viernes, 12 de junio de 2015

Del oficio de escribir: Consejos para el escritor.

Cuando una persona se decide a escribir “profesionalmente”, se aboca a buscar por internet los “diez consejos que todo escritor debe seguir” o “técnicas que te ayudarán a ser mejor escritor” y cualquier entrada de blog, artículo de pagina web, libro o curso para escribir.

Está muy bien documentarse sobre todo eso, pero hay que hablar claro y decir que estos no son biblias ni manuales para escribir, aquellos que nos dedicamos a esto llegamos a la conclusión, bastante sencilla, de que el proceso es distinto para cada individuo; puede ir desde: “escribe todo lo que se te ocurra” hasta “pararte de cabeza para que la sangre fluya y aparezcan las ideas”.

La mayor parte de escribir se compone de dos procesos, el creativo ―donde se gesta y nace la historia― y el productor ―que es sentarse y escribir―. Conversando hace unos días con una amiga, profesora de la Universidad de Oriente de Venezuela, comentaba que en uno de sus talleres de escritura la primera pregunta que hacía era: ¿Con qué se escribe?, lo cierto es que inmediatamente pensamos que con las manos o con la mente, pero su respuesta, aparte de jocosa, fue exacta y precisa: se escribe con las nalgas.

Muchos se preguntarán qué significa, y no es más que el hecho de que el primer consejo para el escritor es: siéntate a escribir.

Podemos encontrar desde conceptos específicos hasta subjetivos sobre cómo escribir, algunos funcionan, otros no; lo importante es sentarse con la mentalidad fija en la meta; uno puede proponerse metas razonables: una página por día, tres, cinco, quince; también puede ir por capítulos si se dedica a la narrativa, pero lo importante es escribir. Hay que tomar en cuenta que uno debe ser honesto, hay cierto respeto que se genera cuando uno dice: “soy escritor” inmediatamente la gente reacciona con un “¡¡oooh!!” mental porque la asociación más lógica es: si escribe debe ser muy inteligente. Lo siento chicos, pero escribir libros no te hace inteligente.

El siguiente consejo es uno muy simple que no todos enumeran en sus diez pasos, y es uno que de tan fácil pasa inadvertido: Busca tu propio ritmo.

Hoy en día hay una competencia entre escritores, es algo así como quién publica más libros, solo que la ecuación: +libros=+ventas=mejor calidad no es verdad. Ni siquiera los prodigios de la literatura pueden o sacan libros en un mes, porque el proceso detrás de escribir es más que una idea que se te ocurre mientras te tomas un café, o te duchas, o caminas por la calle. La mayoría (nótese que dije: LA MAYORÍA) de los escritores que publican un libro cada mes, que es de su propia autoría evidentemente, no varían la formula de escritura; es decir, el último libro es igual al anterior, y al anterior, y al anterior, y así sucesivamente hasta llegar a ese primer libro publicado; y no crean que todos los lectores son buenos, la literatura basura existe por algo, es la clase de literatura que evita que pienses, que hagas conexiones mentales, que no posee intrigas, ni suspenso y que te obsequia unas horas de liberación mental; desde mi punto de vista como lectora es la clase de libros que siento que insultan mi inteligencia, pero que de vez en cuando leo porque a veces se necesita una dosis de eso, es como la persona que se alimenta sanamente pero cada seis meses se da un atracón de comida chatarra. Lo importante acá (disculpen el desvío del tema) es que no necesitas entrar a esa carrera, por lo menos no si no quieres ser un escritor más del montón; no debes preocuparte porque tu libro te tome seis meses o un año escribirlo, recuerda que el libro es un aprendizaje para el escritor, cada libro nuevo es una enseñanza lograda, absorbida y aplicada en el siguiente trabajo. Además, los buenos libros son como los vinos, hay que dejar que se maduren.

El siguiente consejo es otro de esos que de tan obvios, da como vergüenza señalarlo: Consigue tu ambiente ideal.

