Capítulo III
Era el amanecer del segundo día de camino
cuando Laiha entró a las ruinas de la ciudad donde habitaba desde hacía varios
años. Era exageradamente amable llamar a aquel conglomerado de escombros
ciudad, era una de las pocas que a pesar de los años no había desaparecido
completamente. Restos de altos edificios se elevaban hacia el cielo azul, como
seres miserables implorando piedad a un dios inexistente, el sol la bañaba con
inclemencia durante los días, la poca vegetación reptaba dentro de los
edificios huyendo tristemente en busca de un poco de sombra y de agua, el
viento se paseaba entre los viejos muros como un alma en pena en los que ni
siquiera su silbante presencia podía romper con el sólido silencio, las horas
pasaban arrastrándose quedamente entre el concreto y los escombros. La luz huía
alegremente cuando el sol decaía y no tenía que iluminar ya más aquella
agonizante tristeza. Cuando la noche hacía acto de presencia traía consigo el
frío y este se apoderaba de todo, a veces una fina capa de hielo adornaba los
trozos de vidrio de las ventanas y las paredes convirtiéndola en una ciudad de
cristal, la luna se reflejaba en esos frágiles espejos dándole a todo un
hermoso aspecto fantasmagórico y las horas pasaban igual de silenciosas entre
las cuencas vacías y oscuras de aquellos arruinados gigantes de cemento.
La mayoría de los habitantes de aquel lugar
fantasma vivían debajo de las viejas casas buscando protegerse bajo tierra del
frío inclemente y de la enloquecedora soledad de las calles. Habían logrado
algo de progreso entre aquellas desolaciones, algunos sótanos de edificios
funcionaban como invernaderos para plantaciones agrícolas que les permitían
abastecerse a sí mismos con alimentos de baja y mediana calidad pues la tierra
no era muy fértil, y revivirla les había costado demasiado; casi no había agua
y dependían de pequeños manantiales subterráneos que custodiaban como un
tesoro, lo único que poseían era energía eléctrica, proporcionada por paneles
solares de una antigua compañía de electricidad que habían sobrevivido casi sin
ningún daño.
Cuando Laiha llegó, los habitantes no sabían
qué eran aquellas placas brillantes que se levantaban arrogantes e
indestructibles, con mucha paciencia les explicó que ellas debían conducir a un
generador, si tenían algo de suerte podrían proporcionar energía eléctrica a la
ciudad y aunque todos estaban renuentes ante sus afirmaciones, lo intentaron.
La electricidad era una de esas ilusiones de los tiempos anteriores a La
Ruptura y los viajantes que pasaban por esos caminos, a veces solos o en
caravanas, relataban con anhelo que las Metrópolis poseían, que era un
beneficio que todos sus habitantes disfrutaban y al que tenían derecho, pero
esas historias parecían utopías, todos los habitantes de Las Ruinas conocían lo
crueles que eran en las Metrópolis, muchos de los que allí se encontraban
habían sido rechazados en cada una de ellas, se sentían parias de un sueño que
no podrían alcanzar jamás, víctimas de una creciente fobia hacia lo que había
afuera de las protectoras murallas y domos de cada ciudad. Todos sabían cuál iba
a ser su triste destino si se aventuraban a buscar cobijo en una Metrópolis y
por eso estaban renuentes a abandonar la relativa seguridad que habían
construido entre sus ruinas.
Ninguno de los habitantes podía decir que conocía
a Laiha, pero todos sabían de ella, era una especie de ley silenciosa que
evitaba las frecuentes peleas de los borrachos, en una ciudad donde no había
nada y beber era la única panacea para el horror al que se enfrentaban a
diario; todos sabían que no era una simple humana, pero ninguno alzaba la voz
poniéndolo en evidencia, en cierto modo era una forma de agradecer y aceptar
que había sido una bendición, que los valiosos conocimientos para sobrevivir y
aprovechar lo que había en ese lugar para hacerlo eran apreciados por todos y
cada uno de ellos.
Gracias a ella tenían ciertas comodidades.
Tras litros del alcohol casero de Odín muchos
vociferaban y repartían las culpas, consideraban que sus antepasados se habían
vuelto peligrosamente estúpidos con sus tecnologías y gracias a ello se
convirtieron en personas dependientes e inútiles. A veces encontraban entre los
escombros dispositivos de toda índole y recurrían a ella para que les explicara
lo qué eran, y solía hacerlo cuando estaba de buen humor, algo que no sucedía
muy a menudo. Pero siempre fue paciente y considerada, les dio un norte y una
organización, recolectaba viejos tesoros útiles, recuperó libros, utensilios,
ropa; todos admitían sin un ápice de vergüenza que ella les había devuelto un
poco de civilización.
