Capítulo IV
Odín y su hija eran dos de las tres personas
que conocían el lugar donde Laiha vivía, el resto de los habitantes de aquella
comunidad sentían cierto temor reverencial y mantenían, lo que consideraban,
una distancia prudente y respetuosa; ella nunca les había proporcionado mucha
información sobre sí misma y esto había alimentado el halo misterioso en torno
suyo; se limitaba a hablar con Odín durante horas en la cantina o paseaba sola
por las zonas completamente abandonas de Las Ruinas. Su conducta daba pie a
especulaciones de todo tipo, la que mayor peso tenía y la que todos sospechaban
era la más acertada y simple: ella era uno de esos seres que se escondían entre
los humanos.
Laiha les había transmitido el conocimiento
para construir sus viviendas debajo de los edificios y también para la
construcción de túneles subterráneos que les permitieran ir de un lado a otro
durante la noche en caso de alguna emergencia, también les había enseñado algo
de mecánica y habían recuperado un par de carros y camiones que usaban cuando
no tenían más alternativa que aventurarse a viajar en busca de medicación para
los enfermos mas graves, o comprar semillas para cultivar nuevas frutas o
verduras y a veces, cuando parecía que los manantiales no daban abasto, buscar
agua. Ella les obsequió el conocimiento necesario para vivir un poco mejor y
ningún humano fuera de las Metrópolis conocía tanto, incluso dudaban que los
humanos dentro de estas fuesen la mitad de instruidos en comparación con ella.
Odín había salido muy temprano en la mañana,
tan temprano que todavía se sentían los vestigios del infernal frío de la
noche, recorrió las numerosas calles que separaban a la pequeña comunidad del
centro de la ciudad, tomó la ruta yendo hacia el extremo sur. El sitio dónde
ellos se habían asentado se encontraba entre un distrito semi urbano y uno
comercial, los edificios no alcanzaban a tener más de cuatro pisos; pero desde
los límites habitados por ellos se podía ver las siluetas de los edificios que
poblaban por entero Las Ruinas, había algo desesperanzador en las altas
edificaciones y en sus calles vacías, en algunos lugares ciertas plantas se
habían abierto paso entre las grietas del pavimento, los vidrios rotos de las
ventanas parecían cuencas de ojos vacías aterradoras y sombrías que parecían
acecharlo mientras se desplazaba rápidamente entre las calles, casi podía
sentir que en cualquier momento algo saltaría de entre las sombras y lo
arrastraría a un lugar mucho más frío y aterrador; miró al cielo que se hacía
cada vez más azul con la esperanza de encontrar al sol más alto en el
firmamento y le proporcionara algo de calor, pero entre aquel laberinto de
concreto parecía que jamás llegaría la luz del sol hasta el suelo.
Apretó contra su cuerpo el bolso que llevaba
a cuestas, no sabía exactamente qué le inspiraba ese terror helado que se
apoderaba de él cuando iba a ver a Laiha, ella se sentía cómoda y tranquila
viviendo en aquellas alturas desde dónde veía bastante bien la ciudad, pero
Odín sentía que cualquier cosa podía salir de esas enormes tumbas de
concreto, porque eso era lo que
parecían, lapidas de extraños gigantes que en otros tiempos habían sido
poderosos.
Todas las historias que conocía desde niño
cobraban vida en su cabeza cada vez que transitaba entre esas calles vacías.
Jamás se había atrevido a tomar un camino
diferente al que Laiha le había indicado, muchas edificaciones se habían
desplomado y las calles estaban bloqueadas por escombros, el camino de siempre
era un poco largo pero estaba completamente despejado y no se le antojaba
escalar trozos de edificios en medio de tanta soledad.
Se detuvo frente a uno de los edificios más
altos que había entre aquellos restos, entró y frenó frente a las escaleras,
Laiha vivía en el último piso y aunque había electricidad para nada le gustaba
tener que subirse a ese diminuto aparato que llamaba ascensor y que le ahorraba
subir a pie decenas de pisos, no recordaba cuántos exactamente, pero eran
muchos.
Había ido a pie hasta ese lugar y el tiempo
apremiaba, pero aun así no lograba convencerse a sí mismo de entrar al maldito
aparato. De todos los edificios en pie, ese era el único que poseía energía
eléctrica, un pequeño lujo que Laiha había demandado y que nadie se atrevió a
negarle y más cuando había sido ella quien les había instruido en el
funcionamiento de la planta de energía que los abastecía a todos; y la verdad
era que mas allá de unas neveras y unos aparatos de música, lo único que ellos
usaban eran las bombillas de luz, un regalo sumamente difícil de encontrar
entre los restos de los edificios y casas de aquellas ruinas; y esa era una más
de las razones por las cuales ellos hacían sus excursiones esporádicas a
Metrópolis 3 donde Laiha tenía contactos que les suministraban esos insumos;
personas que contrabandeaban con los suministros de mala calidad o con fallas y
que eran desechados torpemente por la ciudad.
