viernes, 17 de abril de 2015

Bienvenido al nuevo mundo (primera parte)

Esta historia fue escrita el año pasado, con la intención de participar en el primer concurso de ciencia ficción de mi país, este fue mi primer intento de escribir en este género. Espero que lo disfruten, acá les dejo la primera parte.

Juan Felipe Casas miró a su interlocutor con la incredulidad pintada en el rostro, como reportero había visto cosas inusuales e inauditas, pero nada como a lo que se enfrentaba en ese instante.

El joven que engullía enérgicamente su perro caliente con cara de felicidad le había informado que él, junto con su colega, habían desarrollado, esparcido y curado el virus Bornaviridae Humanus.

Al principio no le creyó; quién en su sano juicio le iba a creer a un joven que comía perros calientes en medio de una húmeda y calurosa calle de Puerto Ayacucho en el Amazonas. Juan Felipe Casas se rió casi histéricamente cuando él joven lo abordó en medio de la plaza donde había estado solo media hora antes, desorientado, sucio, mal oliente y balbuceando cosas incoherentes, mientras en sus momentos de poca lucidez pedía ayuda a los transeúntes que se alejaban de él al echarle un vistazo.

―Otro perro por favor― pidió el chico, no tendría más de veinticinco años, y su acento perfectamente neutral chocaba con su aspecto marcadamente hindú. Recibió su pan con salchicha, lleno de salsas y papas fritas y le pegó un mordisco mientras se giraba hacia él  ¿No va a comer?

Juan Felipe Casas miró su mano que sostenía su propio perro caliente y la sintió poco familiar, como si esa mano con las uñas llenas de tierra no le perteneciera; la situación carecía de todo sentido lógico y le parecía más bien una muy mala broma chapucera. Había atravesado el océano atlántico persiguiendo pistas cada vez más insólitas tras la historia que lo catapultaría a la fama; un premio Rey de España, eso era lo que buscaba como mínimo, y gracias a su ambición se había visto envuelto en persecuciones, asedios, intentos de asesinato por parte de su hijo de cinco años, un secuestro en helicóptero que lo había llevado al medio de la nada en la selva amazónica, suministro de drogas alucinógenas en contra de su voluntad, danzas indígenas llenas de aborígenes desnudos que se convirtieron en sombras ígneas que parecían abrasar el denso follaje de la selva a su alrededor, tambores tenebrosos que obligaban a su corazón a saltar a ese ritmo hipnótico y por último un viaje de retorno lluvioso y oscilante a través de ese rio oscuro y siniestro que se le coló en las venas y que se prolongó por el oscuro asfalto que transitó en aquel estado soporífero y aturdido que le había quedado junto con el regusto amargo de su paladar, para terminar abandonado en medio de la plaza de la ciudad capital del estado Amazonas en Venezuela. Solo para que al final un muchachito que comía perros calientes con infantil felicidad en una esquina de la escuela salesiana Pio XI le confesara que él era la mente maestra tras la peor pandemia que había asolado a la humanidad.

Su estomago gruñó de hambre y esa sola reacción instintiva borró todas sus reservas, engulló el pan en dos mordiscos y antes de poder decir nada el perrero le tendió otro.

―Camila detesta que coma estas cosas― le susurró con una sonrisita de culpa ―dice que de qué sirve hacer todo lo que estamos haciendo si no soy capaz de resistirme a estas cosas dañinas.

Juan Felipe estaba pidiendo otro cuando lo escuchó decir eso pero no le prestó demasiada atención, su estomago parecía un ente independiente de su cuerpo que le exigía más y más comida; en tres mordisco acabó el pan y se tomó un sorbo largo y refrescante de su coca cola, soltando luego un ruidoso eructo que hizo reír al muchacho.

―Es normal que coma de ese modo― le aseguró en tono confidencial conteniendo la risa ―es parte de los efectos secundarios de la antitoxina que le inoculé cuando lo encontré hace rato. Hace que su metabolismo trabaje diez veces más rápido para que expulse los sedantes y drogas que le hicieron consumir, lo que conlleva un gasto excesivo de energía. Ya que no tengo aquí ninguna de las capsulas energizantes que inyectan vitaminas y proteínas mejoradas su cuerpo le pide comida.

El joven pidió cinco perros calientes más para llevar y pagó la cuenta, lo encomió para que se alejaran del puesto de perros calientes y bajaron caminando lentamente rodeando la plaza.

Se sentaron en uno de los bancos que parecía más solitario, resguardados bajo la sombra fresca de los arboles. Juan Felipe miraba con ansias el paquetico que contenía los demás perros calientes y él se los tendió sin muchas ceremonias, informándole que de hecho eran para él. Sintió una felicidad enorme cuando los desenrollo del papel parafinado en el que venía, en cuestión de cinco minutos se había comido todo y pescaba con sus dedos las migas de repollo, papas y salsa que habían quedados adheridas a éste.

―Como ya le había mencionado, mi nombre es Aarush Jayaprada Rujul, soy doctor en biogenética y genética molecular, yo desarrollé junto con mi compañera Camila Camelo el Bornaviridae Humanus.

―¿Por qué?― la pregunta se escapó de su boca sin siquiera haberla formulado en su cabeza.

