Llevaban
años conociéndose, pero no habían compartido más allá que eventuales saludos en
el ascensor. Ni siquiera vivían en el mismo piso, de hecho ella vivía en el
piso doce y él en el piso cuatro, a veces se encontraban en los jardines, ella
paseando a su perro, él leyendo un libro al borde de la pequeña piscina con los
pies sumergidos en el agua; cuando eso sucedía, la observaba discretamente
sobre su libro, admiraba con detenimiento su figura y sus encantos, tenía algo
que le parecía hipnotizador, una mezcla entre cierto desapego al aspecto
personal y un esmerado cuidado con su piel y su cabello, pero lo que encontraba
más atractivo en su aspecto físico eran la incipiente pancita que tenía,
producto de su afición a las donas que vendían en la esquina de la residencia
donde ambos vivían y que en varias ocasiones la había visto comer.
Ella
también lo observaba con detenimiento y disimulo, su viejo pastor solía caminar
despacio por la edad, lo que le permitía regodearse en los paseos. Se admiraban
mutuamente en silencio y a la distancia, tal vez con un poco de intimidación
por parte de ambos, esto había colaborado a que no fuesen más que simples
vecinos, de esos que no se conocen de nombre.
Los
momentos más intensos ocurrían en el ascensor, cuando ella bajaba de su
apartamento en las mañanas con una taza de café recién hecho en la mano e
inundaba el pequeño recinto con un aroma bastante agradable, era un olor de
café y algo más, a veces era canela, otros podía ser chocolate; por eso cada
vez que olía el café se acordaba de ella y lo asociaba con una sensación cálida
y vibrante que estimulaba sus sentidos de una manera particular, en más de una
ocasión había dejado volar su imaginación mientras tomaba una taza de café en
su trabajo, la imaginaba recién levantada en las mañanas con el cabello
revuelto, tal vez en ropa interior o con una bata de seda, mientras preparaba
la cafetera con una expresión somnolienta. Imaginarse cómo eran las curvas de
su cuerpo escondidas bajo la seda lo hacían irse un poco más allá, cada vez se
iba acercando más a ella en su mente, a su cuello para masajearlo y darle
pequeños besitos en la nuca mientras sentía sus poros erizarse sin control mientras
soltaba pequeños suspiros de gusto a cada caricia.
Él
no se escapaba de los pensamientos de ella, cuando el ascensor estaba lleno de
gente el procuraba colocarse al fondo de este a su lado, un escalofrío
disimulado subía por su espalda al sentirlo tan cerca, olía a fresco en las
mañanas y a loción de afeitar; si en el ascensor solo iba ella, él entraba con
una sonrisa tímida y se paraba justo detrás de los botones dándole la espalda,
después de desearle un “Buenos días, vecina” casi entre dientes. En ese
instante lo miraba sin disimulo y se imaginaba cómo se sentiría enredar sus
dedos entre sus cabellos mientras sentía su respiración cerca del oído, le
gustaba sobremanera su cabello ligeramente despeinado.
Todo
hubiese ido bien de haber continuado así, pero una mañana ella se montó en el
ascensor con su habitual taza de café en la mano y caminó hacía el fondo del
aparato entre cuatro vecinos que bajaban de los pisos superiores, se decepcionó
un poco porque tal vez no iba a ver al joven vecino del piso cuatro, el
ascensor solo dejaba subir a diez personas y en el trayecto se había detenido
dos veces y la vecina del séptimo piso había entrado con sus tres niños.
El
aparato se detuvo en el cuarto y al abrirse las puertas apareció él, con su
cabello oscuro y una camisa de mangas largas de color marrón que resaltaba sus
ojos.
Le
sonrió como de costumbre, pidió permiso a los pequeños revoltosos que se habían
adueñado de la puerta a pesar de los constantes regaños de su madre para que se
comportaran y se colocó a su lado, bastante cerca; notó que había cambiado de
loción de afeitar, la nueva olía diferente pero le gustaba más. El ascensor se
detuvo en el piso tres y subió un señor adicional, el aparato emitió un ruido
extraño al que ninguno le prestó atención; se atascó en el piso uno.