Tras media hora de consideraciones y después
de no encontrar una excusa válida se montó a regañadientes en el ascensor y presionó
el único botón existente, todos los demás habían sido arrancados.
Apretó los dientes y los puños cuando sintió
que se ponía en marcha, se obligó a soltar el aire despacio, no quería salir de
allí perdiendo la dignidad; una gruesa gota de sudor empezó a deslizarse por su
mejilla desfigurada, podía verse a sí mismo asustado y sudoroso en los intactos
espejos de las paredes; el tiempo no había sido tan inclemente con ese
edificio, Laiha había mencionado en una ocasión que estaba construido con las
últimas tecnologías contra sismos y catástrofes climáticas que poseía la
humanidad en ese entonces, era el único edificio que tenía todos sus vidrios
completos e indemnes, únicamente se había caído un poco de concreto de las
paredes externas y estaba algo descolorido, pero efectivamente el edificio no
se había caído y muchas cosas que estaban dentro de él se encontraban en
condiciones bastante aceptables; de allí había sacado Laiha la mayoría de las
camas que todos poseían en sus respectivas casas, utensilios de cocina, platos,
cortinas y sabanas, muchas de las botellas más preciadas de Odín; algunas las
utilizaban para negociar en Metrópolis 3 por productos de mejor calidad a lo
habitual.
Las puertas se abrieron y salió a un diminuto
vestíbulo muy limpio; Laiha alguna vez le dijo que no soportaba vivir en
ciertas condiciones de poca higiene, que prefería mil veces vivir a la
intemperie, en ese momento ponía de manifiesto sus cualidades femeninas, y él
tenía que admitir que a veces olvidaba que ella era una mujer.
Odín no cuestionó nunca sus palabras,
consideraba que Laiha había viajado y vivido lo suficiente para saber qué
medidas tomar ante la necesidad de dormir afuera, donde hacía frío y había
seres peligrosos; ahora, pensaba que todo tenía más sentido, él sabía que no
era simplemente una humana, que era uno de esos seres, aunque nunca supo cuál y
ahora que le había revelado su verdadera edad, comprendía por qué sabía cómo
funcionaban tantas cosas, había tenido el tiempo suficiente para aprender todo,
sobre todo.
Tocó la puerta con fuerza suficiente para que
resonara por todo el lugar, este tenía tres estancias bastante grandes y él
solo conocía una, su hija Narcisa conocía el cuarto y baño. Había salido tan
impresionada y encantada con este que él no tuvo otra opción que construir uno
para ella, para no tener que ir a las duchas publicas donde iban todos y así
poder controlar el consumo de agua; también había instalado una silla blanca
con tapa, donde previamente había cavado un pozo lo bastante profundo para que
ella hiciera sus necesidades, poco después él encontró muy cómoda aquella
adquisición, Laiha le había dicho dónde hallarla, junto con la tina y el
lavatorio con espejo, ella le informó que la silla era de hecho un retrete y
que funcionaba con agua para bajar los desperdicios; un lujo que no se podían
dar, pero ella les enseñó cómo almacenar agua desde un enorme envase que tenían
en el techo de la taberna y que dejaban abierto en las noches esperando que las
lluvias ocasionales o el granizo proporcionara el agua que usarían para eso ya
que cualquier cosa que viniera del cielo no era apta para beber o regar la
siembra, pero no había problema en usarse para desaguar los desperdicios.
Laiha abrió la puerta.
