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lunes, 11 de mayo de 2015

Los Condenados "La Caída de la Torre", Cap. V

Capítulo V
Attlas miraba la ciudad desde su oficina en el último piso de un lujoso edificio en el centro empresarial de Metrópolis 3, tras casi dos semanas del reencuentro esperaba que Laiha o Akcron se aparecieran por allí buscando información, pero en contra de todas sus deducciones ninguno de los dos habían aparecido.
Tal vez su vieja compañera de batallas podía despistar al Vampiro, asegurarle que no tenía ninguna intención de intervenir en las nuevas cruzadas, pero él sabía que de algún modo u otro al final ella iba a participar, así fuese por el simple gusto de la revancha, si había alguien que además de él deseaba clavarle una espada en los intestinos a ciertos miembros de La Corte era ella.
Vio su propio reflejo en el vidrio, ciertamente no había vestigios de su antiguo ser, todo rastro de su humanidad se había perdido tras los nuevos rasgos: piel blanca, cabello castaño claro tirando a rubio oscuro, ojos azules y un cuerpo bastante fornido producto no solo de un entrenamiento riguroso, sino todas las circunstancias por las que había pasado durante todos estos años para lograr posicionarse justo donde estaba en ese momento.
Viejos recuerdos habían aflorado tras la corta reunión que habían mantenido los cuatro; también algunas emociones que creía olvidadas tras tanto tiempo. Entendía que aunque no hubiese rastros físicos del humano que había sido antes, algo quedaba de él después de todo y no podía negarse que ambas partes entraba en conflicto cuando su bien apreciada simbiosis era importunada.
Se giró y escudriñó con calma la estancia; acostumbrado a los excesos en su vida antes de este mundo persistentemente buscaba vivir en condiciones apropiadas para un príncipe, siempre y cuando no estuviese corriendo las peligrosas aventuras a los cuales era adicto; pero con el paso de los siglos aquel mundo se había vuelto perezoso y en los tiempos que corrían no había mucho que hacer y disfrutar de innumerables placeres se le antojaba fútil y aburrido.
Recordó con cierta nostalgia las viejas vidas donde se enfrentó a poderosos guerreros y terminó escribió líneas sangrientas en la historia de la humanidad y a veces se sentía orgulloso de eso: de no haber pasado desapercibido en este mundo, aunque sus obras no estuviesen firmadas con su verdadero nombre.
Ahora algo de aquellos pasados tiempos había retornado, la gente estaba sedienta de violencia porque era lo único que parecía hacerlos sentir vivos, – El tiempo se ha estancado –, era casi imposible determinar la fecha exacta en la que se encontraban, no había paso de las estaciones, no habían noches más largas o días más largos. Nada se movía, todos pretendían continuar con unas vidas vacías porque eso era lo que se esperaba de ellos.
Era lo que tenían programado en sus mentes.
Attlas no se caracterizaba por ser muy prudente, en ese momento era una persona poderosa gracias al negocio ilegal de peleas que manejaba a vox populi y por el cual había obtenido todos los lujos que poseía: una mujer distinta y hermosa cada noche, los mejores licores, la mejor comida, dinero y todo lo que se le pudiese antojar. Todo esto sin que nadie siquiera osase pensar en controlarlo.
Él manejaba la ciudad tras bambalinas; todas las personas con cierto poder en Metrópolis 3 le debían favores y de alguna manera tenían que pagar, y él no escatimaba en cobrarle a nadie. Parte de ese pago era hacerse los ciegos ante sus negocios y la vista gorda a las aventurillas sexuales de las que se antojaba, se había revolcado con las esposas de grandes magnates y de peligrosos mafiosos – “Los peores vicios son los que jamás se olvidan” – pensó que le diría Laiha de haber estado en su cabeza, casi había escuchado su voz suave diciéndole eso con un dejo de alcahuetería.
Ver la creciente sed de poder que tenían algunos miembros destacados de las Metrópolis, le hacía pensar que La Ruptura no había borrado todo de sus memorias; a pesar de lo que habían pasado los humanos no habían revivido precisamente lo mejor de ellos.
Alguien tocó la puerta sacándolo de sus cavilaciones, una mujer de piel oscura y prodigiosa belleza abrió y pasó adelante sin esperar una invitación de su parte, iba ataviada con un vestido blanco muy ceñido que dibujaba su silueta sin dejarle nada a la imaginación, lo miró e inclinó la cabeza en señal de saludo, luego se dirigió al elegante sofá que tenía en un extremo de la estancia y se sentó cómodamente. Attlas no se sorprendió de esta conducta así que se acercó a un bar oculto tras unos paneles metálicos en la pared y sirvió un vaso de whiskey que ofreció a la mujer. Ella estaba allí buscando trabajo, pero no era un simple trabajo atendiendo alguna necesidad de él, que con el paso de los años había descubierto que eran muchas y muy variadas; la dama era una Metamorfa, un ser que podía cambiar de forma a su antojo, podía ser cualquier animal que ella decidiera, algo bastante atractivo para su negocio que se valía de la necesidad de parafernalia entre la floreciente sociedad adinerada de Metrópolis 3; había entrado a la Metrópoli hacía solamente dos días y normalmente pasaría hasta un año antes de que Attlas aceptara recibirla, pero dadas sus habilidades, las cuales no se había tomado la molestia de ocultar; decidió evitarle las necesarias medidas burocráticas, esa mujer era una adición muy interesante a su plantilla de combatientes, tanto que no podía simplemente dejar pasar la oportunidad.
–Dime en qué animales te puedes convertir Kadora – fue directo al grano, todos sabían que Attlas carecía de la capacidad de ser sutil.
–Lamentablemente en este lugar no puedo cambiar completamente – se lamentó, tenía una voz suave y ligeramente ronca – pero puedo recrear ciertas características y la fuerza o velocidad del animal que escoja; pero solo he logrado recrear felinos y algunas serpientes.
–Impresionante de todos modos – replicó Attlas, pensando en lo habilidosa que era, los seres como ella solo solían cambiar en un solo tipo de especie – ¿Podrías darme una demostración?
Kadora no se movió de su asiento, tenía una pierna cruzada sobre la otra en una pose muy sensual, exponía parte de un muslo bien torneado y el resto de su pierna culminada en una exquisita zapatilla plateada, su piel se empezó a tornar naranja oscuro, rayas negras aparecieron abrazando sus brazos, cuello y parte del rostro que adoptó una ligera forma felina, con ojos amarillos y nariz algo achatada; sus manos, que segundos antes parecían delicadas, se habían agrandado y sus dedos se alargaron y ensancharon un poco, las uñas con barniz blanco terminaron convertidas en garras negras y afiladas
Él no pudo negarse que la imagen era impresionante, aquella mujer tan atractiva no había perdido un ápice de su belleza con aquella transformación, definitivamente tenía potencial y le otorgaría una nueva dimensión a sus espectáculos, dimensión que desde hacía algún tiempo venía pensando; a pesar de todo lo que pudiera ser y todo lo que seguramente pensaban Laiha, Akcron y Xoia, había sido bastante discreto con sus peleadores, algunos eran Condenados como él, pero ninguno había manifestado ninguna habilidad que se saliera estrepitosamente de lo común, así que consideraba que tal vez ya era hora de cambiar de actitud y darle cabida a otras clases de Condenados. Todo era una cuestión de inclusión.
Al fin y al cabo todos tenían derecho a estar en este mundo. O por lo menos los habían dejado allí a su suerte.
Regresó al bar y se sirvió un trago, presionó un botón oculto y pocos segundos después entró una mujer asiática vestida de cuero rojo.
–Catia querida – dijo con su voz seductora – ella es nuestra nueva adquisición – señaló a Kadora que había retomado su forma humana – ya sabes qué debes hacer con ella.
La mujer le sonrío complacientemente y le tendió una mano a Kadora señalando la salida, ésta se puso de pie sin poder ocultar su satisfacción. Las mujeres alrededor de él caían rendidas con facilidad ante esa aura rebelde y sensual que emanaba. Se retiraron en silencio dejándolo solo nuevamente, se acercó al gran ventanal y continuó observando las luces de la ciudad, no podía quejarse de su vida, no estaba tan mal.

Pero se estaba tornando muy aburrida, y para un guerrero como él la vida no solo se componía de placeres.

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Hoy culmino con la publicación de los cinco capítulos prometidos de Los Condenados, si desean conocer el resto, pueden comprar el libro en formato físico o digital a través de Amazon

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Saludos desde mis mundos oscuros.

lunes, 4 de mayo de 2015

Los Condenados, La Caída de la Torre, Cap. IV

Capítulo IV

Odín y su hija eran dos de las tres personas que conocían el lugar donde Laiha vivía, el resto de los habitantes de aquella comunidad sentían cierto temor reverencial y mantenían, lo que consideraban, una distancia prudente y respetuosa; ella nunca les había proporcionado mucha información sobre sí misma y esto había alimentado el halo misterioso en torno suyo; se limitaba a hablar con Odín durante horas en la cantina o paseaba sola por las zonas completamente abandonas de Las Ruinas. Su conducta daba pie a especulaciones de todo tipo, la que mayor peso tenía y la que todos sospechaban era la más acertada y simple: ella era uno de esos seres que se escondían entre los humanos.

Laiha les había transmitido el conocimiento para construir sus viviendas debajo de los edificios y también para la construcción de túneles subterráneos que les permitieran ir de un lado a otro durante la noche en caso de alguna emergencia, también les había enseñado algo de mecánica y habían recuperado un par de carros y camiones que usaban cuando no tenían más alternativa que aventurarse a viajar en busca de medicación para los enfermos mas graves, o comprar semillas para cultivar nuevas frutas o verduras y a veces, cuando parecía que los manantiales no daban abasto, buscar agua. Ella les obsequió el conocimiento necesario para vivir un poco mejor y ningún humano fuera de las Metrópolis conocía tanto, incluso dudaban que los humanos dentro de estas fuesen la mitad de instruidos en comparación con ella.