―Hay muchas respuestas para esa pregunta, desde unas muy altruistas hasta una muy simple, llana y egoísta― le respondió mientras se sacaba del bolsillo una barra de chocolate y se la tendía― En sí lo hicimos porque podíamos hacerlo, esa fue la principal razón. Mi colega, Camila, es doctora en nanorrobotica y nano tecnología, así como también se especializó en el campo de la física molecular. ¡Es una mujer fascinante llena de ideas innovadoras!― sonrió con admiración ―ella fue la de la idea, nos tomó un par de años desarrollar el virus, a pesar de que ambos poseemos un coeficiente intelectual que sobrepasa a nuestros más famosos científicos.

―Eso no responde mi pregunta― le reprochó tras tragar el pedazo de chocolate que estaba masticando.

―Lo sé, pero tampoco es fácil entenderlo, somos una sociedad de personas egoístas, que estamos destruyendo nuestro entorno y nuestro mundo, creemos que al descubrir de qué están compuestas las cosas hemos obtenido el mayor logro científico, todo ello sin contar lo que hemos tenido que destruir para probar y comprobar esas teorías ¿Cuántas personas murieron en Hiroshima y Nagasaki solo por le vanidad de un par de científicos y las ansias de poder de un par de políticos?

―¡¡Ustedes arrasaron con casi toda la población infantil y adolescente!! – estaba completamente horrorizado, Aarush lo miró con el ceño fruncido.

―Lo hicimos para asegurar y preservar el bien del planeta y de la humanidad – le aseguró – Era un mal necesario.

―¡¿Cómo?! – estaba alzando un poco la voz y llamando la atención de un par de ancianos que miraron reprobatoriamente hacía ellos.

―Eliminando un par de generaciones corrompidas por el consumismo y la indiferencia – respondió con total naturalidad – jovencitos que estaban siendo criados bajo la premisa de que el mundo era de ellos y podían destruirlo si querían, que no tenían que hacer nada para su cuidado y su preservación porque ellos podrían salir y tomar lo que quisieran, cuando quisieran y en las cantidades que quisieran sin pensar en el futuro, sin detenerse a cavilar que se podía acabar o que había otros niños o personas en otras partes del mundo pasando hambre – Se giró y lo encaró, su aspecto juvenil se había opacado tras la expresión sombría y sería de un hombre que sabía lo que hacía y por qué lo hacía mas allá de las implicaciones morales o éticas – Tuvimos millones de niños criados por el internet, con la mentalidad cuadrada de la pantalla de sus dispositivos electrónicos con acceso a un montón de información que no usaban por flojera de analizar ¿Te has preguntado qué va a ser del mundo en diez años cuando esos niños se hubiesen convertido en adultos? ¡Nadie se ha hecho esa pregunta y se ha detenido a pensar en esas consecuencias! – se  acomodó de nuevo en el asiento y cerró los ojos como si disfrutara del sol que se filtraba entre el follaje de los arboles – Solo sacamos la fruta podrida para evitar que la nueva se pudriera.

―¡¡¡Eso no les da derecho de matar a niños y jóvenes inocentes!!! – exclamó entre dientes. Apretaba los puños con fuerza y haciéndose daño en las palmas.

―No eran inocentes – le aseguró – eran estúpidos y peligrosos ¿Acaso no ha notado el incremento de homicidios perpetrados por jóvenes entre nueve y quince años? ¿O crímenes de toda índole, como violaciones, robos, vandalismo? Los chicos se creen por sobre la ley porque sus padres les han hecho creer que están sobre ella, que nada los puede alcanzar, que son invencibles – bufó – luego vienen y culpan a la violencia de los medios ¿Dónde estaban que no controlaron lo que sus hijos veían por televisión si consideraban que estaban llenos de violencia? ¿En qué pensaban cuando compraban esos videos juegos  y no les decían que eso era ficción y que no se podía hacer en la realidad? Que esos personajes no existen, que son ficticios… ¡Usted es reportero! ¡Usted sabe de lo que hablo!

Juan Felipe Casas boqueó una par de veces intentando decir algo, pero una parte de él comprendía lo que estaba diciendo, él mismo había pensado que su pequeño hijo de cinco años estaba creciendo en un entorno muy negro lleno de terribles cosas, no hacía mucho, menos de un año, se había percatado de ello cuando escribió la reseña de una horrorosa noticia: en Estados Unidos un grupo de jóvenes de entre doce y catorce años recrearon una escena de un vídeo juego, torturaron y mataron a una compañera de clases para invocar al protagonista de dicho juego. En los últimos años la sociedad se había descompuesto a una velocidad espantosa y parecía que a nadie le importaba y nadie hacía nada por cambiarlo. El mundo estaba en vilo bajo la constante amenaza de una posible guerra entre Rusia y Estados Unidos cuyas diferencias se habían agudizado en los dos últimos años gracias a la independencia petrolera que el gigante del norte había ganado con su petróleo de esquisto, los conflictos armados entre los países africanos, la guerra religiosa en el Medio Oriente y esa nueva oleada de persecución y exterminio de cristianos. 

Contó los años que habían pasado desde los desahucios en su país, la crisis económica que los venía golpeando desde dos mil ocho.