Escribir es un proceso de desconexión del mundo en el que vive el escritor, dicha desconexión se hace para conectarse con la realidad que está creando, eso implica que puedes pelear con tus personajes, erigir o destruir la ciudad o entorno donde todo se está desarrollando, inclusive es para delinear los puntos de la historia. Cada quién tiene un proceso, algunos necesitan música que aísle el sonido externo, otros ―como en mi caso― necesitan silencio; unos puede que necesiten soledad, otros necesitan un mínimo de orden en su entorno, tener a la mano una bebida caliente, o un libro cualquiera que te ayude en las pausas, dulces o comida, o lo que sea que necesites que te ayude a escribir; hay que estar claro que las distracciones no cuentan, el juego de solitario de la computadora ,que distrae, no es parte del proceso, lo es si estás escribiendo y en uno de esos trancones creativos, producto del engolosinamiento de la historia, necesitas tener un respiro, esa pausa en la que tu concentración se ha fijado en una actividad repetitiva puede ayudar a que las ideas fluyan de nuevo, pero solo así, si evitan que puedas escribir, es que no te sentaste a escribir y entonces te remito al primer consejo de esta entrada.

El siguiente consejo es más una sugerencia, no es algo para tomar literalmente, sino es una guía que le permite al escritor practicar: Plagia.

No significa que el escritor deba agarrar el poema “El Cuervo” de Edgar Allan Poe y lo parafraseé y lo firme como suyo propio. No. El plagio en este caso es un proceso didáctico, en el que puedes tomar una historia conocida y narrarla desde tu punto de vista, o tomar un punto no desarrollado en un cuento o novela y desarrollar tu propio relato; esto te permite no crear desde cero, pero si entrenar a la mente para que pueda hacerlo, la creatividad no es un golpe de inspiración, detrás de cada libro hay un proceso creativo estudiado, donde el autor hace caminos “ocultos” que permiten darle sentido lógico a la trama; si no logras hacer tu propia historia desde cero, hacer esto suelta la mano y las ideas, es como sacar la basura que obstruye nuestra mente.

Una versión del mismo consejo es: escribe todo aunque sea malo, sacar ideas estancadas, viejas o que parecen fantásticas pero que no encuentras cómo desarrollar, permite que las buenas ideas lleguen.

Creo que el  último consejo es muy importante: Revisa que lo que estás escribiendo no se haya escrito “demasiado”.

Hasta el lector más flojo y menos experimentado hace comparaciones, y las comparaciones son odiosas a menos de que sean positivas, y por positivas es que te comparen con los grandes.

¿Qué hace una novela que tiene la misma trama que cincuenta o cien anteriores a ella? Ser una más del montón. La innovación es súper importante, es lo que te permitirá sobresalir en un mundo tan competitivo, como lo es ahora, la literatura. Y por qué es tan competitivo, porque ahora cualquiera ―sí, cualquier pendejx― puede “escribir” y publicar un libro. Hay que estar conscientes y tener la humildad de aceptar que con las nuevas plataformas de autopublicación, la élite de escritores dejo de serlo, hace unos diez años, tal vez quince, ser escritor era una cuestión de mérito; ahora es una cuestión de seguidores y consumo, y el consumismo actual nos dice que uno de los género que más se lee (en español por lo menos) es el romance, ¿Cuántas novelas de romance pueden considerarse originales? Podrán ser de vampiros, podrán ser rosas, podrán incluso meterle un toque de horror o paranormal, pero siempre es la misma línea: heroína dolida, héroe rescatándola, malo entrometiéndose, normalmente algún ex, amor superando los obstáculos, fin. Pongo el ejemplo de este género solo por la cantidad creciente de escritores que se lanzan con una historia romántica, cualquier sub género adicional ya ha sido o está siendo explotado, lo que conlleva a que sea muchísimo más sencillo que las historias se repitan, por ende se convierte en una tarea titánica crear una historia original. Evidentemente todo género tiene su línea lógica de desarrollo, por ejemplo el horror es algo así: protagonista atormentado, entidad malvada que lo acosa, lucha entre ambos y… es aquí donde quedan abiertas las posibilidades del autor, es decir, puede ser malvadx y no darle un final esperanzador, puede simplemente ganar el malo, o puedo hacer que el bueno gane a costa del sacrificio de su propia vida, o incluso el bueno puede quedar tan trastornado que se convierte en malo.

Para cerrar la entrada solo tengo una cosa que decir, los pasos técnicos de corregir, engavetar, volver a corregir, portada y todo eso, vienen después. Un ejercicio que todo escritor que comienza debe hacer es no soñar… demasiado, es el típico: no contar los pollos antes de nacer; no puedes pensar en cuántas editoriales meterás el manuscrito, ni en qué plataforma te conviene más subirla, ni cuántas ventas tendrá el libro, porque en ese momento NO HAY LIBRO. Hasta que no se pone “fin” en la obra, no está terminado; puedes empezar a fantasear abiertamente con todo lo anterior en el momento en que hayas ―como mínimo― hecho dos correcciones, una tuya y una de un tercero. Es entonces cuando entran también los pasos de escuchar las opiniones y todo lo demás, antes de eso, es solo una distracción que puede desviarte de tu meta original, que es: escribir.