Los
niños empezaron a llorar y la mujer desesperada intentaba calmarlos, los demás
vecinos empezaban a impacientarse por la demora a pesar de que ya estaban
intentando abrir el ascensor, al final cedieron las puertas y la mujer que
estaba al lado de ella la empujó un poco sobre él para salir más rápido.
Sus
manos se rozaron, ella apoyó momentáneamente su cuerpo en el de él, sus miradas
se encontraron demasiado cerca, él le sonrió con cierta picardía, ella se
sonrojó un poco pero también sonrió mientras pedía disculpas; allí donde sus
pieles se tocaron sintieron una descarga eléctrica, ella se apartó y dijo hasta
luego, la tensión no le iba a permitir bajar hasta la planta en el aparato, el
ligero roce de su busto sobre su antebrazo había sido la experiencia más
sensual que había sentido en toda su vida.
Ambos
pasaron su jornada laboral distraídos, ella pensaba en sus labios, él en la
firmeza de sus senos.
Esa
misma tarde ambos llegaron a la misma hora, el vestíbulo estaba congestionado y
la gente subía a empujones en el aparato, él podía subir los cuatro pisos hasta
su apartamento pero no quería, al fin ella pudo entrar pero alguien ocupó su
puesto habitual en el ascensor, él pasó por detrás de ella y se colocó al final
sin darle chance de llegar a la pared del fondo, se quedó en un costado, con el
cuerpo ligeramente apoyado en la pared y la cabeza hacía un lado tratando de
distraerse de la sensación tan rara que sentía al tenerlo a su espalda. Él se
deleitaba mirando la línea de su cuello, le pareció encantador el mechón de
cabello que se escapaba del moño cerca de su nuca; el ascensor se detuvo en el
piso cuatro, él salió pidiendo permiso, ella se giró para darle espacio y sus
cuerpos se volvieron a rozar, sus miradas se encontraron de nuevo y ambos
reconocieron la atracción intensa que se había generado entre los dos.
Él
se dio una ducha, su mente volaba con imágenes de su cuerpo desnudo, el agua
fría no aplacaba el deseo, antes bien lo inflamaba más; su mano se acercó a su
miembro y mientras su imaginación se recreaba muy vívidamente con ella se
masturbó.
El
orgasmo llegó intensamente, pero no aplacó el deseo.
La
luna apareció en el firmamento, salió de su casa con su acostumbrado libro en
la mano, esa noche iba a empezar a leer uno nuevo; el ascensor se abrió y la
descubrió en un vestido de tela suave color gris, bastante ceñido pero discreto
y unas zapatillas rojas a juego con la cartera que llevaba, iba con el cabello
suelto y los labios pintados de un tono oscuro, se veía espectacular, no pudo
disimular la impresión así que siguiendo su habitual rutina se colocó de
espaldas a ella cerca de la puerta del ascensor.
Ella
notó la expresión de su rostro y el placer floreció por todo su cuerpo, el que
la considerara hermosa y atractiva la hizo vibrar, hasta cierto punto había
pensado en él mientras escogía la ropa y el maquillaje, iba a cenar con unas
amigas y luego por unos tragos. El ascensor marcaba el descenso, piso tres,
piso dos, piso uno.
Él
apretó el botón de stop del aparato, se giró sobre sus talones, se acercó a
ella y la besó.