 Diez largos años de un terrible deterioro social y moral.

Tomó aire y preguntó:

―¿Qué es el Bornavirus humano? – su mentalidad de periodista había regresado.

―Realmente no es un virus – confesó, su rostro se iluminó nuevamente con la felicidad infantil que había tenido mientras comían – eso es lo mejor, ¡Un virus que no es un virus!

―No entiendo.

―El Bornaviridae es un virus único que posee un genoma de ARN monocatenario de sentido negativo. Este virus tiene el genoma más pequeño de todas las especies del orden Mononegavirales ― 8,9 kilobases ― y es el único dentro de ese orden con la capacidad de replicarse dentro del núcleo de la célula huésped― se recostó del espaldar del banco ―  Originalmente este virus genera un síndrome infeccioso neurológico que afectaba a los animales de sangre caliente causándole comportamiento anormal y posteriormente la muerte. – Se quedó en silencio unos minutos como si le prestara atención a algo específico en el aire, asintió y continuó – El nombre se deriva de la ciudad de Borna, Alemania, que sufrió una epidemia de la enfermedad en caballos en mil ochocientos ochenta y cinco. Hace algunos años unos estudios demostraron que hay rastros del virus en nuestro genoma lo que implica que en algún momento los humanos fueron susceptibles al virus y desarrollaron cierta inmunidad contra la enfermedad, pero creen que la presencia del virus en humanos puede ser la causa de algunos trastornos neurológicos o psiquiátricos como la bipolaridad o la esquizofrenia o incluso la depresión.

Su tono de voz se había vuelto catedrático, como si fuese un discurso ensayado solo para él, con palabras que él pudiese comprender. Continuó:

―Mi colega me comentó que era posible replicar el virus artificialmente con nano tecnología, convertirlo en un nano-robot programado para modificar la conducta, el comportamiento y los pensamientos de los seres humanos, al principio no le creí, lo tomé como una broma – soltó una risita – pero cuando me explicó que podíamos diseñar un robot exactamente igual al virus y que se comportara como él, que se alojara en el núcleo de las células cerebrales y replicara los síntomas y que al mismo tiempo almacenara información sobre la conducta y la personalidad del sujeto, para luego inocular una vacuna con una serie de otros nano-robots con la orden de modificar los patrones de pensamiento, introduciéndolos directamente en la mente de las personas, pensamientos especialmente diseñados para que los individuos los tomaran en cuenta. Una terapia de modificación de la conducta directamente en el cerebro de la persona; simplemente le creí. Era imposible refutar su lógica y sus números, pero he de confesar que me sorprendí cuando tuvo éxito.

―¿Y qué les hacen pensar ahora? – le preguntó mientras se palpaba con manos temblorosas los bolsillos buscando su caja de cigarrillos.

―Salvar al planeta, conservación de la flora y la fauna, respeto a los derechos humanos, reciclaje, igualdad de razas, búsqueda de conocimiento, eliminación del consumismo, respeto por la leyes, sentido de justicia… ―Enumeró – cosas por el estilo.

Juan Felipe Casas encendió su cigarrillo, le dio una bocanada profunda que le hizo arder la garganta y exhaló.

El humo oscuro ascendió en espirales suaves, una parte de él estaba horrorizada y otra, una muy sórdida, estaba fascinada con la historia.


Su cabeza pasaba a toda velocidad recuerdos, imágenes, hipótesis, hechos. Recordó particularmente la noche en que su hijo de cinco años se acercó en la oscuridad mientras él trabajaba en su portátil y le susurró desde el umbral de la puerta de su estudio que no quería hacerle daño – Esta bien papá, estamos cambiando el mundo, estamos haciendo un mundo mejor – le había dicho con su vocecita infantil y una sonrisa que se le antojó tenebrosa y le hizo erizar la piel.

La segunda parte de esta historia continuará el próximo viernes, no se la pierdan.

Saludos desde los mundos oscuros

jueves, 16 de abril de 2015

Leyendas de Venezuela: La Llorona.

Una de las leyendas más famosas de Venezuela es la Llorona, incluso me atrevo a decir que de toda Latinoamérica, y temerariamente agregaré que del mundo.


En casi todas las mitologías hay una mujer que llora por sus hijos muertos; solo en algunos lugares dicho personaje queda penando y, en algunos casos, acechando a los vivos.

En el caso particular de Latinoamérica, la llorona tiene muchas versiones, aunque si investigamos encontraremos que la leyenda entró originalmente por México. Es muy común en la mitología aborigen de nuestro continente, encontrarnos con fantasmas o espectros que habitan las orillas de los ríos, pero solo hasta la llegada de los españoles, adquirió las características específicas con las cuales viajó a través de todos los pueblos.

Tomando los rasgos generales la Llorona es una mujer que asesinó o perdió a sus hijos, el dolor de dicho trauma la llevó a cometer suicidio o a perder la razón, motivos que ataron su alma a este mundo y pena por todos lados buscándolo. Algunas historias aseguran que dichos hijos mueren ahogados y es por esta razón que la Llorona suele escucharse cerca de quebradas, cauces de ríos, lagunas y lagos; en el caso particular de Venezuela, la tradición dice que su llanto comienza a escucharse después de semana santa, que son los días en que comienza la estación lluviosa; es decir: la Llorona aparece con las primeras lluvias de la estación.

