que la oscuridad, alta y alargada que parecía resonar con el eco de los huesos que sonaban en su propio saco.

Y por un momento se vio a sí mismo observando hacía atrás, por un instante fue el hombre que caminaba adelante, en esa fracción de segundo él fue la víctima.

Miró hacia el frente, donde su presa continuaba su avance impasible en esa calle interminable, su corazón se aceleró, silbó nuevamente –Do re mi fa sol la sí– en ese tono bajo y reverberante mientras se repetía mentalmente “Si suena cerca está lejos… Si suena lejos está cerca”
Y justo detrás de él, resonó el mismo silbido como si se hallara a kilómetros de distancia y junto con este matraquearon los huesos de su saco.
“Maracas, suenan como maracas”, Pensó.

Sintió los pasos más cerca, la sombra se abalanzaba sobre él, silbó de nuevo pero en el remanso de oscuridad de una farola a otra su víctima se había desvanecido, sus pasos ya no se escuchaban en el pavimento, el viento no le traía los restos de su respiración ronca y entrecortada.

De un segundo a otro las cosas habían cambiado. Ahora él se había convertido en el perseguido.
No tuvo oportunidad de correr, una parte inconsciente de su mente le recordó que no iba a escapar, como tampoco habían escapado sus víctimas. Desde la oscuridad cerrada le asestaron el golpe, había venido desde su izquierda y lo había elevado por los aires arrancándole el aliento; el saco con su preciado contenido se le resbaló de los dedos y mientras impactaba con ímpetu contra el muro, este caía al suelo y por la boca abierta de la bolsa se escapaba un blanco e inmaculado hueso: una falange del dedo de un pie izquierdo.

Al mismo tiempo una voz grave y enronquecida gruñó: Uno.

La figura espectral se materializó frente a él en un torbellino de oscuridad y frío, aturdido miró cómo aquella criatura siniestra, con sombrero pelo e’ guama en la cabeza y con sus extremidades desmesuradamente largas, se acuclillaba y recogía del suelo el saco, que resonó con el maraqueo de su contenido.

El hueso del suelo quedó en su lugar.

Un hilillo de sangre se deslizó por la comisura de su boca, el dolor intenso de sus huesos fracturados hacía que la respiración fuese una tortura, pero aquel agonizante dolor no impedía que estuviera fascinado por el espanto, el miedo se colaba por debajo de su piel atrapándolo y asfixiándolo con su presencia.

 Allí estaba el Silbón, con el ala del sombrero escondiendo sus facciones, dejando al descubierto un pedazo de barbilla con la piel abierta en un tajo que dejaba entrever la carne viva y sanguinolenta, su cuerpo emanaba un olor fuerte y picoso que le hizo llorar los ojos e irritó su garganta.

El regusto dulce que había saboreado solo unos minutos antes había desaparecido, en su lugar se iba filtrando el sabor metálico y salado de su sangre.

Dos– sacó otro hueso, esta vez una tibia, la colocó lejos, justo donde se suponía debía ir en relación a la falange que estaba en el suelo, su brazo se había estirado hasta la posición necesaria, solo entonces se dio cuenta que las rodillas del espectro sobrepasaban la altura de su cabeza y los dedos de sus manos parecían enormes garras esqueléticas.

Soltó una risita ronca y medio demoniaca ante la expresión de asombro del asesino, metió la mano en la bolsa y sacó otro hueso, esta vez una cadera –Tres… cuatro… cinco… seis…– su brazo se estiró para colocar la clavícula y regresó hasta su posición original.

Mientras tanto la mente del asesino se repetía febrilmente que aquello no sucedía, que no era posible, que él era el Silbón. Y como si el espectro hubiese leído su mente, acanaló su boca y soltó su característico silbido –Do re mi fa sol la sí– que se escuchó lejano y su eco fue arrastrado por el viento y lo hizo retumbar entre el concreto. 

Sacó un esternón, lo dio vueltas entre su mano y sonrió.

Recuerdo  este– dijo con aquella voz que cimbraba sus entrañas –corrió como alma que lleva el diablo, lo perseguiste y le diste con una mandarria, cuando lo abriste te diste cuenta que tú no lo habías matado… lo mató el miedo…

Soltó una carcajada que le heló la sangre. Recordó el cadáver con el tórax abierto y los restos del corazón pegado a los huesos, el órgano había explotado. En algún lugar recóndito de su cabeza el orgullo se sobrepuso al miedo y le arrancó una ligera sonrisita.

El espectro siguió sacando huesos lentamente, con mucha parsimonia –noventa y siete, noventa y ocho– contaba mientras iba armando aquel funesto rompe cabezas, el asesino temblaba y bufaba tratando de moverse, buscando el modo de escapar.

Éste– sostuvo el carpo izquierdo mientras saboreaba las palabras –Yo estuve allí– confesó ensanchando la demoniaca sonrisa –Cinco cuadras la seguiste, iba recitando el padre nuestro– se rió divertido –Como si Dios fuese a escucharla… cayó de rodillas implorando perdón por sus pecados, se desmayó cuando te vio sobre ella… también se murió de miedo– saboreó la palabra Miedo…– le dedicó una mirada picaresca –Te corriste esa noche– rió –Conociste la raíz más oscura y macabra del placer.

Seguía sacando huesos de la bolsa y contando sistemáticamente; entre uno y otro silbaba a veces.

 Do re mi fa sol la sí.