El sonido del motor de su motocicleta
retumbaba entre los edificios, el eco se repetía y se desvanecía entre los
muros rápidamente, a medida que se fue alejando de la zona central y se
encaminaba a lo que parecía ser una zona urbana el sol iba subiendo en el
firmamento, dispersando poco a poco el frío y derritiendo lentamente la capa de
hielo que durante la noche se había formado. Se detuvo frente a una estructura
un poco mugrienta, pero en buen estado, apagó su motocicleta y se deshizo del casco
que dejó sobre el asiento de la moto; aún la ciudad dormía, nadie se aventuraba
a salir a la superficie hasta que hubiese calor suficiente para disipar los
rastros del terrible frío de la noche y en esos momentos la luz del sol apenas
alcanza a colorear de rosado el cielo en su lento ascender, a veces pensaba que
el astro se sentía renuente de posar sus rayos sobre aquel lugar tan inhóspito,
pero dentro de pocas horas los niños correrían por todos lados disfrutando de
los primeros rayos tibios, eran los únicos que no sentían miedo y se
regocijaban con el laberinto que representaba la ciudad destruida.
Entró y se dirigió directamente a la barra,
quedaba en evidencia que el lugar había sido un restaurante pequeño y elegante
en otros tiempos y a pesar de los años sobrevivieron algunas sillas y mesas,
las paredes de espejos estaban rotas o estrelladas y fragmentos de su rostro se
reflejaron por todos lados. No era un lugar luminoso, las lámparas en paredes y
techos tenían cientos de años de polvo y suciedad y quien se hacía cargo de ese
lugar deliberadamente mantenía ese aspecto arruinado. Un hombre salió detrás de
una cortina gris hecha jirones, su aspecto era de pocos amigos, enorme,
robusto, con una cabeza calva y redonda, le faltaba un ojo de nacimiento y una
espantosa cicatriz le cruzaba parte de la frente y la mejilla. Laiha sabía que
aquel hombre no era precisamente amable, pero a pesar de su tosquedad y su
brutalidad era de confianza y también uno de los pocos que sabía quién era y
sobre todo sospechaba qué era ella.
Se detuvo frente a Laiha y sacó de debajo de
la barra una copa de cristal bellamente labrada, cuando la poca luz que pasaba
por la ventana la atravesaba se descomponía en colores brillantes y hermosos
que danzaban graciosamente a su alrededor. Había intentado explicarles que simplemente
la luz se descomponía en esos colores, que todo era una cuestión de física
simple, pero aún así todos consideraban que era un artefacto mágico.
En los humanos la superstición siempre había
podido más que la ciencia.
–Es muy temprano para beber – le dijo bruscamente a modo de buenos
días, sacó una botella oscura y cenicienta de debajo del mostrador y le sirvió
de su contenido.
–O tal vez demasiado tarde – le respondió ella con cierta malicia.
Él le gruñó y se fue a sentar en un taburete cruzándose de brazos esperando a
que ella se decidiera a hablar; la experiencia le había enseñado que tenía que
ser paciente, de haber sido una persona diferente solo hubiese tenido que
tronarse los nudillos y golpearlo lo suficientemente fuerte para que soltase la
lengua; pero cuando intentó ese método intimidatorio con ella y después cuando
se fue a los golpes, terminó inconsciente y dolorido mas allá de lo que quería
admitir, mientras ella lo miraba divertida sentada desde uno de los taburetes
de la barra y su padre lo observaba presa del pánico.
Laiha se tomó despacio el vino que le sirvió,
lo recibió como una bendición que calmaba el caos en su cabeza, habían sido dos
días de trayecto de vuelta, pero no solo hacía Las Ruinas sino también un
camino de regreso a los cientos de años de recuerdos que se agolparon en su
cabeza y le hicieron un nudo en la garganta que a duras penas la dejaba
respirar.
