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lunes, 25 de mayo de 2015

Apsará (Relato erótico)

Ella baila, yo la observo.

Se mueve lentamente al ritmo de la música, esta parece tocar solo para ella, puedo imaginar las notas rasgando el aire, intentando acortar las distancias entre ellas y su nívea piel, la envuelven en su eco vibrante y ella se desplaza grácilmente por la pista, abrazando la melodía, conjugándose ambas en una sola.

Como todas las noches de los viernes, suele llevar un bikini rojo, aparece sentada en una silla plegable con los ojos cubiertos por el ala de un sombrero negro, su cabello corto pegado a su nuca y en un pose que realza todas las líneas vibrantes que definen su cuerpo; las curvas suaves de sus muslos y senos, las fuertes rectas de su espalda límpida, la sensual línea de sus labios carnosos entreabiertos dejando escapar una silenciosa exhalación.

La música suena y su mano enguantada se agarra de su cuello, como si intentara ahogar un gemido que desea escapar de su boca encendida, pasa la punta de su lengua con suavidad por ellos en un gesto lánguido y sensual; su otra mano se desliza por su muslo hasta llegar al borde de su zapatilla de tacón, acaricia su piel brillante, dándole a entender con ese gesto a todos los presentes que ella, y solo ella, puede tocar.

Varios reflectores se encienden e iluminan todo su cuerpo; se desplaza por la diminuta pista con vulgar sensualidad, con soltura casi etérea, en su mente ya no hay nadie frente a ella, su danza se convierte en su único lenguaje, debajo de su piel hay historias que contar, dioses por seducir, hombres que conquistar.

Yo, enciendo el cigarrillo y bebo un sorbo de mi copa, el licor ambarino y ardiente me hace pensar que así debe ser un beso de sus labios; imagino, que cada pliegue de mi cuerpo se abrasaría con el simple contacto de su boca, su aliento caliente me insuflaría deseo y desesperación furiosa, estaría dispuesto a morir calcinado por sus besos, convertirme en cenizas que se posarían a sus pies mientras ella baila para mí.

En este momento somos ella y yo, ella baila, yo observo; me dejó arrastrar por sus cadentes caderas en movimiento; suspiro, me dejo arrastrar hasta sus manos enguantadas… me dejo arrastrar por mis deseos por ella, por el deseo de ser sus manos enguantadas que la tocan, esos dedos juguetones y traviesos que se desplazan a su entrepierna, que la excitan y la torturan con el placer, quiero yo ser el verdugo que la someta a la agonía de un orgasmo celestial.

Gira y gira, estira su pierna interminable y salva las distancias entre ella, en su plataforma, y yo, en mi rincón oscuro; siento que la apoya sobre mi pecho y puedo desgranar mis besos hambrientos sobre su rodilla, sonríe victoriosa, agarra mi corbata y la estruja ligeramente en su puño, danza frente a mí, al alcance de mis dedos, estiro mi mano para aferrarme a su cintura sin conseguir su cuerpo; acentúa su sonrisa ponzoñosa mientras se estira sobre mi pecho y puedo aspirar su aroma, una mezcla entre humo de cigarrillos y bourbon; está presente y no está, comprendo que solo es el humo gris y agrio de mi cigarro que ha tendido una trampa mortal, un puente deleble entre ella y yo, entre mi apsará mágica y este pobre mortal.

Le doy una calada a lo que queda del moribundo pitillo que descansa en el cenicero y dejó escapar el humo plagado de besos reprimidos con la esperanza de que se mezclen con la música y se posen en su piel y en sus labios. Me inclino hacia adelante y bebo de un solo trago lo que queda en mi vaso, lo retengo en mi boca antes de tragarlo, el ardor excita mi gusto, activa mi lengua y me veo a mi mismo lamiendo un camino desde su muslo hasta su sexo, ella sonríe inmutable ante la caricia húmeda de mi lengua, quiero beber de ese manantial que brota de su sexo, quiero que se corra sobre mí, que se venga en mi boca, que desborde su orgasmo en mis labios sedientos.