Odín había salido muy temprano en la mañana, tan temprano que todavía se sentían los vestigios del infernal frío de la noche, recorrió las numerosas calles que separaban a la pequeña comunidad del centro de la ciudad, tomó la ruta yendo hacia el extremo sur. El sitio dónde ellos se habían asentado se encontraba entre un distrito semi urbano y uno comercial, los edificios no alcanzaban a tener más de cuatro pisos; pero desde los límites habitados por ellos se podía ver las siluetas de los edificios que poblaban por entero Las Ruinas, había algo desesperanzador en las altas edificaciones y en sus calles vacías, en algunos lugares ciertas plantas se habían abierto paso entre las grietas del pavimento, los vidrios rotos de las ventanas parecían cuencas de ojos vacías aterradoras y sombrías que parecían acecharlo mientras se desplazaba rápidamente entre las calles, casi podía sentir que en cualquier momento algo saltaría de entre las sombras y lo arrastraría a un lugar mucho más frío y aterrador; miró al cielo que se hacía cada vez más azul con la esperanza de encontrar al sol más alto en el firmamento y le proporcionara algo de calor, pero entre aquel laberinto de concreto parecía que jamás llegaría la luz del sol hasta el suelo.

Apretó contra su cuerpo el bolso que llevaba a cuestas, no sabía exactamente qué le inspiraba ese terror helado que se apoderaba de él cuando iba a ver a Laiha, ella se sentía cómoda y tranquila viviendo en aquellas alturas desde dónde veía bastante bien la ciudad, pero Odín sentía que cualquier cosa podía salir de esas enormes tumbas de concreto,  porque eso era lo que parecían, lapidas de extraños gigantes que en otros tiempos habían sido poderosos.
Todas las historias que conocía desde niño cobraban vida en su cabeza cada vez que transitaba entre esas calles vacías.

Jamás se había atrevido a tomar un camino diferente al que Laiha le había indicado, muchas edificaciones se habían desplomado y las calles estaban bloqueadas por escombros, el camino de siempre era un poco largo pero estaba completamente despejado y no se le antojaba escalar trozos de edificios en medio de tanta soledad.

Se detuvo frente a uno de los edificios más altos que había entre aquellos restos, entró y frenó frente a las escaleras, Laiha vivía en el último piso y aunque había electricidad para nada le gustaba tener que subirse a ese diminuto aparato que llamaba ascensor y que le ahorraba subir a pie decenas de pisos, no recordaba cuántos exactamente, pero eran muchos.

Había ido a pie hasta ese lugar y el tiempo apremiaba, pero aun así no lograba convencerse a sí mismo de entrar al maldito aparato. De todos los edificios en pie, ese era el único que poseía energía eléctrica, un pequeño lujo que Laiha había demandado y que nadie se atrevió a negarle y más cuando había sido ella quien les había instruido en el funcionamiento de la planta de energía que los abastecía a todos; y la verdad era que mas allá de unas neveras y unos aparatos de música, lo único que ellos usaban eran las bombillas de luz, un regalo sumamente difícil de encontrar entre los restos de los edificios y casas de aquellas ruinas; y esa era una más de las razones por las cuales ellos hacían sus excursiones esporádicas a Metrópolis 3 donde Laiha tenía contactos que les suministraban esos insumos; personas que contrabandeaban con los suministros de mala calidad o con fallas y que eran desechados torpemente por la ciudad.

Tras media hora de consideraciones y después de no encontrar una excusa válida se montó a regañadientes en el ascensor y presionó el único botón existente, todos los demás habían sido arrancados.

Apretó los dientes y los puños cuando sintió que se ponía en marcha, se obligó a soltar el aire despacio, no quería salir de allí perdiendo la dignidad; una gruesa gota de sudor empezó a deslizarse por su mejilla desfigurada, podía verse a sí mismo asustado y sudoroso en los intactos espejos de las paredes; el tiempo no había sido tan inclemente con ese edificio, Laiha había mencionado en una ocasión que estaba construido con las últimas tecnologías contra sismos y catástrofes climáticas que poseía la humanidad en ese entonces, era el único edificio que tenía todos sus vidrios completos e indemnes, únicamente se había caído un poco de concreto de las paredes externas y estaba algo descolorido, pero efectivamente el edificio no se había caído y muchas cosas que estaban dentro de él se encontraban en condiciones bastante aceptables; de allí había sacado Laiha la mayoría de las camas que todos poseían en sus respectivas casas, utensilios de cocina, platos, cortinas y sabanas, muchas de las botellas más preciadas de Odín; algunas las utilizaban para negociar en Metrópolis 3 por productos de mejor calidad a lo habitual.

Las puertas se abrieron y salió a un diminuto vestíbulo muy limpio; Laiha alguna vez le dijo que no soportaba vivir en ciertas condiciones de poca higiene, que prefería mil veces vivir a la intemperie, en ese momento ponía de manifiesto sus cualidades femeninas, y él tenía que admitir que a veces olvidaba que ella era una mujer.

Odín no cuestionó nunca sus palabras, consideraba que Laiha había viajado y vivido lo suficiente para saber qué medidas tomar ante la necesidad de dormir afuera, donde hacía frío y había seres peligrosos; ahora, pensaba que todo tenía más sentido, él sabía que no era simplemente una humana, que era uno de esos seres, aunque nunca supo cuál y ahora que le había revelado su verdadera edad, comprendía por qué sabía cómo funcionaban tantas cosas, había tenido el tiempo suficiente para aprender todo, sobre todo.

Tocó la puerta con fuerza suficiente para que resonara por todo el lugar, este tenía tres estancias bastante grandes y él solo conocía una, su hija Narcisa conocía el cuarto y baño. Había salido tan impresionada y encantada con este que él no tuvo otra opción que construir uno para ella, para no tener que ir a las duchas publicas donde iban todos y así poder controlar el consumo de agua; también había instalado una silla blanca con tapa, donde previamente había cavado un pozo lo bastante profundo para que ella hiciera sus necesidades, poco después él encontró muy cómoda aquella adquisición, Laiha le había dicho dónde hallarla, junto con la tina y el lavatorio con espejo, ella le informó que la silla era de hecho un retrete y que funcionaba con agua para bajar los desperdicios; un lujo que no se podían dar, pero ella les enseñó cómo almacenar agua desde un enorme envase que tenían en el techo de la taberna y que dejaban abierto en las noches esperando que las lluvias ocasionales o el granizo proporcionara el agua que usarían para eso ya que cualquier cosa que viniera del cielo no era apta para beber o regar la siembra, pero no había problema en usarse para desaguar los desperdicios.

Laiha abrió la puerta.

La encontró con un aspecto deplorable, hacía dos semanas que no la veía y aunque físicamente parecía estar bien, las profundas ojeras que enmarcaban sus ojos resaltaban la expresión cansada y sombría de su semblante. Se hizo a un lado y lo dejó entrar, todo  parecía normal y en su lugar, según recordaba; había un enorme sofá mullido de color vino hacia un lado, las paredes tenían un hermoso color crema tostado, a la derecha había una mesa con cuatro sillas, de respaldo alto, eran de madera oscura y cojines de color rojo oscuro, las cortinas eran doradas y ondeaban suavemente con el viento que entraba por una pequeña abertura en las ventanas, el piso era de mármol blanco y había unas mesitas bajas con algunos adornos, floreros de cristal y esculturas que a pesar de faltarle extremidades, parecía que Laiha se había tomado el tiempo para restaurarle algo de su antigua belleza, algunos cuadros; pero la única cosa que a él le gustaba era la alfombra que se encontraba en el medio de aquella estancia, era suave y bastante mullida, le gustaba quitarse los zapatos y caminar sobre ella, a Laiha parecía no importarle demasiado a pesar de que el lugar denotaba el esfuerzo que había llevado a cabo con tal de convertirlo en un lugar más que cómodo; cada vez que la visitaba se sentía tentado a tomar una de las habitaciones en el piso inmediatamente inferior al de ella, eran hermosas en verdad, ya las había visto en más de una ocasión pero aquella vista lo hacía sentirse diminuto y asustado. Él era un ser de tierra, le había dicho en más de una ocasión, su casa estaba bajo tierra y allí se sentía seguro.
–Narcisa te mandó comida – dijo en tono de regaño, Laiha no midió palabra y se dirigió a la estantería de metal y cristal que estaba al lado de la puerta, se podía ver dentro de ella platos, copas, vasos, cubertería; a Odín no le gustaba comer en aquellas cosas, parecían demasiado frágiles para sus maneras toscas, pero ella se hacia la desentendida y siempre le servía en aquellas piezas delicadas.
–Gracias – dijo al fin mientras llevaba un par de platos y cubiertos a la mesa.
–¿Qué te sucede? Tienes mal aspecto – primera vez que la veía en ese estado, distraída, con la guardia baja y usando una especie de vestido largo de tela brillante y delicada; se veía hermosa, él adivinaba una figura no solo atractiva sino fuerte y ligeramente musculosa, pero de hecho tenía el aspecto de una mujer elegante y suave. Ella abrió el bolso que él había dejado en la mesa y sacó unas viandas grandes de barro que venían tapadas; el exquisito olor del guisado inundó la estancia, en otra había pan recién hecho y en la siguiente había una especie de dulce hecho con alguna fruta que no podía identificar por el olor; ella sirvió el contenido del guiso en ambos platos, una buena porción para él y una más pequeña para ella, cortó el pan con las manos, cosa que no acostumbraba a hacer, se sentaron a comer y mientras Odín engullía su comida de la manera más educada posible, Laiha simplemente se llevó un bocado a la boca y estuvo masticándolo por largo rato.
–Insisto en que tienes mal aspecto.
–Tú lo tienes todo el tiempo y yo no te digo nada – había hastío en su voz y eso lo tranquilizó un poco, tal vez solo estuviera cansada – solo tuve pesadillas.
–¿Qué clase de pesadillas?
–Viejas pesadillas, nuevas pesadillas, pesadillas – miraba su comida como esperando alguna clase de respuesta.
–Vine porque Leah me dijo ayer que necesita algunas medicinas, esos antiboticos que tú dices – prefirió cambiar el tema abruptamente; aunque suponía que Laiha podía deducirlo, había muy pocas razones para que él se desplazara hasta ese sitio.
–Se dice antibiótico – le corrigió cansada – Voy a darme un baño y salimos – dijo poniéndose de pie y desapareciendo por un pasillo cerca del enorme ventanal.
Odín terminó de comer y recogió el plato que apenas había probado ella y devolvió su contenido a las viandas que aseguró bien y guardó dentro del bolso nuevamente; se dirigió a una entrada lateral que daba a la mejor y más hermosa cocina que él había visto, allí Laiha tenía un lugar donde lavar los platos, un mesón enorme donde cocinar, cosa que no hacía muy a menudo, pero las veces que lo hacía los había deleitado a su hija y a él, una despensa que sabía contenía alimentos de primera calidad comprados en la Metrópoli cuando iban para allá; ese era otro secreto que ambos compartían, aunque llevaban comida suficiente para que todos estuvieran alimentados, solían ser alimentos que podían durar años antes de descomponerse, venían en latas y aunque había enormes variedades, cuando Laiha le hizo probar alimentos frescos y recién preparados, pudo comprobar la diferencia; sus cultivos no tenían el mismo sabor, por esa razón Laiha había empezado a hacer negocios con la Metrópoli, para poder abastecer de comida a la población cada vez más creciente; lo que los invernaderos producían no era suficiente para todos, apenas alcanzaba, pues en más de una ocasión tuvieron que deshacerse de todo el producto por estar dañado; la tierra estaba enferma y por más que todos se esforzaban por recuperarla, Laiha les aseguraba que iba a tomar demasiado tiempo antes de que volviese a ser dadivosa; así que se sostenían de esa manera; la caza tampoco era muy buena, les ayudaba un poco pero no lo suficiente.

