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jueves, 14 de mayo de 2015

206 Huesos


Caminaba despacio, sin mucho apuro, como siempre que salía en busca de su víctima.

Se amparaba en las sombras de la noche y de los huecos oscuros entre las luces de las lámparas, acechaba pacientemente a sus víctimas, siempre silbando la misma tonada, saboreando con fruición el placer que le causaba infundir terror.

No tenía preferencias de ninguna índole, podían ser mujeres u hombres, altos o bajos, gordos o flacos, blancos, morenos; no había diferencia cuando se trataba del miedo, porque sin distinciones, todos sentían miedo.

Aquella noche escuchó las pisadas a lo lejos, sus entrenados oídos percibieron unos fuertes y pesados pasos de hombre que caminaba ligeramente achispado por los tragos. Con los años había aprendido a diferenciarlos, a reconocer a su presa y sus debilidades. Detrás del escondrijo donde se ocultaba asomó levemente la cabeza para estudiar a su víctima, aunque en su mente ya se había hecho a una idea bastante acertada de él: alto y algo escuálido. Llevaba sobre su hombro un bolso de trabajo lleno de herramientas, que en aquel silencio, resonaban metálicamente al entrechocar; posiblemente tendría unos cuarenta años, con una incipiente barriga producto del consumo asiduo y casi amoroso de cerveza, y la respiración pesada y algo sibilante que solo posee un fumador.

Se acomodó el sombrero llanero y negro, tan negro como las sombras que lo rodeaban; se lo caló hasta las cejas, se templó la chaqueta, se ajustó los guantes y se colgó su preciado saco al hombro.

Repasaba meticulosamente en su mente los pasos a seguir, todo debía ser perfecto, no había margen para los errores. El éxito de su empresa radicaba en la exactitud de su atuendo, debía evocar en los corazones y mentes de sus escogidos aquel horror paralizante y supersticioso que solo la leyenda del Silbón podía generar.

El hombre pasó y con él una ráfaga de aire helado que acarreaba malos presagios.

En su embriaguez no lo notó. Lleno como estaba de deseo, contó febril hasta siete lentamente mientras calmaba su corazón desbocado e invocaba la fría serenidad que necesitaba, respiró suavemente buscando el sosiego de sus pasiones y al llegar al número siete logró acompasar sus latidos, calmar su pulso y saborear con deleite el regusto dulce de su boca mientras sus labios dibujaban una sonrisa macabra que dejaba ver todos sus dientes.

Sigiloso como una sombra empezó a seguir al hombre –Do re mi fa sol la sí– silbó quedamente; años de práctica para lograr que su silbido sonara lejano, para que la amenaza de un espectro sobrenatural se ciñera, con su manto gélido, sobre las cabezas de sus presas, porque todo el mundo sabía qué significaba si sonaba lejos.

Casi inmediatamente un silbido similar sonó en respuesta, tan lejano que el asesino ni siquiera lo escuchó, aturdidos sus sentidos con la embriaguez del trofeo, rebosaba deseo y voracidad, su mente solo se enfocaba en el sangriento final, en la mirada de horror, en el último grito de agonía interrumpido por los estertores de la muerte y en su botín final: un hueso.

El hombre delante de él no detuvo su paso, se limitó a mirar por sobre el hombro sin inmutarse ante la figura oscura que se acercaba con aquel silbido amenazante.

No se decepcionó ante la temeridad del incauto, estaba seguro de que caería, eventualmente todos caían en la vorágine del horror, volvió a silbar –Do re mi fa sol la sí– en un tono descendente e hizo resonar los trofeos que llevaba dentro de su saco; no iba dejar escapar a esa víctima, era la coronación de un sueño espeluznante, en su bolsa había ciento noventa y ocho huesos que entrechocaban como si bailaran al compás de una melodía macabra; solo faltaban ocho huesos: los que componían el cráneo, entonces tendría en su bolso los huesos completos.
Y esa era la meta, los doscientos seis huesos.

“Y con este estaré más cerca”, pensó mientras se relamía los labios y ensanchaba aún más su sonrisa.

Mantuvo la distancia y el andar silencioso; enfocado en crear el efecto necesario para llevarlo a ese callejón sin salida que era el pánico, emitió su silbido nuevamente y éste reverberó entre los muros propagándose con el viento, invadiendo la tranquilidad de la noche. Sintió que nunca antes había sonado de esa manera, nunca antes se había sentido como se sentía en ese instante, imbuido de una nueva fuerza poderosa y sobrenatural.