Pero de nuevo se aleja, danzando desde mis fantasías hasta el escenario, me inflamo de deseo, la observo, me torturo.

Ella se inclina, abre los labios en un suspiro del que solo brota música, con un gesto vulgar de puta mística se saca el corpiño, libera sus senos y todo el salón se queda sin aliento; gira, se toca, se aprieta y puedo ver como sus pezones oscuros se endurecen; me muerdo los labios con violencia, y por ese segundo mis dientes mordisquean sus carnes, son mis manos duras y toscas que las aferran su cuerpo y la someten; y en ese rapto salvaje y desmedido penetración de mi hombría entre sus piernas no puede evitar gemir y estremecerse; no puede evitar suplicarme por más.

Un brazo desconocido interrumpe mi visión, escucho el liquido caer dentro del vaso, una mujer rubia y descolorida espera a mi lado, saco el billete del bolsillo, pago mi bebida, enciendo un cigarrillo, oigo como se marcha y mientras le doy una calada al pitillo, me concentro en ella de nuevo, intento atraerla, atraparla en mi mente, poseerla eternamente.

Pero ella baila, yo observo; como todos los que esta noche de viernes han ido a verla; suspiran por sus muslos firmes, desean ahogarse en el doloroso deseo de hundirse entre ella, poseerla de todas las formas posibles, corromperla en su danza sensual y provocadora.

En un último arrebato se arranca el resto de su minúsculo atuendo, nos obsequia el secreto de sus labios verticales, un pubis rematado en un delicado bello oscuro, la entrada mística a los confines de su placer; se toca descaradamente, y siento como mi miembro se recrece en mi pantalón, sonríe con maldad, con provocación; danza intensamente en un frenesí erótico, la música se acaba de golpe y después de terminar en una pose sugestiva, se cubre con pudor sus adorables montañas mientras jadeante se aleja hacia la oscuridad del fondo del escenario, de vuelta al camerino; pero en ese movimiento fugaz de retirada yo he visto la sonrisa en sus labios, la mirada divertida y llena de ironía, ella nos domina; ella baila, nos somete, nosotros observamos, somos sus esclavos.

Me bebo el bourbon de un solo trago, el líquido ardoroso baja por mi garganta enardeciendo aún más mi deseo, puedo sentir en mi pantalón mi miembro latiendo desesperado reclamándome sosiego. Salgo de aquel antro, su templo de diosa prostituta, me alejo de allí ahogado por el deseo, ella baila en mi cabeza, y en cada esquina de la calle la veo brotar del aire, aferrarse al poste, girar y extender su mano incitándome a seguirla.

El pequeño cuarto que es mi morada se antoja frío y seco, enciendo un cigarrillo y del humo que sale de su punta al rojo vivo la veo danzar, surge de la oscuridad; el humo dibuja sus curvas envuelta en finas sedas, su figura aumenta hasta adquirir la altura natural, estira su mano, me roza imperceptiblemente con sus dedos y una música sobrenatural suena; ella baila, yo observo.

Esta vez no hay tela que aprisione sus atributos, su pecho firme se bambolea sensualmente con cada paso que da, puedo sentir sus nalgas restregándose en mi cuerpo, regodeándose en mi sexo, provocándome sin pudor ni vergüenza.

Su boca se abre y yo me aferro a su lengua, sus besos son calientes y su aliento me abrasa, tal y como he imaginado, me quemo por dentro, me consumo con la llama del deseo que sus besos malditos insuflan en mi.

Me empuja al borde de mi cama, al borde de un abismo, me empuja a una caída placentera de locura y perdición, ella se eleva ante mí y danza a escasos centímetros de mi cuerpo, exuda su calor y vitalidad sobre mi; puedo oler el deseo que mana de ella, se desliza por su muslo, inunda mis fosas nasales y me enloquece; me aferro a sus muslos y lamo con pasión el elixir de placer de su interior, se engancha a mis cabellos y gime musicalmente, mueve sus caderas al ritmo de esa melodía silenciosa y con ellas mece mi cabeza asegurándose de que no pueda escapar.