Si un aspirante a escritor piensa que el proceso es tan directo como una operación matemática, se equivoca; a algunos pueden servirle las formulas que muchos publican porque a ellos les sirvieron, pero no son exactas y tampoco aplican a todo el mundo. El arte de escribir ―porque eso es: un arte― es un proceso subjetivo, con muchas variables, con las eventualidades de las sequías creativas, con el hambre obligatoria que te lleva a leer y releer obras nuevas y ya leídas, es todo un estado mental, e incluso físico, necesario. Hay gente que necesita despojarse de todo para escribir, no solo de sus tabúes, hasta de su ropa.


Espero que puedan servirte mis consejos, un gran abrazo a todos.

miércoles, 10 de junio de 2015

La gorgona de mi ventana. 1era parte (relato de horror)

Hace exactamente treinta días que mi calvario comenzó, al principio no reconocí el peligro al que me exponía, pensé que mi suerte maldita estaba cambiando y que finalmente mi futuro brillaría con una estrella diferente. Dos meses atrás recibí la noticia de que una tía abuela que solo vi una vez en mí vida había dejado en heredad su vieja casa de campo, en la que había vivido toda su longeva existencia, al pariente en edad adulta que no tuviera casa; casi no pude creérmelo, ni siquiera cuando mis hermanos se burlaron de mi buena suerte; yo, el parasito pestilente, que solo servía para criar garrapatas en el sofá podrido de la casa de mi madre, recibía como por acto de magia una vivienda solo para mí.

Dicha casa, que nunca había visitado, se encontraba a la salida de la ciudad, tomando la autopista principal hacia P., yo no disponía de un vehículo propio, pero tampoco tenía en propiedad gran cosa más que una maleta vieja y descocida donde cabían todas mis pertenencias, una portátil tan antigua que era casi obsoleta y un par de zapatos que daban lástima. Me apersoné en la vieja casa, gastándome el poco dinero que me quedaba en una caja de cigarrillos, una botella de un ron no tan bueno para celebrar y el pasaje en autobús que me llevaría a mí nueva propiedad.

Al divisar la estructura me sentí pletórico de emoción, disponía de una hermosa vivienda de estilo colonial, con un amplio jardín delantero, delimitado por un muro ocre erigido con piedras de río, construcción típica de la zona; no me importó que mi capital se hubiese reducido a cien bolívares que con suerte me alcanzarían para comerme un par de perros calientes, que probablemente no conseguiría en aquella zona tan alejada de un centro urbano; en ese instante me sentí el hombre más afortunado del mundo.

Cuando me bajé del autobús y caminé por el camino de grava, gris y blanca, hasta el portón de piedra de la casa, salió un hombre mayor, algo enjuto, se presentó como el abogado de la vieja tía Silvia y me hizo pasar al interior. Dentro el ambiente se tornaba un poco frío algo que recibí con alegría tras el calor sofocante y reseco del exterior; el hombrecito iba recitando las mejoras que la tía abuela le había hecho, las tejas eran nuevas y de arcilla, el piso de terracota pulida tenía apenas un año de antigüedad, la casa no poseía jardín central como los modelos clásicos porque tenía una extensión de terreno en la parte de atrás con un grandioso jardín plagado de esculturas de piedra que doña Silvia había estado coleccionando toda su vida. Cinco espaciosas habitaciones con ventanas de vidrio (se habían sustituidos las de madera) rectangulares y alargadas que se abrían hacia el interior, rematadas con sus rejas de hierro forjado y su respectiva jardinera donde crecían bellas las onces que se derramaban por la pared como una cascada verde, blanca y fucsia hasta el suelo, techos de madera altos y frescos, paredes de un tono crema acogedor que combinaban con los muebles antiguos y bien cuidados, y una magnifica biblioteca con un pesado escritorio de ébano que por alguna razón me hizo sentir sumamente importante. Jamás imaginé que dicho mueble me serviría para escribir estas palabras, que esta casa que en un principio me pareció acogedora, terminaría siendo un infierno plagado de horrores.