La providencia y la muerte no querían que fallara esa noche. Alguien debía morir.
Do re mi fa sol la sí–, y cuando el último silbido de su tonada escapó de sus labios, sintió por segunda vez en su vida cómo la realidad se dislocaba. Como le había sucedido con aquella primera víctima. De la que había tomado el primero de los doscientos seis huesos que necesitaba.
Escuchó pasos detrás de él, giró su cabeza y miró por sobre el hombro, en las tinieblas de la calle vio una sombra más negra que la oscuridad, alta y alargada que parecía resonar con el eco de los huesos que sonaban en su propio saco.

Y por un momento se vio a sí mismo observando hacía atrás, por un instante fue el hombre que caminaba adelante, en esa fracción de segundo él fue la víctima.

Miró hacia el frente, donde su presa continuaba su avance impasible en esa calle interminable, su corazón se aceleró, silbó nuevamente –Do re mi fa sol la sí– en ese tono bajo y reverberante mientras se repetía mentalmente “Si suena cerca está lejos… Si suena lejos está cerca”
Y justo detrás de él, resonó el mismo silbido como si se hallara a kilómetros de distancia y junto con este matraquearon los huesos de su saco.
“Maracas, suenan como maracas”, Pensó.

Sintió los pasos más cerca, la sombra se abalanzaba sobre él, silbó de nuevo pero en el remanso de oscuridad de una farola a otra su víctima se había desvanecido, sus pasos ya no se escuchaban en el pavimento, el viento no le traía los restos de su respiración ronca y entrecortada.

De un segundo a otro las cosas habían cambiado. Ahora él se había convertido en el perseguido.
No tuvo oportunidad de correr, una parte inconsciente de su mente le recordó que no iba a escapar, como tampoco habían escapado sus víctimas. Desde la oscuridad cerrada le asestaron el golpe, había venido desde su izquierda y lo había elevado por los aires arrancándole el aliento; el saco con su preciado contenido se le resbaló de los dedos y mientras impactaba con ímpetu contra el muro, este caía al suelo y por la boca abierta de la bolsa se escapaba un blanco e inmaculado hueso: una falange del dedo de un pie izquierdo.

Al mismo tiempo una voz grave y enronquecida gruñó: Uno.

La figura espectral se materializó frente a él en un torbellino de oscuridad y frío, aturdido miró cómo aquella criatura siniestra, con sombrero pelo e’ guama en la cabeza y con sus extremidades desmesuradamente largas, se acuclillaba y recogía del suelo el saco, que resonó con el maraqueo de su contenido.

El hueso del suelo quedó en su lugar.

Un hilillo de sangre se deslizó por la comisura de su boca, el dolor intenso de sus huesos fracturados hacía que la respiración fuese una tortura, pero aquel agonizante dolor no impedía que estuviera fascinado por el espanto, el miedo se colaba por debajo de su piel atrapándolo y asfixiándolo con su presencia.

 Allí estaba el Silbón, con el ala del sombrero escondiendo sus facciones, dejando al descubierto un pedazo de barbilla con la piel abierta en un tajo que dejaba entrever la carne viva y sanguinolenta, su cuerpo emanaba un olor fuerte y picoso que le hizo llorar los ojos e irritó su garganta.

El regusto dulce que había saboreado solo unos minutos antes había desaparecido, en su lugar se iba filtrando el sabor metálico y salado de su sangre.

Dos– sacó otro hueso, esta vez una tibia, la colocó lejos, justo donde se suponía debía ir en relación a la falange que estaba en el suelo, su brazo se había estirado hasta la posición necesaria, solo entonces se dio cuenta que las rodillas del espectro sobrepasaban la altura de su cabeza y los dedos de sus manos parecían enormes garras esqueléticas.

Soltó una risita ronca y medio demoniaca ante la expresión de asombro del asesino, metió la mano en la bolsa y sacó otro hueso, esta vez una cadera –Tres… cuatro… cinco… seis…– su brazo se estiró para colocar la clavícula y regresó hasta su posición original.