La
atrapó entre su cuerpo y la pared del fondo, pegó sus labios a los de ella que
sin pensarlo lo recibieron con anhelo, sus lenguas juguetearon mientras la
respiración de él se hacía más intensa y sus manos se afianzaban en su cintura;
ella podía sentir la erección a través de su pantalón de deporte, el morbo que
eso le produjo la llevó a enredar sus dedos en la base de su cabellera y
presionarlo más contra sus labios que mordisqueaba suavemente, se detuvieron
para tomar aliento y se miraron a los ojos, ambos vieron la pasión y el deseo
del otro, ella lo atrajo hacía sí de nuevo y lo besó, estaban hambrientos el
uno del otro.
Él
se apartó tras un instante, puso distancia entre ellos, su pecho bajaba y subía
frenético, le dedicó una mirada furiosa, se giró y regresó a su lugar y puso a
andar el ascensor de nuevo.
Ella
se llevó las manos a la boca, su pecho también bajaba y subía desesperado, la
sangre hervía dentro de sus venas y podía sentir como sus piernas temblaban por
el deseo.
La
puerta se abrió y ambos salieron, ella un poco más rápido, entonces reveló su
espalda descubierta y la caída del vestido sobre sus nalgas; tuvo que
contenerse de correr tras ella y arrancarle el vestido para poseerla allí mismo
en medio del vestíbulo.
Intentó
por todos los medios concentrarse en la lectura, pero su mente se iba una y
otra vez al episodio del ascensor.
Le
encantaron sus labios carnosos y su lengua tibia abrazando la suya, los dedos
de sus manos aferrándose a sus cabellos como si su vida dependiera de ello y
generándole escalofríos placenteros que nacían de su cuero cabelludo y se
irradiaban al resto de su cuerpo, aún perduraba la fragancia de su perfume, un aroma
ligeramente cítrico que había inundado sus fosas nasales y le habían hecho
perder el control.
Estuvo
sentado dos horas en una tumbona cerca de la piscina, supo que no iba a poder
pasar de la segunda hoja tras nueve intentos de releer la última frase.
Regresó
a su casa, se montó en el ascensor y se distrajo con la lentitud con que se
cerraban las puertas.
―¡Por
favor detenlo!― escuchó que pedía una mujer, su reacción fue inmediata y lo
detuvo, las puertas se abrieron nuevamente y se quedó helado.
Por
la expresión en su rostro supo que ella tampoco esperaba verlo de nuevo tan
pronto, dio un instintivo paso hacia atrás pero las puertas se habían cerrado y
el aparato se había puesto en marcha.
Se
quedaron en silencio mirándose con cierta vergüenza y expectativa, el ascensor
se detuvo en el piso de él, avanzó cuando las puertas se abrieron y la empujó
ligeramente con su cuerpo cuando ella no reaccionó para dejarlo salir.
El
ascensor se cerró, él no pensó en nada más, la atrajo hacia su cuerpo y empezó
a besarla despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, era algo tarde y
nadie se iba a aparecer por allí a interrumpirlos, ella respondió de manera
dócil, dejó caer su cartera al suelo y entrelazó sus manos detrás de su cuello.
Se
detuvieron un solo instante para tomar aliento, el rostro de él bajó por su
cuello aspirando su fragancia y dejando un rastro de besos que iban erizando su
piel; ella gimió suavemente, sus manos se soltaron y una de ellas se desplazó
hacía su cintura e introdujo una mano suave por entre su camisa, él la detuvo
sosteniéndola con firmeza por la muñeca, la miró a los ojos en una muda
advertencia, él estaba haciendo su máximo esfuerzo para controlarse pero la
determinación en sus ojos le dio el permiso necesario, la alzó en el aire por
la cintura, enterró su cara entre su cuello y empezó a besarla mientras ella se
aferraba a él y jadeaba de placer.