Ya el esqueleto estaba casi completo, sostuvo la mandíbula entre sus dedos, atrapó su mirada y la aprisionó con las memorias cruentas que surgían de su interior, parecían liberarse con la sangre que manaba de su propio cuerpo Ciento noventa y ocho– dijo y se quedó en silencio.

El espectro estiró su grotesco brazo y escogió un hueso de una costilla.

Éste fue de la primera vez que probaste las asaduras– habló con un ligero acento llanero, mostró sus dientes puntiagudos con un amago de sonrisa siniestra –Las herviste hasta que estuvieron blanditicas– se pasó una lengua podrida por los labios relamiéndose de gusto.

Inspiró profundamente el olor del hueso y lo dejó en su posición anterior.

El asesino temblaba, reconoció cuál iba a ser su destino, trataba de articular una palabra pero su boca no respondía, su mente febril se repetía una y otra vez que él era el Silbón.

El brazo se extendió completo y sobrenatural y recogió los huesos del suelo, introduciéndolos en el saco con un solo movimiento, se rió demoniacamente y mientras su imitador temblaba incontrolablemente se ajustó el sombrero.

El asesino subió la cabeza con todo el dolor de su cuerpo, se encontró de frente con el rostro tasajeado y purulento del espanto, sus ojos encendidos con el mismísimo fuego del infierno y su boca torcida en una mueca macabra y demoniaca que semejaba una risa.

Gritó.

Gritó de horror y miedo ante el conocimiento de su inminente final.

Su último pensamiento fue: “¡¡Yo soy el Silbón!!”

El espectro arrancó de tajo la cabeza, dejando pegado al cuerpo la mandíbula sangrante, cobrándose los ocho huesos restantes, completando finalmente los doscientos seis huesos.

Un perro ladró a lo lejos rompiendo el silencio aciago de la noche, el semblante del espanto se contrarió un poco como si la sombra de un recuerdo le causase temor; se sacó el sombreo de la cabeza casi como si de un saludo de despedida se tratara y se lo caló de nuevo hasta las cejas, recogió el saco con los huesos y se lo echó al hombro.

Se alejó con su paso pesado y su andar lento, balanceando rítmicamente en su mano el cráneo del asesino y silbando su tonada que el viento arrastra hasta los confines del mundo.

Do re mi fa sol la sí

Y se desvaneció silencioso en la oscuridad, perdiéndose entre los pliegues sombríos de la noche, dejando tras de sí su silbido incesante.

Do re mi fa sol la sí...

Porque si suena cerca está lejos, pero…

Si el silbido suena lejos…
  
   
Este relato se terminó de escribir el 28 de julio de 2014  

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lunes, 4 de mayo de 2015

Los Condenados, La Caída de la Torre, Cap. IV

Capítulo IV

Odín y su hija eran dos de las tres personas que conocían el lugar donde Laiha vivía, el resto de los habitantes de aquella comunidad sentían cierto temor reverencial y mantenían, lo que consideraban, una distancia prudente y respetuosa; ella nunca les había proporcionado mucha información sobre sí misma y esto había alimentado el halo misterioso en torno suyo; se limitaba a hablar con Odín durante horas en la cantina o paseaba sola por las zonas completamente abandonas de Las Ruinas. Su conducta daba pie a especulaciones de todo tipo, la que mayor peso tenía y la que todos sospechaban era la más acertada y simple: ella era uno de esos seres que se escondían entre los humanos.

Laiha les había transmitido el conocimiento para construir sus viviendas debajo de los edificios y también para la construcción de túneles subterráneos que les permitieran ir de un lado a otro durante la noche en caso de alguna emergencia, también les había enseñado algo de mecánica y habían recuperado un par de carros y camiones que usaban cuando no tenían más alternativa que aventurarse a viajar en busca de medicación para los enfermos mas graves, o comprar semillas para cultivar nuevas frutas o verduras y a veces, cuando parecía que los manantiales no daban abasto, buscar agua. Ella les obsequió el conocimiento necesario para vivir un poco mejor y ningún humano fuera de las Metrópolis conocía tanto, incluso dudaban que los humanos dentro de estas fuesen la mitad de instruidos en comparación con ella.

Odín había salido muy temprano en la mañana, tan temprano que todavía se sentían los vestigios del infernal frío de la noche, recorrió las numerosas calles que separaban a la pequeña comunidad del centro de la ciudad, tomó la ruta yendo hacia el extremo sur. El sitio dónde ellos se habían asentado se encontraba entre un distrito semi urbano y uno comercial, los edificios no alcanzaban a tener más de cuatro pisos; pero desde los límites habitados por ellos se podía ver las siluetas de los edificios que poblaban por entero Las Ruinas, había algo desesperanzador en las altas edificaciones y en sus calles vacías, en algunos lugares ciertas plantas se habían abierto paso entre las grietas del pavimento, los vidrios rotos de las ventanas parecían cuencas de ojos vacías aterradoras y sombrías que parecían acecharlo mientras se desplazaba rápidamente entre las calles, casi podía sentir que en cualquier momento algo saltaría de entre las sombras y lo arrastraría a un lugar mucho más frío y aterrador; miró al cielo que se hacía cada vez más azul con la esperanza de encontrar al sol más alto en el firmamento y le proporcionara algo de calor, pero entre aquel laberinto de concreto parecía que jamás llegaría la luz del sol hasta el suelo.