Antes de marcharse, el abogado me refirió el resto del testamento, la tía abuela Silvia no solo me había dejado la casa, sino además, una cuantiosa suma de dinero con la condición de que no vendiese la casa que con tanto esfuerzo ella había restaurado y mantenido. Yo no cabía en mí de la emoción, había salido de casa de mi madre con su bendición y con las burlas de mis hermanos que apostaban que la casona no iba a durar en mis manos más que unas pocas semanas, que la vendería únicamente para poder pagar unas cuantas noches de juerga, ron y libros; pero allí, recibiendo aquella noticia, asegurada una mensualidad más que holgada que me permitiría vivir tranquilo y sin preocuparme por lo menos por los siguientes diez años, en lo único que podía pensar era en las caras de mis familiares y amigos cuando supieran que a partir de ese momento yo, de verdad, me convertía en todo un señor.

―Una última advertencia― dijo antes de bajar hasta la carretera ―Doña Silvia hacía mucho hincapié en que le dijera sobre las culebras―.
―¿Culebras?― pregunté frunciendo el ceño y entrando a la casa, asomé la mitad del cuerpo por el umbral de la puerta y miré en ambas direcciones esperando que un cuerpo marrón y escamoso pasara arrastrándose entre las coquetas.
―Sí, la señora era ciega, perdió la vista muy, muy, muy joven… siempre amó los libros y es por eso que hasta el final de su vida los coleccionó, aunque no es eso lo que quería decir― sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón y se lo pasó por la frente sudorosa ―Doña Silvia decía constantemente que escuchaba los silbidos de las serpientes en los alrededores de la casa, incluso en alguna ocasión escuchó las maraquitas de algunas cascabeles, así que tenga cuidado―.

El abogado bajó hasta la calle, atravesó el asfalto y me saludó con la mano desde el otro lado, yo le correspondí con una sonrisa que me atravesaba el rostro de oreja a oreja.

Treinta días se cumplen de aquella mañana; recuerdo que encontré la nevera a rebosar de comida, uno de los cuartos había sido acondicionado como una bodega de vinos y licores, allí dejé olvidada la botella de ron barato y escogí tres botellas llenas de polvo que me parecieron las más costosas de la pequeña colección, me preparé un cuantioso almuerzo, realmente era todo un banquete como para cuatro o cinco personas, con carnes, pollo, quesos, frutas, panes y todo cuanto encontré de marca en la nevera, y encendí el único aparato de distracción de la casa: un enorme equipo de sonido que se encontraba en la sala y con el que reproduje las viejas canciones de antaño que la tía abuela Silvia tenía en su repertorio.

La caída de la tarde me cogió medio borracho en el suelo de la sala, entonando los boleros a viva voz mientras masticaba un muslo de pollo frito y me regodeaba en mi buena suerte y felicidad; cuando miré por una de las ventanas que daban al jardín vi que una anciana caminaba entre los arbustos de cayena, en mi total embriaguez de opulencia y buena suerte, me ofusqué, considerando aquello una intrusión en propiedad privada.

Salí tambaleándome por la puerta trasera, cuando me puse de pie explotó en mi cabeza una borrachera descomunal, caminé vacilante por el sendero de adoquines que serpenteaba entre la grama y las cayenas, cada metro que avanzaba me obligaba a cruzar una esquina rematada con una escultura de una persona a tamaño natural; en ese momento creí que las expresiones de horror en aquellos rostros se debían a mi percepción alterada, sin percatarme había entrado en un laberinto de arbustos que sobrepasaban mi estatura, todo era verde y gris, frío y silencioso, tantos dobleces y esquinas, caminos sin salida, terminaron por marearme, en un vértigo inesperado caí de bruces sobre un banco de cemento, con la mitad del cuerpo sobre la silla y las piernas desfallecidas en el suelo luché por no  desmayarme, la misma fuerza con la que luché para no vomitar; respiré profundo un par de veces, me incorporé lo suficiente para estirarme boca arriba sobre el banco y esperar a que el mundo dejara de dar vueltas a mi alrededor, el viento comenzó a soplar, no podía sentirlo, pero el arbusto a mi izquierda vibraba por los embates de las ráfagas, miré al cielo que poco a poco iba cambiando de tonalid
ad, por el este se acercaba indetenible la noche y las nubes blancas se desvanecían en el naranja del oeste. El silencio fue sustituido por el rechinar de los grillos, o eso creí durante un breve lapso de tiempo, hasta que identifiqué un siseo desagradable que me congeló la sangre y despejó un poco mi mente, recordé que el abogado me había advertido de las serpientes, aunque en algún lugar de mi inconsciencia había leído que a las culebras no le gustaban los climas fríos, y aquel crepúsculo que me caía encima era helado.