Repentinamente muchas cosas se aclararon en su cabeza mientras veía la nevera que conservaba ciertos alimentos refrigerados, Laiha llevaba en aquella ciudad más tiempo del que todos creían, había vivido allí desde mucho antes de que ellos llegaran.

Laiha lo observaba desde el umbral de la entrada, se había vestido para viajar y llevaba un bolso bastante grande cruzado en su espalda, había recogido su larga cabellera negra en una cola de caballo, llevaba en sus manos unos lentes oscuros, inclusive se había puesto guantes.
–Llevas más tiempo viviendo aquí del que nos hubiésemos imaginado – no había acusación en su voz, por primera vez en su vida, Odín había hablado en un tono apaciguado – seguramente estabas aquí antes de que nosotros llegáramos.
–Este lugar es solo la reconstrucción del recuerdo de una vida anterior – dijo ella con cierta tristeza – aquí hay todo lo que deseaba tener en aquel entonces, cuando creía que los tiempos simples llegarían a mi vida y yo iba a poder tener esto… pero nunca llegaron los tiempos simples, esto es solo una parte de mi vida a la que no he querido renunciar, a la que no he podido renunciar – acarició con algo de amargura el borde del umbral.
–Pudiste vivir en las Metrópolis – dijo él.
–Las Metrópolis no me agradan – señaló ella encogiéndose ligeramente de hombros restándole importancia – demasiadas personas indeseables tratando de ocultarse, simplemente no podía ser una más de esos.
–Yo pensé que había tenido una vida bastante miserable y difícil… pero tú… – reflexionó, por alguna razón sintió verdadera lástima por Laiha, más aún viéndola en ese estado; dudó un poco, buscaba una palabra que no sabía si existía para continuar la frase.
–No existe una palabra para describir mi existencia – sentenció ella adivinando lo que pensaba, le dio la espalda y salió de la cocina. Odín escuchó cómo la puerta se abría y Laiha se alejaba, sus botas retumbaban en el suelo en el vestíbulo y el eco de estas rebotaba por todo el lugar.
La siguió, lo esperaba frente una puerta oculta tras un bastidor de madera en el vestíbulo, obviaron el ascensor con las puertas abiertas, Laiha dejó al descubierto el pasillo donde descansaba la moto y la rampa que bajaba; agradeció internamente no tener que bajar en esa cosa nuevamente, pero la maldijo por no haberle hablado de ese camino, no había escalones y él hubiese podido subir por allí.

Se montó en la moto y se aferró al asiento, no deseaba tocar a Laiha, era algo que no le gustaba, temía que ella se molestara por el contacto y terminara quebrándole todos los huesos de las manos; estaba incómodo pues la enorme bolsa de viaje de Laiha estaba asegurada a la parte de atrás y él era de dimensiones bastante grandes y el espacio que le había dejado Laiha parecía ser demasiado pequeño; aun así, se sentó procurando colocar su propio bolso entre ambos, ella aceleró la moto un poco y tras acomodarse los lentes oscuros sobre los ojos arrancó.

Odín se sentía un poco mareado por las curvas mientras que ella parecía no inmutarse, por lo cual no disminuía la velocidad, llegaron a la planta baja y Laiha tomó dirección hacia un pasillo más amplio que terminaba en una puerta de carga a un costado del edificio; salieron a la calle y empezaron a zigzaguear entre ellas, él alcanzaba a ver las vías bloqueadas por viejos carros o por escombros; atravesaron la parte habitada de la ciudad y se dirigieron al lugar donde guardaban el armatoste de carro que Odín conduciría hasta la Metrópoli, allí iría la moto; Laiha conduciría un camión cisterna más grande porque necesitaban buscar agua aquella vez.

Llegaron a un galpón en la antigua zona industrial de la ciudad, Odín se bajó de la moto agradecido y casi elevando una plegaria a una fuerza desconocida, abrió una de las puertas del galpón dándole paso a Laiha; el día anterior habían recogido y almacenado todo lo que podían intercambiar por comida y dinero para comprar otras cosas, ya estaban en la camioneta y había un lugar reservado para subir la moto; ese era el vehículo con el que se movía por la Metrópolis, Odín no sabía cómo había obtenido la moto, pero sí que aquella maquina no solo era potente, sino un vehículo moderno, no era algo sacado de un viejo garaje entre los restos de escombros de una casa derruida.

Se subió del lado del piloto, la llave descansaba en la ignición, dejó su bolso a un lado y encendió la camioneta, todo funcionaba perfectamente, los hombres que se encargaban del mantenimiento de todo lo mecánico y eléctrico de la comunidad  hacían un excelente trabajo; como si ese conocimiento hubiese estado dormido dentro de ellos y Laiha lo hubiese hecho despertar.

Recordó la primera vez que Laiha le dio el carro y le enseñó a conducir, sintió que era algo que sabía hacer y disfrutaba hacerlo, sentía una felicidad casi infantil cada vez que se acercaba un viaje, sobre todo porque los viajes no eran constantes, había temporadas en que no tenían nada para intercambiar por dinero o que les permitiera obtener el paso a la ciudad; no importaba cuanta necesidad hubiese de agua o de medicamentos, no  pasarían sin pagar el precio respectivo.

Pero esta vez habían tenido un golpe de suerte y habían conseguido en una vieja fábrica suficientes metales para canjear, toneladas de hierro, aluminio, acero y otros que no habían logrado identificar; habían desmantelado las maquinas y clasificado cada pieza en lotes por tipo; lo que habían encontrado garantizaba la entrada y el abastecimiento de agua, por lo menos por un tiempo prolongado, siempre y cuando supieran jugar bien sus cartas; adicionalmente, desde su última estancia allá, varias caravanas  habían pasado, consiguiendo así suficiente oro, plata y un surtido variado de piedras preciosas que Laiha podía vender entre sus contactos y por las cuales siempre obtenía ganancias muy jugosas, llevándoles a todos las ventajas de algunas cosas que eran consideradas lujos en sus actuales condiciones.

Aunque la mayoría de las cosas que se buscaban eran alimentos, medicinas e insumos médicos, y un poco de combustible necesario para poner en marcha los viejos vehículos y algunas bombas que estaban en los manantiales que poseían, a veces sobraba algo para disfrutar: ropas de distintos tamaños, cuadernos, zapatos, pero sobre todo, medicina para la tierra; no podrían criar animales si la tierra no daba frutos.

Estaban listos para partir; Odín estaba más ansioso que de costumbre, ahora tenía la necesidad imperiosa de hablar con Laiha y que ella le explicara todo lo que dijo debía explicarle; pero sentía que debían hacerlo fuera de aquel lugar, abrigaba un miedo casi supersticioso, ella iba a revelarle ciertos secretos y verdades y quería de algún modo proteger a las personas que habitaban junto a él en aquel rescoldo de vida segura.