Apretó contra su cuerpo el bolso que llevaba a cuestas, no sabía exactamente qué le inspiraba ese terror helado que se apoderaba de él cuando iba a ver a Laiha, ella se sentía cómoda y tranquila viviendo en aquellas alturas desde dónde veía bastante bien la ciudad, pero Odín sentía que cualquier cosa podía salir de esas enormes tumbas de concreto,  porque eso era lo que parecían, lapidas de extraños gigantes que en otros tiempos habían sido poderosos.
Todas las historias que conocía desde niño cobraban vida en su cabeza cada vez que transitaba entre esas calles vacías.

Jamás se había atrevido a tomar un camino diferente al que Laiha le había indicado, muchas edificaciones se habían desplomado y las calles estaban bloqueadas por escombros, el camino de siempre era un poco largo pero estaba completamente despejado y no se le antojaba escalar trozos de edificios en medio de tanta soledad.

Se detuvo frente a uno de los edificios más altos que había entre aquellos restos, entró y frenó frente a las escaleras, Laiha vivía en el último piso y aunque había electricidad para nada le gustaba tener que subirse a ese diminuto aparato que llamaba ascensor y que le ahorraba subir a pie decenas de pisos, no recordaba cuántos exactamente, pero eran muchos.

Había ido a pie hasta ese lugar y el tiempo apremiaba, pero aun así no lograba convencerse a sí mismo de entrar al maldito aparato. De todos los edificios en pie, ese era el único que poseía energía eléctrica, un pequeño lujo que Laiha había demandado y que nadie se atrevió a negarle y más cuando había sido ella quien les había instruido en el funcionamiento de la planta de energía que los abastecía a todos; y la verdad era que mas allá de unas neveras y unos aparatos de música, lo único que ellos usaban eran las bombillas de luz, un regalo sumamente difícil de encontrar entre los restos de los edificios y casas de aquellas ruinas; y esa era una más de las razones por las cuales ellos hacían sus excursiones esporádicas a Metrópolis 3 donde Laiha tenía contactos que les suministraban esos insumos; personas que contrabandeaban con los suministros de mala calidad o con fallas y que eran desechados torpemente por la ciudad.

Tras media hora de consideraciones y después de no encontrar una excusa válida se montó a regañadientes en el ascensor y presionó el único botón existente, todos los demás habían sido arrancados.

Apretó los dientes y los puños cuando sintió que se ponía en marcha, se obligó a soltar el aire despacio, no quería salir de allí perdiendo la dignidad; una gruesa gota de sudor empezó a deslizarse por su mejilla desfigurada, podía verse a sí mismo asustado y sudoroso en los intactos espejos de las paredes; el tiempo no había sido tan inclemente con ese edificio, Laiha había mencionado en una ocasión que estaba construido con las últimas tecnologías contra sismos y catástrofes climáticas que poseía la humanidad en ese entonces, era el único edificio que tenía todos sus vidrios completos e indemnes, únicamente se había caído un poco de concreto de las paredes externas y estaba algo descolorido, pero efectivamente el edificio no se había caído y muchas cosas que estaban dentro de él se encontraban en condiciones bastante aceptables; de allí había sacado Laiha la mayoría de las camas que todos poseían en sus respectivas casas, utensilios de cocina, platos, cortinas y sabanas, muchas de las botellas más preciadas de Odín; algunas las utilizaban para negociar en Metrópolis 3 por productos de mejor calidad a lo habitual.

Las puertas se abrieron y salió a un diminuto vestíbulo muy limpio; Laiha alguna vez le dijo que no soportaba vivir en ciertas condiciones de poca higiene, que prefería mil veces vivir a la intemperie, en ese momento ponía de manifiesto sus cualidades femeninas, y él tenía que admitir que a veces olvidaba que ella era una mujer.

Odín no cuestionó nunca sus palabras, consideraba que Laiha había viajado y vivido lo suficiente para saber qué medidas tomar ante la necesidad de dormir afuera, donde hacía frío y había seres peligrosos; ahora, pensaba que todo tenía más sentido, él sabía que no era simplemente una humana, que era uno de esos seres, aunque nunca supo cuál y ahora que le había revelado su verdadera edad, comprendía por qué sabía cómo funcionaban tantas cosas, había tenido el tiempo suficiente para aprender todo, sobre todo.

Tocó la puerta con fuerza suficiente para que resonara por todo el lugar, este tenía tres estancias bastante grandes y él solo conocía una, su hija Narcisa conocía el cuarto y baño. Había salido tan impresionada y encantada con este que él no tuvo otra opción que construir uno para ella, para no tener que ir a las duchas publicas donde iban todos y así poder controlar el consumo de agua; también había instalado una silla blanca con tapa, donde previamente había cavado un pozo lo bastante profundo para que ella hiciera sus necesidades, poco después él encontró muy cómoda aquella adquisición, Laiha le había dicho dónde hallarla, junto con la tina y el lavatorio con espejo, ella le informó que la silla era de hecho un retrete y que funcionaba con agua para bajar los desperdicios; un lujo que no se podían dar, pero ella les enseñó cómo almacenar agua desde un enorme envase que tenían en el techo de la taberna y que dejaban abierto en las noches esperando que las lluvias ocasionales o el granizo proporcionara el agua que usarían para eso ya que cualquier cosa que viniera del cielo no era apta para beber o regar la siembra, pero no había problema en usarse para desaguar los desperdicios.

Laiha abrió la puerta.