La encontró con un aspecto deplorable, hacía
dos semanas que no la veía y aunque físicamente parecía estar bien, las
profundas ojeras que enmarcaban sus ojos resaltaban la expresión cansada y
sombría de su semblante. Se hizo a un lado y lo dejó entrar, todo parecía normal y en su lugar, según
recordaba; había un enorme sofá mullido de color vino hacia un lado, las
paredes tenían un hermoso color crema tostado, a la derecha había una mesa con
cuatro sillas, de respaldo alto, eran de madera oscura y cojines de color rojo
oscuro, las cortinas eran doradas y ondeaban suavemente con el viento que
entraba por una pequeña abertura en las ventanas, el piso era de mármol blanco
y había unas mesitas bajas con algunos adornos, floreros de cristal y
esculturas que a pesar de faltarle extremidades, parecía que Laiha se había
tomado el tiempo para restaurarle algo de su antigua belleza, algunos cuadros;
pero la única cosa que a él le gustaba era la alfombra que se encontraba en el
medio de aquella estancia, era suave y bastante mullida, le gustaba quitarse
los zapatos y caminar sobre ella, a Laiha parecía no importarle demasiado a
pesar de que el lugar denotaba el esfuerzo que había llevado a cabo con tal de
convertirlo en un lugar más que cómodo; cada vez que la visitaba se sentía
tentado a tomar una de las habitaciones en el piso inmediatamente inferior al
de ella, eran hermosas en verdad, ya las había visto en más de una ocasión pero
aquella vista lo hacía sentirse diminuto y asustado. Él era un ser de tierra,
le había dicho en más de una ocasión, su casa estaba bajo tierra y allí se
sentía seguro.
–Narcisa te mandó comida – dijo en tono de regaño, Laiha no midió
palabra y se dirigió a la estantería de metal y cristal que estaba al lado de
la puerta, se podía ver dentro de ella platos, copas, vasos, cubertería; a Odín
no le gustaba comer en aquellas cosas, parecían demasiado frágiles para sus
maneras toscas, pero ella se hacia la desentendida y siempre le servía en
aquellas piezas delicadas.
–Gracias – dijo al fin mientras llevaba un par de platos y
cubiertos a la mesa.
–¿Qué te sucede? Tienes mal aspecto – primera vez que la veía en
ese estado, distraída, con la guardia baja y usando una especie de vestido
largo de tela brillante y delicada; se veía hermosa, él adivinaba una figura no
solo atractiva sino fuerte y ligeramente musculosa, pero de hecho tenía el
aspecto de una mujer elegante y suave. Ella abrió el bolso que él había dejado
en la mesa y sacó unas viandas grandes de barro que venían tapadas; el
exquisito olor del guisado inundó la estancia, en otra había pan recién hecho y
en la siguiente había una especie de dulce hecho con alguna fruta que no podía
identificar por el olor; ella sirvió el contenido del guiso en ambos platos,
una buena porción para él y una más pequeña para ella, cortó el pan con las
manos, cosa que no acostumbraba a hacer, se sentaron a comer y mientras Odín
engullía su comida de la manera más educada posible, Laiha simplemente se llevó
un bocado a la boca y estuvo masticándolo por largo rato.
–Insisto en que tienes mal aspecto.
–Tú lo tienes todo el tiempo y yo no te digo nada – había hastío
en su voz y eso lo tranquilizó un poco, tal vez solo estuviera cansada – solo
tuve pesadillas.
–¿Qué clase de pesadillas?
–Viejas pesadillas, nuevas pesadillas, pesadillas – miraba su
comida como esperando alguna clase de respuesta.
–Vine porque Leah me dijo ayer que necesita algunas medicinas,
esos antiboticos que tú dices – prefirió cambiar el tema abruptamente; aunque
suponía que Laiha podía deducirlo, había muy pocas razones para que él se
desplazara hasta ese sitio.
–Se dice antibiótico – le corrigió cansada – Voy a darme un baño y
salimos – dijo poniéndose de pie y desapareciendo por un pasillo cerca del
enorme ventanal.
Odín terminó de comer y recogió el plato que
apenas había probado ella y devolvió su contenido a las viandas que aseguró
bien y guardó dentro del bolso nuevamente; se dirigió a una entrada lateral que
daba a la mejor y más hermosa cocina que él había visto, allí Laiha tenía un
lugar donde lavar los platos, un mesón enorme donde cocinar, cosa que no hacía
muy a menudo, pero las veces que lo hacía los había deleitado a su hija y a él,
una despensa que sabía contenía alimentos de primera calidad comprados en la
Metrópoli cuando iban para allá; ese era otro secreto que ambos compartían,
aunque llevaban comida suficiente para que todos estuvieran alimentados, solían
ser alimentos que podían durar años antes de descomponerse, venían en latas y
aunque había enormes variedades, cuando Laiha le hizo probar alimentos frescos
y recién preparados, pudo comprobar la diferencia; sus cultivos no tenían el
mismo sabor, por esa razón Laiha había empezado a hacer negocios con la
Metrópoli, para poder abastecer de comida a la población cada vez más
creciente; lo que los invernaderos producían no era suficiente para todos,
apenas alcanzaba, pues en más de una ocasión tuvieron que deshacerse de todo el
producto por estar dañado; la tierra estaba enferma y por más que todos se
esforzaban por recuperarla, Laiha les aseguraba que iba a tomar demasiado
tiempo antes de que volviese a ser dadivosa; así que se sostenían de esa
manera; la caza tampoco era muy buena, les ayudaba un poco pero no lo
suficiente.