Rodearon la  ciudad y se dirigieron a la Metrópoli, les  tomaría unos cuatro días de camino, aproximadamente, viajando en esos vehículos y deteniéndose solo una vez en el día y para dormir en la noche unas cuantas horas; la carretera que se abría hacia afuera de la ciudad era enorme y estaba completamente despejada; mientras más rápido se alejaran de la ciudad más posibilidades tenían de protegerse del frío mortal. A ambos lados de la carretera había algunos árboles, pero no parecían demasiado sanos; la ventaja del lugar era que todo estaba en línea recta y superficie plana hasta el lugar por donde entraban, ya que no podían dirigirse a las entradas principales. Laiha había viajado dos días para una reunión de cinco minutos; calculó que habían pasado cuatro días y medio entre la ida y el retorno, deteniéndose solo lo necesario; pero aunque ellos habían escogido una pequeña montaña entre Las Ruinas y la entrada principal de Metrópolis 3, esta vez, Laiha y Odín tomaban un camino más directo a la Metrópolis, cosa que acortaba las distancias y el tiempo de viaje.

Tenían una rutina bastante sencilla y si se cumplía exactamente como estaba prevista minimizaba los riesgos y los accidentes; debían conducir hasta que el sol se estuviera ocultando, después se detendrían a descansar, dormirían toda la noche y luego, apenas empezara a clarear arrancarían nuevamente.

Odín abría la marcha; condujeron hasta el límite pero no se detuvieron; el descanso les permitiría hablar un rato antes de encerrarse en sus carros a descansar, pero en un determinado momento Laiha cambió lo acostumbrado, lo rebasó y se colocó delante de él, siguió avanzando un poco mas mientras Odín continuaba tras ella, cuando casi ya no quedaba claridad se desvió a la izquierda del camino y se detuvo; habían unos peñascos enormes ubicados en semicírculo, Odín se paró al lado del gran camión y se bajó con expresión perpleja, Laiha se había puesto en marcha y armaba una fogata, él se estaba palpando los bolsillos para darle cerillos con los cuales prender la leña, pero ella solo se limitó a pedirle que buscara más madera; no rechistó, debía buscar más leños por allí cerca mientras todavía disfrutaban de un poco de luz; caminó un par de metros, recogió unos cuantos palos que se veían buenos y grandes y regresó.

Un fuego que le llegaba a la cintura ardía ya en la fogata, ella estaba sentada en la tierra con las piernas extendías y la espalda recostada sobre una de las rocas: – Si mueves un poco tu camioneta cierras el círculo y puedes aprovechar más el calor, aunque estamos más lejos que de costumbre, esta noche va a hacer mucho frío.

Hizo lo que le aconsejó, sacó el bolso con alimentos y los tendió en la tierra entre ellos, Laiha comió más esta vez y parecía que había recuperado algo de su serenidad; la noche había caído y en efecto, tal como ella le aseveró, el frío fue glacial, buscó una manta gruesa dentro de sus cosas y se la pasó sobre los hombros; Laiha parecía no verse afectada por la temperatura, habían dejado de comer y ahora se limitaban a mirar las estrellas, parecía absorta en sus propios pensamientos. Odín miró su perfil, nunca le había inspirado terror, pero si una especie de respeto algo temeroso, ya era un hombre bastante mayor y por mas conservado que se viera y fuese fuerte y resistente, junto a ella se sentía como un chiquillo la mayoría de las veces; aunque no lo dijese en voz alta siempre lo intimidaba, pero el sentimiento más fuerte y el que siempre se sobreponía a todos los demás era la curiosidad y se valía un poco de su aspecto fiero y algo irrespetuoso para formularle preguntas que tal vez fueran incomodas o los pusiesen en peligro a todos.

El fuego no se extinguía, seguía ardiendo con la misma intensidad que cuando Laiha lo encendió, lo que les proporcionaba un calor bastante apreciado; las palabras se escaparon de su boca sin pensarlo:
–¿Qué clase de ser eres tú? – no se arrepintió, había querido preguntárselo siempre, pero se habían intensificado las ganas tras la conversación en la cantina.
Ella no respondió de inmediato; no parecía sopesar la respuesta, sino más bien distraída, solo se dedicaba a contemplar el cielo nocturno plagado de estrellas.
–Soy un Ángel – respondió al fin.
Odín no podía dar crédito a sus palabras; su padre le había hablado de Los Ángeles, los había visto en un ventanal de un viejo edificio; aunque la mayoría de las cosas dentro de aquel sitio de aspecto extraño estaba roto o irreconocible, algunos de sus ventanales estaban intactos, eran coloridos y en ellos se representaban figuras; cuando la luz pasaba por aquellos vidrios de colores parecían llenarse de vida; su madre que todavía vivía en ese momento le había dicho que aquellos seres con alas que se representaban allí eran Ángeles; seres venidos del cielo y por eso tenían alas. Los pocos días que habían pasado allí refugiándose, él contempló cada vez más emocionado aquellos vitrales, había algunas figuras realmente maravillosas que lo llenaban de paz, algo así de hermoso solo podía ser bueno.
–¿Así que eres de los buenos? – le preguntó con cierta emoción infantil, no podía ocultarlo, comprendía ahora porque ella se había empecinado en ayudarlos a todos.
–¿Buenos? – bufó, posó la mirada en él, tenía una expresión mansa, comprendió que la memoria colectiva que todos guardaban lo llevaba a creer que Los Ángeles eran seres de luz; aunque no era mentira, ciertamente era una verdad con muchas caras y versiones – No, Odín, lamento informarte que no existen realmente buenos o malos Ángeles.
–¿Qué quieres decir? – preguntó con decepción.
Suspiró, en ese sentido, explicarle a Odín ciertas cosas era como hablar con un niño.
–Quiero decir que Los Ángeles son como los humanos, solo que tienen alas y pueden hacer ciertos trucos – parecía contrariado con esa respuesta, pero ella debía desmitificarse así misma ante él para que Odín pudiese prepararse y preparar a los demás – hay entre nosotros los humanos personas buenas y personas malas, todo depende del lado en el que juegues. Una persona mala para ti es aquella que puede hacerte daño o que va en contra de lo que tú quieres o que atenta contra tu seguridad; pero tú, también puedes representar todo eso para otra persona – se estaba complicando con la explicación – lo que quiero decir es que no todos Los Ángeles son buenos, no somos seres divinos como se nos pinta en muchas mitologías, sí venimos de La Luz, es nuestra esencia pero no somos salvadores y no somos la personificación de la bondad.
–¿Quieres decir que Los Ángeles no son buenos? ¿Qué son seres como nosotros, que pueden ser malos o buenos?
Ella asintió.
–¿Hay otras criaturas, verdad? – le preguntó con fingida valentía – Las que mis padres me contaban.
–Sí, hay muchas y muy variadas.
–¿Cómo cuales?
Ella suspiró, aquello era complicado de explicar.
–Bueno – empezó – existen unos seres que son bastante mágicos, es decir que poseen cierto poder en su naturaleza y otros que en sí, son parecidos a los humanos, es decir, que sus habilidades son limitadas, guerreros y guerreras dotados de destrezas extraordinarias – en su voz había cierta empatía al mencionar eso – luego hay otras de naturaleza igual pero capaces de servir de medio para manifestar poderes y habilidades mágicas, como dominar el viento o el fuego, por ejemplo – señaló la hoguera que seguía ardiendo sin necesidad de alimentarla con más madera – otras son de naturaleza más amable o más hostil, algunos están en contacto con la energía de su hábitat, pueden habitar las aguas o las tierras heladas, aun así se ven como los  humanos, tienen dos brazos, dos piernas; esta figura – lo apuntó – es universal, solo varía en algunos rasgos, algunos tienen alas, otros pueden cambiarla a su antojo… – suspiró un poco – así se podría resumir.
Odín intentaba mantener la calma ante aquella revelación, trataba de tomar todo como un adulto, aquella información era de algún modo importante para saber qué había allá afuera en la oscuridad.
–¿Y solo salen de noche? – ella se rió de la pregunta, pero no había mala intención detrás de aquella risa, seguramente si Odín no hubiese estado tan asustado se hubiese reído también.
–Aunque entre los mitos y leyendas de los humanos se dice que solo salen de noche, eso no es limitativo, la oscuridad es buena porque sirve para ocultarse, mas no implica que solo allí puedan ser voraces.
–Háblame de la cosa esa, La Ruptura que tú dices que pasó – cambió de tema, se había estremecido con aquella respuesta, no le gustó.
–Fue como si algo se hubiese roto, como cuando una tubería de metal se fisura y el agua empieza a filtrarse, con el tiempo se oxida – comparó – no solo hubo guerras como te mencioné antes, sucedió también con las personas, las cosas cambiaron, los paradigmas cambiaron.
–¿Qué es paradigmas? – Laiha no pudo evitarlo, soltó una carcajada.
–Lo siento – se disculpó, no esperaba esa pregunta realmente – es como decir modelo o mejor explicado puedo decir que es un concepto, en ese sentido un concepto de vida; la gente sintió que algo estaba cambiando, la tierra, el agua, el aire y comprendieron que se les venía encima una catástrofe, el mundo que habían construido estaba cimentado en bases muy endebles, al final todo se derrumbó, todo lo que creían se había disuelto, ¡Ceniza! – señaló el fondo de la fogata donde las cenizas de los leños todavía ardían – descubrieron que Dios no existía, indiferentemente el nombre que le pusiera cada quien, simplemente no existía, que estaban indefensos… pero no que estaban solos.
–¿Qué sucedió entonces? – preguntó aprensivamente.
–Sucedió lo que tenía que suceder, empezaron a pelearse entre sí creyendo que el poder del dinero era lo único que podía salvarlos, que si se apoderaban de ciertos recursos, de ciertas cosas, iban a sobrevivir mejor, pero no escatimaron en las armas que usaron, se arrasaron a sí mismos, a naciones enteras… pero el mundo a su alrededor también estaba cambiando, estaba siendo influenciado por una energía que no podía repeler, así que cuando menos lo esperaban hubo grandes terremotos que hundieron islas y separaron continentes, gran parte de la historia de la humanidad se perdió en aproximadamente cien años y cuando ya parecía que los humanos estaban destinados a la completa extinción, el mundo logró acomodarse a esa influencia, pero se detuvo, como si el tiempo se hubiese estancado.
–¿Cómo sabes cuantos años han pasado desde entonces?
–Porque me he tomado la molestia de contar los días, las semanas y todo, incluso los años bisiestos – se rió.
–¿Qué es un año bisiesto? – arrugó la frente.
–Nada importante, olvídalo… sé que después de eso, los humanos se desorientaron, ustedes saben más o menos cuántos años tienen porque yo les enseñé a llevar esa cuenta, así podían determinar las edades de todos ustedes pero aun así, no logran interiorizar ese conocimiento; en otros sitios la gente no lo sabe, aunque no se pierden de mucho, aunque envejezcamos, el tiempo es solo una ilusión.
Todo parecía demasiado complicado para su limitada comprensión.
–Pero, hay ciudades Laiha – parecía contrariado – hay tres Metrópolis, yo lo sé… ¿Cómo sobrevivieron las ciudades?
–No lo hicieron, sencillamente algunas personas tomaron previsiones, personas con cierto poder, notaron que todo se iba a la mierda e intentaron protegerse, así que guardaron los conocimientos y cuando parecía que todo se calmaba, usaron eso para empezar de nuevo; las Metrópolis no llegan a cien millones de habitantes, tal vez la dos es la más poblada y llegue a unos ciento cincuenta ¡Y especulo con ese número! E incluso así eso no es mucho, sobre todo porque esas tres son las más pobladas de todo el mundo, las demás ciudades que existen son centros pequeños, que no tienen los avances tecnológicos ni las defensas necesarias, son sitios que cuando mucho albergaran a un millón o dos en el mejor de los casos… esos números son nada comparado con la cantidad que existían antes de La Ruptura.
–¿Cuántos? – preguntó
–Más de siete mil millones de habitantes en todo el planeta – respondió ella.
Él no alcanzaba a comprender la magnitud de la diferencia entre los números, pero intuía que era un número enorme.
–Y algunos de esos millones que quedan, unos miles no son totalmente humanos – le acotó.
Odín notó que le dolía la cabeza, no podía, ni quería saber nada más, por lo menos por esa noche, también se recostó en la roca y cerró los ojos. Laiha no le dijo nada, se limitó a observar de nuevo el cielo, recordaba las constelaciones de su época, algunas habían cambiado, otras parecían haberse perdido como todo lo demás.
Había algo en la naturaleza humana de ella que la obligaba por lo menos a alertar a los participantes de aquella nueva guerra, no podía simplemente ser una observadora imparcial de las circunstancias y dejar que ellos jugaran con más desventajas de las que ya tenían.