Este extracto tomado de internet, específicamente la página Wikipedia dice:

“Es durante la colonia española en América cuando el mito de la Llorona toma forma.1 A la vez diosa y demonio, nadie, en la psique del mundo colonial, puede resistir su aparición ni su llanto de ultratumba, ni siquiera los conquistadores afincados en el valle de México, quienes a causa del espanto incluso instituyeron un toque de queda a las once de la noche, pues pasada esa hora comenzaban a escucharse los gemidos aterradores de una mujer espectral por las calles de la ciudad de México. Su visión garantiza la muerte o la locura (en similar forma a la de las deidades prehispánicas antes descritas) para aquellos que intentan averiguar el origen de aquel lastimero gemido. Para los colonos, la diosa prehispánica toma la forma de una mujer de flotante vestido blanco, con la cara cubierta por un vaporoso velo (que cubre el aterrador rostro de la angustia), que cruza las empedradas callejuelas y plazas de la ciudad lanzando un estremecedor grito de desesperanza y derrota. La Llorona es también uno de los primeros signos del mestizaje, pues es durante este período cuando se identifica en México a este fantasmagórico personaje con doña Marina, la Malinche, que vuelve arrepentida a llorar su desgracia, su traición a su pueblo indígena y su relación con Hernán Cortés, como parte de la leyenda negra' 'de estos personajes. De aquí parecen venir muchas de las versiones que señalan a la Llorona como la protagonista de una trágica historia de amor y traición entre la mujer indígena (o mestiza ocriolla) y su amante español, lo que finalmente la lleva al infanticidio como una manifestación del deseo de castigar al hombre en la forma del amante, en unas versiones, o del padre de la mujer, en otras, para lo cual usa al niño como el instrumento de la venganza por ser este la prueba de la deshonra, pero también, de alguna forma, como una manera de castigarse a sí misma por su debilidad.1

Como pueden observar, en este caso particular, el mito de la Llorona representa algo más que un simple espanto, hay un contenido histórico en ella, su ficción simboliza el mestizaje.

Tomando derroteros más específicos, en Venezuela circulan varias versiones ya sean en prosa o corrido. Algunas de estas versiones aseguran que la Llorona es el alma de una mujer que se casó con un soldado y quedó embarazada, antes de dar a luz el hombre la abandona y ella asesina a su hija en un acto de desesperación porque no soporta el llanto del bebé; al percatarse del horror que había cometido, grita y llora desesperada llamando la atención de los vecinos, que al encontrarla la maldicen y la atacan; asustada huye despavorida hacia el llano, convirtiéndose en el espanto que conocemos hoy. Otras versiones cuentan que una joven mujer asesinaba a sus hijos apenas nacían, un día decide confesarle al cura del pueblo sus acciones: mata a sus hijos asfixiándolos, asegurándole que no sentía remordimiento por lo sucedido; el sacerdote al notar que estaba embarazada le dice que antes de asesinar al bebé lo amamante, cuando ella da a luz decide hacer lo que el cura le ha dicho y en ese momento surge el instinto maternal, lo que la llena de culpa y comienza a llorar, se dice que esta mujer comenzó a vagar por los llanos llorando desesperada por los hijos que mató.
Hay versiones que conducen a la confusión de este mito con otro conocido: La Sayona, estas versiones indican que el asesinato del hijo o de los hijos, se consuma producto de los celos, algunas historias dicen que la mujer encierra al esposo infiel y a sus hijos pequeños en su rancho (casa muy humilde para los que no conocen la palabra) y lo incendia; otra dice, que los ahoga en un río. La diferencia entre ambos mitos radica en que la Llorona, según la tradición popular, se aparece en casas donde hay mujeres embarazadas y a punto de dar a luz, o en su defecto donde hay niños recién nacidos o pequeños, también cuentan que se los lleva de las orillas de los ríos.

Lo interesante de este mito en particular es la diversidad y adaptación, cada pueblo ha quitado o agregado hechos, pero en general sus características son similares: una madre desesperada que busca a sus hijos.

Su llanto es aterrador, las personas que aseguran haberla oído garantizan que es horrible, aún hoy en la actualidad, hay gente que asegura haberla escuchado, y considero que es uno de los mitos más comunes que define la identidad de Latinoamérica.


En mi próximo libro: “Los hijos malditos de mayo”, me tomé la libertad de construir una novela que englobara un poco de todas las historias que conozco y que formaron parte de mi niñez, entremezclándola con las que descubrí a medida que fui investigando el mito. Los invito a ver el book-trailer del Los sollozos de Marina.


Espero que les haya gustado, y también asustado…


Saludos desde mis mundos oscuros…

lunes, 13 de abril de 2015

Saga Los Condenados, La Caída de la Torre, Cap. I



Capítulo I
Hacía ya demasiados años que no se veían; habían puesto kilómetros de distancia, espacio y tiempo entre ellos, como una especie de pacto silencioso para no abrir viejas heridas; se habían confinado a vidas solitarias y misteriosas, se dedicaron a recorrer sus caminos separados entre las sombras y ahora que se encontraban parecía que en realidad no habían sanado, y estaba segura de que los demás pensaban lo mismo, que para todos era en cierto modo una tortura algo agónica encontrarse nuevamente en esa cita establecida por el destino y que no podían evadir aunque quisieran.