El sonido se hacía cada vez más fuerte, casi podía imaginar cómo se deslizaban hasta donde yo me encontraba indefenso, no solo sentí miedo, me sentí expuesto y vulnerable en aquel lugar, quise levantarme pero caí de bruces al primer intento, el golpe contra la placa de cemento del banco me sacó todo el aire de los pulmones; un roce en mi pantorrilla me hizo saltar y encogerme en posición fetal, pensando que tal vez, si no me movía, si no respiraba, las serpientes que se acercaban a mí, no notarían mi presencia. Sobre el insoportable sisear empecé a escuchar los sonidos peculiares de los cascabeles, la mano gélida del terror aferró mi cuello y creí encontrar mí fin en aquel hermoso y, a la vez, tenebroso jardín; maldije mí suerte y mi mala estrella, incluso allí, tan lejos de la ciudad, tan distante de mis hermanos y familia, me alcanzaba la nefasta suerte que me había acompañado casi desde mi nacimiento.

Los cascabeles se acercaban, el sonido era tan embriagador que casi podía percibirlas a ras de suelo pasando muy cerca de mí, tomé todo el aire que pude y lo contuve en mis pulmones, cerré los ojos esperando que no verlas ayudara a soportar mejor aquella tortura, aunque sentía que se estaban agrupando a mi alrededor, como si el piso estuviese tapizado con sus cuerpos oscuros y escamosos, en algún momento tendrían que marcharse. Yo sentía que las horas pasaban a mi alrededor, mi mente volaba caótica en todas direcciones, casi podía reírme de mi mismo al imaginar lo ridículo que me veía pasando la noche sobre un banco de jardín a pocos metros de mí propia casa, incapaz de moverme por miedo a que las serpientes me picaran y muriese envenenado sin siquiera haber disfrutado de mí herencia.

―Hijito ¿Estás bien?― pegué un brinco al sentir el tacto de algo frío y escamoso tocando mi mejilla, también grité con fuerza y me sacudí la cara con violencia, en ese momento no me importó caer al suelo y correr, con algo de suerte no me picaría ningún maldito ofidio venenoso, pero la borrachera se había acentuado tanto que inevitablemente me tambaleé y caí de bruces, enredado con mis propios pies; abrí los ojos a tiempo, solo para ver cómo me estrellaba contra un suelo duro y gris, con el rabillo del ojo alcancé a distinguir un tobillo blanco que daba un salto como poniéndose a resguardo de mí.

Como si la borrachera no hubiese nublado mis sentidos lo suficiente, un doloroso chichón comenzaba a formarse en mi frente, el lado del impacto me palpitaba ferozmente, los oídos me vibraban ensordeciendo la voz de la anciana que se inclinaba sobre mí, el cielo no estaba tan oscuro como pensé que estaría, logré incorporarme apenas cuando tuve que doblarme sobre mi estomago y vomitar todo su contenido, una mezcla de vino y alimentos nada agradable. La viejita empezó a darme golpecitos cariñosos en la espalda, no alcanzaba a entender todo lo que decía, entre mis tímpanos excitados y mis sonoras arcadas, solo pude imaginar que recitaba toda clase de remedios caseros y naturales para mis malestares. Finalmente el ragnarok de mis intestinos se detuvo y pude tomar una bocanada de aire que me produjo más arcadas, pero por suerte, no más vómitos.  