Mientras tanto la mente del asesino se repetía febrilmente que aquello no sucedía, que no era posible, que él era el Silbón. Y como si el espectro hubiese leído su mente, acanaló su boca y soltó su característico silbido –Do re mi fa sol la sí– que se escuchó lejano y su eco fue arrastrado por el viento y lo hizo retumbar entre el concreto. 

Sacó un esternón, lo dio vueltas entre su mano y sonrió.

Recuerdo  este– dijo con aquella voz que cimbraba sus entrañas –corrió como alma que lleva el diablo, lo perseguiste y le diste con una mandarria, cuando lo abriste te diste cuenta que tú no lo habías matado… lo mató el miedo…

Soltó una carcajada que le heló la sangre. Recordó el cadáver con el tórax abierto y los restos del corazón pegado a los huesos, el órgano había explotado. En algún lugar recóndito de su cabeza el orgullo se sobrepuso al miedo y le arrancó una ligera sonrisita.

El espectro siguió sacando huesos lentamente, con mucha parsimonia –noventa y siete, noventa y ocho– contaba mientras iba armando aquel funesto rompe cabezas, el asesino temblaba y bufaba tratando de moverse, buscando el modo de escapar.

Éste– sostuvo el carpo izquierdo mientras saboreaba las palabras –Yo estuve allí– confesó ensanchando la demoniaca sonrisa –Cinco cuadras la seguiste, iba recitando el padre nuestro– se rió divertido –Como si Dios fuese a escucharla… cayó de rodillas implorando perdón por sus pecados, se desmayó cuando te vio sobre ella… también se murió de miedo– saboreó la palabra Miedo…– le dedicó una mirada picaresca –Te corriste esa noche– rió –Conociste la raíz más oscura y macabra del placer.

Seguía sacando huesos de la bolsa y contando sistemáticamente; entre uno y otro silbaba a veces.

 Do re mi fa sol la sí.

Ya el esqueleto estaba casi completo, sostuvo la mandíbula entre sus dedos, atrapó su mirada y la aprisionó con las memorias cruentas que surgían de su interior, parecían liberarse con la sangre que manaba de su propio cuerpo Ciento noventa y ocho– dijo y se quedó en silencio.

El espectro estiró su grotesco brazo y escogió un hueso de una costilla.

Éste fue de la primera vez que probaste las asaduras– habló con un ligero acento llanero, mostró sus dientes puntiagudos con un amago de sonrisa siniestra –Las herviste hasta que estuvieron blanditicas– se pasó una lengua podrida por los labios relamiéndose de gusto.

Inspiró profundamente el olor del hueso y lo dejó en su posición anterior.

El asesino temblaba, reconoció cuál iba a ser su destino, trataba de articular una palabra pero su boca no respondía, su mente febril se repetía una y otra vez que él era el Silbón.

El brazo se extendió completo y sobrenatural y recogió los huesos del suelo, introduciéndolos en el saco con un solo movimiento, se rió demoniacamente y mientras su imitador temblaba incontrolablemente se ajustó el sombrero.

El asesino subió la cabeza con todo el dolor de su cuerpo, se encontró de frente con el rostro tasajeado y purulento del espanto, sus ojos encendidos con el mismísimo fuego del infierno y su boca torcida en una mueca macabra y demoniaca que semejaba una risa.

Gritó.

Gritó de horror y miedo ante el conocimiento de su inminente final.

Su último pensamiento fue: “¡¡Yo soy el Silbón!!”

El espectro arrancó de tajo la cabeza, dejando pegado al cuerpo la mandíbula sangrante, cobrándose los ocho huesos restantes, completando finalmente los doscientos seis huesos.

Un perro ladró a lo lejos rompiendo el silencio aciago de la noche, el semblante del espanto se contrarió un poco como si la sombra de un recuerdo le causase temor; se sacó el sombreo de la cabeza casi como si de un saludo de despedida se tratara y se lo caló de nuevo hasta las cejas, recogió el saco con los huesos y se lo echó al hombro.

Se alejó con su paso pesado y su andar lento, balanceando rítmicamente en su mano el cráneo del asesino y silbando su tonada que el viento arrastra hasta los confines del mundo.

Do re mi fa sol la sí

Y se desvaneció silencioso en la oscuridad, perdiéndose entre los pliegues sombríos de la noche, dejando tras de sí su silbido incesante.

Do re mi fa sol la sí...

