Mostrando entradas con la etiqueta Leyendas de Venezuela. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Leyendas de Venezuela. Mostrar todas las entradas

jueves, 14 de mayo de 2015

206 Huesos


Caminaba despacio, sin mucho apuro, como siempre que salía en busca de su víctima.

Se amparaba en las sombras de la noche y de los huecos oscuros entre las luces de las lámparas, acechaba pacientemente a sus víctimas, siempre silbando la misma tonada, saboreando con fruición el placer que le causaba infundir terror.

No tenía preferencias de ninguna índole, podían ser mujeres u hombres, altos o bajos, gordos o flacos, blancos, morenos; no había diferencia cuando se trataba del miedo, porque sin distinciones, todos sentían miedo.

Aquella noche escuchó las pisadas a lo lejos, sus entrenados oídos percibieron unos fuertes y pesados pasos de hombre que caminaba ligeramente achispado por los tragos. Con los años había aprendido a diferenciarlos, a reconocer a su presa y sus debilidades. Detrás del escondrijo donde se ocultaba asomó levemente la cabeza para estudiar a su víctima, aunque en su mente ya se había hecho a una idea bastante acertada de él: alto y algo escuálido. Llevaba sobre su hombro un bolso de trabajo lleno de herramientas, que en aquel silencio, resonaban metálicamente al entrechocar; posiblemente tendría unos cuarenta años, con una incipiente barriga producto del consumo asiduo y casi amoroso de cerveza, y la respiración pesada y algo sibilante que solo posee un fumador.

Se acomodó el sombrero llanero y negro, tan negro como las sombras que lo rodeaban; se lo caló hasta las cejas, se templó la chaqueta, se ajustó los guantes y se colgó su preciado saco al hombro.

Repasaba meticulosamente en su mente los pasos a seguir, todo debía ser perfecto, no había margen para los errores. El éxito de su empresa radicaba en la exactitud de su atuendo, debía evocar en los corazones y mentes de sus escogidos aquel horror paralizante y supersticioso que solo la leyenda del Silbón podía generar.

El hombre pasó y con él una ráfaga de aire helado que acarreaba malos presagios.

En su embriaguez no lo notó. Lleno como estaba de deseo, contó febril hasta siete lentamente mientras calmaba su corazón desbocado e invocaba la fría serenidad que necesitaba, respiró suavemente buscando el sosiego de sus pasiones y al llegar al número siete logró acompasar sus latidos, calmar su pulso y saborear con deleite el regusto dulce de su boca mientras sus labios dibujaban una sonrisa macabra que dejaba ver todos sus dientes.

Sigiloso como una sombra empezó a seguir al hombre –Do re mi fa sol la sí– silbó quedamente; años de práctica para lograr que su silbido sonara lejano, para que la amenaza de un espectro sobrenatural se ciñera, con su manto gélido, sobre las cabezas de sus presas, porque todo el mundo sabía qué significaba si sonaba lejos.

Casi inmediatamente un silbido similar sonó en respuesta, tan lejano que el asesino ni siquiera lo escuchó, aturdidos sus sentidos con la embriaguez del trofeo, rebosaba deseo y voracidad, su mente solo se enfocaba en el sangriento final, en la mirada de horror, en el último grito de agonía interrumpido por los estertores de la muerte y en su botín final: un hueso.

El hombre delante de él no detuvo su paso, se limitó a mirar por sobre el hombro sin inmutarse ante la figura oscura que se acercaba con aquel silbido amenazante.

No se decepcionó ante la temeridad del incauto, estaba seguro de que caería, eventualmente todos caían en la vorágine del horror, volvió a silbar –Do re mi fa sol la sí– en un tono descendente e hizo resonar los trofeos que llevaba dentro de su saco; no iba dejar escapar a esa víctima, era la coronación de un sueño espeluznante, en su bolsa había ciento noventa y ocho huesos que entrechocaban como si bailaran al compás de una melodía macabra; solo faltaban ocho huesos: los que componían el cráneo, entonces tendría en su bolso los huesos completos.
Y esa era la meta, los doscientos seis huesos.