Pero yo no deseo hacerlo, la atraigo hasta mi y la beso desesperado, responde con risitas malvadas, me domina y lo sabe, se deshace entre mis manos como el humo del cigarro y se materializa de pie frente a mí; y baila, yo observo.

Me desnuda con manos suaves y amorosas, acaricia mi piel con su diáfana piel, sus besos dejan rastros de piel quemada allí donde se posan, gimo indefenso con cada toque, me dedica una mirada llena de lujuria, un sonrisa lasciva, se inclina y me toma con delicadeza y envuelve mi sexo en un húmedo beso, su lengua juega con él, me recorre diestra y dispuesta, de mi garganta se escapan sonidos inhumanos y guturales, estoy a punto de explotar, por fin obtendré el alivio ansiado por mi miembro; y justo cuando estoy por alcanzar la tan deseada cumbre, ella se deshace, de nuevo es humo de cigarro, y escucho su risita traviesa y el eco rebota en mis paredes hiriendo mis carnes desnudas.

Entonces me doy cuenta que se ha consumido el cigarrillo, y ella, como un oráculo antiguo, solo aparece en medio del humo.

Enciendo uno nuevo y le doy una calada profunda y agónica, el humo ondula en la oscuridad del cuarto maltrecho, y la veo acercarse acechante y sigilosa, juguetona y casi infantil; mi deseo se inflama violentamente, no puedo dejarla escapar, intento asir la nada de su cuerpo mientras danza a mi alrededor, pero se me escapa de entre los dedos, desespero y sufro, quiero gritar de frustración, ella se ríe, baila, y no me queda más alternativa que observarla.

Gira, se contorsiona, se toca con premeditada lentitud parsimoniosa, se pone al alcance de mis manos, se aleja, danza y danza con energía, con erotismo, se eleva en medio de la oscuridad y la inunda con su espectral esplendor, estira su mano, me deja aferrarla, la atraigo hasta mi y giro con ella, sonríe, la aprisiono con mi cuerpo, me introduzco en sus suaves carnes, su interior es un abrazo húmedo y acuoso, un océano de sensaciones placenteras en el que naufragaría sin dudarlo, gime en mi oído, entierra sus uñas afiladas en mi espalda, se arquea debajo de mi cuerpo y yo por fin mordisqueo sus pezones oscuros y erectos, lamo con lujuria el diámetro de su aureola, me afinco en sus caderas con movimientos duros y violentos, esto no es amor; ella ríe, gime, me incita, es una súcubo que ha venido a devorarme, me ha hechizado con sus danzas malditas, me ha hecho caer derrotado dentro de su cuerpo.

Sus piernas se enroscan en mi alrededor, sus besos abrasivos llueven a mi alrededor, mi cabeza se derrite en medio de ese calor lujurioso y mi miembro se ahoga en ese mar cálido en el que se hunde mi ingle, soy un animal salvaje y perdido, no soy dueño de mi mismo, no hay marcha atrás, atacó sus pezones con mordiscos agresivos, estoy a punto de explotar, de conseguir el alivio, de liberarme de ese deseo opresivo, puedo sentirlo surgir desde mi vientre, un volcán erupcionando que pronto explotará dentro de ella; desde el mar de su sexo oleadas refrescantes acarician mi miembro, y con un grito moribundo me rindo, mi orgasmo se derrama dentro de ella, pero se ha disuelto, como el humo, y solo estoy yo sobre la sabana derruida, y las huellas de un acto que nunca ha de ocurrir.

Ella se ríe, sin fuerzas me levanto y enciendo un cigarrillo, baila fuera de mi alcance, sobre los montones de libros acumulados en las esquinas, encima de la minúscula mesa, baila y baila, yo observo.

Cada calada es como un beso ardiente, ella me lanza una mirada seductora por debajo del ala del sombrero, sonríe, se relame los labios, se inclina un poco, baila.