Tras veinte minutos de silencio incomodo en
los cuales se dedicó a beber a pequeños sorbos el vino, habló:
–Hace ya muchos años ocurrió algo que algunos llamamos La Ruptura
– empezó a relatarle, parecía desconectada de ese momento, el vino había
despertado su coraje y parecía haber entrado en un estado de contrición, como
si desease confesar de una vez por todas lo que pasaba en su cabeza, un acto de
auto exorcismo para deshacerse de sus demonios o por lo menos acallarlos por un
tiempo – realmente no fue una guerra en sí, aunque claro… hubo guerra – miraba
más allá de los trozos de espejo de la pared – los países empezaron a
enfrentarse unos a otros por recursos naturales: agua, tierras fértiles,
alimentos. De repente se dieron cuenta que esas cosas eran más importantes que
el dinero y el poder, que las ciudades que poseyeran esos recursos eran las que
sobrevivirían a la gran catástrofe que se avecinaba, la gente migró hacía esos
lugares, vivían en las calles y hacían cualquier cosa a cambio de comida.
–Hablas como si hubieses estado allí – dijo él con su voz ronca,
tratando de ocultar la turbación que le causaba escucharla.
–Estuve allí – respondió en un susurro, estaba absorta mirando la
copa que descansaba en la barra entre sus manos, casi buscaba las palabras
dentro del contenido como si flotaran allí escondidas; era la primera persona
con la cual hablaba de eso en muchísimo tiempo, ponía en evidencia que no solo
era distinta a los seres humanos como él ya intuía, sino que era una de las
primeras criaturas que ahora caminaban entre ellos haciéndose pasar por humanos
– no puedo decir que fue horrible, no sería justo, en cierto modo muy personal
fue liberador… pero si fue deprimente,
enfrentarse diariamente con la decadencia de la humanidad te hacía preguntarte
qué clase de seres son… somos… - bebió un sorbo y continuó – no sé exactamente
cuándo sucedió La Ruptura, pero sí noté los cambios inmediatamente… ¡Notamos
los cambios inmediatamente! – se corrigió inconscientemente - ninguno quería
decir en voz alta lo que estaba sucediendo, pero empezamos a cambiar
físicamente, todo comenzó a ser más fácil para nosotros como si parte del
control que nos impusieron se hubiese esfumado y éramos más libres, volvíamos a
tener poder de nuevo, nuestra verdadera naturaleza despertó de un letargo de
milenios.
–¿Milenios? – por primera vez en su vida su voz fue suave y sonaba
asustada. Ella levantó la mirada de la copa y lo observó con intensidad, él vio
como un relámpago el cambio de color de los ojos de Laiha, solo por unos
segundos pasaron de su acostumbrado marrón a ser azules.
Notó el temor en él, las historias de su infancia se tornaban
reales frente a sus ojos, ella confirmaba lo que les habían enseñado desde
niños, recordó a su madre diciéndole que no estuviera durante la noche afuera,
que las extrañas criaturas que salían durante las horas de oscuridad se lo iban
a llevar y nadie sabía lo qué eran capaces de hacer.
–Odín – mencionó su nombre con suavidad, tranquilizándolo un poco
– aun éramos humanos, hoy por hoy soy humana, por lo menos una parte de mi lo
es, este cuerpo que poseo es humano, de hecho mi nombre no es siquiera mi
nombre original, el nombre que uso ahora es el nombre de esa parte de mi que
había estado aprisionada y aletargada, sencillamente se despertó y se ha ido
mezclando conmigo, soy más fuerte, tengo “ciertas” habilidades y sobre todo no
envejecí más… esa parte de mí cambió mi cuerpo, pero no he perdido mi humanidad
– se detuvo, no quería asustarlo, no pretendía alejarlo, debía decirle a
alguien lo que pasaba, debía ponerlo sobre aviso de lo que se les venía encima
a todos, pero por sobre todas las cosas debía ser paciente; una cualidad que no
ejercitaba muy seguido, era la primera vez que hablaba con él sobre todo eso y
no había tenido el tacto de ir despacio, de explicar todo poco a poco, de
contarle historias.
Y ahora ya no había tiempo, el destino
parecía burlarse de ella siempre.
–¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? – parecía que Odín
recuperaba un poco el aplomo.
–Trescientos cincuenta años, más o menos – él tragó en seco, no
entendía cómo se media el tiempo o qué era un año, Laiha se había tomado la
molestia de explicarles repetidas veces eso pero terminaba fracasando
estrepitosamente, el concepto no se arraigaba en sus mentes, pero conocía algo
de números y la expresión en su rostro le indicaba que era mucho tiempo.