“Y con este estaré más cerca”, pensó mientras se relamía los labios y ensanchaba aún más su sonrisa.

Mantuvo la distancia y el andar silencioso; enfocado en crear el efecto necesario para llevarlo a ese callejón sin salida que era el pánico, emitió su silbido nuevamente y éste reverberó entre los muros propagándose con el viento, invadiendo la tranquilidad de la noche. Sintió que nunca antes había sonado de esa manera, nunca antes se había sentido como se sentía en ese instante, imbuido de una nueva fuerza poderosa y sobrenatural.

La providencia y la muerte no querían que fallara esa noche. Alguien debía morir.
Do re mi fa sol la sí–, y cuando el último silbido de su tonada escapó de sus labios, sintió por segunda vez en su vida cómo la realidad se dislocaba. Como le había sucedido con aquella primera víctima. De la que había tomado el primero de los doscientos seis huesos que necesitaba.
Escuchó pasos detrás de él, giró su cabeza y miró por sobre el hombro, en las tinieblas de la calle vio una sombra más negra que la oscuridad, alta y alargada que parecía resonar con el eco de los huesos que sonaban en su propio saco.

Y por un momento se vio a sí mismo observando hacía atrás, por un instante fue el hombre que caminaba adelante, en esa fracción de segundo él fue la víctima.

Miró hacia el frente, donde su presa continuaba su avance impasible en esa calle interminable, su corazón se aceleró, silbó nuevamente –Do re mi fa sol la sí– en ese tono bajo y reverberante mientras se repetía mentalmente “Si suena cerca está lejos… Si suena lejos está cerca”
Y justo detrás de él, resonó el mismo silbido como si se hallara a kilómetros de distancia y junto con este matraquearon los huesos de su saco.
“Maracas, suenan como maracas”, Pensó.

Sintió los pasos más cerca, la sombra se abalanzaba sobre él, silbó de nuevo pero en el remanso de oscuridad de una farola a otra su víctima se había desvanecido, sus pasos ya no se escuchaban en el pavimento, el viento no le traía los restos de su respiración ronca y entrecortada.

De un segundo a otro las cosas habían cambiado. Ahora él se había convertido en el perseguido.
No tuvo oportunidad de correr, una parte inconsciente de su mente le recordó que no iba a escapar, como tampoco habían escapado sus víctimas. Desde la oscuridad cerrada le asestaron el golpe, había venido desde su izquierda y lo había elevado por los aires arrancándole el aliento; el saco con su preciado contenido se le resbaló de los dedos y mientras impactaba con ímpetu contra el muro, este caía al suelo y por la boca abierta de la bolsa se escapaba un blanco e inmaculado hueso: una falange del dedo de un pie izquierdo.

Al mismo tiempo una voz grave y enronquecida gruñó: Uno.

La figura espectral se materializó frente a él en un torbellino de oscuridad y frío, aturdido miró cómo aquella criatura siniestra, con sombrero pelo e’ guama en la cabeza y con sus extremidades desmesuradamente largas, se acuclillaba y recogía del suelo el saco, que resonó con el maraqueo de su contenido.

El hueso del suelo quedó en su lugar.

Un hilillo de sangre se deslizó por la comisura de su boca, el dolor intenso de sus huesos fracturados hacía que la respiración fuese una tortura, pero aquel agonizante dolor no impedía que estuviera fascinado por el espanto, el miedo se colaba por debajo de su piel atrapándolo y asfixiándolo con su presencia.

 Allí estaba el Silbón, con el ala del sombrero escondiendo sus facciones, dejando al descubierto un pedazo de barbilla con la piel abierta en un tajo que dejaba entrever la carne viva y sanguinolenta, su cuerpo emanaba un olor fuerte y picoso que le hizo llorar los ojos e irritó su garganta.