Repentinamente muchas cosas se aclararon en
su cabeza mientras veía la nevera que conservaba ciertos alimentos refrigerados,
Laiha llevaba en aquella ciudad más tiempo del que todos creían, había vivido
allí desde mucho antes de que ellos llegaran.
Laiha lo observaba desde el umbral de la
entrada, se había vestido para viajar y llevaba un bolso bastante grande
cruzado en su espalda, había recogido su larga cabellera negra en una cola de
caballo, llevaba en sus manos unos lentes oscuros, inclusive se había puesto
guantes.
–Llevas más tiempo viviendo aquí del que nos hubiésemos imaginado
– no había acusación en su voz, por primera vez en su vida, Odín había hablado
en un tono apaciguado – seguramente estabas aquí antes de que nosotros
llegáramos.
–Este lugar es solo la reconstrucción del recuerdo de una vida
anterior – dijo ella con cierta tristeza – aquí hay todo lo que deseaba tener
en aquel entonces, cuando creía que los tiempos simples llegarían a mi vida y
yo iba a poder tener esto… pero nunca llegaron los tiempos simples, esto es
solo una parte de mi vida a la que no he querido renunciar, a la que no he
podido renunciar – acarició con algo de amargura el borde del umbral.
–Pudiste vivir en las Metrópolis – dijo él.
–Las Metrópolis no me agradan – señaló ella encogiéndose
ligeramente de hombros restándole importancia – demasiadas personas indeseables
tratando de ocultarse, simplemente no podía ser una más de esos.
–Yo pensé que había tenido una vida bastante miserable y difícil…
pero tú… – reflexionó, por alguna razón sintió verdadera lástima por Laiha, más
aún viéndola en ese estado; dudó un poco, buscaba una palabra que no sabía si
existía para continuar la frase.
–No existe una palabra para describir mi existencia – sentenció
ella adivinando lo que pensaba, le dio la espalda y salió de la cocina. Odín
escuchó cómo la puerta se abría y Laiha se alejaba, sus botas retumbaban en el
suelo en el vestíbulo y el eco de estas rebotaba por todo el lugar.
La siguió, lo esperaba frente una puerta
oculta tras un bastidor de madera en el vestíbulo, obviaron el ascensor con las
puertas abiertas, Laiha dejó al descubierto el pasillo donde descansaba la moto
y la rampa que bajaba; agradeció internamente no tener que bajar en esa cosa
nuevamente, pero la maldijo por no haberle hablado de ese camino, no había
escalones y él hubiese podido subir por allí.
Se montó en la moto y se aferró al asiento,
no deseaba tocar a Laiha, era algo que no le gustaba, temía que ella se
molestara por el contacto y terminara quebrándole todos los huesos de las
manos; estaba incómodo pues la enorme bolsa de viaje de Laiha estaba asegurada
a la parte de atrás y él era de dimensiones bastante grandes y el espacio que
le había dejado Laiha parecía ser demasiado pequeño; aun así, se sentó procurando
colocar su propio bolso entre ambos, ella aceleró la moto un poco y tras
acomodarse los lentes oscuros sobre los ojos arrancó.
Odín se sentía un poco mareado por las curvas
mientras que ella parecía no inmutarse, por lo cual no disminuía la velocidad, llegaron
a la planta baja y Laiha tomó dirección hacia un pasillo más amplio que
terminaba en una puerta de carga a un costado del edificio; salieron a la calle
y empezaron a zigzaguear entre ellas, él alcanzaba a ver las vías bloqueadas
por viejos carros o por escombros; atravesaron la parte habitada de la ciudad y
se dirigieron al lugar donde guardaban el armatoste de carro que Odín
conduciría hasta la Metrópoli, allí iría la moto; Laiha conduciría un camión
cisterna más grande porque necesitaban buscar agua aquella vez.
Llegaron a un galpón en la antigua zona
industrial de la ciudad, Odín se bajó de la moto agradecido y casi elevando una
plegaria a una fuerza desconocida, abrió una de las puertas del galpón dándole
paso a Laiha; el día anterior habían recogido y almacenado todo lo que podían
intercambiar por comida y dinero para comprar otras cosas, ya estaban en la
camioneta y había un lugar reservado para subir la moto; ese era el vehículo
con el que se movía por la Metrópolis, Odín no sabía cómo había obtenido la
moto, pero sí que aquella maquina no solo era potente, sino un vehículo
moderno, no era algo sacado de un viejo garaje entre los restos de escombros de
una casa derruida.