–Con razón me llamabas niño algunas veces – trató de hacer un
chiste para suavizar la tensión que se estaba generando entre ellos, pero no
sonó gracioso - ¿Qué eras entonces? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que
naciste hasta cuando todo empezó a suceder?
–Ya habían pasado muchas lunas desde mi nacimiento cuando sucedió
el cambio completo, me tomó unos tres o cuatro años.
–No aparentas tener mucha edad.
–Como la mayoría de nosotros que poseemos la habilidad de no
envejecer.
–¿Quieres decir que algunos de ustedes sí envejecen?
–Por supuesto – le respondió – así como algunos humanos también
fueron bendecidos con la longevidad pero no son inmortales, esos humanos se
contaminaron con La Ruptura y bueno hubo consecuencias.
–¿Hay humanos que son como tú? – preguntó incrédulo.
–No – respondió con paciencia – solo tardan mucho tiempo en
envejecer, están aquí para atestiguar lo que está pasando.
–¿Qué clase de consecuencias hubo para nosotros los humanos?
–Bueno, más que nada mutaciones, aunque debo decir que no todos
fueron culpa de La Ruptura, la radiación también fue la causa de muchas
enfermedades y mutaciones físicas.
–¿Qué es eso que llamas La Ruptura?
–Es eso, una ruptura, algo se rompió en el mundo, entre las
barreras que separan este mundo del resto de los mundos.
–¿Resto de los mundos? – parecía desconcertado, no alcanzaba a
comprender lo que decía.
–Sí, los otros mundos, de donde provienen esos seres a los que le
temen los humanos, de donde provengo yo.
–Pero me acabas de decir que eres humana.
–Nací como una y he vivido cientos de vidas como una, he muerto y
nacido de nuevo una y otra vez como humana, solo que guardo dentro de mi alma
otro ser, un ser que viene de otro mundo – una parte de él parecía comprender
la explicación pero no en su totalidad.
–¿Por qué me cuentas todas estas cosas? Estás demasiado
parlanchina, tú no acostumbras a hablar mucho y menos a dar tanta información –
le riñó, aquello no le gustaba, le generaba mala espina, se cruzó de brazos y
puso cara de disgusto.
–Porque tengo que prevenirte para que tú los prevengas a ellos –
ella miró por la ventana, Odín estaba tan absorto en lo que le contaban que no
había escuchado a la ciudad que despertaba, los niños corrían por todas partes
dando alaridos y riendo, los adultos empezaban a dirigirse a sus respectivas
labores que mantenían el orden en sus vidas.
Odín fue uno de los primeros sobrevivientes
que había llegado allí, viajaba con su familia en busca de refugio y un lugar
seguro en Metrópolis 3 que se encontraba a muchos días de viaje a pie, él y su
familia junto a varias familias habían pasado meses yendo a pie para llegar a
esa ciudad por la promesa de mejor vida, de seguridad; cuando fueron rechazados
muchos desistieron de continuar viajando, si allí no los habían recibido
tampoco los iban a recibir en las demás ciudades que vivían bajo domos de
protección; ellos estaban contaminados y los guardianes de las murallas se lo
habían dicho; solo se quedaron con los bebés y con los niños más pequeños, eran
los únicos que podían entrar, habían pasado menos tiempo afuera en aquel mundo
hostil.
Él fue rechazado a pesar de tener solo cuatro
años, la carencia de su ojo y la cicatriz en su cara sirvió para que no lo
dejaran entrar.
Dejaron a todos los infantes que pudieron
como el único gesto de amor incondicional que podían dar: librarlos de aquella
pesadilla constante que era vivir así, errantes y sin seguridad o alimentos.
Deshicieron el camino andado y llegaron a
esas ruinas. Alrededor de cincuenta personas, entre mujeres, hombres y
adolescentes, se asentaron en el lugar, personas que no tenían otro sitio a
donde ir. Con el tiempo fueron llegando otros, rechazados también por
Metrópolis 3, no vivían mucho tiempo, no había gran cosa que pudieran hacer
allí, casi todos se enfermaban porque estaban débiles y hambrientos, otros
simplemente emprendían el camino de retorno a ningún lugar. Él tenía catorce
años cuando Laiha llegó, ella no siguió hacia la Metrópolis como todos
esperaban, se quedó allí con ellos.
Ahora él tenía casi cincuenta años y ella
estaba exactamente igual al primer día que la conoció, el mismo día en que ella
lo dejó inconsciente en el suelo.