El regusto dulce que había saboreado solo unos minutos antes había desaparecido, en su lugar se iba filtrando el sabor metálico y salado de su sangre.

Dos– sacó otro hueso, esta vez una tibia, la colocó lejos, justo donde se suponía debía ir en relación a la falange que estaba en el suelo, su brazo se había estirado hasta la posición necesaria, solo entonces se dio cuenta que las rodillas del espectro sobrepasaban la altura de su cabeza y los dedos de sus manos parecían enormes garras esqueléticas.

Soltó una risita ronca y medio demoniaca ante la expresión de asombro del asesino, metió la mano en la bolsa y sacó otro hueso, esta vez una cadera –Tres… cuatro… cinco… seis…– su brazo se estiró para colocar la clavícula y regresó hasta su posición original.

Mientras tanto la mente del asesino se repetía febrilmente que aquello no sucedía, que no era posible, que él era el Silbón. Y como si el espectro hubiese leído su mente, acanaló su boca y soltó su característico silbido –Do re mi fa sol la sí– que se escuchó lejano y su eco fue arrastrado por el viento y lo hizo retumbar entre el concreto. 

Sacó un esternón, lo dio vueltas entre su mano y sonrió.

Recuerdo  este– dijo con aquella voz que cimbraba sus entrañas –corrió como alma que lleva el diablo, lo perseguiste y le diste con una mandarria, cuando lo abriste te diste cuenta que tú no lo habías matado… lo mató el miedo…

Soltó una carcajada que le heló la sangre. Recordó el cadáver con el tórax abierto y los restos del corazón pegado a los huesos, el órgano había explotado. En algún lugar recóndito de su cabeza el orgullo se sobrepuso al miedo y le arrancó una ligera sonrisita.

El espectro siguió sacando huesos lentamente, con mucha parsimonia –noventa y siete, noventa y ocho– contaba mientras iba armando aquel funesto rompe cabezas, el asesino temblaba y bufaba tratando de moverse, buscando el modo de escapar.

Éste– sostuvo el carpo izquierdo mientras saboreaba las palabras –Yo estuve allí– confesó ensanchando la demoniaca sonrisa –Cinco cuadras la seguiste, iba recitando el padre nuestro– se rió divertido –Como si Dios fuese a escucharla… cayó de rodillas implorando perdón por sus pecados, se desmayó cuando te vio sobre ella… también se murió de miedo– saboreó la palabra Miedo…– le dedicó una mirada picaresca –Te corriste esa noche– rió –Conociste la raíz más oscura y macabra del placer.

Seguía sacando huesos de la bolsa y contando sistemáticamente; entre uno y otro silbaba a veces.

 Do re mi fa sol la sí.

Ya el esqueleto estaba casi completo, sostuvo la mandíbula entre sus dedos, atrapó su mirada y la aprisionó con las memorias cruentas que surgían de su interior, parecían liberarse con la sangre que manaba de su propio cuerpo Ciento noventa y ocho– dijo y se quedó en silencio.

El espectro estiró su grotesco brazo y escogió un hueso de una costilla.

Éste fue de la primera vez que probaste las asaduras– habló con un ligero acento llanero, mostró sus dientes puntiagudos con un amago de sonrisa siniestra –Las herviste hasta que estuvieron blanditicas– se pasó una lengua podrida por los labios relamiéndose de gusto.

Inspiró profundamente el olor del hueso y lo dejó en su posición anterior.

El asesino temblaba, reconoció cuál iba a ser su destino, trataba de articular una palabra pero su boca no respondía, su mente febril se repetía una y otra vez que él era el Silbón.

El brazo se extendió completo y sobrenatural y recogió los huesos del suelo, introduciéndolos en el saco con un solo movimiento, se rió demoniacamente y mientras su imitador temblaba incontrolablemente se ajustó el sombrero.