La encontró con un aspecto deplorable, hacía dos semanas que no la veía y aunque físicamente parecía estar bien, las profundas ojeras que enmarcaban sus ojos resaltaban la expresión cansada y sombría de su semblante. Se hizo a un lado y lo dejó entrar, todo  parecía normal y en su lugar, según recordaba; había un enorme sofá mullido de color vino hacia un lado, las paredes tenían un hermoso color crema tostado, a la derecha había una mesa con cuatro sillas, de respaldo alto, eran de madera oscura y cojines de color rojo oscuro, las cortinas eran doradas y ondeaban suavemente con el viento que entraba por una pequeña abertura en las ventanas, el piso era de mármol blanco y había unas mesitas bajas con algunos adornos, floreros de cristal y esculturas que a pesar de faltarle extremidades, parecía que Laiha se había tomado el tiempo para restaurarle algo de su antigua belleza, algunos cuadros; pero la única cosa que a él le gustaba era la alfombra que se encontraba en el medio de aquella estancia, era suave y bastante mullida, le gustaba quitarse los zapatos y caminar sobre ella, a Laiha parecía no importarle demasiado a pesar de que el lugar denotaba el esfuerzo que había llevado a cabo con tal de convertirlo en un lugar más que cómodo; cada vez que la visitaba se sentía tentado a tomar una de las habitaciones en el piso inmediatamente inferior al de ella, eran hermosas en verdad, ya las había visto en más de una ocasión pero aquella vista lo hacía sentirse diminuto y asustado. Él era un ser de tierra, le había dicho en más de una ocasión, su casa estaba bajo tierra y allí se sentía seguro.
–Narcisa te mandó comida – dijo en tono de regaño, Laiha no midió palabra y se dirigió a la estantería de metal y cristal que estaba al lado de la puerta, se podía ver dentro de ella platos, copas, vasos, cubertería; a Odín no le gustaba comer en aquellas cosas, parecían demasiado frágiles para sus maneras toscas, pero ella se hacia la desentendida y siempre le servía en aquellas piezas delicadas.
–Gracias – dijo al fin mientras llevaba un par de platos y cubiertos a la mesa.
–¿Qué te sucede? Tienes mal aspecto – primera vez que la veía en ese estado, distraída, con la guardia baja y usando una especie de vestido largo de tela brillante y delicada; se veía hermosa, él adivinaba una figura no solo atractiva sino fuerte y ligeramente musculosa, pero de hecho tenía el aspecto de una mujer elegante y suave. Ella abrió el bolso que él había dejado en la mesa y sacó unas viandas grandes de barro que venían tapadas; el exquisito olor del guisado inundó la estancia, en otra había pan recién hecho y en la siguiente había una especie de dulce hecho con alguna fruta que no podía identificar por el olor; ella sirvió el contenido del guiso en ambos platos, una buena porción para él y una más pequeña para ella, cortó el pan con las manos, cosa que no acostumbraba a hacer, se sentaron a comer y mientras Odín engullía su comida de la manera más educada posible, Laiha simplemente se llevó un bocado a la boca y estuvo masticándolo por largo rato.
–Insisto en que tienes mal aspecto.
–Tú lo tienes todo el tiempo y yo no te digo nada – había hastío en su voz y eso lo tranquilizó un poco, tal vez solo estuviera cansada – solo tuve pesadillas.
–¿Qué clase de pesadillas?
–Viejas pesadillas, nuevas pesadillas, pesadillas – miraba su comida como esperando alguna clase de respuesta.
–Vine porque Leah me dijo ayer que necesita algunas medicinas, esos antiboticos que tú dices – prefirió cambiar el tema abruptamente; aunque suponía que Laiha podía deducirlo, había muy pocas razones para que él se desplazara hasta ese sitio.
–Se dice antibiótico – le corrigió cansada – Voy a darme un baño y salimos – dijo poniéndose de pie y desapareciendo por un pasillo cerca del enorme ventanal.
Odín terminó de comer y recogió el plato que apenas había probado ella y devolvió su contenido a las viandas que aseguró bien y guardó dentro del bolso nuevamente; se dirigió a una entrada lateral que daba a la mejor y más hermosa cocina que él había visto, allí Laiha tenía un lugar donde lavar los platos, un mesón enorme donde cocinar, cosa que no hacía muy a menudo, pero las veces que lo hacía los había deleitado a su hija y a él, una despensa que sabía contenía alimentos de primera calidad comprados en la Metrópoli cuando iban para allá; ese era otro secreto que ambos compartían, aunque llevaban comida suficiente para que todos estuvieran alimentados, solían ser alimentos que podían durar años antes de descomponerse, venían en latas y aunque había enormes variedades, cuando Laiha le hizo probar alimentos frescos y recién preparados, pudo comprobar la diferencia; sus cultivos no tenían el mismo sabor, por esa razón Laiha había empezado a hacer negocios con la Metrópoli, para poder abastecer de comida a la población cada vez más creciente; lo que los invernaderos producían no era suficiente para todos, apenas alcanzaba, pues en más de una ocasión tuvieron que deshacerse de todo el producto por estar dañado; la tierra estaba enferma y por más que todos se esforzaban por recuperarla, Laiha les aseguraba que iba a tomar demasiado tiempo antes de que volviese a ser dadivosa; así que se sostenían de esa manera; la caza tampoco era muy buena, les ayudaba un poco pero no lo suficiente.