–Nunca tuve la oportunidad de ganarte en esa pelea, ¿Verdad? – le
dijo con cierta sorna, ella negó mientras sonreía burlona, se movió con mucha
rapidez, él se puso de pie de un salto asustado por la reacción de ella, pero
Laiha simplemente se puso la capucha de su chaqueta que le cubría el rostro por
completo.
Al minuto siguiente, irrumpieron en el lugar
varios hombres de aspecto terrible y aparentemente de mal humor, se sentaron en
una de las mesas metiendo mucho ruido, dos de ellos se acercaron a la barra;
Laiha sabía que sus manos delatarían su género, pero se mantuvo impasible y no
se movió.
–¿Qué le sirvo? – rugió Odín al hombre que estaba a su derecha.
–¿Qué tiene en esta pocilga? – le preguntó el otro con altanería.
–Depende de lo que tenga para pagar – gritó detrás de la barra;
Laiha sonrío silenciosamente.
–Tengo dinero para pagar – contestó el otro en tono amenazador.
–El dinero no sirve en este lugar, imbécil – respondió Odín
burlándose – pero si tiene algo interesante para cambiar, puede que yo tenga
algo para beber.
Era costumbre entre los habitantes de Las
Ruinas no venderse entre ellos, cada quien aportaba sus habilidades para la
supervivencia de todos, poseían una labor especifica de acuerdo a sus
capacidades: los que se encargaban de la cocina, los que sembraban y
cosechaban, los que mantenían el servicio eléctrico; todo lo repartían de
acuerdo a las necesidades de cada familia o grupo, lo mismo pasaba con la ropa
y otros objetos; lo que sobraba era intercambiado a los viajeros que a veces se
detenían allí cuando iban de camino a las Metrópolis, ellos estaban en el medio
del camino más corto y seguro para llegar a ellas.
Ya todos percibían que el ambiente se estaba
caldeando y aunque el hombre era bastante grande, Odín lo era mucho más y se
veía realmente amenazante con su cara deformada y su ojo faltante.
–Tenemos piedras preciosas - dijo otro en tono conciliador, sacó
una pequeña bolsa de su bolsillo y lo lanzó sobre la barra, Odín examinó su
contenido mientras el hombre frente a él apretaba las mandíbulas y hacia
chirriar los dientes furiosamente; Odín sonrió satisfecho, la mueca no era nada
agradable y en opinión de Laiha lo hacía más aterrador.
Sacó de una vieja nevera portátil, que tenía
oculta debajo del mostrador, unas botellas grandes y oscuras, se las puso
delante al hombre de la barra que aún lo miraba con desdén; tomó las botellas
con brusquedad y notó que estaban frías; Odín le dio la espalda y agarró varios
vasos altos de peltre, estaban deformes por el uso y el maltrato, el hombre se
giró en redondo y deliberadamente tropezó bruscamente con ella.
Odín salió y colocó los vasos en la mesa
metiendo mucho ruido, todos tocaban las botellas maravillados por la frialdad
de estas.
–Por lo que le pagué debería ofrecernos comida – dijo sonriente el
hombre de las piedras.
–Claro que sí señor – gruñó Odín – ¡Narcisa! – rugió – trae algo
de comida para los clientes.
Una joven menuda de cabello claro se asomó
por la cortina, no tendría más de quince años, sonrió cuando reconoció a Laiha
y luego desapareció; se empezaron a escuchar sonidos de ollas poniéndose al
fuego y golpes de un cuchillo contra la madera.
Odín regresó a su lugar detrás de la barra y
se sentó de nuevo en aquel tosco taburete de madera; Laiha se llevó la copa a
los labios y se tomó el último sorbo de vino, Odín se levantó y retiró la copa.
–Espera la comida – le dijo amenazador; ella no había notado que
tenía hambre, desde hacía cuatro días no probaba un bocado decente de comida,
asintió.
Se alegró internamente, Odín no había
cambiado su trato. No solía revelar lo que era porque las personas la
rechazaban, no los culpaba por ello; pero vivir como ermitaña podía convertir
las noches de desvelos en terribles castigos, el silencio se llenaba de los gritos
atronadores de su memoria, de culpas por quienes dejó atrás; por eso de vez en
cuando extrañaba conversar con alguien y se obligaba a interactuar con la
gente, a pesar de no tener en buena estima a los humanos a veces conseguía
gente como Odín, a la que le tomaba algo de cariño y a la que podía llegar a
respetar y lograba darle cierta perspectiva del mundo.
No todos los humanos eran débiles.