El asesino subió la cabeza con todo el dolor de su cuerpo, se encontró de frente con el rostro tasajeado y purulento del espanto, sus ojos encendidos con el mismísimo fuego del infierno y su boca torcida en una mueca macabra y demoniaca que semejaba una risa.

Gritó.

Gritó de horror y miedo ante el conocimiento de su inminente final.

Su último pensamiento fue: “¡¡Yo soy el Silbón!!”

El espectro arrancó de tajo la cabeza, dejando pegado al cuerpo la mandíbula sangrante, cobrándose los ocho huesos restantes, completando finalmente los doscientos seis huesos.

Un perro ladró a lo lejos rompiendo el silencio aciago de la noche, el semblante del espanto se contrarió un poco como si la sombra de un recuerdo le causase temor; se sacó el sombreo de la cabeza casi como si de un saludo de despedida se tratara y se lo caló de nuevo hasta las cejas, recogió el saco con los huesos y se lo echó al hombro.

Se alejó con su paso pesado y su andar lento, balanceando rítmicamente en su mano el cráneo del asesino y silbando su tonada que el viento arrastra hasta los confines del mundo.

Do re mi fa sol la sí

Y se desvaneció silencioso en la oscuridad, perdiéndose entre los pliegues sombríos de la noche, dejando tras de sí su silbido incesante.

Do re mi fa sol la sí...

Porque si suena cerca está lejos, pero…

Si el silbido suena lejos…
  
   
Este relato se terminó de escribir el 28 de julio de 2014  

..................................................................

Links de compra:

https://www.createspace.com/5471607

Kdp: relinks.me/B00X1F3KZS

amazon:  relinks.me/1511995920

Redes: 
@pepitapolemica
Fb: https://www.facebook.com/JohanaV.CalderonZ.Autora?ref=hl



martes, 21 de abril de 2015

Leyendas de Venezuela: La Sayona

Como he mencionado en entradas anteriores, las leyendas se comparten en la memoria colectiva de los pueblos del mundo; pueden cambiar de nombre, ser ligeramente diferentes, pero en esencia continúan siendo la misma historia. Pero hay cierto encanto en esas pequeñas leyendas que son completamente autóctonas, porque contienen ese aire natural y propio de nuestro pueblo.

En Venezuela tenemos a La Sayona, una mujer muy hermosa que fue maldita por su madre antes de que la asesinara, justo después de asesinar a su esposo; todo producto de los celos causados por las sospechas de una traición marital entre ellos.

Ciertamente la historia detrás de la leyenda es simple, pero cuando se investiga más profundamente uno encuentra historias más antiguas que le agregan un aura más macabra a los hechos; esta mujer hermosa, después de cometer tan terrible acto, decide suicidarse, pero la muerte no se presenta, se da cuenta que tras su atrocidad ni Dios ni el Diablo la aceptaron y queda atrapada en este mundo.

A causa de su desgracia, decide vagar por los llanos, tentando a los hombres a ser infieles, alejándolos hasta los cementerios y matándolos de un susto; también se dice que seduce a los hombres en las tascas y tabernas y luego los castiga atormentándolos hasta la muerte. La leyenda de La Sayona tiene una muy clara moraleja.

Suele existir confusión entre este espanto y La Llorona, porque algunas versiones en Venezuela aseguran que ella asesina a su marido en un arrebato de celos, prendiéndole fuego a la casa donde vivían, y dentro estaban los hijos de ambos.

La Sayona es una de esas leyendas que abandonó los llanos y sabanas, se instaló en la ciudad, hay gente que asegura, hombres en realidad, que la han visto, sale de noche, viste blanco, es una mujer extremadamente hermosa y elegante, muy sensual, los hechiza y los lleva a sitios oscuros y solitarios y cuando ya los caballeros están a punto de sucumbir a sus encantos, se transforma en una mujer horrorosa, rostro cadavérico, ojos profundamente negros y dientes afilados, que se abalanza sobre ellos y se recrece hasta adquirir dimensiones enormes; ella los asusta hasta la muerte y los que no perecen tras su encuentro, empiezan a “caminar derechitos”, es decir, se convierten en hombres sanos y fieles.