Y descubro que soy prisionero de su influjo, de esa dulce apsará que no dejará de bailar, soy esclavo de los deseos que su mirada de ramera mitológica despierta; la evocaré entre el humo del cigarro y las volutas de mi boca, danzará hasta mí y me devorará con lujuria; cada noche de cada viernes abandonará la realidad de su escenario y bailará aquí, en medio de mi decadencia y abandono, me torturará acá, desde el humo del cigarro que sube ondulante hacia la oscuridad.

Mientras la observo hipnotizado, suenan a lo lejos unas campanadas, el humo se disuelve, ella se desvanece, estiro mi mano tratando de alcanzarla, enciendo un cigarrillo, el último de la caja, acciono el encendedor, la llama se mece por una brisa ligera que se cuela desde la única ventana de mi habitación, lo acerco a la punta del pitillo, el fuego lo acaricia suavemente tal cual como lo hizo su lengua, la punta se enciende al rojo vivo, inhalo desesperado, buscando verla, pero no aparece.

He consumido medio cigarrillo, miro el reloj, pasan dos minutos de la media noche, es sábado, el hechizo se ha roto.

Volveré el viernes, al mismo lugar, pediré bourbon, compraré una caja de cigarrillos, esperaré que aparezca en el escenario, con su diminuto bikini rojo; fantasearé con sus carnes trémulas, con sus besos calientes y húmedos, me tocaré en su honor y en el paroxismo de mi orgasmo soñaré con su sexo ardiente; y cuando finalmente salga a escena bailará; y yo la observaré.


miércoles, 20 de mayo de 2015

Saludos de ascensor (Relato erótico)