Pasaron varios minutos y Narcisa salió de
nuevo, llevaba varias bandejas que parecían más pesadas de lo que podía cargar,
pero aún así no pidió ayuda y Odín tampoco se levantó a ayudarla.
Las dejó sobre la mesa de los hombres que
conversaban animadamente y casi a los gritos, las viandas contenían suficiente
comida para que todos saciaran su apetito, una tenía trozos de carne humeante,
producto de la poca caza que había en el lugar; verduras asadas y una barra de
pan oscuro rebanado en pedazos gruesos, entró de nuevo en la cocina y regresó
con una olla de caldo espeso y caliente que inundó el lugar con un olor delicioso
y del cual les sirvió una buena cucharada a cada uno; volvió tras la cortina y
al instante regresó con un plato de vidrio y unos cubiertos muy limpios, los
colocó delante de Laiha con cuidado después de haber limpiado la barra con un
trapo que llevaba en el bolsillo de su delantal, este desprendía un olor a
limpio y mentolado, desapareció de nuevo y volvió casi como una exhalación,
sirvió un trozo de carne asada y vegetales guisados y una hogaza de pan blanco
que era exclusivo para ellos tres, regresó otra vez tras la cortina llevando la
copa de cristal, cuando regresó la traía recién lavada y con un liquido de
color amarillo. Laiha olió las naranjas recién exprimidas, las había traído
casi una semana antes de ir a ver a los otros; les había obsequiado un saco
completo, pequeños contrabandos que obtenía en Metrópolis 3 cuando viajaba con
Odín para traficar algunas cosas a cambio de medicinas y a veces algo de agua.
Uno de los hombres emitió un sonoro eructo de
satisfacción.
–¿Hay más de esa cerveza fría, cantinero? – gritó uno de ellos.
–Solo si hay más de esas piedras para pagar – respondió
bruscamente.
Soltaron palabrotas e improperios por la
respuesta, pero uno de ellos sacó una bolsita de cuero y extrajo dos piedras de
un tamaño considerable, una verde y otra azul, se las lanzó casi a la cara con
evidente intención de golpearlo pero Odín las atajó diestramente, se escucharon
risas y gritos de júbilo por la destreza del cantinero; Odín se acercó a la
mesa y recogió con sumo cuidado las viejas botellas de vidrio y las guardó en
un gabinete, sacó más y se las llevó.
–¿Cómo hacen para que estén frías? – preguntó uno de ellos
destapando una y vertiendo la cerveza en el vaso de metal - ¿Tienen
electricidad aquí? – hubo un tono inquisitivo en esa pregunta.
–¡Ja! – exclamó Odín con sarcasmo, aquel era el secreto mejor
guardado de ese lugar – eso que usted dice no existe… no señor, simplemente las
dejo una hora afuera, antes de que amanezca, en la noche este lugar es helado,
las temperaturas descienden al punto en que los huevos se te ponen azules, a
veces te puede matar enseguida… – Se encogió de hombros restándole importancia
– como de día podría usted freír uno de esos huevos sobre una piedra y el sol
ni siquiera tiene que estar arriba en el cielo para que se cueza.
Todos rieron, parecían satisfechos con la
respuesta grosera que les dio y no mostraron más interés, siguieron bebiendo y
conversando animadamente. Tras casi media hora donde se notaban bastante
achispados con la bebida, Narcisa salió de nuevo y recogió el plato de Laiha
con delicadeza y lo colocó debajo del mostrador; después lo lavaría y los
almacenaría atrás con el resto de la vajilla, otro regalo que ella les había
hecho.
Se acercó a la mesa a retirar las viandas
vacías, la cerveza de Odín era fuerte y pesada; normalmente con una botella era
suficiente para una persona, todos los que vivían allí lo sabían y no abusaban
demasiado de ella; en cambio los foráneos se saciaban de la fresca bebida para
combatir el sofocante calor, lo que traía como consecuencia hombres con una
borrachera terrible.
La chica se inclinó sobre la mesa para
agarrar una bandeja con restos de vegetales y entonces se escuchó un estruendo.
Todo sucedió demasiado rápido, ni siquiera
Odín pudo ver qué pasó, pero se puso de pie ante el movimiento repentino de
Laiha; ella se había parado y había tomado con una velocidad impresionante la
mano de uno de los hombres, lo jaló del asiento, le torció el brazo tras la
espalda y con su mano libre empujó su cabeza contra la barra emitiendo un sonido
seco al chocar contra esta; todos se quedaron paralizados y asombrados; Narcisa
se irguió asustada pero se mantuvo en su sitio.