Se dice también que cuando un hombre tiene una amante fija, La Sayona también se le aparece a ella, pero esta versión es muy poco conocida.

El año pasado, me tomé el atrevimiento de realizar una novela corta basada en La Sayona, que terminé enviando a un concurso: IV Convocatoria por una Venezuela Literaria 2014; y obtuvo el primer lugar en narrativa. Es una historia oscura, sórdida y cruda, titulada Lasayona.com, en la que el espanto se ve obligada a hacer uso del internet para ofrecer sus servicios de castigos para esposos infieles.

Esta novela puede ser adquirida por la página web de la Editorial Negro Sobre Blanco.



Y próximamente saldrá en el compendio de Los hijos malditos de mayo, una entrega que les obsequia tres historias basadas en las leyendas más populares de Venezuela.


Les dejo el book-trailer promocional… espero que se asusten con él.


Saludos desde mi mundos oscuros...


jueves, 16 de abril de 2015

Leyendas de Venezuela: La Llorona.

Una de las leyendas más famosas de Venezuela es la Llorona, incluso me atrevo a decir que de toda Latinoamérica, y temerariamente agregaré que del mundo.


En casi todas las mitologías hay una mujer que llora por sus hijos muertos; solo en algunos lugares dicho personaje queda penando y, en algunos casos, acechando a los vivos.

En el caso particular de Latinoamérica, la llorona tiene muchas versiones, aunque si investigamos encontraremos que la leyenda entró originalmente por México. Es muy común en la mitología aborigen de nuestro continente, encontrarnos con fantasmas o espectros que habitan las orillas de los ríos, pero solo hasta la llegada de los españoles, adquirió las características específicas con las cuales viajó a través de todos los pueblos.

Tomando los rasgos generales la Llorona es una mujer que asesinó o perdió a sus hijos, el dolor de dicho trauma la llevó a cometer suicidio o a perder la razón, motivos que ataron su alma a este mundo y pena por todos lados buscándolo. Algunas historias aseguran que dichos hijos mueren ahogados y es por esta razón que la Llorona suele escucharse cerca de quebradas, cauces de ríos, lagunas y lagos; en el caso particular de Venezuela, la tradición dice que su llanto comienza a escucharse después de semana santa, que son los días en que comienza la estación lluviosa; es decir: la Llorona aparece con las primeras lluvias de la estación.

Este extracto tomado de internet, específicamente la página Wikipedia dice:

“Es durante la colonia española en América cuando el mito de la Llorona toma forma.1 A la vez diosa y demonio, nadie, en la psique del mundo colonial, puede resistir su aparición ni su llanto de ultratumba, ni siquiera los conquistadores afincados en el valle de México, quienes a causa del espanto incluso instituyeron un toque de queda a las once de la noche, pues pasada esa hora comenzaban a escucharse los gemidos aterradores de una mujer espectral por las calles de la ciudad de México. Su visión garantiza la muerte o la locura (en similar forma a la de las deidades prehispánicas antes descritas) para aquellos que intentan averiguar el origen de aquel lastimero gemido. Para los colonos, la diosa prehispánica toma la forma de una mujer de flotante vestido blanco, con la cara cubierta por un vaporoso velo (que cubre el aterrador rostro de la angustia), que cruza las empedradas callejuelas y plazas de la ciudad lanzando un estremecedor grito de desesperanza y derrota. La Llorona es también uno de los primeros signos del mestizaje, pues es durante este período cuando se identifica en México a este fantasmagórico personaje con doña Marina, la Malinche, que vuelve arrepentida a llorar su desgracia, su traición a su pueblo indígena y su relación con Hernán Cortés, como parte de la leyenda negra' 'de estos personajes. De aquí parecen venir muchas de las versiones que señalan a la Llorona como la protagonista de una trágica historia de amor y traición entre la mujer indígena (o mestiza ocriolla) y su amante español, lo que finalmente la lleva al infanticidio como una manifestación del deseo de castigar al hombre en la forma del amante, en unas versiones, o del padre de la mujer, en otras, para lo cual usa al niño como el instrumento de la venganza por ser este la prueba de la deshonra, pero también, de alguna forma, como una manera de castigarse a sí misma por su debilidad.1

Como pueden observar, en este caso particular, el mito de la Llorona representa algo más que un simple espanto, hay un contenido histórico en ella, su ficción simboliza el mestizaje.