Repentinamente muchas cosas se aclararon en su cabeza mientras veía la nevera que conservaba ciertos alimentos refrigerados, Laiha llevaba en aquella ciudad más tiempo del que todos creían, había vivido allí desde mucho antes de que ellos llegaran.

Laiha lo observaba desde el umbral de la entrada, se había vestido para viajar y llevaba un bolso bastante grande cruzado en su espalda, había recogido su larga cabellera negra en una cola de caballo, llevaba en sus manos unos lentes oscuros, inclusive se había puesto guantes.
–Llevas más tiempo viviendo aquí del que nos hubiésemos imaginado – no había acusación en su voz, por primera vez en su vida, Odín había hablado en un tono apaciguado – seguramente estabas aquí antes de que nosotros llegáramos.
–Este lugar es solo la reconstrucción del recuerdo de una vida anterior – dijo ella con cierta tristeza – aquí hay todo lo que deseaba tener en aquel entonces, cuando creía que los tiempos simples llegarían a mi vida y yo iba a poder tener esto… pero nunca llegaron los tiempos simples, esto es solo una parte de mi vida a la que no he querido renunciar, a la que no he podido renunciar – acarició con algo de amargura el borde del umbral.
–Pudiste vivir en las Metrópolis – dijo él.
–Las Metrópolis no me agradan – señaló ella encogiéndose ligeramente de hombros restándole importancia – demasiadas personas indeseables tratando de ocultarse, simplemente no podía ser una más de esos.
–Yo pensé que había tenido una vida bastante miserable y difícil… pero tú… – reflexionó, por alguna razón sintió verdadera lástima por Laiha, más aún viéndola en ese estado; dudó un poco, buscaba una palabra que no sabía si existía para continuar la frase.
–No existe una palabra para describir mi existencia – sentenció ella adivinando lo que pensaba, le dio la espalda y salió de la cocina. Odín escuchó cómo la puerta se abría y Laiha se alejaba, sus botas retumbaban en el suelo en el vestíbulo y el eco de estas rebotaba por todo el lugar.
La siguió, lo esperaba frente una puerta oculta tras un bastidor de madera en el vestíbulo, obviaron el ascensor con las puertas abiertas, Laiha dejó al descubierto el pasillo donde descansaba la moto y la rampa que bajaba; agradeció internamente no tener que bajar en esa cosa nuevamente, pero la maldijo por no haberle hablado de ese camino, no había escalones y él hubiese podido subir por allí.

Se montó en la moto y se aferró al asiento, no deseaba tocar a Laiha, era algo que no le gustaba, temía que ella se molestara por el contacto y terminara quebrándole todos los huesos de las manos; estaba incómodo pues la enorme bolsa de viaje de Laiha estaba asegurada a la parte de atrás y él era de dimensiones bastante grandes y el espacio que le había dejado Laiha parecía ser demasiado pequeño; aun así, se sentó procurando colocar su propio bolso entre ambos, ella aceleró la moto un poco y tras acomodarse los lentes oscuros sobre los ojos arrancó.

Odín se sentía un poco mareado por las curvas mientras que ella parecía no inmutarse, por lo cual no disminuía la velocidad, llegaron a la planta baja y Laiha tomó dirección hacia un pasillo más amplio que terminaba en una puerta de carga a un costado del edificio; salieron a la calle y empezaron a zigzaguear entre ellas, él alcanzaba a ver las vías bloqueadas por viejos carros o por escombros; atravesaron la parte habitada de la ciudad y se dirigieron al lugar donde guardaban el armatoste de carro que Odín conduciría hasta la Metrópoli, allí iría la moto; Laiha conduciría un camión cisterna más grande porque necesitaban buscar agua aquella vez.

Llegaron a un galpón en la antigua zona industrial de la ciudad, Odín se bajó de la moto agradecido y casi elevando una plegaria a una fuerza desconocida, abrió una de las puertas del galpón dándole paso a Laiha; el día anterior habían recogido y almacenado todo lo que podían intercambiar por comida y dinero para comprar otras cosas, ya estaban en la camioneta y había un lugar reservado para subir la moto; ese era el vehículo con el que se movía por la Metrópolis, Odín no sabía cómo había obtenido la moto, pero sí que aquella maquina no solo era potente, sino un vehículo moderno, no era algo sacado de un viejo garaje entre los restos de escombros de una casa derruida.

Se subió del lado del piloto, la llave descansaba en la ignición, dejó su bolso a un lado y encendió la camioneta, todo funcionaba perfectamente, los hombres que se encargaban del mantenimiento de todo lo mecánico y eléctrico de la comunidad  hacían un excelente trabajo; como si ese conocimiento hubiese estado dormido dentro de ellos y Laiha lo hubiese hecho despertar.

Recordó la primera vez que Laiha le dio el carro y le enseñó a conducir, sintió que era algo que sabía hacer y disfrutaba hacerlo, sentía una felicidad casi infantil cada vez que se acercaba un viaje, sobre todo porque los viajes no eran constantes, había temporadas en que no tenían nada para intercambiar por dinero o que les permitiera obtener el paso a la ciudad; no importaba cuanta necesidad hubiese de agua o de medicamentos, no  pasarían sin pagar el precio respectivo.