Encontraron
la pared del pasillo, la dejó caer despacio en el suelo, ella le sacó la
camisa, y fue la única pausa que se permitieron para dejar de besarse, él
descubrió su hombro y deslizó delicadamente el vestido dejando al descubierto
su torso desnudo, pellizcó ambos pezones con sus dedos mientras sus lenguas
jugaban dentro de sus bocas, ella dejó escapar un gemido ante sus caricias, la
vibración dentro de su boca lo hizo desesperarse más, usó sus rodillas para
abrir sus piernas y una de sus manos bajó hasta allí descubriendo su ropa
interior húmeda, la hizo a un lado y acarició su clítoris con delicadeza, los
gemidos de ella empezaron a ser más fuertes y seguidos mientras él la seguía
besando, esa sensación en su boca lo volvía loco y quería prodigarle más placer.
Sus
dedos se colaron dentro de su sexo, era un lugar tibio y húmedo que parecía
voraz y ansioso, sus labios se contraían sobre sus dedos, sus gemidos parecían
haberse salido de control, una mano de ella se aventuró por sus pantalones,
acarició su miembro por encima de la ropa y luego metió la mano sin pudor.
Él
también estaba húmedo y presto, ella le prodigaba caricias un poco torpes, porque
él no quería soltarla, no quería parar de besarla y que continuara gimiendo en
su boca con desesperación, la tenía atrapada y por eso ella no podía dedicarle
caricias y placeres más apropiados, él se había adueñado de ella, él quería que
ella sintiera el placer.
Se
alejó solo lo necesario para arrodillarse, introdujo ambas manos por debajo de
su falda y sacó lánguidamente su ropa interior, la deslizó por los muslos con
lentitud mientras la miraba directo a los ojos, los senos de ella vibraban con
cada inspiración mientras sus labios enrojecidos jadeaban descontroladamente.
Dejó
la pieza en el suelo, la falda escondía su sexo, él la levantó ligeramente y
regó suaves besos en sus muslos, ella cerró los ojos, su cuerpo temblaba por el
intenso deseo, era una dulce agonía verlo subir despacio sobre sus piernas
mientras sus manos acariciaban sus pantorrillas, se incorporó un poco, subió un
más su falda y metió su rostro entre sus piernas.
Su
lengua rozó suavemente su clítoris, ella se llevó una mano a la boca para
amortiguar los gemidos mientras con la otra se sostenía de la pared; él le
indicó con gestos muy suaves que abriera las piernas un poco más, pasó una de
ellas por sobre su hombro y allí se perdió entre su falda; olía y sabía a
gloría, su lengua intentaba llegar más adentro motivada por sus gemidos, podía
sentir su placer, sabía que en cualquier momento iba a explotar y él quería
estar allí; se esmeró más y el orgasmo llegó como un premio jugoso que se
derramó sobre sus labios, se sentía exultante mientras ella se agarró a sus
cabellos y jaló con fuerza, ya no le importaba si sus gemidos se escuchaban o
no, él seguía lamiendo y chupando sin darle tregua, prolongando sus espasmos
cada vez más.
Se
puso en pie, se sacó su miembro y la alzó en el aire sentándola sobre él, ella
cerró sus piernas alrededor de sus caderas, abrazó su miembro con dulzura
mientras soltaba gemidos cortos y repetía una y otra vez que sí.
Se
movieron despacio, él respiraba roncamente, la mordía suavemente en el cuello y
en los hombros, sus pieles se erizaron al contacto, era maravilloso sentir sus
senos sobre su torso desnudo, su miembro se deslizaba dentro de ella que lo
apretaba e intentaba aprisionarlo con su vagina, quería prolongar ese momento,
deseaba experimentar esa suavidad húmeda y abrasadora, ella empezó a gemir más
rápidamente y a moverse con más fuerza mientras él trataba de controlar su
movimiento haciéndolo más lento, no quería llegar todavía, quería que el
orgasmo se tardara lo más posible para que aquel momento no se acabara; ella
gimoteaba y rogaba con la voz entrecortada que lo hiciera más fuerte y rápido;
él llevó su mano al cuello y sostuvo su cabeza con fuerza contra la pared,
mordisqueaba su piel y dejaba escapar su aliento tibio sobre ella mientras se movía
con premeditada lentitud.