Llevaban años conociéndose, pero no habían compartido más allá que eventuales saludos en el ascensor. Ni siquiera vivían en el mismo piso, de hecho ella vivía en el piso doce y él en el piso cuatro, a veces se encontraban en los jardines, ella paseando a su perro, él leyendo un libro al borde de la pequeña piscina con los pies sumergidos en el agua; cuando eso sucedía, la observaba discretamente sobre su libro, admiraba con detenimiento su figura y sus encantos, tenía algo que le parecía hipnotizador, una mezcla entre cierto desapego al aspecto personal y un esmerado cuidado con su piel y su cabello, pero lo que encontraba más atractivo en su aspecto físico eran la incipiente pancita que tenía, producto de su afición a las donas que vendían en la esquina de la residencia donde ambos vivían y que en varias ocasiones la había visto comer.
Ella también lo observaba con detenimiento y disimulo, su viejo pastor solía caminar despacio por la edad, lo que le permitía regodearse en los paseos. Se admiraban mutuamente en silencio y a la distancia, tal vez con un poco de intimidación por parte de ambos, esto había colaborado a que no fuesen más que simples vecinos, de esos que no se conocen de nombre.
Los momentos más intensos ocurrían en el ascensor, cuando ella bajaba de su apartamento en las mañanas con una taza de café recién hecho en la mano e inundaba el pequeño recinto con un aroma bastante agradable, era un olor de café y algo más, a veces era canela, otros podía ser chocolate; por eso cada vez que olía el café se acordaba de ella y lo asociaba con una sensación cálida y vibrante que estimulaba sus sentidos de una manera particular, en más de una ocasión había dejado volar su imaginación mientras tomaba una taza de café en su trabajo, la imaginaba recién levantada en las mañanas con el cabello revuelto, tal vez en ropa interior o con una bata de seda, mientras preparaba la cafetera con una expresión somnolienta. Imaginarse cómo eran las curvas de su cuerpo escondidas bajo la seda lo hacían irse un poco más allá, cada vez se iba acercando más a ella en su mente, a su cuello para masajearlo y darle pequeños besitos en la nuca mientras sentía sus poros erizarse sin control mientras soltaba pequeños suspiros de gusto a cada caricia.
Él no se escapaba de los pensamientos de ella, cuando el ascensor estaba lleno de gente el procuraba colocarse al fondo de este a su lado, un escalofrío disimulado subía por su espalda al sentirlo tan cerca, olía a fresco en las mañanas y a loción de afeitar; si en el ascensor solo iba ella, él entraba con una sonrisa tímida y se paraba justo detrás de los botones dándole la espalda, después de desearle un “Buenos días, vecina” casi entre dientes. En ese instante lo miraba sin disimulo y se imaginaba cómo se sentiría enredar sus dedos entre sus cabellos mientras sentía su respiración cerca del oído, le gustaba sobremanera su cabello ligeramente despeinado.
Todo hubiese ido bien de haber continuado así, pero una mañana ella se montó en el ascensor con su habitual taza de café en la mano y caminó hacía el fondo del aparato entre cuatro vecinos que bajaban de los pisos superiores, se decepcionó un poco porque tal vez no iba a ver al joven vecino del piso cuatro, el ascensor solo dejaba subir a diez personas y en el trayecto se había detenido dos veces y la vecina del séptimo piso había entrado con sus tres niños.
El aparato se detuvo en el cuarto y al abrirse las puertas apareció él, con su cabello oscuro y una camisa de mangas largas de color marrón que resaltaba sus ojos.
Le sonrió como de costumbre, pidió permiso a los pequeños revoltosos que se habían adueñado de la puerta a pesar de los constantes regaños de su madre para que se comportaran y se colocó a su lado, bastante cerca; notó que había cambiado de loción de afeitar, la nueva olía diferente pero le gustaba más. El ascensor se detuvo en el piso tres y subió un señor adicional, el aparato emitió un ruido extraño al que ninguno le prestó atención; se atascó en el piso uno.
Los niños empezaron a llorar y la mujer desesperada intentaba calmarlos, los demás vecinos empezaban a impacientarse por la demora a pesar de que ya estaban intentando abrir el ascensor, al final cedieron las puertas y la mujer que estaba al lado de ella la empujó un poco sobre él para salir más rápido.
Sus manos se rozaron, ella apoyó momentáneamente su cuerpo en el de él, sus miradas se encontraron demasiado cerca, él le sonrió con cierta picardía, ella se sonrojó un poco pero también sonrió mientras pedía disculpas; allí donde sus pieles se tocaron sintieron una descarga eléctrica, ella se apartó y dijo hasta luego, la tensión no le iba a permitir bajar hasta la planta en el aparato, el ligero roce de su busto sobre su antebrazo había sido la experiencia más sensual que había sentido en toda su vida.
Ambos pasaron su jornada laboral distraídos, ella pensaba en sus labios, él en la firmeza de sus senos.
Esa misma tarde ambos llegaron a la misma hora, el vestíbulo estaba congestionado y la gente subía a empujones en el aparato, él podía subir los cuatro pisos hasta su apartamento pero no quería, al fin ella pudo entrar pero alguien ocupó su puesto habitual en el ascensor, él pasó por detrás de ella y se colocó al final sin darle chance de llegar a la pared del fondo, se quedó en un costado, con el cuerpo ligeramente apoyado en la pared y la cabeza hacía un lado tratando de distraerse de la sensación tan rara que sentía al tenerlo a su espalda. Él se deleitaba mirando la línea de su cuello, le pareció encantador el mechón de cabello que se escapaba del moño cerca de su nuca; el ascensor se detuvo en el piso cuatro, él salió pidiendo permiso, ella se giró para darle espacio y sus cuerpos se volvieron a rozar, sus miradas se encontraron de nuevo y ambos reconocieron la atracción intensa que se había generado entre los dos.