Esa era la principal razón por la cual había sido condenada a ese mundo aunque su verdadero destino era el Hades, algunos habían creído que podía hacer algo desde ese lugar a medio camino; pero no olvidaba que en la última guerra que se había librado y  la cual habían perdido, había culminado con la creación de los seres humanos; ellos estaban allí para sostener el Edén, pero al final, el plan no había funcionado como querían y la supuesta fuente de energía infinita para los seres que controlaban El Cielo, sencillamente falló.
–Y ahora todo va a colisionar – pensó en la advertencia de Akcron – tal vez haya fuegos artificiales en ese momento… tal vez yo pueda generar fuegos artificiales – se dijo a sí misma con malicia; no quería participar en la guerra, pero sentía un placer algo malvado ante la idea de por lo menos hacerle las cosas un poco más difíciles a sus viejos compañeros.
Pero más allá de eso, Laiha pensaba una y otra vez en todas las cosas que podía implicar ese choque: la posibilidad de volver a su mundo, tal vez de recuperar su cuerpo, el conocimiento para liberarse de su humanidad definitivamente, o tal vez en un rapto de agradecimiento, liberarse mutuamente, ella en un cuerpo y la humana en otro.

Las ideas rondaban en su cabeza, tomaban formas sinuosas, pero después de todo, ella no quería pensar demasiado. ¿Qué motivos la impulsarían a regresar?, supo que ninguno, volver a su mundo implicaba enfrentarse a personas a las que no sabía si quería volver a ver: al padre que asesinó alguna vez, a la madre que la rechazó o peor aun a la madre que sí la aceptó; hermanos, conflictos políticos, viejos amantes, su antiguo y desafortunado amor.

No era una perspectiva agradable.