El
orgasmo volvió, esta vez más intenso, su vientre se contrajo espasmódicamente y
apretó con fuerza su miembro casi haciéndolo explotar también, temblaba
suavemente mientras él se detenía y jugueteaba con su lengua sobre sus pezones;
la bajó y apoyó delicadamente sobre el suelo, se dedicó a besarla y a beberse
sus gemidos.
Tras
unos minutos dándole oportunidad para que se repusiera, la hizo volverse y que
le diera la espalda, levantó la falda del vestido sobre su cadera descubriendo
sus suaves nalgas, apoyó su miembro entre ellas mientras la apretaba contra su
pecho y pellizcaba sus pezones haciéndola gemir quedamente, la inclinó un poco,
ella se sostuvo de la pared con ambas manos, él acarició su espalda, regó besos
y mordisquitos por toda su extensión y en su cuello, tenía que dar chance a
retomar el control, de no llegar a su orgasmo con solo introducirse dentro de
ella.
Su
mano bajó hasta su clítoris y jugueteó con él, hacía un esfuerzo supremo para
no poseerla y explotar de placer, la hizo inclinarse un poco más y se deslizó
con suavidad, sus jugos corrían por sus muslos, en esa nueva posición podía
sentirla completamente, tras unas cuantas envestidas ella llegó nuevamente al
orgasmo y él no pudo aguantarse más, empujaba con fuerza mientras de su boca
escapaban gemidos, ya era una necesidad correrse dentro de ella; gemía mas
fuerte indicándole que estaba a punto de darle otro orgasmo y eso se sobrepuso
a la necesidad de su propia culminación, pero a pesar de bajar la velocidad
embestía con fuerza para tratar de llegar más adentro de ella y aquello lo llevó
al final del camino y juntos llegaron a un orgasmo grandioso.
Él
se desplomó sobre su espalda, podía sentir los espasmos de sus fluidos dentro
de ella, el olor de ambos se mezclaba y los embriagaba, él se aferró a su
cintura, no quería salirse de su cuerpo, no quería que eso tan intenso acabara,
sus pieles seguían vibrando al más pequeño contacto.
Tras unos minutos ella se enderezó y él se vio obligado a despegarse, aún dándole la espalda ella se acomodó el vestido y se bajó la falda, miró con cierta vergüenza el charco del suelo, se inclinó un poco a recoger su cartera y sin darse cuenta rozó su miembro que continuaba medio erecto, no fue intencional pero la hizo enderezarse rápidamente.
Se
volvió y lo miró, él lo hacía hambriento, como si todo lo que había obtenido de
ella no fuese suficiente, ella lo miraba con una mezcla de vergüenza y deseo.
Se
encaminó a las puertas del ascensor y apretó el botón de llamada y las puertas
se abrieron inmediatamente; parecía que huía y en cierto modo era verdad, sabía
que podía quedarse allí y continuar hasta caer casi muertos por el placer.
Las
puertas se cerraron tras ella, en la parte superior se indicaba la inminente
subida, por un instante pensó que se quedaría y empezaría todo de nuevo.
Recogió
su camisa y descubrió que al lado estaba su ropa interior.
Un
pequeño recuerdo que recogió junto con sus cosas, abrió la puerta de su
departamento y entró.
La
mañana llegó temprano, después de ducharse y afeitarse salió de su casa
percibiendo el aroma de ella todavía en su cuerpo, el pasillo tenía un fuerte
olor a fluidos corporales que lo hicieron sonreír con risa tonta, las puertas
del ascensor se abrieron.
Y
allí estaba ella junto a otros vecinos y su taza de café que olía a Carmencita,
él siguió como de costumbre, caminó hacia el fondo, se colocó a su lado, en el
proceso se sonrieron con cierta timidez pero con complicidad.
“Buenos
días vecina” saludó y aspiró disimuladamente el aroma que exudaba su cuerpo.
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