Los días siguientes los pasé
dentro de la biblioteca buscando los viejos cuentos de la escuela, las grandes enciclopedias de historia y cualquier
libro sobre mitología griega que pudiese encontrar; yo recordaba que la
horrorosa Medusa había sido decapitada, así qué buscaba febrilmente el nombre
original de aquellos monstruos. Las noches me llenaban de horror y de espanto, iba
de ventana en ventana viendo la sombra deslizarse por las paredes internas de toda
la vivienda; no podía ni pensar en encender las luces de los cuartos y quedar a
la deriva sin saber dónde se encontraba, así que me agazapaba en la oscuridad,
leía con los cabos de las velas, desesperado que en aquella enorme biblioteca
de la vieja Silvia no se encontrase ninguna alusión a la Medusa y su historia.
Un medio día en el que el calor
apretaba más de lo normal, me vi en la necesidad de buscar un poco de fresco en
el jardín, con un rapto de coraje, antes desconocido, me aventuré a examinar las
viejas esculturas de piedra, piezas que no había detallado antes; no entendía
por qué los recuerdos no venían a mi cabeza, alcanzaba a saborearlos y luego se
desvanecían, pero estando allí, tan cerca de ellas, sirvieron como gatillo y
desbloquearon las historias olvidadas. La Medusa volvía a todo aquel que la
mirase en piedra, así que al ver todas aquellas esculturas de piedra gris, con
sus rasgos demasiado reales supe que en algún momento habían sido víctimas del
monstruo que me visitaba en las noches; yo me preguntaba cómo había llegado
desde las costas lejanas, en tiempo y distancia, hasta estas tierras, no tenía
sentido que algo que pertenecía a otra época y continente hubiese atravesado
todo un océano hasta Venezuela, el mundo empezó a darme vueltas, a pesar del
ardiente sol que se elevaba incólume en el cielo azul y despejado, yo sentía que
mi cuerpo empezaba a sudar frío, la ansiedad subía por mi garganta como si
quisiera escaparse en desgarradores y continuos gritos, mis brazos habían
cobrado vida propia y conscientes del horror parecían querer escapar dejando mi
cuerpo atrás, el corazón se había desbocado en mi pecho y ensordecía mis oídos.
Una ráfaga de viento caliente me
sirvió de alivió en aquella soledad, me arrepentí profundamente de haber abandonado
la seguridad de la ciudad de Barcelona, era mejor y más sencillos de manejar los
horrores humanos. Miré hacia el laberinto de arbustos verdes que se salpicaban
aquí y allá de cayenas dobles de un intenso rojo, mis pies me arrastraron por
el camino de adoquines y me adentré entre los muros vivos sin mirar atrás; a
veces cuando se sabe uno tan cerca del peligro le entra un valor desconocido y
prefiere morir luchando que asustado e inmóvil; me encontré con la primera
estatua de piedra y tragué en seco cuando vi las líneas expresivas de su
rostro, un grito cortado abruptamente, las manos agarrándose la mejilla que
probablemente se petrificaba antes de sentir el rasguño desesperado de las
uñas, doblé en varias esquinas, sintiendo en cada trago de saliva cómo el frío
miedo se asentaba en mi estomago y me lanzaba a un vacío cada vez más negro y
profundo, el sol no alcanzaba a calentar esos pasillos, posé una mano trémula
sobre la piedra, pude sentirla ligeramente tibia, como si aún quedaran restos
de vida en ella; seguí mi camino esperando encontrarme con la terrible mujer de
cabellos de serpiente, inmediatamente formulé aquel pensamiento los sonidos
inconfundibles de cascabeles y el silbar de las lenguas bífidas inundaron todo
el lugar, retumbaban tan fuerte y alto que comprendí que aquel lugar estaba
bajo el influjo de alguna maldición antigua, me sentí como los viejos guerreros
que se enfrentaron sin ningún arma a la vieja Medusa.
Cada arbusto que se movía era el
anuncio de su aparición, a ratos me parecía que de las ramas de los árboles
caían los cuerpos brillantes y alargados de las serpientes, juro que vi un
cuerpo sinuoso moverse a ras de suelo entre la hierba, alcancé a vislumbrar
unas escamas naranjas y negras que me hicieron estremecer, una sola gota de
veneno de algunas serpientes podían matar cien hombres, iba a morir en medio
del laberinto alcanzado por un colmillo mortífero o la maldición de la Gorgona.
Fue entonces cuando recordé la
historia, Medusa no era la única, pero sí la mortal, me enfrento a la maldición
de dioses antiguos que ni siquiera son los dioses de mis ancestros, desanduve
mis pasos fijando mi atención en las estatuas, memorizando sus rostros y sus
expresiones, sintiendo que de algún modo me iba petrificando por dentro
lentamente, que ese frío demencial no era otra cosa que mis órganos
convirtiéndose en piedra, tal vez esta Gorgona es tan poderosa que no necesito
mirarla a los ojos para terminar convertido en roca.
Entré a la casa despacio, como si
el peso de todos los años de mi corta vida se hubiesen multiplicado y caído
sobre mí en solo un instante, los reflejos que me devolvieron los espejos de la
casa eran los de un hombre envejecido, con el cabello cano y deslucido, con la
tez pálida y apagada, con profundas ojeras y mirada desencajada.
Al caer la tarde apareció la
mujer, se veía cada vez más joven y rozagante, llevaba un vestido de color
marrón oscuro, caminó directo al laberinto, se perdió de mi vista rápidamente,
supe que era ella, que la mujer era el monstruo que me atormentaba de noche,
proyectaba la sombra de sus nefastos cabellos con la intención de torturarme.
Días después descubrí la
historia, Euríale era una de las gorgonas.
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