lunes, 27 de abril de 2015

Los Condenados, La Caída de la Torre, Cap. III

Capítulo III
Era el amanecer del segundo día de camino cuando Laiha entró a las ruinas de la ciudad donde habitaba desde hacía varios años. Era exageradamente amable llamar a aquel conglomerado de escombros ciudad, era una de las pocas que a pesar de los años no había desaparecido completamente. Restos de altos edificios se elevaban hacia el cielo azul, como seres miserables implorando piedad a un dios inexistente, el sol la bañaba con inclemencia durante los días, la poca vegetación reptaba dentro de los edificios huyendo tristemente en busca de un poco de sombra y de agua, el viento se paseaba entre los viejos muros como un alma en pena en los que ni siquiera su silbante presencia podía romper con el sólido silencio, las horas pasaban arrastrándose quedamente entre el concreto y los escombros. La luz huía alegremente cuando el sol decaía y no tenía que iluminar ya más aquella agonizante tristeza. Cuando la noche hacía acto de presencia traía consigo el frío y este se apoderaba de todo, a veces una fina capa de hielo adornaba los trozos de vidrio de las ventanas y las paredes convirtiéndola en una ciudad de cristal, la luna se reflejaba en esos frágiles espejos dándole a todo un hermoso aspecto fantasmagórico y las horas pasaban igual de silenciosas entre las cuencas vacías y oscuras de aquellos arruinados gigantes de cemento.
La mayoría de los habitantes de aquel lugar fantasma vivían debajo de las viejas casas buscando protegerse bajo tierra del frío inclemente y de la enloquecedora soledad de las calles. Habían logrado algo de progreso entre aquellas desolaciones, algunos sótanos de edificios funcionaban como invernaderos para plantaciones agrícolas que les permitían abastecerse a sí mismos con alimentos de baja y mediana calidad pues la tierra no era muy fértil, y revivirla les había costado demasiado; casi no había agua y dependían de pequeños manantiales subterráneos que custodiaban como un tesoro, lo único que poseían era energía eléctrica, proporcionada por paneles solares de una antigua compañía de electricidad que habían sobrevivido casi sin ningún daño.
Cuando Laiha llegó, los habitantes no sabían qué eran aquellas placas brillantes que se levantaban arrogantes e indestructibles, con mucha paciencia les explicó que ellas debían conducir a un generador, si tenían algo de suerte podrían proporcionar energía eléctrica a la ciudad y aunque todos estaban renuentes ante sus afirmaciones, lo intentaron. La electricidad era una de esas ilusiones de los tiempos anteriores a La Ruptura y los viajantes que pasaban por esos caminos, a veces solos o en caravanas, relataban con anhelo que las Metrópolis poseían, que era un beneficio que todos sus habitantes disfrutaban y al que tenían derecho, pero esas historias parecían utopías, todos los habitantes de Las Ruinas conocían lo crueles que eran en las Metrópolis, muchos de los que allí se encontraban habían sido rechazados en cada una de ellas, se sentían parias de un sueño que no podrían alcanzar jamás, víctimas de una creciente fobia hacia lo que había afuera de las protectoras murallas y domos de cada ciudad. Todos sabían cuál iba a ser su triste destino si se aventuraban a buscar cobijo en una Metrópolis y por eso estaban renuentes a abandonar la relativa seguridad que habían construido entre sus ruinas.
Ninguno de los habitantes podía decir que conocía a Laiha, pero todos sabían de ella, era una especie de ley silenciosa que evitaba las frecuentes peleas de los borrachos, en una ciudad donde no había nada y beber era la única panacea para el horror al que se enfrentaban a diario; todos sabían que no era una simple humana, pero ninguno alzaba la voz poniéndolo en evidencia, en cierto modo era una forma de agradecer y aceptar que había sido una bendición, que los valiosos conocimientos para sobrevivir y aprovechar lo que había en ese lugar para hacerlo eran apreciados por todos y cada uno de ellos.
Gracias a ella tenían ciertas comodidades.
Tras litros del alcohol casero de Odín muchos vociferaban y repartían las culpas, consideraban que sus antepasados se habían vuelto peligrosamente estúpidos con sus tecnologías y gracias a ello se convirtieron en personas dependientes e inútiles. A veces encontraban entre los escombros dispositivos de toda índole y recurrían a ella para que les explicara lo qué eran, y solía hacerlo cuando estaba de buen humor, algo que no sucedía muy a menudo. Pero siempre fue paciente y considerada, les dio un norte y una organización, recolectaba viejos tesoros útiles, recuperó libros, utensilios, ropa; todos admitían sin un ápice de vergüenza que ella les había devuelto un poco de civilización.
El sonido del motor de su motocicleta retumbaba entre los edificios, el eco se repetía y se desvanecía entre los muros rápidamente, a medida que se fue alejando de la zona central y se encaminaba a lo que parecía ser una zona urbana el sol iba subiendo en el firmamento, dispersando poco a poco el frío y derritiendo lentamente la capa de hielo que durante la noche se había formado. Se detuvo frente a una estructura un poco mugrienta, pero en buen estado, apagó su motocicleta y se deshizo del casco que dejó sobre el asiento de la moto; aún la ciudad dormía, nadie se aventuraba a salir a la superficie hasta que hubiese calor suficiente para disipar los rastros del terrible frío de la noche y en esos momentos la luz del sol apenas alcanza a colorear de rosado el cielo en su lento ascender, a veces pensaba que el astro se sentía renuente de posar sus rayos sobre aquel lugar tan inhóspito, pero dentro de pocas horas los niños correrían por todos lados disfrutando de los primeros rayos tibios, eran los únicos que no sentían miedo y se regocijaban con el laberinto que representaba la ciudad destruida.
Entró y se dirigió directamente a la barra, quedaba en evidencia que el lugar había sido un restaurante pequeño y elegante en otros tiempos y a pesar de los años sobrevivieron algunas sillas y mesas, las paredes de espejos estaban rotas o estrelladas y fragmentos de su rostro se reflejaron por todos lados. No era un lugar luminoso, las lámparas en paredes y techos tenían cientos de años de polvo y suciedad y quien se hacía cargo de ese lugar deliberadamente mantenía ese aspecto arruinado. Un hombre salió detrás de una cortina gris hecha jirones, su aspecto era de pocos amigos, enorme, robusto, con una cabeza calva y redonda, le faltaba un ojo de nacimiento y una espantosa cicatriz le cruzaba parte de la frente y la mejilla. Laiha sabía que aquel hombre no era precisamente amable, pero a pesar de su tosquedad y su brutalidad era de confianza y también uno de los pocos que sabía quién era y sobre todo sospechaba qué era ella.
Se detuvo frente a Laiha y sacó de debajo de la barra una copa de cristal bellamente labrada, cuando la poca luz que pasaba por la ventana la atravesaba se descomponía en colores brillantes y hermosos que danzaban graciosamente a su alrededor. Había intentado explicarles que simplemente la luz se descomponía en esos colores, que todo era una cuestión de física simple, pero aún así todos consideraban que era un artefacto mágico.
En los humanos la superstición siempre había podido más que la ciencia.
–Es muy temprano para beber – le dijo bruscamente a modo de buenos días, sacó una botella oscura y cenicienta de debajo del mostrador y le sirvió de su contenido.
–O tal vez demasiado tarde – le respondió ella con cierta malicia. Él le gruñó y se fue a sentar en un taburete cruzándose de brazos esperando a que ella se decidiera a hablar; la experiencia le había enseñado que tenía que ser paciente, de haber sido una persona diferente solo hubiese tenido que tronarse los nudillos y golpearlo lo suficientemente fuerte para que soltase la lengua; pero cuando intentó ese método intimidatorio con ella y después cuando se fue a los golpes, terminó inconsciente y dolorido mas allá de lo que quería admitir, mientras ella lo miraba divertida sentada desde uno de los taburetes de la barra y su padre lo observaba presa del pánico.
Laiha se tomó despacio el vino que le sirvió, lo recibió como una bendición que calmaba el caos en su cabeza, habían sido dos días de trayecto de vuelta, pero no solo hacía Las Ruinas sino también un camino de regreso a los cientos de años de recuerdos que se agolparon en su cabeza y le hicieron un nudo en la garganta que a duras penas la dejaba respirar.
Tras veinte minutos de silencio incomodo en los cuales se dedicó a beber a pequeños sorbos el vino, habló:
–Hace ya muchos años ocurrió algo que algunos llamamos La Ruptura – empezó a relatarle, parecía desconectada de ese momento, el vino había despertado su coraje y parecía haber entrado en un estado de contrición, como si desease confesar de una vez por todas lo que pasaba en su cabeza, un acto de auto exorcismo para deshacerse de sus demonios o por lo menos acallarlos por un tiempo – realmente no fue una guerra en sí, aunque claro… hubo guerra – miraba más allá de los trozos de espejo de la pared – los países empezaron a enfrentarse unos a otros por recursos naturales: agua, tierras fértiles, alimentos. De repente se dieron cuenta que esas cosas eran más importantes que el dinero y el poder, que las ciudades que poseyeran esos recursos eran las que sobrevivirían a la gran catástrofe que se avecinaba, la gente migró hacía esos lugares, vivían en las calles y hacían cualquier cosa a cambio de comida.
–Hablas como si hubieses estado allí – dijo él con su voz ronca, tratando de ocultar la turbación que le causaba escucharla.
–Estuve allí – respondió en un susurro, estaba absorta mirando la copa que descansaba en la barra entre sus manos, casi buscaba las palabras dentro del contenido como si flotaran allí escondidas; era la primera persona con la cual hablaba de eso en muchísimo tiempo, ponía en evidencia que no solo era distinta a los seres humanos como él ya intuía, sino que era una de las primeras criaturas que ahora caminaban entre ellos haciéndose pasar por humanos – no puedo decir que fue horrible, no sería justo, en cierto modo muy personal fue liberador…  pero si fue deprimente, enfrentarse diariamente con la decadencia de la humanidad te hacía preguntarte qué clase de seres son… somos… - bebió un sorbo y continuó – no sé exactamente cuándo sucedió La Ruptura, pero sí noté los cambios inmediatamente… ¡Notamos los cambios inmediatamente! – se corrigió inconscientemente - ninguno quería decir en voz alta lo que estaba sucediendo, pero empezamos a cambiar físicamente, todo comenzó a ser más fácil para nosotros como si parte del control que nos impusieron se hubiese esfumado y éramos más libres, volvíamos a tener poder de nuevo, nuestra verdadera naturaleza despertó de un letargo de milenios.
–¿Milenios? – por primera vez en su vida su voz fue suave y sonaba asustada. Ella levantó la mirada de la copa y lo observó con intensidad, él vio como un relámpago el cambio de color de los ojos de Laiha, solo por unos segundos pasaron de su acostumbrado marrón a ser azules.
Notó el temor en él, las historias de su infancia se tornaban reales frente a sus ojos, ella confirmaba lo que les habían enseñado desde niños, recordó a su madre diciéndole que no estuviera durante la noche afuera, que las extrañas criaturas que salían durante las horas de oscuridad se lo iban a llevar y nadie sabía lo qué eran capaces de hacer.