Se subió del lado del piloto, la llave
descansaba en la ignición, dejó su bolso a un lado y encendió la camioneta,
todo funcionaba perfectamente, los hombres que se encargaban del mantenimiento
de todo lo mecánico y eléctrico de la comunidad
hacían un excelente trabajo; como si ese conocimiento hubiese estado
dormido dentro de ellos y Laiha lo hubiese hecho despertar.
Recordó la primera vez que Laiha le dio el
carro y le enseñó a conducir, sintió que era algo que sabía hacer y disfrutaba
hacerlo, sentía una felicidad casi infantil cada vez que se acercaba un viaje,
sobre todo porque los viajes no eran constantes, había temporadas en que no
tenían nada para intercambiar por dinero o que les permitiera obtener el paso a
la ciudad; no importaba cuanta necesidad hubiese de agua o de medicamentos,
no pasarían sin pagar el precio respectivo.
Pero esta vez habían tenido un golpe de
suerte y habían conseguido en una vieja fábrica suficientes metales para
canjear, toneladas de hierro, aluminio, acero y otros que no habían logrado
identificar; habían desmantelado las maquinas y clasificado cada pieza en lotes
por tipo; lo que habían encontrado garantizaba la entrada y el abastecimiento
de agua, por lo menos por un tiempo prolongado, siempre y cuando supieran jugar
bien sus cartas; adicionalmente, desde su última estancia allá, varias caravanas habían pasado, consiguiendo así suficiente
oro, plata y un surtido variado de piedras preciosas que Laiha podía vender
entre sus contactos y por las cuales siempre obtenía ganancias muy jugosas,
llevándoles a todos las ventajas de algunas cosas que eran consideradas lujos
en sus actuales condiciones.
Aunque la mayoría de las cosas que se
buscaban eran alimentos, medicinas e insumos médicos, y un poco de combustible
necesario para poner en marcha los viejos vehículos y algunas bombas que
estaban en los manantiales que poseían, a veces sobraba algo para disfrutar:
ropas de distintos tamaños, cuadernos, zapatos, pero sobre todo, medicina para
la tierra; no podrían criar animales si la tierra no daba frutos.
Estaban listos para partir; Odín estaba más
ansioso que de costumbre, ahora tenía la necesidad imperiosa de hablar con
Laiha y que ella le explicara todo lo que dijo debía explicarle; pero sentía
que debían hacerlo fuera de aquel lugar, abrigaba un miedo casi supersticioso,
ella iba a revelarle ciertos secretos y verdades y quería de algún modo
proteger a las personas que habitaban junto a él en aquel rescoldo de vida
segura.
Rodearon la
ciudad y se dirigieron a la Metrópoli, les tomaría unos cuatro días de camino,
aproximadamente, viajando en esos vehículos y deteniéndose solo una vez en el
día y para dormir en la noche unas cuantas horas; la carretera que se abría
hacia afuera de la ciudad era enorme y estaba completamente despejada; mientras
más rápido se alejaran de la ciudad más posibilidades tenían de protegerse del
frío mortal. A ambos lados de la carretera había algunos árboles, pero no
parecían demasiado sanos; la ventaja del lugar era que todo estaba en línea
recta y superficie plana hasta el lugar por donde entraban, ya que no podían
dirigirse a las entradas principales. Laiha había viajado dos días para una
reunión de cinco minutos; calculó que habían pasado cuatro días y medio entre
la ida y el retorno, deteniéndose solo lo necesario; pero aunque ellos habían
escogido una pequeña montaña entre Las Ruinas y la entrada principal de
Metrópolis 3, esta vez, Laiha y Odín tomaban un camino más directo a la
Metrópolis, cosa que acortaba las distancias y el tiempo de viaje.
Tenían una rutina bastante sencilla y si se
cumplía exactamente como estaba prevista minimizaba los riesgos y los
accidentes; debían conducir hasta que el sol se estuviera ocultando, después se
detendrían a descansar, dormirían toda la noche y luego, apenas empezara a
clarear arrancarían nuevamente.