―Me llamo Euríale, hijito… Solía venir a conversar con Silvia todas las tardes, caminábamos por el jardín hasta que se hacía de noche, no he dejado de hacerlo, aún cuando la pobrecita Silvia ya no viene conmigo―. Su voz sonaba apesadumbrada, parte de la borrachera se había dispersado tras mi vergonzoso accidente estomacal, la cabeza todavía me daba vueltas, pero era producto del golpe más que del alcohol. Intenté decir algo inútilmente, ella pareció percatarse de mi terrible estado, así que me tomó del antebrazo y me guió con su paso vacilante de vuelta a la casa. Intenté balbucear algo, decirle que había oído a las serpientes, que debía moverse con cuidado entre los senderos y arbustos, pero las palabras no salían de mi boca, el solo evocar el episodio vivido hacía que el miedo cerrara aún más mi garganta. Llegamos a la casa en cuestión de minutos, traspuse el umbral de la puerta presa de una agitación que iba más allá del golpe en la cabeza o de los vapores etílicos que aun quedaban en mi organismo; tomé una ducha fría que terminó de despejar mi mente, pude notar el prominente golpe que me había dado en la frente, era una montaña caliente y enrojecida que deformaba mi ceja y se extendía por el resto de mi cabeza, escondiéndose en la pelambre negra que solía tener por cabellera. ¡¡Ahora que me detengo a pensarlo!! ¡Todos los sucesos acaecidos me han convertido en un anciano prematuro! Ahora mi cabellera es una densa nevada que brilla cuando el sol le cae encima ¡Pobre de mí! Ciertamente la mala estrella de mi nacimiento me ha alcanzado ahora. Aquella noche me sumí en un sueño inestable, un sueño febril que me hizo saltar entre la vigilia y el mal descanso, el dolor me atenazaba la cabeza y no había ni un solo analgésico en toda el lugar, creo que tomé unas cinco o seis tazas de manzanilla; cada vez que me levanté de la cama y fui tambaleándome hasta la cocina, escuché los cascabeles de las serpientes por los alrededores de la casa, algunas veces se oían distantes, como si la noche los trajera desde muy lejos, otras, casi podía asegurar que estaban al borde de la ventana, a punto de entrar.

lunes, 8 de junio de 2015

Del oficio de escribir: ¿Cómo escribir narrativa?

Cuando un escritor decide escribir es porque tiene una historia que contar; cada género conlleva un grado de dificultad y por ende el autor debe poseer una determinada cantidad de conocimiento mínimo para poder llevar a cabo todo el proceso.

En narrativa, sean cuentos, relatos, novelas; el cuerpo de la historia se compone de tres partes básicas: inicio, nudo y fin. Muchos escritores dicen que mientras uno tenga el principio y el final, todo lo demás es relleno; algo extremadamente ridículo y que solo denota el ego de sapo que tiene dicho autor ¿De qué te sirve un magnifico final y un hechizante comienzo, si el desarrollo es plano y aburrido? Ningún lector terminará esa obra a menos de que se vea obligado a ello.

El nudo o desarrollo debe poseer todo lo necesario para atrapar al lector, el arte de escribir narrativa se caracteriza por la habilidad que tiene el autor para generar deseo y pasión por la historia que muestra. No es que no se puede o no se deba escribir capítulos sosos, evidentemente sí, en este arte, el escritor debe hacer un uso magistral de su capacidad para poder darle respiro al lector, es como un prestidigitador, que entre acto y acto de cortar a su ayudante en dos o prenderse fuego a sí mismo, aparece y desaparece una paloma en un sombrero, echa agua en un vaso de papel que al girarlo se encuentra vacío o convierte una hoja de papel en una rosa; del mismo modo, entre un capítulo intenso y otro, se deben introducir remansos en el que se le dejan pistas al lector para que vaya descubriendo los misterios que se han ocultado entre las líneas. Un escritor de narrativa debe comprender que hay que tratar al lector con respeto, aceptar que incluso la trama más enrevesada no debe ser explicada completamente como si quienes leyeran fuesen tontos incapaces de percibir y seguir todas las líneas. Explicar todo no sirve, tanto como no funciona dejar demasiados cabos sueltos.

Posteriormente, mientras el escritor va desarrollando el nudo o los nudos, podrá encontrarse con que el final pensado no es apropiado, el proceso de escribir debe ser muy flexible, porque a medida que la historia toma forma puede darse cuenta que todo el proceso le llevó a otro lado, lo que hace imposible que ese final tan bien pensado no funcione. Es en ese instante en el que el autor descubre qué tan ególatra es, también es ese momento en el que descubre que la historia es la que manda y no él. Algunos se enfrascarán en seguir alargando todo hasta llegar al punto que quieren, generando ladrillos de ochocientas o mil páginas de las cuales solo pueden que sean buenas la mitad o menos.

Una recomendación es que acepten las cantidades de hojas que salgan, no por escribir libros más extensos se es mejor que otro, si consideras que tu libro es muy “pequeño” haz trampa: tipos de letras más grandes, en vez de 11 ptos. usa 12 o 12.5, interlineados más grandes, agrega espacios entre párrafos, amplía un poco los márgenes.

Otra cosa que el escritor de narrativa tiene que comprender es que uno no echa un cuento, escribir una historia no es como contarle el chisme a un amigo mientras se toma un café, el escritor debe recordar lo que le gustó del libro como lector y trasladarlo a su creación; escribir no es solo contar la historia, es contarla bien.