Porque si suena cerca está lejos, pero…

Si el silbido suena lejos…
  
   
Este relato se terminó de escribir el 28 de julio de 2014  

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viernes, 10 de abril de 2015

Leyendas Venezolanas: El Silbón

En Venezuela y parte de Suramérica existe la leyenda del Silbón, en otros países es conocido con otros nombres, en Colombia, es el Silbador.



Examinando la historia que da origen a la leyenda, encontramos que en rasgos generales en un hijo que asesina a su padre; versiones más, versiones menos, termina siendo maldecido por el abuelo, sometiéndolo previamente a una tortura.

La versión más extendida en Venezuela es la del hijo malcriado, que le dice a su padre que quiere comer asaduras de venado (las tripas, para decirlo coloquialmente) y dicho padre sale a la caza con fusil al hombro; el hijo al ver que su padre no volvía, salió en su búsqueda y lo encontró en el camino y al ver que su padre no traía caza se airó y lo mató, luego procedió a destriparlo y posteriormente le llevó las asaduras a su madre que, tras horas de cocinar y que no se ablandaran, sospechó la terrible procedencia de la carne y le avisó al abuelo del chico.

Este lo ató a un poste y comenzó a darle latigazos (algunas versiones dicen que con un fuete, algo más creíble tomando en cuenta la procedencia de la leyenda, que se originó en los llanos), después de este castigo vertió ají picante y sal en sus heridas, lo soltó y lo hizo perseguir por una jauría de perros rabiosos.

Las descripciones de este espanto concuerdan en que es muy alto, de extremidades alargadas, algunos aseguran que es un gigante y que cuando camina las copas de los árboles se estremecen. Una cualidad característica es el silbido, aunque investigando la leyenda no encontré las raíces de esta acción particular.

Estudiando la moraleja oculta de la leyenda, uno podría pensar que el Silbón castiga a los niños malcriados y pendencieros, de este modo habría una relación directa con el hombre del saco (o el coco), pero en Venezuela, esta alma en pena castiga a mujeriegos y borrachos, lo que me lleva a pensar que puede ser que la otra versión de la leyenda sea más acertada que la que conocemos mayormente en este país.

La segunda versión nos habla de un hombre que asesinó a su padre, esta vez las razones son completamente diferentes, en este caso, el asesinato y posterior destripamiento se debió a los insultos del progenitor hacia la esposa del hijo tildándola de mujerzuela; el abuelo al ver lo que había sucedido mandó a atar al joven a un poste en el medio del campo y le destruyo la espalda a latigazos, ordenó que sus heridas fueran lavadas con agua ardiente, y al liberarlo junto a dos perros hambrientos y rabiosos. Antes de soltarlo su abuelo lo maldijo y condenó a llevar los huesos de su padre en un saco por toda la eternidad.


Indistintamente la versión que prefiera el venezolano, una cosa es muy cierta, esta leyenda está arraigada dentro de nuestra idiosincrasia, el silbido peculiar es conocido por todos e incluso nos enseñan que si este suena cerca el Silbón está lejos, pero si se escucha lejos el espectro está muy cerca y también se escucharán los sonidos de los huesos entrechocando dentro de su saco. Algunos cuentan que el Silbón tiene otras maneras de llevarse a sus víctimas (no todas culpables), funge como una especie de mensajero de la muerte,  pues puede aparecerse cerca de una casa ciertas noches, dejando en el suelo el saco y poniéndose a contar los huesos uno a uno. Si una o más personas lo escuchan, no pasará nada, pero si nadie lo escucha, al amanecer un miembro de la familia de la casa no despertará.


Aunque casi todos los llaneros tienen una historia de miedo con el Silbón, la más conocida es la de Juan Hilario, creo que casi todos los venezolanos hemos escuchado la leyenda, por lo menos una vez en la vida.