Odín abría la marcha; condujeron hasta el
límite pero no se detuvieron; el descanso les permitiría hablar un rato antes
de encerrarse en sus carros a descansar, pero en un determinado momento Laiha
cambió lo acostumbrado, lo rebasó y se colocó delante de él, siguió avanzando
un poco mas mientras Odín continuaba tras ella, cuando casi ya no quedaba
claridad se desvió a la izquierda del camino y se detuvo; habían unos peñascos
enormes ubicados en semicírculo, Odín se paró al lado del gran camión y se bajó
con expresión perpleja, Laiha se había puesto en marcha y armaba una fogata, él
se estaba palpando los bolsillos para darle cerillos con los cuales prender la
leña, pero ella solo se limitó a pedirle que buscara más madera; no rechistó,
debía buscar más leños por allí cerca mientras todavía disfrutaban de un poco
de luz; caminó un par de metros, recogió unos cuantos palos que se veían buenos
y grandes y regresó.
Un fuego que le llegaba a la cintura ardía ya
en la fogata, ella estaba sentada en la tierra con las piernas extendías y la
espalda recostada sobre una de las rocas: – Si mueves un poco tu camioneta
cierras el círculo y puedes aprovechar más el calor, aunque estamos más lejos
que de costumbre, esta noche va a hacer mucho frío.
Hizo lo que le aconsejó, sacó el bolso con
alimentos y los tendió en la tierra entre ellos, Laiha comió más esta vez y
parecía que había recuperado algo de su serenidad; la noche había caído y en
efecto, tal como ella le aseveró, el frío fue glacial, buscó una manta gruesa
dentro de sus cosas y se la pasó sobre los hombros; Laiha parecía no verse
afectada por la temperatura, habían dejado de comer y ahora se limitaban a
mirar las estrellas, parecía absorta en sus propios pensamientos. Odín miró su
perfil, nunca le había inspirado terror, pero si una especie de respeto algo
temeroso, ya era un hombre bastante mayor y por mas conservado que se viera y
fuese fuerte y resistente, junto a ella se sentía como un chiquillo la mayoría
de las veces; aunque no lo dijese en voz alta siempre lo intimidaba, pero el
sentimiento más fuerte y el que siempre se sobreponía a todos los demás era la
curiosidad y se valía un poco de su aspecto fiero y algo irrespetuoso para
formularle preguntas que tal vez fueran incomodas o los pusiesen en peligro a
todos.
El fuego no se extinguía, seguía ardiendo con
la misma intensidad que cuando Laiha lo encendió, lo que les proporcionaba un
calor bastante apreciado; las palabras se escaparon de su boca sin pensarlo:
–¿Qué clase de ser eres tú? – no se arrepintió, había querido
preguntárselo siempre, pero se habían intensificado las ganas tras la
conversación en la cantina.
Ella no respondió de inmediato; no parecía
sopesar la respuesta, sino más bien distraída, solo se dedicaba a contemplar el
cielo nocturno plagado de estrellas.
–Soy un Ángel – respondió al fin.
Odín no podía dar crédito a sus palabras; su
padre le había hablado de Los Ángeles, los había visto en un ventanal de un
viejo edificio; aunque la mayoría de las cosas dentro de aquel sitio de aspecto
extraño estaba roto o irreconocible, algunos de sus ventanales estaban
intactos, eran coloridos y en ellos se representaban figuras; cuando la luz
pasaba por aquellos vidrios de colores parecían llenarse de vida; su madre que
todavía vivía en ese momento le había dicho que aquellos seres con alas que se
representaban allí eran Ángeles; seres venidos del cielo y por eso tenían alas.
Los pocos días que habían pasado allí refugiándose, él contempló cada vez más
emocionado aquellos vitrales, había algunas figuras realmente maravillosas que
lo llenaban de paz, algo así de hermoso solo podía ser bueno.
–¿Así que eres de los buenos? – le preguntó con cierta emoción
infantil, no podía ocultarlo, comprendía ahora porque ella se había empecinado
en ayudarlos a todos.
–¿Buenos? – bufó, posó la mirada en él, tenía una expresión mansa,
comprendió que la memoria colectiva que todos guardaban lo llevaba a creer que
Los Ángeles eran seres de luz; aunque no era mentira, ciertamente era una
verdad con muchas caras y versiones – No, Odín, lamento informarte que no existen
realmente buenos o malos Ángeles.
–¿Qué quieres decir? – preguntó con decepción.
Suspiró, en ese sentido, explicarle a Odín
ciertas cosas era como hablar con un niño.