Por último, escribir narrativa no es un proceso rápido, no es como escribir un ensayo o un poema, cada género tiene su tiempo particular y cada autor también, lo que sumado puede generar un lapso variable de publicación, eso sin contar todos los procesos técnicos. También es indispensable que un escritor interiorice un hecho importantísimo: Los libros son la mezcla balanceada y perfecta entre corazón y técnica. Un libro con corazón pero mal narrado, mal escrito, lleno de errores demasiado obvios, con fallas técnicas, es tan malo y deplorable como el técnicamente bien escrito pero sin un ápice de pasión.

Un ejemplo de esto es lo siguiente, no es lo mismo decir:


La c
asa roja en la que bibian los niños
A

La casa roja en la que vivían los niños.

A

La casa escarlata, el hogar donde los pequeños fueron felices.


domingo, 31 de mayo de 2015

Escritores: Edgar Allan Poe

Todo aquel que se diga lector del género gótico se ve obligado, casi religiosamente, a leer los relatos de Edgar Allan Poe. No igual, los lectores de terror, porque aunque es considerado el padre del género, uno de los más grandes precursores (si no el más grande) realmente, al leer a profundidad su obra, encontramos que no es propiamente un escritor de terror.

Claro que el terror tiene muchas vertientes, y muchos lectores asocian el gótico con el terror, por simple desconocimiento de los lineamientos que rigen cada género. Evidentemente esto sucede en la medida en que afinamos nuestros gustos y hábitos de lectura, cuando dejamos de ser lectores amateurs y pasamos a ser lectores analíticos, que además de asimilar la historia, también comprenden y descubren que un libro es fondo y forma.

Cabe destacar que dicha comprensión está íntimamente relacionada con la edad, (sí, con la edad) y con la experiencia, muchas veces no es igual leer un libro a los quince que leerlo a los veinticinco, incluso, muchos encuentran curioso que después de diez años ese libro que nos obsesionó en la juventud, lo hallen absurdo, inmaduro y nada atractivo.

Algo así sucede con este escritor, cuando leí “Corazón delator” en el bachillerato, mientras estudiábamos a los escritores del Romanticismo (lo estudié junto a Cortazar, Borjes, Quiroga e Isaacs) este relato me pareció una maravilla, claro que en ese entonces tampoco lo consideré de terror, de hecho me parece mucho más terrorífico “La gallina degollada” de Horacio Quiroga; pero en perspectiva, y por acción de los años pasados desde entonces, aunado al hecho de que ahora leo con la visión de quien escribe a conciencia, puedo aceptar que E.A.P. es de terror… psicológico.

Recientemente me di a la tarea de buscar aquellos relatos del autor que son considerados de terror. Leí “Ligeia” “Corazón delator” “La Caída de la casa Usher” y “Gato Negro” (además de todos los adicionales de él, como “La caja oblonga” o “La máscara de la muerte roja” que es uno de mis favoritos). Analizando dichos relatos con ojo crítico, uno puede notar el recurrente existencialismo en ellos, su terror se basa en la culpa, la excitación de los sentidos por el opio y/o alcohol, o por los temperamentos sensibles que conducen a la locura. Muy pocas veces vemos en sus relatos un “ente providencial y sobre natural” que produzcan los sentimientos antes mencionados; la mayoría de sus protagonistas, se encuentran en una pendiente existencial que se enrumba al hundimiento total, sea por desidia o por voluntad propia, en los cuales se regodean casi con fruición glotona. Ciertamente, no podemos descontextualizar el género al no tomar en cuenta la época en que fueron escritos; ahora en la actualidad, muchos encontraremos que dichos relatos poseen un lenguaje recargado, lleno de una profunda, aunque influenciada, culpa o miedo, por algo que hicieron o que piensan hacer.

Aunque en la literatura de este ilustre escritor existen diversos géneros, la única novela que escribió, y la cual poseo, jamás la he leído, es una especie de decepción que conservo de aquellos días en los que aseguraba que Poe era mi escritor favorito, solo para descubrir que su novela era sobre marineros y que para mí (hago énfasis en eso: para mí) no significaba mucho o nada, pues esperaba una trágica historia de amor, oscuridad y terror.


Una cosa que es indiscutible es el nuevo estilo gótico que utilizó, traslado la decadencia de las descripciones del Medioevo y las aplicó a su modernidad, aunque algunas de sus historias suceden en antiguos castillos (La máscara de la muerte roja) el resto se desenvuelve en las calles de su actualidad, le confiere a ellas es carácter enigmático y misterioso, ruinoso, propios del goticismo, e incluso sus personajes guardan semejanza con estos abnegados héroes y heroínas, o en su defecto, sus villanos tienen esa aura despreciable e inmoral, que también pertenecen al género.