Él se dio una ducha, su mente volaba con imágenes de su cuerpo desnudo, el agua fría no aplacaba el deseo, antes bien lo inflamaba más; su mano se acercó a su miembro y mientras su imaginación se recreaba muy vívidamente con ella se masturbó.
El orgasmo llegó intensamente, pero no aplacó el deseo.
La luna apareció en el firmamento, salió de su casa con su acostumbrado libro en la mano, esa noche iba a empezar a leer uno nuevo; el ascensor se abrió y la descubrió en un vestido de tela suave color gris, bastante ceñido pero discreto y unas zapatillas rojas a juego con la cartera que llevaba, iba con el cabello suelto y los labios pintados de un tono oscuro, se veía espectacular, no pudo disimular la impresión así que siguiendo su habitual rutina se colocó de espaldas a ella cerca de la puerta del ascensor.
Ella notó la expresión de su rostro y el placer floreció por todo su cuerpo, el que la considerara hermosa y atractiva la hizo vibrar, hasta cierto punto había pensado en él mientras escogía la ropa y el maquillaje, iba a cenar con unas amigas y luego por unos tragos. El ascensor marcaba el descenso, piso tres, piso dos, piso uno.
Él apretó el botón de stop del aparato, se giró sobre sus talones, se acercó a ella y la besó.
La atrapó entre su cuerpo y la pared del fondo, pegó sus labios a los de ella que sin pensarlo lo recibieron con anhelo, sus lenguas juguetearon mientras la respiración de él se hacía más intensa y sus manos se afianzaban en su cintura; ella podía sentir la erección a través de su pantalón de deporte, el morbo que eso le produjo la llevó a enredar sus dedos en la base de su cabellera y presionarlo más contra sus labios que mordisqueaba suavemente, se detuvieron para tomar aliento y se miraron a los ojos, ambos vieron la pasión y el deseo del otro, ella lo atrajo hacía sí de nuevo y lo besó, estaban hambrientos el uno del otro.
Él se apartó tras un instante, puso distancia entre ellos, su pecho bajaba y subía frenético, le dedicó una mirada furiosa, se giró y regresó a su lugar y puso a andar el ascensor de nuevo.
Ella se llevó las manos a la boca, su pecho también bajaba y subía desesperado, la sangre hervía dentro de sus venas y podía sentir como sus piernas temblaban por el deseo.
La puerta se abrió y ambos salieron, ella un poco más rápido, entonces reveló su espalda descubierta y la caída del vestido sobre sus nalgas; tuvo que contenerse de correr tras ella y arrancarle el vestido para poseerla allí mismo en medio del vestíbulo.
Intentó por todos los medios concentrarse en la lectura, pero su mente se iba una y otra vez al episodio del ascensor.
Le encantaron sus labios carnosos y su lengua tibia abrazando la suya, los dedos de sus manos aferrándose a sus cabellos como si su vida dependiera de ello y generándole escalofríos placenteros que nacían de su cuero cabelludo y se irradiaban al resto de su cuerpo, aún perduraba la fragancia de su perfume, un aroma ligeramente cítrico que había inundado sus fosas nasales y le habían hecho perder el control.
Estuvo sentado dos horas en una tumbona cerca de la piscina, supo que no iba a poder pasar de la segunda hoja tras nueve intentos de releer la última frase.
Regresó a su casa, se montó en el ascensor y se distrajo con la lentitud con que se cerraban las puertas.
―¡Por favor detenlo!― escuchó que pedía una mujer, su reacción fue inmediata y lo detuvo, las puertas se abrieron nuevamente y se quedó helado.
Por la expresión en su rostro supo que ella tampoco esperaba verlo de nuevo tan pronto, dio un instintivo paso hacia atrás pero las puertas se habían cerrado y el aparato se había puesto en marcha.
Se quedaron en silencio mirándose con cierta vergüenza y expectativa, el ascensor se detuvo en el piso de él, avanzó cuando las puertas se abrieron y la empujó ligeramente con su cuerpo cuando ella no reaccionó para dejarlo salir.
El ascensor se cerró, él no pensó en nada más, la atrajo hacia su cuerpo y empezó a besarla despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, era algo tarde y nadie se iba a aparecer por allí a interrumpirlos, ella respondió de manera dócil, dejó caer su cartera al suelo y entrelazó sus manos detrás de su cuello.
Se detuvieron un solo instante para tomar aliento, el rostro de él bajó por su cuello aspirando su fragancia y dejando un rastro de besos que iban erizando su piel; ella gimió suavemente, sus manos se soltaron y una de ellas se desplazó hacía su cintura e introdujo una mano suave por entre su camisa, él la detuvo sosteniéndola con firmeza por la muñeca, la miró a los ojos en una muda advertencia, él estaba haciendo su máximo esfuerzo para controlarse pero la determinación en sus ojos le dio el permiso necesario, la alzó en el aire por la cintura, enterró su cara entre su cuello y empezó a besarla mientras ella se aferraba a él y jadeaba de placer.
Encontraron la pared del pasillo, la dejó caer despacio en el suelo, ella le sacó la camisa, y fue la única pausa que se permitieron para dejar de besarse, él descubrió su hombro y deslizó delicadamente el vestido dejando al descubierto su torso desnudo, pellizcó ambos pezones con sus dedos mientras sus lenguas jugaban dentro de sus bocas, ella dejó escapar un gemido ante sus caricias, la vibración dentro de su boca lo hizo desesperarse más, usó sus rodillas para abrir sus piernas y una de sus manos bajó hasta allí descubriendo su ropa interior húmeda, la hizo a un lado y acarició su clítoris con delicadeza, los gemidos de ella empezaron a ser más fuertes y seguidos mientras él la seguía besando, esa sensación en su boca lo volvía loco y quería prodigarle más placer.