–Quiero decir que Los Ángeles son como los humanos, solo que
tienen alas y pueden hacer ciertos trucos – parecía contrariado con esa
respuesta, pero ella debía desmitificarse así misma ante él para que Odín
pudiese prepararse y preparar a los demás – hay entre nosotros los humanos
personas buenas y personas malas, todo depende del lado en el que juegues. Una
persona mala para ti es aquella que puede hacerte daño o que va en contra de lo
que tú quieres o que atenta contra tu seguridad; pero tú, también puedes
representar todo eso para otra persona – se estaba complicando con la
explicación – lo que quiero decir es que no todos Los Ángeles son buenos, no
somos seres divinos como se nos pinta en muchas mitologías, sí venimos de La
Luz, es nuestra esencia pero no somos salvadores y no somos la personificación
de la bondad.
–¿Quieres decir que Los Ángeles no son buenos? ¿Qué son seres como
nosotros, que pueden ser malos o buenos?
Ella asintió.
–¿Hay otras criaturas, verdad? – le preguntó con fingida valentía
– Las que mis padres me contaban.
–Sí, hay muchas y muy variadas.
–¿Cómo cuales?
Ella suspiró, aquello era complicado de
explicar.
–Bueno – empezó – existen unos seres que son bastante mágicos, es
decir que poseen cierto poder en su naturaleza y otros que en sí, son parecidos
a los humanos, es decir, que sus habilidades son limitadas, guerreros y
guerreras dotados de destrezas extraordinarias – en su voz había cierta empatía
al mencionar eso – luego hay otras de naturaleza igual pero capaces de servir
de medio para manifestar poderes y habilidades mágicas, como dominar el viento
o el fuego, por ejemplo – señaló la hoguera que seguía ardiendo sin necesidad
de alimentarla con más madera – otras son de naturaleza más amable o más
hostil, algunos están en contacto con la energía de su hábitat, pueden habitar
las aguas o las tierras heladas, aun así se ven como los humanos, tienen dos brazos, dos piernas; esta
figura – lo apuntó – es universal, solo varía en algunos rasgos, algunos tienen
alas, otros pueden cambiarla a su antojo… – suspiró un poco – así se podría
resumir.
Odín intentaba mantener la calma ante aquella
revelación, trataba de tomar todo como un adulto, aquella información era de
algún modo importante para saber qué había allá afuera en la oscuridad.
–¿Y solo salen de noche? – ella se rió de la pregunta, pero no
había mala intención detrás de aquella risa, seguramente si Odín no hubiese
estado tan asustado se hubiese reído también.
–Aunque entre los mitos y leyendas de los humanos se dice que solo
salen de noche, eso no es limitativo, la oscuridad es buena porque sirve para
ocultarse, mas no implica que solo allí puedan ser voraces.
–Háblame de la cosa esa, La Ruptura que tú dices que pasó – cambió
de tema, se había estremecido con aquella respuesta, no le gustó.
–Fue como si algo se hubiese roto, como cuando una tubería de
metal se fisura y el agua empieza a filtrarse, con el tiempo se oxida – comparó
– no solo hubo guerras como te mencioné antes, sucedió también con las
personas, las cosas cambiaron, los paradigmas cambiaron.
–¿Qué es paradigmas? – Laiha no pudo evitarlo, soltó una carcajada.
–Lo siento – se disculpó, no esperaba esa pregunta realmente – es
como decir modelo o mejor explicado puedo decir que es un concepto, en ese
sentido un concepto de vida; la gente sintió que algo estaba cambiando, la
tierra, el agua, el aire y comprendieron que se les venía encima una
catástrofe, el mundo que habían construido estaba cimentado en bases muy
endebles, al final todo se derrumbó, todo lo que creían se había disuelto,
¡Ceniza! – señaló el fondo de la fogata donde las cenizas de los leños todavía
ardían – descubrieron que Dios no existía, indiferentemente el nombre que le
pusiera cada quien, simplemente no existía, que estaban indefensos… pero no que
estaban solos.
–¿Qué sucedió entonces? – preguntó aprensivamente.
–Sucedió lo que tenía que suceder, empezaron a pelearse entre sí
creyendo que el poder del dinero era lo único que podía salvarlos, que si se
apoderaban de ciertos recursos, de ciertas cosas, iban a sobrevivir mejor, pero
no escatimaron en las armas que usaron, se arrasaron a sí mismos, a naciones
enteras… pero el mundo a su alrededor también estaba cambiando, estaba siendo
influenciado por una energía que no podía repeler, así que cuando menos lo
esperaban hubo grandes terremotos que hundieron islas y separaron continentes,
gran parte de la historia de la humanidad se perdió en aproximadamente cien
años y cuando ya parecía que los humanos estaban destinados a la completa
extinción, el mundo logró acomodarse a esa influencia, pero se detuvo, como si
el tiempo se hubiese estancado.