–Si le tocas siquiera la tela del delantal a la chica, te
arrancaré la mano comenzando por tu dedo meñique… te arrancaré los dedos uno a
uno… va a ser despacio y muy… muy doloroso. – la voz de Laiha era suave y
aterciopelada casi como si intentara seducirlo, él hombre sintió como el pánico
se apoderaba de él ante la amenaza, aquella mujer le tenía el brazo doblado en
una posición muy dolorosa y sentía como le aplastaba la cabeza contra la barra
con una fuerza descomunal – ¿Entendido?
Laiha había visto como la mano de aquel
bastardo se había dirigido al muslo de la chica con intensiones de agarrarla
indebidamente. El hombre asintió como pudo, Laiha lo soltó y él salió de su
alcance yéndose hacia el extremo contrario del local.
–¿Qué demonios eres tú? – escupió con rabia.
Los demás hombres se levantaron amenazadores
tras sobreponerse a la impresión, la borrachera se esfumó en el acto;
desenfundaron cuchillos y algunas armas de fuego de corto alcance que empuñaron
de modo amenazador.
–Soy la persona que te va dar la mejor paliza de tu vida.
Todos sintieron un escalofrió recorrerles el
cuerpo, solo alcanzaban a ver la sonrisa algo maligna de su rostro, el resto
permanecía oculto entre las sombras de la capucha. Desprendía una energía densa
que les infundía temor, tenía una posición despreocupada y de vez en cuando
soltaba una risita cuando alguno de ellos la señalaba con la hoja del cuchillo.
Odín se irguió con toda su estatura, llevaba
en la mano un martillo de herrero desproporcionadamente grande, se golpeaba la
palma de la mano amenazadoramente mientras escudriñaba la escena, eran solo
seis hombres y posiblemente Laiha los sometería antes de que él pudiera salir
de detrás de la barra y agarrar a alguno.
Laiha siempre se quedaba con toda la
diversión.
–Termina de recoger las cosas – le rugió a Narcisa, ella asintió y
recogió todo diligentemente – creo que llegó la hora de retirarse, ya comieron
y bebieron lo suficiente.
Los hombres posaron su atención sobre Odín,
uno de ellos se atrevió a decir:
–Esta bruja bastarda osó tocar a uno de nosotros, debería
enseñarle quién manda a la muy zorra y luego matarla…
–Este miserable intentó tocar a mi hija – Odín rechinó los dientes
de rabia y señaló con su martillo al hombre que Laiha había asustado primero y
que se escondía detrás de las espaldas de sus amigos – así que si ustedes no
quieren salir hechos pedazos es mejor que se vayan – las venas empezaban a
marcarse en su cuello, estaba furioso y sabía que si agarraba a alguno de esos
hombres lo iba a destrozar con su garrote – porque si los agarro entonces no
solo será ella la que los destroce por tocar a MI HIJA.
Hizo énfasis en sus últimas palabras y volvió
a blandir su martillo. Pareció que todos llegaron a la misma conclusión y era
mejor abandonar el lugar, así que uno a uno fueron saliendo despacio y
vigilantes de los movimientos; Laiha simplemente regresó a su puesto y se
acomodó en el banquillo alto donde había estado, cuando todos se hubieron ido
Narcisa asomó la cabeza por entre la cortina, estaba pálida del susto.
–¿Estás bien? – le preguntó Laiha con suavidad.
Narcisa asintió, se llevó la mano a los
labios y le hizo la seña de gracias, se acercó a Odín y le dio un fugaz abrazo
que hizo que el semblante del hombre se suavizara notablemente; la chica
recogió el plato y los utensilios que había usado para comer y los llevó a la
parte de atrás para lavarlos y guardarlos.
–Debes enseñarle a pelear – le dijo Laiha con tono cansado –
recuerdo cuando llegó y aquel hijo de perra te la quería cambiar por alcohol –
el rostro de él se suavizó aún más. Narcisa era apenas una niña de diez años y
Laiha y él la habían rescatado de un imbécil que la trataba como un guiñapo; la
llevaron con la mujer que se encargaba de la salud de todos en Las Ruinas y la
ayudaron a lavarla, se dejó examinar mientras temblaba de miedo y se aferraba a
la mano de Odín con fuerza, durante todo el examen que realizaron ambas
mujeres, la niña le lanzaba miradas suplicantes mientras él intentaba sonreírle
cariñosamente. Al final descubrieron que no era sorda, pero no podía hablar
porque el mal nacido le había arrancado la lengua.