–Odín – mencionó su nombre con suavidad, tranquilizándolo un poco – aun éramos humanos, hoy por hoy soy humana, por lo menos una parte de mi lo es, este cuerpo que poseo es humano, de hecho mi nombre no es siquiera mi nombre original, el nombre que uso ahora es el nombre de esa parte de mi que había estado aprisionada y aletargada, sencillamente se despertó y se ha ido mezclando conmigo, soy más fuerte, tengo “ciertas” habilidades y sobre todo no envejecí más… esa parte de mí cambió mi cuerpo, pero no he perdido mi humanidad – se detuvo, no quería asustarlo, no pretendía alejarlo, debía decirle a alguien lo que pasaba, debía ponerlo sobre aviso de lo que se les venía encima a todos, pero por sobre todas las cosas debía ser paciente; una cualidad que no ejercitaba muy seguido, era la primera vez que hablaba con él sobre todo eso y no había tenido el tacto de ir despacio, de explicar todo poco a poco, de contarle historias.
Y ahora ya no había tiempo, el destino parecía burlarse de ella siempre.
–¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? – parecía que Odín recuperaba un poco el aplomo.
–Trescientos cincuenta años, más o menos – él tragó en seco, no entendía cómo se media el tiempo o qué era un año, Laiha se había tomado la molestia de explicarles repetidas veces eso pero terminaba fracasando estrepitosamente, el concepto no se arraigaba en sus mentes, pero conocía algo de números y la expresión en su rostro le indicaba que era mucho tiempo.
–Con razón me llamabas niño algunas veces – trató de hacer un chiste para suavizar la tensión que se estaba generando entre ellos, pero no sonó gracioso - ¿Qué eras entonces? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que naciste hasta cuando todo empezó a suceder?
–Ya habían pasado muchas lunas desde mi nacimiento cuando sucedió el cambio completo, me tomó unos tres o cuatro años.
–No aparentas tener mucha edad.
–Como la mayoría de nosotros que poseemos la habilidad de no envejecer.
–¿Quieres decir que algunos de ustedes sí envejecen?
–Por supuesto – le respondió – así como algunos humanos también fueron bendecidos con la longevidad pero no son inmortales, esos humanos se contaminaron con La Ruptura y bueno hubo consecuencias.
–¿Hay humanos que son como tú? – preguntó incrédulo.
–No – respondió con paciencia – solo tardan mucho tiempo en envejecer, están aquí para atestiguar lo que está pasando.
–¿Qué clase de consecuencias hubo para nosotros los humanos?
–Bueno, más que nada mutaciones, aunque debo decir que no todos fueron culpa de La Ruptura, la radiación también fue la causa de muchas enfermedades y mutaciones físicas.
–¿Qué es eso que llamas La Ruptura?
–Es eso, una ruptura, algo se rompió en el mundo, entre las barreras que separan este mundo del resto de los mundos.
–¿Resto de los mundos? – parecía desconcertado, no alcanzaba a comprender lo que decía.
–Sí, los otros mundos, de donde provienen esos seres a los que le temen los humanos, de donde provengo yo.
–Pero me acabas de decir que eres humana.
–Nací como una y he vivido cientos de vidas como una, he muerto y nacido de nuevo una y otra vez como humana, solo que guardo dentro de mi alma otro ser, un ser que viene de otro mundo – una parte de él parecía comprender la explicación pero no en su totalidad.
–¿Por qué me cuentas todas estas cosas? Estás demasiado parlanchina, tú no acostumbras a hablar mucho y menos a dar tanta información – le riñó, aquello no le gustaba, le generaba mala espina, se cruzó de brazos y puso cara de disgusto.
–Porque tengo que prevenirte para que tú los prevengas a ellos – ella miró por la ventana, Odín estaba tan absorto en lo que le contaban que no había escuchado a la ciudad que despertaba, los niños corrían por todas partes dando alaridos y riendo, los adultos empezaban a dirigirse a sus respectivas labores que mantenían el orden en sus vidas.
Odín fue uno de los primeros sobrevivientes que había llegado allí, viajaba con su familia en busca de refugio y un lugar seguro en Metrópolis 3 que se encontraba a muchos días de viaje a pie, él y su familia junto a varias familias habían pasado meses yendo a pie para llegar a esa ciudad por la promesa de mejor vida, de seguridad; cuando fueron rechazados muchos desistieron de continuar viajando, si allí no los habían recibido tampoco los iban a recibir en las demás ciudades que vivían bajo domos de protección; ellos estaban contaminados y los guardianes de las murallas se lo habían dicho; solo se quedaron con los bebés y con los niños más pequeños, eran los únicos que podían entrar, habían pasado menos tiempo afuera en aquel mundo hostil.
Él fue rechazado a pesar de tener solo cuatro años, la carencia de su ojo y la cicatriz en su cara sirvió para que no lo dejaran entrar.
Dejaron a todos los infantes que pudieron como el único gesto de amor incondicional que podían dar: librarlos de aquella pesadilla constante que era vivir así, errantes y sin seguridad o alimentos.
Deshicieron el camino andado y llegaron a esas ruinas. Alrededor de cincuenta personas, entre mujeres, hombres y adolescentes, se asentaron en el lugar, personas que no tenían otro sitio a donde ir. Con el tiempo fueron llegando otros, rechazados también por Metrópolis 3, no vivían mucho tiempo, no había gran cosa que pudieran hacer allí, casi todos se enfermaban porque estaban débiles y hambrientos, otros simplemente emprendían el camino de retorno a ningún lugar. Él tenía catorce años cuando Laiha llegó, ella no siguió hacia la Metrópolis como todos esperaban, se quedó allí con ellos.
Ahora él tenía casi cincuenta años y ella estaba exactamente igual al primer día que la conoció, el mismo día en que ella lo dejó inconsciente en el suelo.
–Nunca tuve la oportunidad de ganarte en esa pelea, ¿Verdad? – le dijo con cierta sorna, ella negó mientras sonreía burlona, se movió con mucha rapidez, él se puso de pie de un salto asustado por la reacción de ella, pero Laiha simplemente se puso la capucha de su chaqueta que le cubría el rostro por completo.
Al minuto siguiente, irrumpieron en el lugar varios hombres de aspecto terrible y aparentemente de mal humor, se sentaron en una de las mesas metiendo mucho ruido, dos de ellos se acercaron a la barra; Laiha sabía que sus manos delatarían su género, pero se mantuvo impasible y no se movió.
–¿Qué le sirvo? – rugió Odín al hombre que estaba a su derecha.
–¿Qué tiene en esta pocilga? – le preguntó el otro con altanería.
–Depende de lo que tenga para pagar – gritó detrás de la barra; Laiha sonrío silenciosamente.
–Tengo dinero para pagar – contestó el otro en tono amenazador.
–El dinero no sirve en este lugar, imbécil – respondió Odín burlándose – pero si tiene algo interesante para cambiar, puede que yo tenga algo para beber.
Era costumbre entre los habitantes de Las Ruinas no venderse entre ellos, cada quien aportaba sus habilidades para la supervivencia de todos, poseían una labor especifica de acuerdo a sus capacidades: los que se encargaban de la cocina, los que sembraban y cosechaban, los que mantenían el servicio eléctrico; todo lo repartían de acuerdo a las necesidades de cada familia o grupo, lo mismo pasaba con la ropa y otros objetos; lo que sobraba era intercambiado a los viajeros que a veces se detenían allí cuando iban de camino a las Metrópolis, ellos estaban en el medio del camino más corto y seguro para llegar a ellas.
Ya todos percibían que el ambiente se estaba caldeando y aunque el hombre era bastante grande, Odín lo era mucho más y se veía realmente amenazante con su cara deformada y su ojo faltante.
–Tenemos piedras preciosas - dijo otro en tono conciliador, sacó una pequeña bolsa de su bolsillo y lo lanzó sobre la barra, Odín examinó su contenido mientras el hombre frente a él apretaba las mandíbulas y hacia chirriar los dientes furiosamente; Odín sonrió satisfecho, la mueca no era nada agradable y en opinión de Laiha lo hacía más aterrador.
Sacó de una vieja nevera portátil, que tenía oculta debajo del mostrador, unas botellas grandes y oscuras, se las puso delante al hombre de la barra que aún lo miraba con desdén; tomó las botellas con brusquedad y notó que estaban frías; Odín le dio la espalda y agarró varios vasos altos de peltre, estaban deformes por el uso y el maltrato, el hombre se giró en redondo y deliberadamente tropezó bruscamente con ella.
Odín salió y colocó los vasos en la mesa metiendo mucho ruido, todos tocaban las botellas maravillados por la frialdad de estas.
–Por lo que le pagué debería ofrecernos comida – dijo sonriente el hombre de las piedras.
–Claro que sí señor – gruñó Odín – ¡Narcisa! – rugió – trae algo de comida para los clientes.
Una joven menuda de cabello claro se asomó por la cortina, no tendría más de quince años, sonrió cuando reconoció a Laiha y luego desapareció; se empezaron a escuchar sonidos de ollas poniéndose al fuego y golpes de un cuchillo contra la madera.
Odín regresó a su lugar detrás de la barra y se sentó de nuevo en aquel tosco taburete de madera; Laiha se llevó la copa a los labios y se tomó el último sorbo de vino, Odín se levantó y retiró la copa.
–Espera la comida – le dijo amenazador; ella no había notado que tenía hambre, desde hacía cuatro días no probaba un bocado decente de comida, asintió.
Se alegró internamente, Odín no había cambiado su trato. No solía revelar lo que era porque las personas la rechazaban, no los culpaba por ello; pero vivir como ermitaña podía convertir las noches de desvelos en terribles castigos, el silencio se llenaba de los gritos atronadores de su memoria, de culpas por quienes dejó atrás; por eso de vez en cuando extrañaba conversar con alguien y se obligaba a interactuar con la gente, a pesar de no tener en buena estima a los humanos a veces conseguía gente como Odín, a la que le tomaba algo de cariño y a la que podía llegar a respetar y lograba darle cierta perspectiva del mundo.
No todos los humanos eran débiles.
Pasaron varios minutos y Narcisa salió de nuevo, llevaba varias bandejas que parecían más pesadas de lo que podía cargar, pero aún así no pidió ayuda y Odín tampoco se levantó a ayudarla.
Las dejó sobre la mesa de los hombres que conversaban animadamente y casi a los gritos, las viandas contenían suficiente comida para que todos saciaran su apetito, una tenía trozos de carne humeante, producto de la poca caza que había en el lugar; verduras asadas y una barra de pan oscuro rebanado en pedazos gruesos, entró de nuevo en la cocina y regresó con una olla de caldo espeso y caliente que inundó el lugar con un olor delicioso y del cual les sirvió una buena cucharada a cada uno; volvió tras la cortina y al instante regresó con un plato de vidrio y unos cubiertos muy limpios, los colocó delante de Laiha con cuidado después de haber limpiado la barra con un trapo que llevaba en el bolsillo de su delantal, este desprendía un olor a limpio y mentolado, desapareció de nuevo y volvió casi como una exhalación, sirvió un trozo de carne asada y vegetales guisados y una hogaza de pan blanco que era exclusivo para ellos tres, regresó otra vez tras la cortina llevando la copa de cristal, cuando regresó la traía recién lavada y con un liquido de color amarillo. Laiha olió las naranjas recién exprimidas, las había traído casi una semana antes de ir a ver a los otros; les había obsequiado un saco completo, pequeños contrabandos que obtenía en Metrópolis 3 cuando viajaba con Odín para traficar algunas cosas a cambio de medicinas y a veces algo de agua.