Y ella lo quería.

Llevaba mucho tiempo eludiendo ese encuentro, escondiéndose y aguardando al mismo tiempo, la fatídica noche en que se llevaría a cabo, solo para descubrir que no se podía engañar al destino, al fin y al cabo allí iba, avanzando conscientemente hacía el principio que podía ser su fin.

Giró en una curva muy cerrada. Deseaba fervientemente despojarse del casco y sentir al viento silbar en sus oídos, sentir su cabello arremolinándose alrededor de su cabeza, y no podía hacerlo, no debía arriesgarse a caer en alguna trampa, protegería su identidad hasta el último minuto; su vida estaba en juego y estaba dispuesta a defenderla, como sabía que los demás defenderían la suya propia.

Aceleró un poco más aprovechando la pendiente recta que se abría en su camino mientas añoraba la libertad de volar, de surcar los cielos y olvidarse de sus problemas, escabulléndose entre las nubes; pero aquel cuerpo humano donde habitaba desde hacía milenios la aprisionaba con sus limitaciones, no poder remontarse en los aires era una cadena que la mantenía atada a la tierra, un recordatorio constante de la condena que estaba pagando.

Así que se contentaba con conducir su motocicleta a límites absurdamente peligrosos ahogando la nostalgia que sentía de un mundo al que no podía regresar, del que no estaba segura querer regresar.

Habían estado separados muchos siglos, un período que seguramente estaba plagado de miserias y de sombrías batallas.

Demasiado tiempo había pasado – Ridículamente largo – pensó.

Viró a la derecha y el camino se elevó abruptamente, corrió varios kilómetros de subida hasta que sintió cómo descendía la temperatura. Muy lejos de la ciudad, demasiado tiempo sin verse y los pensamientos que pasaban por su cabeza, en una sucesión rápida de imágenes, despertaron un cosquilleo familiar en sus manos y pecho haciéndole ver que estaba a la defensiva como de costumbre, con ellos había aprendido que debía estarlo y aquella noche era peor, casi sentía salir de ella la furia fría y agresiva que la embargaba; definitivamente las heridas no habían sanado en su corazón humano y hacían eco en su otro corazón, el que no pertenecía a este mundo.

El camino se hizo plano y recto, bordeado de árboles bastante tupidos entre los cuales podía verse esporádicamente el brillo tenue de una luna menguante. Aceleró un poco más, levantado una nube de tierra a su paso, llegó a un claro algo grande, bordeado de peñascos y protegidos por un denso follaje que dejaba entrever, entre aquella masa uniforme y oscura, las luces lejanas de la ciudad. En él habían tres vehículos estacionados y a pesar de las tinieblas pudo notar la elegancia de cada uno; estacionó frente a uno de los autos, cerrando el círculo con su modesta motocicleta, divisó las conocidas figuras de sus viejos compañeros de batalla apostados con despreocupación frente a sus carros; eran tres en total, como suponía debía ser. Rió por lo bajo, aquello le pareció una ridícula puesta en escena, todos iban sin escoltas, como una demostración de buena voluntad, una deliciosa ironía si recordaba cómo habían sobrevivido siglos en aquel desolado mundo, cómo se habían infiltrado entre las sociedades que resurgieron tras las catástrofes, todos ellos se mimetizaron con sus entornos, podían parecer humanos frente a otros, actuar como tal, pero esa noche dejaban en evidencia su verdadera naturaleza, una innegable manifestación de sus fuerzas y poderes.

Se irguieron cuando ella apagó la moto, Laiha no se bajó, se limitó a sacarse el casco dejándolo sobre la máquina y se sacudió su melena un poco, adoptó una posición casi perezosa, descansó los brazos cruzándolos encima del yelmo, mientras se inclinaba hacia adelante.

-Buenas noches Laiha - el primero en hablar fue Attlas, la saludaba con la fingida cortesía de viejos conocidos que se hubiesen visto recientemente; percibió el ligero miedo en los ojos de Xoia, seguramente temía un estallido por su parte debido a la familiaridad con la que él le había hablado, comprendió que por lo menos uno de ellos estaba consciente de que ella no quería estar allí y cuando algo no le gustaba no solía ser amable.

 Se limitó a inclinar la cabeza en señal de saludo.

Todo se sumió en un incomodo silencio que reptaba desde la oscuridad y se apoderaba de ellos, después de todo ese tiempo volvían a estar reunidos en un mismo lugar; era como encerrar en una jaula a leones hambrientos e irascibles que estaban dispuestos a matarse unos a otros, no sabían qué decirse o cómo tratarse, se lanzaban miradas frías y algo indiferentes; todos ellos pertenecían a otra vida que habían vivido en común y aunque continuasen viviendo la misma, ya no eran lo que solían ser; habían cambiado, sobre todo ella y aunque pudiese reconocer a cada uno de ellos, sabía que ninguno era ya el mismo.
Todos habían cambiado tras La Ruptura.

