Hoy veintitrés
de abril celebramos el Día Internacional del Libro, muchos escritores han
sacado promociones de sus obras, otros se han lanzado a eventos promocionales
en los que se hacen conversatorios y charlas, y algunos se han puesto a
reflexionar sobre este día debido al oficio de escribir.
Por ejemplo hoy
voy a hablar de los libros y cómo estos deben influir en los escritores, sobre
todo en aquellos que como yo, se están lanzando a dar sus primeras brazadas a
ver qué tal nos va, y más aún en aquellos que solo asoman tímidamente la
posibilidad de empezar a escribir.
Ciertamente hay
personas que escribimos infiriendo ciertas normas gramaticales y de redacción,
digo infiriendo porque no nos dedicamos a estudiar la lengua y sus normas a
cabalidad, sino que nos lanzamos a escribir con el conocimiento ingenuo que nos
da la escuela, algunos no sabrán que es un pasado perfecto, qué es un adverbio,
ni si se rió se acentúa o no; noveles escritores que no están muy pendientes de
si la Real Academia de la Lengua Española decide que twittear es un palabra que
se usará en el castellano y tendrá un nicho en nuestro diccionario. Y en cierta
medida esos tecnicismo de la lengua los vamos adsorbiendo a medida que vamos
corrigiendo, revisando y publicando; porque es mentira que con el paso de los
años un escritor no se equivoca, ojala pudiésemos conversar con los artífices
de la coherencia detrás de las obras de grandes y admirados maestros en la
literatura.
Lo que si
debemos ver, más que con pasión, con objetividad, es que aunque uno desee
innovar y romper las estructuras ortodoxas que dominan la literatura, primero
hay que conocerlas, usarlas, empaparnos con ellas y respetarlas; luego cuando
la experiencia nos de la sabiduría para romperlas y no hacer el ridículo, osar
y hacerlo.
En mi trabajo
de correctora me he encontrado con una ensalada desagradable de guiones,
suspensivos y comillas usados indiscriminadamente para determinar los diálogos;
y aparte de todo eso, hacen los diálogos de corrido en una sola línea; así que
mientras voy unificando el criterio de nuestro bien amado guión o comillas,
también tengo que dilucidar quién dice qué cosa, eso queridos amigos, es causa
de rechazo de una novela.
Las muletillas
y cacofonías son el pan de cada párrafo al corregir, evidentemente hay algunas
personas que se toman la delicadeza de buscar sinónimos, palabras con el mismo
significado que sustituyan las repeticiones, convirtiendo la lectura en algo
fluido y agradable, si no somos capaces de emular esa norma básica al escribir,
y más que nada por pura arrogancia, se han equivocado de oficio, al mundo de
las letras se debe entrar con humildad. El uso indiscriminado de: a el/la, de
el/la, para el/la, el repetir cuatro o cinco veces en el mismo párrafo de diez
líneas que estaba en la casa, su casa, la casa; hacen lenta y pesada la
lectura.
Narrar en
tiempo pasada y soltar una acción en tiempo presente es como un balde de agua
fría en la narración, por más concentrado que uno esté mientras lee, el cerebro
registra la anomalía, obviamente si es una o dos en toda la historia puede
pasarse, pero que de un párrafo a otro se generen esos cambios en los tiempos
narrativos da dolor de cabeza y hará que el lector deje olvidado ese libro para
siempre.
Evidentemente
hay elementos más técnicos que dominar, algunos los adquiriremos con el tiempo,
otros no; pero lo importante es comprender que esos libros que nos inspiraron a
escribir lo hicieron no solo por su historia, el libro no es solo su historia,
detrás de cada página hay un trabajo multidisciplinario que permite que ese
objeto de tus pasiones te inspire, bajo esa premisa: ¿Convertiremos nuestras
obras en escuelas para los futuros escritores que nos leerán?
Desde que estoy
en este mundo he repetido hasta la saciedad una premisa que procuro mantener en
mi proceso de escribir: “La mejor historia del mundo se puede perder si no está
bien planteada” y ese planteamiento engloba TODO.
Siempre he
sostenido que llamarme a mi misma escritora es un título muy grande y que
requiere de una responsabilidad muy pesada, porque desde mi punto de vista y
tras veintinueve años de libros a cuestas, mi visión de los que escribieron
esas obras es muy idealizada, no viene acompañadas de caballeros andantes ni de
damiselas en apuros; la verdad llana es que considero que estos autores, los de
los libros que me educaron, fueron personas con una sensibilidad especial hacia
el mundo, con una imaginación peculiar y diferente que los condujo a sobresalir
entre otros, que ellos supieron unificar los distintos matices emocionales en
un solo personaje logrando que miles de personas por un instante fuesen una
sola. Desde este punto de vista, llamarme escritora, da un poco de miedo.
Pero más allá
de todo eso, de que los libros sean nuestra primera escuela, los que escribimos
para publicar debemos comprender que esa obra es nuestra mientras se escribe,
que ya después que abandona nuestras manos pasa a ser del lector, y es a ellos
a quienes les debemos el respeto y la responsabilidad de entregar una buena
obra; esto significa que debemos bajarnos de esa nube esponjosa llamada ego y
entender que ese lemita que a más de uno le he oído y leído “Es que yo escribo
así, ese es mi estilo” no es excusa para la mediocridad.
Entre los
amigos que comparten conmigo este mundo nos criticamos duramente, incluso nos
insultamos a veces (aunque esto tiene más que ver con jodedera que con
intenciones destructivas) pero hemos optado por decirnos la verdad, así que cuando
alguien se acerca a mí preguntándome si la historia sirve, yo siempre procuro
decir la verdad.
Saludos… Y
feliz día del libro.
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