Uno de los hombres emitió un sonoro eructo de satisfacción.
–¿Hay más de esa cerveza fría, cantinero? – gritó uno de ellos.
–Solo si hay más de esas piedras para pagar – respondió bruscamente.
Soltaron palabrotas e improperios por la respuesta, pero uno de ellos sacó una bolsita de cuero y extrajo dos piedras de un tamaño considerable, una verde y otra azul, se las lanzó casi a la cara con evidente intención de golpearlo pero Odín las atajó diestramente, se escucharon risas y gritos de júbilo por la destreza del cantinero; Odín se acercó a la mesa y recogió con sumo cuidado las viejas botellas de vidrio y las guardó en un gabinete, sacó más y se las llevó.
–¿Cómo hacen para que estén frías? – preguntó uno de ellos destapando una y vertiendo la cerveza en el vaso de metal - ¿Tienen electricidad aquí? – hubo un tono inquisitivo en esa pregunta.
–¡Ja! – exclamó Odín con sarcasmo, aquel era el secreto mejor guardado de ese lugar – eso que usted dice no existe… no señor, simplemente las dejo una hora afuera, antes de que amanezca, en la noche este lugar es helado, las temperaturas descienden al punto en que los huevos se te ponen azules, a veces te puede matar enseguida… – Se encogió de hombros restándole importancia – como de día podría usted freír uno de esos huevos sobre una piedra y el sol ni siquiera tiene que estar arriba en el cielo para que se cueza.
Todos rieron, parecían satisfechos con la respuesta grosera que les dio y no mostraron más interés, siguieron bebiendo y conversando animadamente. Tras casi media hora donde se notaban bastante achispados con la bebida, Narcisa salió de nuevo y recogió el plato de Laiha con delicadeza y lo colocó debajo del mostrador; después lo lavaría y los almacenaría atrás con el resto de la vajilla, otro regalo que ella les había hecho.
Se acercó a la mesa a retirar las viandas vacías, la cerveza de Odín era fuerte y pesada; normalmente con una botella era suficiente para una persona, todos los que vivían allí lo sabían y no abusaban demasiado de ella; en cambio los foráneos se saciaban de la fresca bebida para combatir el sofocante calor, lo que traía como consecuencia hombres con una borrachera terrible.
La chica se inclinó sobre la mesa para agarrar una bandeja con restos de vegetales y entonces se escuchó un estruendo.
Todo sucedió demasiado rápido, ni siquiera Odín pudo ver qué pasó, pero se puso de pie ante el movimiento repentino de Laiha; ella se había parado y había tomado con una velocidad impresionante la mano de uno de los hombres, lo jaló del asiento, le torció el brazo tras la espalda y con su mano libre empujó su cabeza contra la barra emitiendo un sonido seco al chocar contra esta; todos se quedaron paralizados y asombrados; Narcisa se irguió asustada pero se mantuvo en su sitio.
–Si le tocas siquiera la tela del delantal a la chica, te arrancaré la mano comenzando por tu dedo meñique… te arrancaré los dedos uno a uno… va a ser despacio y muy… muy doloroso. – la voz de Laiha era suave y aterciopelada casi como si intentara seducirlo, él hombre sintió como el pánico se apoderaba de él ante la amenaza, aquella mujer le tenía el brazo doblado en una posición muy dolorosa y sentía como le aplastaba la cabeza contra la barra con una fuerza descomunal – ¿Entendido?
Laiha había visto como la mano de aquel bastardo se había dirigido al muslo de la chica con intensiones de agarrarla indebidamente. El hombre asintió como pudo, Laiha lo soltó y él salió de su alcance yéndose hacia el extremo contrario del local.
–¿Qué demonios eres tú? – escupió con rabia.
Los demás hombres se levantaron amenazadores tras sobreponerse a la impresión, la borrachera se esfumó en el acto; desenfundaron cuchillos y algunas armas de fuego de corto alcance que empuñaron de modo amenazador.
–Soy la persona que te va dar la mejor paliza de tu vida.
Todos sintieron un escalofrió recorrerles el cuerpo, solo alcanzaban a ver la sonrisa algo maligna de su rostro, el resto permanecía oculto entre las sombras de la capucha. Desprendía una energía densa que les infundía temor, tenía una posición despreocupada y de vez en cuando soltaba una risita cuando alguno de ellos la señalaba con la hoja del cuchillo.
Odín se irguió con toda su estatura, llevaba en la mano un martillo de herrero desproporcionadamente grande, se golpeaba la palma de la mano amenazadoramente mientras escudriñaba la escena, eran solo seis hombres y posiblemente Laiha los sometería antes de que él pudiera salir de detrás de la barra y agarrar a alguno.
Laiha siempre se quedaba con toda la diversión.
–Termina de recoger las cosas – le rugió a Narcisa, ella asintió y recogió todo diligentemente – creo que llegó la hora de retirarse, ya comieron y bebieron lo suficiente.
Los hombres posaron su atención sobre Odín, uno de ellos se atrevió a decir:
–Esta bruja bastarda osó tocar a uno de nosotros, debería enseñarle quién manda a la muy zorra y luego matarla…
–Este miserable intentó tocar a mi hija – Odín rechinó los dientes de rabia y señaló con su martillo al hombre que Laiha había asustado primero y que se escondía detrás de las espaldas de sus amigos – así que si ustedes no quieren salir hechos pedazos es mejor que se vayan – las venas empezaban a marcarse en su cuello, estaba furioso y sabía que si agarraba a alguno de esos hombres lo iba a destrozar con su garrote – porque si los agarro entonces no solo será ella la que los destroce por tocar a MI HIJA.
Hizo énfasis en sus últimas palabras y volvió a blandir su martillo. Pareció que todos llegaron a la misma conclusión y era mejor abandonar el lugar, así que uno a uno fueron saliendo despacio y vigilantes de los movimientos; Laiha simplemente regresó a su puesto y se acomodó en el banquillo alto donde había estado, cuando todos se hubieron ido Narcisa asomó la cabeza por entre la cortina, estaba pálida del susto.
–¿Estás bien? – le preguntó Laiha con suavidad.
Narcisa asintió, se llevó la mano a los labios y le hizo la seña de gracias, se acercó a Odín y le dio un fugaz abrazo que hizo que el semblante del hombre se suavizara notablemente; la chica recogió el plato y los utensilios que había usado para comer y los llevó a la parte de atrás para lavarlos y guardarlos.
–Debes enseñarle a pelear – le dijo Laiha con tono cansado – recuerdo cuando llegó y aquel hijo de perra te la quería cambiar por alcohol – el rostro de él se suavizó aún más. Narcisa era apenas una niña de diez años y Laiha y él la habían rescatado de un imbécil que la trataba como un guiñapo; la llevaron con la mujer que se encargaba de la salud de todos en Las Ruinas y la ayudaron a lavarla, se dejó examinar mientras temblaba de miedo y se aferraba a la mano de Odín con fuerza, durante todo el examen que realizaron ambas mujeres, la niña le lanzaba miradas suplicantes mientras él intentaba sonreírle cariñosamente. Al final descubrieron que no era sorda, pero no podía hablar porque el mal nacido le había arrancado la lengua.
–Ella no es una criatura que tenga esa fuerza – dijo Odín con mal disimulado cariño – ella es dócil y cariñosa, algún día le conseguiré un buen marido y la casaré, por ahora puedo proteger a mi hija sin problemas… tú, por otro lado, deberías irte a descansar.
Odín dijo esto último en un tono que no admitía discusión y Laiha le concedió toda la razón, estaba más cansada de lo que pensaba.
Salió del local y se montó en su moto, durante las horas que había estado en la taberna alguien le había dejado un paquete en el asiento, ella lo aseguró en la parte de atrás y arrancó.
Recorrió las calles rápidamente alejándose de la zona donde vivían los refugiados, zigzagueó entre los escombros hundiéndose más en el silencioso centro.
Se desvió hacia el sur y llegó a una zona poblada de altos edificios, siempre le habían gustado los lugares altos desde donde podía ver casi toda la ciudad; Laiha había descubierto que era un viejo hotel que sobrevivió a todos los embates naturales y todavía guardaba algo de su antiguo esplendor, había una entrada lateral por donde en otros tiempos llegaba la carga, ésta daba a una rampa interna que rodeaba el edificio dándole acceso a cada piso; en los pisos centrales habían salas de conferencias y salones de fiestas, en otros había salones de entretenimiento y casinos.
Había invitado a Odín y Narcisa a vivir allí, pero ellos no aceptaron por más que les explicó que recubriendo bien las paredes podían aislarlas del frío exterior durante las noches. Se sentían seguros bajo tierra, como todos los demás y no lo cambiaban por ningún lujo que pudiesen conseguir allí.
Laiha dejó el paquete sobre una hermosa mesa de patas labradas, su casa era una antigua y enorme suite de varios ambientes, en su cuarto tenía una cama mullida y muchas almohadas, era un lugar cómodo donde ella se sentía tranquila y podía estar segura.
Se despojó de las botas y de la chaqueta, se deslizó sobre la cama lentamente, el agradable olor a canela inundó sus fosas nasales, Narcisa había ido a hacer limpieza y sabía que ella disfrutaba con ese olor. Sonrió ante la delicadeza de la chica.
Observó el techo durante un rato, se distrajo viendo como la luz se filtraba por las vidrios de la ventana y dibujaba formas luminosas en el techo y las paredes, poco a poco fue cayendo en cuenta de la sensación de su cuerpo tensionado y trató de relajarlo lentamente; su mente estaba cansada y parecía desconectarse de su control muy despacio, sin hacer mucho alarde y parecía arrastrarla consigo a la inconsciencia.
No sabía si todo era consecuencia del encuentro con los otros o si toda su energía se había ido explicándole a Odín lo poco que le había dicho.
Estaba extenuada y hacía un esfuerzo sobre humano para no dormir; hacerlo implicaba bajar la guardia y darle pie a que su parte humana perdiera dominio y ella no quería eso, debía continuar como estaba, a mitad de camino entre ambas naturalezas que convivían dentro de su cuerpo.
Pero a veces algo pasaba dentro de ella y debía dormir, se deslizaba despacio y sin defensa a esos mundos esponjosos y sin control que solo eran la entrada a mundos oscuros llenos de espantosas criaturas que la asediaban y ahora podía verlas asomándose entre las sombras de su mente.
Iba a tener pesadillas y no iba poder hacer nada para evitarlas.
Sus ojos se cerraron lentamente y antes de quedarse completamente en la oscuridad de su memoria, cambiaron de color; Laiha viajaría entre sus recuerdos, mucho más atrás de su humanidad, el lugar donde todo había terminado para el Ángel y había empezado para La Condenada.

Ahora sus ojos miraban el cielo estrellado, la familiar mirada celeste llena de tristeza, la mano suave y fría que sostenía la suya con delicadeza, el dolor agónico que jamás había sentido antes y que se propagaba por cada fibra de su cuerpo, la única lágrima que había derramado en toda su existencia que se deslizaba tibia y solitaria por su sien, sintió la dureza de la piedra que sirvió de ara para su ejecución y su último aliento que la enterró en la oscuridad.