Tomando derroteros más específicos, en Venezuela circulan varias versiones ya sean en prosa o corrido. Algunas de estas versiones aseguran que la Llorona es el alma de una mujer que se casó con un soldado y quedó embarazada, antes de dar a luz el hombre la abandona y ella asesina a su hija en un acto de desesperación porque no soporta el llanto del bebé; al percatarse del horror que había cometido, grita y llora desesperada llamando la atención de los vecinos, que al encontrarla la maldicen y la atacan; asustada huye despavorida hacia el llano, convirtiéndose en el espanto que conocemos hoy. Otras versiones cuentan que una joven mujer asesinaba a sus hijos apenas nacían, un día decide confesarle al cura del pueblo sus acciones: mata a sus hijos asfixiándolos, asegurándole que no sentía remordimiento por lo sucedido; el sacerdote al notar que estaba embarazada le dice que antes de asesinar al bebé lo amamante, cuando ella da a luz decide hacer lo que el cura le ha dicho y en ese momento surge el instinto maternal, lo que la llena de culpa y comienza a llorar, se dice que esta mujer comenzó a vagar por los llanos llorando desesperada por los hijos que mató.
Hay versiones que conducen a la confusión de este mito con otro conocido: La Sayona, estas versiones indican que el asesinato del hijo o de los hijos, se consuma producto de los celos, algunas historias dicen que la mujer encierra al esposo infiel y a sus hijos pequeños en su rancho (casa muy humilde para los que no conocen la palabra) y lo incendia; otra dice, que los ahoga en un río. La diferencia entre ambos mitos radica en que la Llorona, según la tradición popular, se aparece en casas donde hay mujeres embarazadas y a punto de dar a luz, o en su defecto donde hay niños recién nacidos o pequeños, también cuentan que se los lleva de las orillas de los ríos.

Lo interesante de este mito en particular es la diversidad y adaptación, cada pueblo ha quitado o agregado hechos, pero en general sus características son similares: una madre desesperada que busca a sus hijos.

Su llanto es aterrador, las personas que aseguran haberla oído garantizan que es horrible, aún hoy en la actualidad, hay gente que asegura haberla escuchado, y considero que es uno de los mitos más comunes que define la identidad de Latinoamérica.


En mi próximo libro: “Los hijos malditos de mayo”, me tomé la libertad de construir una novela que englobara un poco de todas las historias que conozco y que formaron parte de mi niñez, entremezclándola con las que descubrí a medida que fui investigando el mito. Los invito a ver el book-trailer del Los sollozos de Marina.


Espero que les haya gustado, y también asustado…


Saludos desde mis mundos oscuros…

viernes, 10 de abril de 2015

Leyendas Venezolanas: El Silbón

En Venezuela y parte de Suramérica existe la leyenda del Silbón, en otros países es conocido con otros nombres, en Colombia, es el Silbador.



Examinando la historia que da origen a la leyenda, encontramos que en rasgos generales en un hijo que asesina a su padre; versiones más, versiones menos, termina siendo maldecido por el abuelo, sometiéndolo previamente a una tortura.

La versión más extendida en Venezuela es la del hijo malcriado, que le dice a su padre que quiere comer asaduras de venado (las tripas, para decirlo coloquialmente) y dicho padre sale a la caza con fusil al hombro; el hijo al ver que su padre no volvía, salió en su búsqueda y lo encontró en el camino y al ver que su padre no traía caza se airó y lo mató, luego procedió a destriparlo y posteriormente le llevó las asaduras a su madre que, tras horas de cocinar y que no se ablandaran, sospechó la terrible procedencia de la carne y le avisó al abuelo del chico.