Sus dedos se colaron dentro de su sexo, era un lugar tibio y húmedo que parecía voraz y ansioso, sus labios se contraían sobre sus dedos, sus gemidos parecían haberse salido de control, una mano de ella se aventuró por sus pantalones, acarició su miembro por encima de la ropa y luego metió la mano sin pudor.
Él también estaba húmedo y presto, ella le prodigaba caricias un poco torpes, porque él no quería soltarla, no quería parar de besarla y que continuara gimiendo en su boca con desesperación, la tenía atrapada y por eso ella no podía dedicarle caricias y placeres más apropiados, él se había adueñado de ella, él quería que ella sintiera el placer.
Se alejó solo lo necesario para arrodillarse, introdujo ambas manos por debajo de su falda y sacó lánguidamente su ropa interior, la deslizó por los muslos con lentitud mientras la miraba directo a los ojos, los senos de ella vibraban con cada inspiración mientras sus labios enrojecidos jadeaban descontroladamente.
Dejó la pieza en el suelo, la falda escondía su sexo, él la levantó ligeramente y regó suaves besos en sus muslos, ella cerró los ojos, su cuerpo temblaba por el intenso deseo, era una dulce agonía verlo subir despacio sobre sus piernas mientras sus manos acariciaban sus pantorrillas, se incorporó un poco, subió un más su falda y metió su rostro entre sus piernas.
Su lengua rozó suavemente su clítoris, ella se llevó una mano a la boca para amortiguar los gemidos mientras con la otra se sostenía de la pared; él le indicó con gestos muy suaves que abriera las piernas un poco más, pasó una de ellas por sobre su hombro y allí se perdió entre su falda; olía y sabía a gloría, su lengua intentaba llegar más adentro motivada por sus gemidos, podía sentir su placer, sabía que en cualquier momento iba a explotar y él quería estar allí; se esmeró más y el orgasmo llegó como un premio jugoso que se derramó sobre sus labios, se sentía exultante mientras ella se agarró a sus cabellos y jaló con fuerza, ya no le importaba si sus gemidos se escuchaban o no, él seguía lamiendo y chupando sin darle tregua, prolongando sus espasmos cada vez más.
Se puso en pie, se sacó su miembro y la alzó en el aire sentándola sobre él, ella cerró sus piernas alrededor de sus caderas, abrazó su miembro con dulzura mientras soltaba gemidos cortos y repetía una y otra vez que sí.
Se movieron despacio, él respiraba roncamente, la mordía suavemente en el cuello y en los hombros, sus pieles se erizaron al contacto, era maravilloso sentir sus senos sobre su torso desnudo, su miembro se deslizaba dentro de ella que lo apretaba e intentaba aprisionarlo con su vagina, quería prolongar ese momento, deseaba experimentar esa suavidad húmeda y abrasadora, ella empezó a gemir más rápidamente y a moverse con más fuerza mientras él trataba de controlar su movimiento haciéndolo más lento, no quería llegar todavía, quería que el orgasmo se tardara lo más posible para que aquel momento no se acabara; ella gimoteaba y rogaba con la voz entrecortada que lo hiciera más fuerte y rápido; él llevó su mano al cuello y sostuvo su cabeza con fuerza contra la pared, mordisqueaba su piel y dejaba escapar su aliento tibio sobre ella mientras se movía con premeditada lentitud.
El orgasmo volvió, esta vez más intenso, su vientre se contrajo espasmódicamente y apretó con fuerza su miembro casi haciéndolo explotar también, temblaba suavemente mientras él se detenía y jugueteaba con su lengua sobre sus pezones; la bajó y apoyó delicadamente sobre el suelo, se dedicó a besarla y a beberse sus gemidos.
Tras unos minutos dándole oportunidad para que se repusiera, la hizo volverse y que le diera la espalda, levantó la falda del vestido sobre su cadera descubriendo sus suaves nalgas, apoyó su miembro entre ellas mientras la apretaba contra su pecho y pellizcaba sus pezones haciéndola gemir quedamente, la inclinó un poco, ella se sostuvo de la pared con ambas manos, él acarició su espalda, regó besos y mordisquitos por toda su extensión y en su cuello, tenía que dar chance a retomar el control, de no llegar a su orgasmo con solo introducirse dentro de ella.
Su mano bajó hasta su clítoris y jugueteó con él, hacía un esfuerzo supremo para no poseerla y explotar de placer, la hizo inclinarse un poco más y se deslizó con suavidad, sus jugos corrían por sus muslos, en esa nueva posición podía sentirla completamente, tras unas cuantas envestidas ella llegó nuevamente al orgasmo y él no pudo aguantarse más, empujaba con fuerza mientras de su boca escapaban gemidos, ya era una necesidad correrse dentro de ella; gemía mas fuerte indicándole que estaba a punto de darle otro orgasmo y eso se sobrepuso a la necesidad de su propia culminación, pero a pesar de bajar la velocidad embestía con fuerza para tratar de llegar más adentro de ella y aquello lo llevó al final del camino y juntos llegaron a un orgasmo grandioso.
Él se desplomó sobre su espalda, podía sentir los espasmos de sus fluidos dentro de ella, el olor de ambos se mezclaba y los embriagaba, él se aferró a su cintura, no quería salirse de su cuerpo, no quería que eso tan intenso acabara, sus pieles seguían vibrando al más pequeño contacto.