–¿Cómo sabes cuantos años han pasado desde entonces?
–Porque me he tomado la molestia de contar los días, las semanas y
todo, incluso los años bisiestos – se rió.
–¿Qué es un año bisiesto? – arrugó la frente.
–Nada importante, olvídalo… sé que después de eso, los humanos se
desorientaron, ustedes saben más o menos cuántos años tienen porque yo les
enseñé a llevar esa cuenta, así podían determinar las edades de todos ustedes
pero aun así, no logran interiorizar ese conocimiento; en otros sitios la gente
no lo sabe, aunque no se pierden de mucho, aunque envejezcamos, el tiempo es
solo una ilusión.
Todo parecía demasiado complicado para su
limitada comprensión.
–Pero, hay ciudades Laiha – parecía contrariado – hay tres
Metrópolis, yo lo sé… ¿Cómo sobrevivieron las ciudades?
–No lo hicieron, sencillamente algunas personas tomaron
previsiones, personas con cierto poder, notaron que todo se iba a la mierda e
intentaron protegerse, así que guardaron los conocimientos y cuando parecía que
todo se calmaba, usaron eso para empezar de nuevo; las Metrópolis no llegan a
cien millones de habitantes, tal vez la dos es la más poblada y llegue a unos
ciento cincuenta ¡Y especulo con ese número! E incluso así eso no es mucho,
sobre todo porque esas tres son las más pobladas de todo el mundo, las demás
ciudades que existen son centros pequeños, que no tienen los avances
tecnológicos ni las defensas necesarias, son sitios que cuando mucho albergaran
a un millón o dos en el mejor de los casos… esos números son nada comparado con
la cantidad que existían antes de La Ruptura.
–¿Cuántos? – preguntó
–Más de siete mil millones de habitantes en todo el planeta –
respondió ella.
Él no alcanzaba a comprender la magnitud de
la diferencia entre los números, pero intuía que era un número enorme.
–Y algunos de esos millones que quedan, unos miles no son
totalmente humanos – le acotó.
Odín notó que le dolía la cabeza, no podía,
ni quería saber nada más, por lo menos por esa noche, también se recostó en la
roca y cerró los ojos. Laiha no le dijo nada, se limitó a observar de nuevo el
cielo, recordaba las constelaciones de su época, algunas habían cambiado, otras
parecían haberse perdido como todo lo demás.
Había algo en la naturaleza humana de ella
que la obligaba por lo menos a alertar a los participantes de aquella nueva
guerra, no podía simplemente ser una observadora imparcial de las
circunstancias y dejar que ellos jugaran con más desventajas de las que ya
tenían.
Esa era la principal razón por la cual había
sido condenada a ese mundo aunque su verdadero destino era el Hades, algunos
habían creído que podía hacer algo desde ese lugar a medio camino; pero no
olvidaba que en la última guerra que se había librado y la cual habían perdido, había culminado con la
creación de los seres humanos; ellos estaban allí para sostener el Edén, pero
al final, el plan no había funcionado como querían y la supuesta fuente de
energía infinita para los seres que controlaban El Cielo, sencillamente falló.
–Y ahora todo va a colisionar – pensó en la advertencia de Akcron – tal vez haya fuegos artificiales en ese momento… tal vez yo pueda
generar fuegos artificiales – se dijo a sí misma con malicia; no quería
participar en la guerra, pero sentía un placer algo malvado ante la idea de por
lo menos hacerle las cosas un poco más difíciles a sus viejos compañeros.
Pero más allá de eso, Laiha pensaba una y
otra vez en todas las cosas que podía implicar ese choque: la posibilidad de
volver a su mundo, tal vez de recuperar su cuerpo, el conocimiento para
liberarse de su humanidad definitivamente, o tal vez en un rapto de
agradecimiento, liberarse mutuamente, ella en un cuerpo y la humana en otro.
Las ideas rondaban en su cabeza, tomaban
formas sinuosas, pero después de todo, ella no quería pensar demasiado. ¿Qué
motivos la impulsarían a regresar?, supo que ninguno, volver a su mundo
implicaba enfrentarse a personas a las que no sabía si quería volver a ver: al
padre que asesinó alguna vez, a la madre que la rechazó o peor aun a la madre
que sí la aceptó; hermanos, conflictos políticos, viejos amantes, su antiguo y
desafortunado amor.
No era una perspectiva agradable.