Este lo ató a un poste y comenzó a darle latigazos (algunas versiones dicen que con un fuete, algo más creíble tomando en cuenta la procedencia de la leyenda, que se originó en los llanos), después de este castigo vertió ají picante y sal en sus heridas, lo soltó y lo hizo perseguir por una jauría de perros rabiosos.

Las descripciones de este espanto concuerdan en que es muy alto, de extremidades alargadas, algunos aseguran que es un gigante y que cuando camina las copas de los árboles se estremecen. Una cualidad característica es el silbido, aunque investigando la leyenda no encontré las raíces de esta acción particular.

Estudiando la moraleja oculta de la leyenda, uno podría pensar que el Silbón castiga a los niños malcriados y pendencieros, de este modo habría una relación directa con el hombre del saco (o el coco), pero en Venezuela, esta alma en pena castiga a mujeriegos y borrachos, lo que me lleva a pensar que puede ser que la otra versión de la leyenda sea más acertada que la que conocemos mayormente en este país.

La segunda versión nos habla de un hombre que asesinó a su padre, esta vez las razones son completamente diferentes, en este caso, el asesinato y posterior destripamiento se debió a los insultos del progenitor hacia la esposa del hijo tildándola de mujerzuela; el abuelo al ver lo que había sucedido mandó a atar al joven a un poste en el medio del campo y le destruyo la espalda a latigazos, ordenó que sus heridas fueran lavadas con agua ardiente, y al liberarlo junto a dos perros hambrientos y rabiosos. Antes de soltarlo su abuelo lo maldijo y condenó a llevar los huesos de su padre en un saco por toda la eternidad.


Indistintamente la versión que prefiera el venezolano, una cosa es muy cierta, esta leyenda está arraigada dentro de nuestra idiosincrasia, el silbido peculiar es conocido por todos e incluso nos enseñan que si este suena cerca el Silbón está lejos, pero si se escucha lejos el espectro está muy cerca y también se escucharán los sonidos de los huesos entrechocando dentro de su saco. Algunos cuentan que el Silbón tiene otras maneras de llevarse a sus víctimas (no todas culpables), funge como una especie de mensajero de la muerte,  pues puede aparecerse cerca de una casa ciertas noches, dejando en el suelo el saco y poniéndose a contar los huesos uno a uno. Si una o más personas lo escuchan, no pasará nada, pero si nadie lo escucha, al amanecer un miembro de la familia de la casa no despertará.


Aunque casi todos los llaneros tienen una historia de miedo con el Silbón, la más conocida es la de Juan Hilario, creo que casi todos los venezolanos hemos escuchado la leyenda, por lo menos una vez en la vida.

Después de conocer la riqueza que posee esta leyenda, decidí experimentar con ella, adaptando al espanto a una historia de horror, trayendo sus principales características a la modernidad. He aquí un extracto del relato:

“Escuchó pasos detrás de él, giró su cabeza y miró por sobre el hombro, en las tinieblas de la calle vio una sombra más negra que la oscuridad, alta y alargada que parecía resonar con el eco de los huesos que sonaban en su propio saco.
Y por un momento se vio a sí mismo observando hacía atrás, por un instante fue el hombre que caminaba adelante, en esa fracción de segundo él fue la víctima.
Miró hacia el frente, donde su presa continuaba su avance impasible en esa calle interminable, su corazón se aceleró, silbó nuevamente –Do re mi fa sol la sí– en ese tono bajo y reverberante mientras se repetía mentalmente “Si suena cerca está lejos… Si suena lejos está cerca”
Y justo detrás de él, resonó el mismo silbido como si se hallara a kilómetros de distancia y junto con este matraquearon los huesos de su saco.
“Maracas, suenan como maracas”, Pensó.
Sintió los pasos más cerca, la sombra se abalanzaba sobre él, silbó de nuevo pero en el remanso de oscuridad de una farola a otra su víctima se había desvanecido, sus pasos ya no se escuchaban en el pavimento, el viento no le traía los restos de su respiración ronca y entrecortada.
De un segundo a otro las cosas habían cambiado. Ahora él se había convertido en el perseguido”