–Ella no es una criatura que tenga esa fuerza – dijo Odín con mal
disimulado cariño – ella es dócil y cariñosa, algún día le conseguiré un buen
marido y la casaré, por ahora puedo proteger a mi hija sin problemas… tú, por
otro lado, deberías irte a descansar.
Odín dijo esto último en un tono que no
admitía discusión y Laiha le concedió toda la razón, estaba más cansada de lo
que pensaba.
Salió del local y se montó en su moto,
durante las horas que había estado en la taberna alguien le había dejado un
paquete en el asiento, ella lo aseguró en la parte de atrás y arrancó.
Recorrió las calles rápidamente alejándose de
la zona donde vivían los refugiados, zigzagueó entre los escombros hundiéndose
más en el silencioso centro.
Se desvió hacia el sur y llegó a una zona
poblada de altos edificios, siempre le habían gustado los lugares altos desde
donde podía ver casi toda la ciudad; Laiha había descubierto que era un viejo
hotel que sobrevivió a todos los embates naturales y todavía guardaba algo de
su antiguo esplendor, había una entrada lateral por donde en otros tiempos
llegaba la carga, ésta daba a una rampa interna que rodeaba el edificio dándole
acceso a cada piso; en los pisos centrales habían salas de conferencias y
salones de fiestas, en otros había salones de entretenimiento y casinos.
Había invitado a Odín y Narcisa a vivir allí,
pero ellos no aceptaron por más que les explicó que recubriendo bien las
paredes podían aislarlas del frío exterior durante las noches. Se sentían
seguros bajo tierra, como todos los demás y no lo cambiaban por ningún lujo que
pudiesen conseguir allí.
Laiha dejó el paquete sobre una hermosa mesa
de patas labradas, su casa era una antigua y enorme suite de varios ambientes,
en su cuarto tenía una cama mullida y muchas almohadas, era un lugar cómodo
donde ella se sentía tranquila y podía estar segura.
Se despojó de las botas y de la chaqueta, se
deslizó sobre la cama lentamente, el agradable olor a canela inundó sus fosas
nasales, Narcisa había ido a hacer limpieza y sabía que ella disfrutaba con ese
olor. Sonrió ante la delicadeza de la chica.
Observó el techo durante un rato, se distrajo
viendo como la luz se filtraba por las vidrios de la ventana y dibujaba formas
luminosas en el techo y las paredes, poco a poco fue cayendo en cuenta de la
sensación de su cuerpo tensionado y trató de relajarlo lentamente; su mente
estaba cansada y parecía desconectarse de su control muy despacio, sin hacer
mucho alarde y parecía arrastrarla consigo a la inconsciencia.
No sabía si todo era consecuencia del
encuentro con los otros o si toda su energía se había ido explicándole a Odín
lo poco que le había dicho.
Estaba extenuada y hacía un esfuerzo sobre
humano para no dormir; hacerlo implicaba bajar la guardia y darle pie a que su
parte humana perdiera dominio y ella no quería eso, debía continuar como
estaba, a mitad de camino entre ambas naturalezas que convivían dentro de su
cuerpo.
Pero a veces algo pasaba dentro de ella y
debía dormir, se deslizaba despacio y sin defensa a esos mundos esponjosos y
sin control que solo eran la entrada a mundos oscuros llenos de espantosas
criaturas que la asediaban y ahora podía verlas asomándose entre las sombras de
su mente.
Iba a tener pesadillas y no iba poder hacer
nada para evitarlas.
Sus ojos se cerraron lentamente y antes de
quedarse completamente en la oscuridad de su memoria, cambiaron de color; Laiha
viajaría entre sus recuerdos, mucho más atrás de su humanidad, el lugar donde
todo había terminado para el Ángel y había empezado para La Condenada.
Ahora sus ojos miraban el cielo estrellado,
la familiar mirada celeste llena de tristeza, la mano suave y fría que sostenía
la suya con delicadeza, el dolor agónico que jamás había sentido antes y que se
propagaba por cada fibra de su cuerpo, la única lágrima que había derramado en
toda su existencia que se deslizaba tibia y solitaria por su sien, sintió la
dureza de la piedra que sirvió de ara para su ejecución y su último aliento que
la enterró en la oscuridad.