Laiha había desaparecido por completo, incluso había hecho correr el rumor de su muerte tras ese funesto evento, Attlas se dedicaba a negocios clandestinos, Akcron era un respetado miembro en la ciudad donde residía, tenía una notoria influencia en los asuntos políticos y Xoia se movía en las más altas esferas sociales. Los miró con intensidad, posando la vista en cada uno de ellos la misma cantidad de tiempo, examinando con detenimiento si quedaban rastros de sus antiguas personas, recordando las viejas deudas por saldar que poseían entre ellos.

–Nos conocemos demasiado bien para andarnos con rodeos y con formalidades – Laiha tenía un tono de voz suave y profundo, había roto el silencio tras unos minutos que le parecieron eternos.

–¿Deseas volver tan pronto a la pocilga donde vives? – el dejo de ironía en la voz de Attlas no la tomó por sorpresa.

–De hecho, sí – respondió apaciblemente – prefiero pasar desapercibida allá entre los excluidos que vivir acorralada en las grandes ciudades con un precio que pesa sobre mi cabeza y mirando por sobre el hombro a ver si aparece algún idiota que se atreva siquiera a intentar cobrarlo.

–Tu cabeza siempre ha tenido precio, Laiha – dijo Akcron con su voz cadente y seductora – la mayor parte de tu vida lo ha tenido y toda tu muerte también.

–Sí… – le concedió con cansancio – deberían dejar que los muertos descansemos en paz.
Todos permanecieron callados tras aquella triste petición, había más que desaliento en esa voz, había una profunda resignación a algo que no podían cambiar, incluso Attlas se identificó con sus palabras con un casi imperceptible gesto de asentimiento.

Laiha desvió la mirada hacia un pequeño hueco entre los árboles, a lo lejos se veían las luces de la ciudad conocida como Metrópolis 3, la única protegida por muros en el mundo; se distrajo lo suficiente para dejar pasar esa tristeza agónica que se había posado sobre ellos, esas emociones eran el detonante perfecto para recorrer una vez más los caminos de la memoria, los recuerdos de un pasado que todos compartían. Su mente, que siempre le jugaba malas pasadas, le había obligado a recordar las vidas y las muertes, como empezaba una nueva vida inmediatamente acababa la anterior; estaba agotada de aquel ciclo que se sucedía interminable.

–¿Para qué me han llamado? – preguntó al fin sin dejar de mirar la ciudad – no creo que sea para tomar el té – y aunque su voz aparentaba indiferencia su mirada traía el eco de las imágenes que resonaban en su cabeza.

–Han sucedido una serie de… acontecimientos – Dijo Xoia después de unos segundos cuando se dio cuenta que ninguno de los otros dos iba a responder – entre las altas esferas de poder se están gestando planes y complots.

–Eso no es nuevo – respondió Laiha – es una mala costumbre de todos los seres – se detuvo un instante sopesando la palabra – inteligentes – dijo al fin, la encaró con una sonrisita burlona en sus labios – no son felices sin complots y conspiraciones, pero… ¿A qué esferas de poder te refieres?

–A los humanos – le contestó, Laiha soltó una risotada sarcástica.

Todos se quedaron callados nuevamente, esta vez por un largo rato, la risa de Laiha era una respuesta natural ante aquella afirmación y aunque los hombres se mantuvieron en silencio, se podía adivinar que pensaban igual.

–Tal vez deberíamos dejar que hable – dijo Attlas al cabo de unos minutos, tenía un tono demasiado conciliador, Laiha bufó, Akcron se rió burlonamente por lo bajo, los ánimos empezaban a caldearse entre todos.

–Se dice que quieren hacer una coalición humana – continuó Xoia con más coraje del que sentía y una nota de evidente disgusto – unirse contra Los Condenados, luchar para recuperar el mundo y prosperar de nuevo como especie dominante.

–¿Al final aceptaron que entre ellos caminan seres de otras especies? – Preguntó Attlas al aire con cinismo.

No es solo eso – suspiró – de algún modo comprendieron que no son de este mundo…
–Tarde o temprano iba a suceder – Akcron se volvió hacia ella – no podíamos esperar a que vivieran en la ignorancia por el resto de su existencia.
–Lo sé – aceptó Xoia – pero es como si hubiesen adquirido una comprensión sobre qué son Los Condenados, de dónde vienen, como si se hubieran dado cuenta de que hay algo más allá de este mundo y de esta realidad y lo que fuese que los mantenía separados de esas otras “cosas” se hubiese derrumbado.

–Eso también iba a suceder – le espetó Laiha – este mundo ha permanecido estancado mucho tiempo y sin su fluidez eventualmente se iban a dar cuenta.
–Y los monstruos de su imaginación salieron de la oscuridad y poblaron las ciudades – recitó Akcron en un tono enigmático.

Y como si se hubiese tratado de una orden a la noche una ráfaga de viento helado bajó como una cascada colándose entre el follaje y le arrancó gemidos ululantes a la oscuridad,  desencadenando una reacción tenebrosa en todo el lugar, parecía que todo a su alrededor cobraba vida y se ponía a la defensiva por la presencia de ellos, como si ese algo supiera lo peligrosos que podían ser.