Pero esta vez habían tenido un golpe de suerte y habían conseguido en una vieja fábrica suficientes metales para canjear, toneladas de hierro, aluminio, acero y otros que no habían logrado identificar; habían desmantelado las maquinas y clasificado cada pieza en lotes por tipo; lo que habían encontrado garantizaba la entrada y el abastecimiento de agua, por lo menos por un tiempo prolongado, siempre y cuando supieran jugar bien sus cartas; adicionalmente, desde su última estancia allá, varias caravanas  habían pasado, consiguiendo así suficiente oro, plata y un surtido variado de piedras preciosas que Laiha podía vender entre sus contactos y por las cuales siempre obtenía ganancias muy jugosas, llevándoles a todos las ventajas de algunas cosas que eran consideradas lujos en sus actuales condiciones.

Aunque la mayoría de las cosas que se buscaban eran alimentos, medicinas e insumos médicos, y un poco de combustible necesario para poner en marcha los viejos vehículos y algunas bombas que estaban en los manantiales que poseían, a veces sobraba algo para disfrutar: ropas de distintos tamaños, cuadernos, zapatos, pero sobre todo, medicina para la tierra; no podrían criar animales si la tierra no daba frutos.

Estaban listos para partir; Odín estaba más ansioso que de costumbre, ahora tenía la necesidad imperiosa de hablar con Laiha y que ella le explicara todo lo que dijo debía explicarle; pero sentía que debían hacerlo fuera de aquel lugar, abrigaba un miedo casi supersticioso, ella iba a revelarle ciertos secretos y verdades y quería de algún modo proteger a las personas que habitaban junto a él en aquel rescoldo de vida segura.

Rodearon la  ciudad y se dirigieron a la Metrópoli, les  tomaría unos cuatro días de camino, aproximadamente, viajando en esos vehículos y deteniéndose solo una vez en el día y para dormir en la noche unas cuantas horas; la carretera que se abría hacia afuera de la ciudad era enorme y estaba completamente despejada; mientras más rápido se alejaran de la ciudad más posibilidades tenían de protegerse del frío mortal. A ambos lados de la carretera había algunos árboles, pero no parecían demasiado sanos; la ventaja del lugar era que todo estaba en línea recta y superficie plana hasta el lugar por donde entraban, ya que no podían dirigirse a las entradas principales. Laiha había viajado dos días para una reunión de cinco minutos; calculó que habían pasado cuatro días y medio entre la ida y el retorno, deteniéndose solo lo necesario; pero aunque ellos habían escogido una pequeña montaña entre Las Ruinas y la entrada principal de Metrópolis 3, esta vez, Laiha y Odín tomaban un camino más directo a la Metrópolis, cosa que acortaba las distancias y el tiempo de viaje.

Tenían una rutina bastante sencilla y si se cumplía exactamente como estaba prevista minimizaba los riesgos y los accidentes; debían conducir hasta que el sol se estuviera ocultando, después se detendrían a descansar, dormirían toda la noche y luego, apenas empezara a clarear arrancarían nuevamente.

Odín abría la marcha; condujeron hasta el límite pero no se detuvieron; el descanso les permitiría hablar un rato antes de encerrarse en sus carros a descansar, pero en un determinado momento Laiha cambió lo acostumbrado, lo rebasó y se colocó delante de él, siguió avanzando un poco mas mientras Odín continuaba tras ella, cuando casi ya no quedaba claridad se desvió a la izquierda del camino y se detuvo; habían unos peñascos enormes ubicados en semicírculo, Odín se paró al lado del gran camión y se bajó con expresión perpleja, Laiha se había puesto en marcha y armaba una fogata, él se estaba palpando los bolsillos para darle cerillos con los cuales prender la leña, pero ella solo se limitó a pedirle que buscara más madera; no rechistó, debía buscar más leños por allí cerca mientras todavía disfrutaban de un poco de luz; caminó un par de metros, recogió unos cuantos palos que se veían buenos y grandes y regresó.

Un fuego que le llegaba a la cintura ardía ya en la fogata, ella estaba sentada en la tierra con las piernas extendías y la espalda recostada sobre una de las rocas: – Si mueves un poco tu camioneta cierras el círculo y puedes aprovechar más el calor, aunque estamos más lejos que de costumbre, esta noche va a hacer mucho frío.

Hizo lo que le aconsejó, sacó el bolso con alimentos y los tendió en la tierra entre ellos, Laiha comió más esta vez y parecía que había recuperado algo de su serenidad; la noche había caído y en efecto, tal como ella le aseveró, el frío fue glacial, buscó una manta gruesa dentro de sus cosas y se la pasó sobre los hombros; Laiha parecía no verse afectada por la temperatura, habían dejado de comer y ahora se limitaban a mirar las estrellas, parecía absorta en sus propios pensamientos. Odín miró su perfil, nunca le había inspirado terror, pero si una especie de respeto algo temeroso, ya era un hombre bastante mayor y por mas conservado que se viera y fuese fuerte y resistente, junto a ella se sentía como un chiquillo la mayoría de las veces; aunque no lo dijese en voz alta siempre lo intimidaba, pero el sentimiento más fuerte y el que siempre se sobreponía a todos los demás era la curiosidad y se valía un poco de su aspecto fiero y algo irrespetuoso para formularle preguntas que tal vez fueran incomodas o los pusiesen en peligro a todos.