            Este relato, titulado 206 Huesos, pertenece al libro “Los Hijos Malditos de Mayo” que será lanzado el seis de mayo de este año, y el cual invito a leer para que disfruten de tres historias de horror.


Por acá les dejo un book-tráiler de la historia.





Saludos desde mis mundos oscuros.

viernes, 3 de abril de 2015

Leyendas de Venezuela

             Los mitos y leyendas son parte del folklore de cada país, estos nos demuestran las tradiciones de sus pueblos y sus gentes en épocas pasadas. La mayoría de los mitos y leyendas están relacionadas con el aspecto sobrenatural o macabro de la memoria colectiva, se refieren a los temores que generaba lo desconocido, aquellos sonidos que se escuchaban en la oscuridad, en los rincones sombríos a los que la tenue luz de las teas o los cabos de vela, no alcanzaban a alumbrar.

En algunos continentes dichas leyendas o mitos, se compartieron, empezaron a formar parte de una memoria colectiva más grande; de acuerdo a la geografía y el idioma cambiaban de nombre, pero observándolas con detenimiento, encontramos que comparten un mismo fondo, y casi, una misma forma.

Es interesante establecer las relaciones entre las características de estos espectros y monstruos que se mueven en geografías similares; comparten sonidos, apariencia y fechas especificas en las que suelen aparecer; casi siempre, suelen llegar junto con el otoño o el invierno, “casualmente” son las estaciones más frías, más oscuras, y en cierto modo, más deprimentes.

Específicamente acá en Venezuela, nuestros mitos y leyendas coinciden con la llegada de las lluvias, esto sucede en el mes de mayo; y aunque la mayoría tienen sus orígenes en el llano o en la selva, estás se han extendido a través del tiempo y el espacio, se arraigaron tanto, que hay personas que aseguran que, en medio de nuestras “selvas de concreto”, han visto alguna vez a la Sayona, o han escuchado los llantos aterradores de la Llorona. 

Pero como a veces, la realidad supera todo, las nuevas tecnologías y el paso de los años, han logrado eclipsar lo maravilloso de este folklore. Hoy en día hay personas que desconocen los orígenes de dichas leyendas, y otras, ni siquiera saben de ellas.

Y por esa razón, me he embarcado en la noble causa (leer esto con voz ceremonial) de rescatar las leyendas de Venezuela.

Mi intención es traer sus maravillosas historias a un contexto moderno, introducirlas en nuestra actualidad, con todos sus encantos y maravillas. El Silbón puede dar tanto miedo en un camino oscuro del llano como en un callejón sombrío de la ciudad.

Así que, en el mes de mayo estaré lanzando, por los portales de amazon, mi segunda obra: “LOS HIJOS MALDITOS DE MAYO” una antología con las tres leyendas más conocidas en Venezuela, y también en Suramérica: La Sayona, El Silbón y La Llorona.
Próximamente estaré ampliando por este medio, las historias originales de estos espantos (como son conocidos comúnmente en Venezuela) y daré adelantos sobre las adaptaciones y el lanzamiento del libro.
Por ahora les adelanto la portada del libro, que espero les guste y si todo sale bien, para las primeras semanas de mayo podrán disfrutar de él.

Y por último los invito a unirse en mi grupo de Facebook: Los Mundos Oscuros de Johana Caldern (la O fue una omisión de dedo de la creadora del grupo XD) por el cual siempre estoy publicando extractos y comentarios de mis obras y las de otros escritores.
Por ahora me despido... Saludos desde los Mundos Oscuros.