Xoia observó detalladamente a cada uno de ellos, todos se estaban sumiendo en una profunda melancolía, pero de algún modo inexplicable ella estaba contenta de reencontrarse con ellos a pesar de los amargos recuerdos que en ese momento la embargaban, también habían vivido buenas experiencias, ellos eran la única conexión con su pasado, ese que le hacía entender que de todos, ella tenía escapatoria. Miró a Akcron y le sonrió con tristeza – Exactamente – le concedió en un susurro apenas audible.

–¿Ven? – preguntó Laiha en tono de burla cortando con su voz esa sensación de desasosiego – Esa es la razón por la cual no vivo en las ciudades, está llena de criaturas indeseables.

Nadie rió.

–Sí, hay intenciones de tomar las ciudades, de conquistar este mundo – dijo Akcron recostándose de su auto – en cualquier momento ya no solo habrá una fractura entre los mundos, de hecho habrá una colisión y el Edén está más cerca de este mundo que cualquier otro… pero eso no será un problema para los demás…

–¿Qué quieres decir exactamente con colisión? – preguntó Xoia.

–Significa que tendremos un lindo choque entre este miserable mundo y el otro – respondió Laiha con arrogancia.

–No es necesario el tono de… - empezó Attlas.

–¿El tono de burla? – Laiha lo increpó – no sé si te has dado cuenta, pero en estos momentos no necesitamos regodearnos en la ingenuidad humana.

–Ese no es el punto y tú lo sabes – los ánimos entre ellos empezaban a encenderse.

–El problema no es lo que yo sepa – le respondió – sino lo que otros están esperando – miró a Xoia directamente – aún esperas un milagroso escape o que alguien se levante como salvador, alguien que te salve y salve a tu raza que estaba perdida incluso antes de ser creada.

–No creo que sea el momento para discutir esto – Attlas elevó la voz.

–No, el momento fue durante La Ruptura – dijo Laiha levantando la voz un poco más que él – cuando todo se fue a la mierda y tú tenías la mente nublada y creíste que nada iba suceder, cuando todos tenían la sed de aventura a flor de piel pero la lógica bien enterrada en sus cerebros que los hizo creer invencibles… ¿Qué crees que sucedió cuando Xoia se dio cuenta de que se iba a quedar sola? ¿Acaso pensaron que esto no iba a pasar jamás? Fueron demasiado estúpidos al creer en eso y no vale la excusa de que eran jóvenes e inexpertos, vivimos demasiadas vidas antes de esta para estar preparados y…

–¡Suficiente! – exclamó Akcron en tono cortante, Laiha se quedó callada, él suspiró suavemente tratando de encontrar la paciencia necesaria para lidiar con ellos – Por una razón Xoia nos llamó a este lugar y tal vez tienes razón Laiha, todos nos dejamos llevar por lo que experimentábamos, incluso tú – dijo con calma – ¡Pasarán eones y ustedes nunca se pondrán de acuerdo! – los señaló con tono acusador, respiró profundo nuevamente y continuó – Sí, hay planes de abordar este mundo, sabemos que la fuerza que sostiene al Edén ya no es igual de poderosa, que no posee la misma capacidad, pero estaba previsto, solo sucedió un poco antes – Akcron dejó escapar su aliento – los humanos están más sensibles de lo que ellos piensan.

–Lo único que oigo es blah blah comienza la guerra – dijo Attlas con rebeldía, siempre había detestado ese aire de madurez y superioridad con el que solía hablarles cuando ellos se alteraban un poco.

–No solo es eso – respondió Akcron – el Edén y este mundo colisionarán – esta vez su tono de voz fue distinto, quería hacerles entender que lo que decía no era simplemente una figura simbólica.

Todos permanecieron en silencio asimilando aquella afirmación tan rotunda; los mundos colisionarían. Implicaba más de lo que todos querían asumir: los humanos más cerca de su creador, Laiha y Attlas tendrían la oportunidad de volver a su mundo, este último podría encontrarse de nuevo con la familia que había dejado atrás.

–Son demasiadas cosas para una noche… – dijo Laiha rompiendo el silencio en un susurro.

–Laiha tiene razón – concordó Attlas – normalmente  habrían corrido torrentes de vino entre nosotros antes de llegar a ésta conversación – tenía una forzada sonrisita picara en los labios.

–Esta vez no tenemos tiempo para vino, ni para medidas diplomáticas – respondió Akcron, en su tono evidenciaba que debían olvidar cuanto tiempo que llevaban sin verse o cuales rencores los separaban.

–Sabíamos que esto iba a pasar – dijo Xoia con un hilo de voz, mientras les daba un poco la espalda y apoyaba la palma de su mano en el capó del auto – pero no sabía que fuese a suceder tan pronto.

–¿Pronto? – preguntó Laiha con genuina sorpresa – ¡Han pasado demasiadas vidas…! demasiadas muertes…. – susurró; ella y Attlas habían llegado a este mundo en un ciclo constante de vida y muerte – Es como volver a casa y no tener la llave que abre la puerta – dijo; aun en la oscuridad vio cómo Attlas asentía – no lo puedes comprender Xoia, incluso con tu vida extremadamente larga no podrías entenderlo.

–Hemos muerto excesivas veces – Attlas se volvió en dirección a la ciudad mientras decía eso.