El fuego no se extinguía, seguía ardiendo con la misma intensidad que cuando Laiha lo encendió, lo que les proporcionaba un calor bastante apreciado; las palabras se escaparon de su boca sin pensarlo:
–¿Qué clase de ser eres tú? – no se arrepintió, había querido preguntárselo siempre, pero se habían intensificado las ganas tras la conversación en la cantina.
Ella no respondió de inmediato; no parecía sopesar la respuesta, sino más bien distraída, solo se dedicaba a contemplar el cielo nocturno plagado de estrellas.
–Soy un Ángel – respondió al fin.
Odín no podía dar crédito a sus palabras; su padre le había hablado de Los Ángeles, los había visto en un ventanal de un viejo edificio; aunque la mayoría de las cosas dentro de aquel sitio de aspecto extraño estaba roto o irreconocible, algunos de sus ventanales estaban intactos, eran coloridos y en ellos se representaban figuras; cuando la luz pasaba por aquellos vidrios de colores parecían llenarse de vida; su madre que todavía vivía en ese momento le había dicho que aquellos seres con alas que se representaban allí eran Ángeles; seres venidos del cielo y por eso tenían alas. Los pocos días que habían pasado allí refugiándose, él contempló cada vez más emocionado aquellos vitrales, había algunas figuras realmente maravillosas que lo llenaban de paz, algo así de hermoso solo podía ser bueno.
–¿Así que eres de los buenos? – le preguntó con cierta emoción infantil, no podía ocultarlo, comprendía ahora porque ella se había empecinado en ayudarlos a todos.
–¿Buenos? – bufó, posó la mirada en él, tenía una expresión mansa, comprendió que la memoria colectiva que todos guardaban lo llevaba a creer que Los Ángeles eran seres de luz; aunque no era mentira, ciertamente era una verdad con muchas caras y versiones – No, Odín, lamento informarte que no existen realmente buenos o malos Ángeles.
–¿Qué quieres decir? – preguntó con decepción.
Suspiró, en ese sentido, explicarle a Odín ciertas cosas era como hablar con un niño.
–Quiero decir que Los Ángeles son como los humanos, solo que tienen alas y pueden hacer ciertos trucos – parecía contrariado con esa respuesta, pero ella debía desmitificarse así misma ante él para que Odín pudiese prepararse y preparar a los demás – hay entre nosotros los humanos personas buenas y personas malas, todo depende del lado en el que juegues. Una persona mala para ti es aquella que puede hacerte daño o que va en contra de lo que tú quieres o que atenta contra tu seguridad; pero tú, también puedes representar todo eso para otra persona – se estaba complicando con la explicación – lo que quiero decir es que no todos Los Ángeles son buenos, no somos seres divinos como se nos pinta en muchas mitologías, sí venimos de La Luz, es nuestra esencia pero no somos salvadores y no somos la personificación de la bondad.
–¿Quieres decir que Los Ángeles no son buenos? ¿Qué son seres como nosotros, que pueden ser malos o buenos?
Ella asintió.
–¿Hay otras criaturas, verdad? – le preguntó con fingida valentía – Las que mis padres me contaban.
–Sí, hay muchas y muy variadas.
–¿Cómo cuales?
Ella suspiró, aquello era complicado de explicar.
–Bueno – empezó – existen unos seres que son bastante mágicos, es decir que poseen cierto poder en su naturaleza y otros que en sí, son parecidos a los humanos, es decir, que sus habilidades son limitadas, guerreros y guerreras dotados de destrezas extraordinarias – en su voz había cierta empatía al mencionar eso – luego hay otras de naturaleza igual pero capaces de servir de medio para manifestar poderes y habilidades mágicas, como dominar el viento o el fuego, por ejemplo – señaló la hoguera que seguía ardiendo sin necesidad de alimentarla con más madera – otras son de naturaleza más amable o más hostil, algunos están en contacto con la energía de su hábitat, pueden habitar las aguas o las tierras heladas, aun así se ven como los  humanos, tienen dos brazos, dos piernas; esta figura – lo apuntó – es universal, solo varía en algunos rasgos, algunos tienen alas, otros pueden cambiarla a su antojo… – suspiró un poco – así se podría resumir.
Odín intentaba mantener la calma ante aquella revelación, trataba de tomar todo como un adulto, aquella información era de algún modo importante para saber qué había allá afuera en la oscuridad.
–¿Y solo salen de noche? – ella se rió de la pregunta, pero no había mala intención detrás de aquella risa, seguramente si Odín no hubiese estado tan asustado se hubiese reído también.
–Aunque entre los mitos y leyendas de los humanos se dice que solo salen de noche, eso no es limitativo, la oscuridad es buena porque sirve para ocultarse, mas no implica que solo allí puedan ser voraces.
–Háblame de la cosa esa, La Ruptura que tú dices que pasó – cambió de tema, se había estremecido con aquella respuesta, no le gustó.
–Fue como si algo se hubiese roto, como cuando una tubería de metal se fisura y el agua empieza a filtrarse, con el tiempo se oxida – comparó – no solo hubo guerras como te mencioné antes, sucedió también con las personas, las cosas cambiaron, los paradigmas cambiaron.
–¿Qué es paradigmas? – Laiha no pudo evitarlo, soltó una carcajada.
–Lo siento – se disculpó, no esperaba esa pregunta realmente – es como decir modelo o mejor explicado puedo decir que es un concepto, en ese sentido un concepto de vida; la gente sintió que algo estaba cambiando, la tierra, el agua, el aire y comprendieron que se les venía encima una catástrofe, el mundo que habían construido estaba cimentado en bases muy endebles, al final todo se derrumbó, todo lo que creían se había disuelto, ¡Ceniza! – señaló el fondo de la fogata donde las cenizas de los leños todavía ardían – descubrieron que Dios no existía, indiferentemente el nombre que le pusiera cada quien, simplemente no existía, que estaban indefensos… pero no que estaban solos.
–¿Qué sucedió entonces? – preguntó aprensivamente.
–Sucedió lo que tenía que suceder, empezaron a pelearse entre sí creyendo que el poder del dinero era lo único que podía salvarlos, que si se apoderaban de ciertos recursos, de ciertas cosas, iban a sobrevivir mejor, pero no escatimaron en las armas que usaron, se arrasaron a sí mismos, a naciones enteras… pero el mundo a su alrededor también estaba cambiando, estaba siendo influenciado por una energía que no podía repeler, así que cuando menos lo esperaban hubo grandes terremotos que hundieron islas y separaron continentes, gran parte de la historia de la humanidad se perdió en aproximadamente cien años y cuando ya parecía que los humanos estaban destinados a la completa extinción, el mundo logró acomodarse a esa influencia, pero se detuvo, como si el tiempo se hubiese estancado.
–¿Cómo sabes cuantos años han pasado desde entonces?
–Porque me he tomado la molestia de contar los días, las semanas y todo, incluso los años bisiestos – se rió.
–¿Qué es un año bisiesto? – arrugó la frente.
–Nada importante, olvídalo… sé que después de eso, los humanos se desorientaron, ustedes saben más o menos cuántos años tienen porque yo les enseñé a llevar esa cuenta, así podían determinar las edades de todos ustedes pero aun así, no logran interiorizar ese conocimiento; en otros sitios la gente no lo sabe, aunque no se pierden de mucho, aunque envejezcamos, el tiempo es solo una ilusión.
Todo parecía demasiado complicado para su limitada comprensión.
–Pero, hay ciudades Laiha – parecía contrariado – hay tres Metrópolis, yo lo sé… ¿Cómo sobrevivieron las ciudades?
–No lo hicieron, sencillamente algunas personas tomaron previsiones, personas con cierto poder, notaron que todo se iba a la mierda e intentaron protegerse, así que guardaron los conocimientos y cuando parecía que todo se calmaba, usaron eso para empezar de nuevo; las Metrópolis no llegan a cien millones de habitantes, tal vez la dos es la más poblada y llegue a unos ciento cincuenta ¡Y especulo con ese número! E incluso así eso no es mucho, sobre todo porque esas tres son las más pobladas de todo el mundo, las demás ciudades que existen son centros pequeños, que no tienen los avances tecnológicos ni las defensas necesarias, son sitios que cuando mucho albergaran a un millón o dos en el mejor de los casos… esos números son nada comparado con la cantidad que existían antes de La Ruptura.
–¿Cuántos? – preguntó
–Más de siete mil millones de habitantes en todo el planeta – respondió ella.
Él no alcanzaba a comprender la magnitud de la diferencia entre los números, pero intuía que era un número enorme.
–Y algunos de esos millones que quedan, unos miles no son totalmente humanos – le acotó.
Odín notó que le dolía la cabeza, no podía, ni quería saber nada más, por lo menos por esa noche, también se recostó en la roca y cerró los ojos. Laiha no le dijo nada, se limitó a observar de nuevo el cielo, recordaba las constelaciones de su época, algunas habían cambiado, otras parecían haberse perdido como todo lo demás.
Había algo en la naturaleza humana de ella que la obligaba por lo menos a alertar a los participantes de aquella nueva guerra, no podía simplemente ser una observadora imparcial de las circunstancias y dejar que ellos jugaran con más desventajas de las que ya tenían.