Después de conocer la riqueza que posee esta leyenda, decidí experimentar con ella, adaptando al espanto a una historia de horror, trayendo sus principales características a la modernidad. He aquí un extracto del relato:

“Escuchó pasos detrás de él, giró su cabeza y miró por sobre el hombro, en las tinieblas de la calle vio una sombra más negra que la oscuridad, alta y alargada que parecía resonar con el eco de los huesos que sonaban en su propio saco.
Y por un momento se vio a sí mismo observando hacía atrás, por un instante fue el hombre que caminaba adelante, en esa fracción de segundo él fue la víctima.
Miró hacia el frente, donde su presa continuaba su avance impasible en esa calle interminable, su corazón se aceleró, silbó nuevamente –Do re mi fa sol la sí– en ese tono bajo y reverberante mientras se repetía mentalmente “Si suena cerca está lejos… Si suena lejos está cerca”
Y justo detrás de él, resonó el mismo silbido como si se hallara a kilómetros de distancia y junto con este matraquearon los huesos de su saco.
“Maracas, suenan como maracas”, Pensó.
Sintió los pasos más cerca, la sombra se abalanzaba sobre él, silbó de nuevo pero en el remanso de oscuridad de una farola a otra su víctima se había desvanecido, sus pasos ya no se escuchaban en el pavimento, el viento no le traía los restos de su respiración ronca y entrecortada.
De un segundo a otro las cosas habían cambiado. Ahora él se había convertido en el perseguido”

            Este relato, titulado 206 Huesos, pertenece al libro “Los Hijos Malditos de Mayo” que será lanzado el seis de mayo de este año, y el cual invito a leer para que disfruten de tres historias de horror.


Por acá les dejo un book-tráiler de la historia.





Saludos desde mis mundos oscuros.

viernes, 3 de abril de 2015

Leyendas de Venezuela

             Los mitos y leyendas son parte del folklore de cada país, estos nos demuestran las tradiciones de sus pueblos y sus gentes en épocas pasadas. La mayoría de los mitos y leyendas están relacionadas con el aspecto sobrenatural o macabro de la memoria colectiva, se refieren a los temores que generaba lo desconocido, aquellos sonidos que se escuchaban en la oscuridad, en los rincones sombríos a los que la tenue luz de las teas o los cabos de vela, no alcanzaban a alumbrar.

En algunos continentes dichas leyendas o mitos, se compartieron, empezaron a formar parte de una memoria colectiva más grande; de acuerdo a la geografía y el idioma cambiaban de nombre, pero observándolas con detenimiento, encontramos que comparten un mismo fondo, y casi, una misma forma.

Es interesante establecer las relaciones entre las características de estos espectros y monstruos que se mueven en geografías similares; comparten sonidos, apariencia y fechas especificas en las que suelen aparecer; casi siempre, suelen llegar junto con el otoño o el invierno, “casualmente” son las estaciones más frías, más oscuras, y en cierto modo, más deprimentes.

Específicamente acá en Venezuela, nuestros mitos y leyendas coinciden con la llegada de las lluvias, esto sucede en el mes de mayo; y aunque la mayoría tienen sus orígenes en el llano o en la selva, estás se han extendido a través del tiempo y el espacio, se arraigaron tanto, que hay personas que aseguran que, en medio de nuestras “selvas de concreto”, han visto alguna vez a la Sayona, o han escuchado los llantos aterradores de la Llorona. 

Pero como a veces, la realidad supera todo, las nuevas tecnologías y el paso de los años, han logrado eclipsar lo maravilloso de este folklore. Hoy en día hay personas que desconocen los orígenes de dichas leyendas, y otras, ni siquiera saben de ellas.

Y por esa razón, me he embarcado en la noble causa (leer esto con voz ceremonial) de rescatar las leyendas de Venezuela.

Mi intención es traer sus maravillosas historias a un contexto moderno, introducirlas en nuestra actualidad, con todos sus encantos y maravillas. El Silbón puede dar tanto miedo en un camino oscuro del llano como en un callejón sombrío de la ciudad.

Así que, en el mes de mayo estaré lanzando, por los portales de amazon, mi segunda obra: “LOS HIJOS MALDITOS DE MAYO” una antología con las tres leyendas más conocidas en Venezuela, y también en Suramérica: La Sayona, El Silbón y La Llorona.
Próximamente estaré ampliando por este medio, las historias originales de estos espantos (como son conocidos comúnmente en Venezuela) y daré adelantos sobre las adaptaciones y el lanzamiento del libro.
Por ahora les adelanto la portada del libro, que espero les guste y si todo sale bien, para las primeras semanas de mayo podrán disfrutar de él.

Y por último los invito a unirse en mi grupo de Facebook: Los Mundos Oscuros de Johana Caldern (la O fue una omisión de dedo de la creadora del grupo XD) por el cual siempre estoy publicando extractos y comentarios de mis obras y las de otros escritores.
Por ahora me despido... Saludos desde los Mundos Oscuros.