–¿Qué piensan hacer los humanos? – interrogó Laiha a Xoia – No es tan fácil como piensan, no pueden decir: ¡Vamos a acabar con esos monstruos! Y creer que en efecto acabaran con nosotros.

–La verdad es que aún no llegan a un acuerdo sobre eso – respondió volviéndose hacía ellos – no es fácil tomar una decisión cuando no saben exactamente contra qué pelean o qué acontecimiento se acerca, estamos ciegos e ignorantes.

–¡Bendita ignorancia! – exclamó Attlas.

–Creo que la ignorancia es una maldición en estos momentos – aseguró Laiha con una risita.

–Los miembros más poderosos de la humanidad se han reunido – reveló Xoia – cada uno ha descubierto a su manera que las cosas son diferentes, varios de ellos han contratado a algunos Condenados para protección alegando que la mejor manera de controlar al enemigo es teniéndolo cerca, también en los bajos fondos se planean apuestas de peleas y enfrentamientos entre criaturas extrañas, he de suponer que son Condenados, todo se ha sumido en una decadencia sin límites – suspiró – hombres y mujeres obligadas a pelear como bestias – parecía verdaderamente contrariada con lo que había visto y oído; Attlas sonreía con disimulada arrogancia.

–¿Aún no te acostumbras, verdad? – le preguntó Laiha mientras miraba a Xoia que no podía huir de aquella mirada intensa, podía ver sus ojos brillantes y azules a través de la oscuridad, absorbiéndola, empujándola más allá de los limites que ella misma se había establecido. 

–No – asumió con voz firme – todavía espero lo mejor de los demás.

–La diferencia entre nosotros y los humanos es que a nosotros solo nos queda ser así, no tenemos más alternativas que ser sus monstruos, que los humanos nos llamen “criaturas” o “seres” – parecía molesta por eso – así que no vamos fingiendo ser mejores o peores personas, somos lo que somos.

Otra vez aquel silencio pesado entre ellos.

–Tienes que entender que la naturaleza primigenia de todas las criaturas es salvaje y peligrosa – dijo Attlas casi a modo de disculpa tras un rato.

–Me enfermas – le reprochó Laiha con cierto tono indiferente – siempre tratando de salvar una ingenuidad que no existe – chasqueó la lengua – ¿De qué manera se están organizando? ¿Contra quién van a pelear?

–Eso no es importante – se impuso Akcron – por lo menos no en estos momentos, sabemos que pelearán contra Los Condenados o con ellos, pero en este instante todo se resume a que por primera vez en la historia de la humanidad están jugando un papel más protagónico y ahora van a disfrutar en primera fila la guerra.

–Continúa la guerra – Laiha saboreó las palabras.

–Ciertamente – dijo Attlas – ¡Al fin! – suspiró despacio.

–¿Seguirás al conejo blanco a casa? – le preguntó mientras se ponía el casco.

–No lo sé Dorothy – respondió Attlas – ¿Todavía sigues en Kansas?

–No – se escuchó la voz velada por el casco, encendió su moto y la aceleró, el rugido del motor reverberó en todo el lugar, una bandada de aves salió huyendo de la copa del árbol más cercano, era un ruido ensordecedor que le causaba cierto placer, podía sentir la adrenalina corriendo por su sangre junto con el deseo de ponerse en marcha – hace mucho tiempo que Kansas dejó de existir y un tornado me trajo a una tierra diferente – giró sobre sí misma violentamente y dio la vuelta levantando una alta nube de polvo.

Todos miraron el camino que Laiha había tomado, tenía razón en esa última afirmación que les lanzó, ciertamente el mundo que conocieron ya no era el mismo y el que conocían estaba a punto de cambiar.

Laiha imaginó cómo todos trataban de recordar una realidad más simple, durante todo el trayecto de regreso a la que consideraba su casa, la inundaron los recuerdos: las miradas, las frases, las revelaciones de que todo seguía un curso que ninguno había estimado por considerarlo imposible e irreal, recordó las despedidas, las últimas noches de amor apasionado, la lluvia cayendo y el significado de ésta, recordó lo bueno y lo malo, recordó la última noche estrellada y sus consecuencias, las heridas y las armas que las habían causado, recordó la rendición, el abismo, la oscuridad.

No sabía si había sido igual para todos, si los cuatro habían pasado por esa sombría redención que era el reconocimiento de su condena, y aunque ciertamente Akcron era solo un viajante temporal en este mundo, intuía que de algún modo él había ido pagando a cuenta gotas muchas penas. Attlas había conocido de primera mano lo que era morir y nacer sin tiempo de asimilar la tragedia, el dolor y el cambio; él, al igual que ella, solo era un Condenado a una vida repetitiva y sin sentido, que solo había logrado tomar forma cientos de años atrás cuando extrañamente habían conseguido burlar a la muerte tras un despertar trágico y doloroso por La Ruptura; incluso Xoia, la única humana entre ellos, había cargado con un deber tan pesado e incomprensible que podían decir que ella también había sido condenada.

El viaje de retorno también lo fue hacia su pasado, cuando se dio cuenta dónde estaba, se acercaba a la ciudad donde se había escondido los últimos años.