Esa era la principal razón por la cual había sido condenada a ese mundo aunque su verdadero destino era el Hades, algunos habían creído que podía hacer algo desde ese lugar a medio camino; pero no olvidaba que en la última guerra que se había librado y  la cual habían perdido, había culminado con la creación de los seres humanos; ellos estaban allí para sostener el Edén, pero al final, el plan no había funcionado como querían y la supuesta fuente de energía infinita para los seres que controlaban El Cielo, sencillamente falló.
–Y ahora todo va a colisionar – pensó en la advertencia de Akcron – tal vez haya fuegos artificiales en ese momento… tal vez yo pueda generar fuegos artificiales – se dijo a sí misma con malicia; no quería participar en la guerra, pero sentía un placer algo malvado ante la idea de por lo menos hacerle las cosas un poco más difíciles a sus viejos compañeros.
Pero más allá de eso, Laiha pensaba una y otra vez en todas las cosas que podía implicar ese choque: la posibilidad de volver a su mundo, tal vez de recuperar su cuerpo, el conocimiento para liberarse de su humanidad definitivamente, o tal vez en un rapto de agradecimiento, liberarse mutuamente, ella en un cuerpo y la humana en otro.

Las ideas rondaban en su cabeza, tomaban formas sinuosas, pero después de todo, ella no quería pensar demasiado. ¿Qué motivos la impulsarían a regresar?, supo que ninguno, volver a su mundo implicaba enfrentarse a personas a las que no sabía si quería volver a ver: al padre que asesinó alguna vez, a la madre que la rechazó o peor aun a la madre que sí la aceptó; hermanos, conflictos políticos, viejos amantes, su antiguo y desafortunado amor.

No era una perspectiva agradable.