Tras unos minutos ella se enderezó y él se vio obligado a despegarse, aún dándole la espalda ella se acomodó el vestido y se bajó la falda, miró con cierta vergüenza el charco del suelo, se inclinó un poco a recoger su cartera y sin darse cuenta rozó su miembro que continuaba medio erecto, no fue intencional pero la hizo enderezarse rápidamente.
Se volvió y lo miró, él lo hacía hambriento, como si todo lo que había obtenido de ella no fuese suficiente, ella lo miraba con una mezcla de vergüenza y deseo.
Se encaminó a las puertas del ascensor y apretó el botón de llamada y las puertas se abrieron inmediatamente; parecía que huía y en cierto modo era verdad, sabía que podía quedarse allí y continuar hasta caer casi muertos por el placer.
Las puertas se cerraron tras ella, en la parte superior se indicaba la inminente subida, por un instante pensó que se quedaría y empezaría todo de nuevo.
Recogió su camisa y descubrió que al lado estaba su ropa interior.
Un pequeño recuerdo que recogió junto con sus cosas, abrió la puerta de su departamento y entró.
La mañana llegó temprano, después de ducharse y afeitarse salió de su casa percibiendo el aroma de ella todavía en su cuerpo, el pasillo tenía un fuerte olor a fluidos corporales que lo hicieron sonreír con risa tonta, las puertas del ascensor se abrieron.
Y allí estaba ella junto a otros vecinos y su taza de café que olía a Carmencita, él siguió como de costumbre, caminó hacia el fondo, se colocó a su lado, en el proceso se sonrieron con cierta timidez pero con complicidad.

“Buenos días vecina” saludó y aspiró disimuladamente el aroma que exudaba su cuerpo.