Considero que Edgar Allan Poe es uno de esos escritores (excelentes) que te permiten releer su obra a través de los años y encontrar nuevos puntos de vista e interpretación, cuando un escritor consigue esa versatilidad, está destinado a pasar a la historia, tal y como este lo hizo; es tal vez por esta versatilidad que menciono, por la que E.A.P siempre está de moda, más que como simple representante de una época histórica dentro de la literatura.


lunes, 25 de mayo de 2015

Apsará (Relato erótico)

Ella baila, yo la observo.

Se mueve lentamente al ritmo de la música, esta parece tocar solo para ella, puedo imaginar las notas rasgando el aire, intentando acortar las distancias entre ellas y su nívea piel, la envuelven en su eco vibrante y ella se desplaza grácilmente por la pista, abrazando la melodía, conjugándose ambas en una sola.

Como todas las noches de los viernes, suele llevar un bikini rojo, aparece sentada en una silla plegable con los ojos cubiertos por el ala de un sombrero negro, su cabello corto pegado a su nuca y en un pose que realza todas las líneas vibrantes que definen su cuerpo; las curvas suaves de sus muslos y senos, las fuertes rectas de su espalda límpida, la sensual línea de sus labios carnosos entreabiertos dejando escapar una silenciosa exhalación.

La música suena y su mano enguantada se agarra de su cuello, como si intentara ahogar un gemido que desea escapar de su boca encendida, pasa la punta de su lengua con suavidad por ellos en un gesto lánguido y sensual; su otra mano se desliza por su muslo hasta llegar al borde de su zapatilla de tacón, acaricia su piel brillante, dándole a entender con ese gesto a todos los presentes que ella, y solo ella, puede tocar.

Varios reflectores se encienden e iluminan todo su cuerpo; se desplaza por la diminuta pista con vulgar sensualidad, con soltura casi etérea, en su mente ya no hay nadie frente a ella, su danza se convierte en su único lenguaje, debajo de su piel hay historias que contar, dioses por seducir, hombres que conquistar.

Yo, enciendo el cigarrillo y bebo un sorbo de mi copa, el licor ambarino y ardiente me hace pensar que así debe ser un beso de sus labios; imagino, que cada pliegue de mi cuerpo se abrasaría con el simple contacto de su boca, su aliento caliente me insuflaría deseo y desesperación furiosa, estaría dispuesto a morir calcinado por sus besos, convertirme en cenizas que se posarían a sus pies mientras ella baila para mí.

En este momento somos ella y yo, ella baila, yo observo; me dejó arrastrar por sus cadentes caderas en movimiento; suspiro, me dejo arrastrar hasta sus manos enguantadas… me dejo arrastrar por mis deseos por ella, por el deseo de ser sus manos enguantadas que la tocan, esos dedos juguetones y traviesos que se desplazan a su entrepierna, que la excitan y la torturan con el placer, quiero yo ser el verdugo que la someta a la agonía de un orgasmo celestial.

Gira y gira, estira su pierna interminable y salva las distancias entre ella, en su plataforma, y yo, en mi rincón oscuro; siento que la apoya sobre mi pecho y puedo desgranar mis besos hambrientos sobre su rodilla, sonríe victoriosa, agarra mi corbata y la estruja ligeramente en su puño, danza frente a mí, al alcance de mis dedos, estiro mi mano para aferrarme a su cintura sin conseguir su cuerpo; acentúa su sonrisa ponzoñosa mientras se estira sobre mi pecho y puedo aspirar su aroma, una mezcla entre humo de cigarrillos y bourbon; está presente y no está, comprendo que solo es el humo gris y agrio de mi cigarro que ha tendido una trampa mortal, un puente deleble entre ella y yo, entre mi apsará mágica y este pobre mortal.

Le doy una calada a lo que queda del moribundo pitillo que descansa en el cenicero y dejó escapar el humo plagado de besos reprimidos con la esperanza de que se mezclen con la música y se posen en su piel y en sus labios. Me inclino hacia adelante y bebo de un solo trago lo que queda en mi vaso, lo retengo en mi boca antes de tragarlo, el ardor excita mi gusto, activa mi lengua y me veo a mi mismo lamiendo un camino desde su muslo hasta su sexo, ella sonríe inmutable ante la caricia húmeda de mi lengua, quiero beber de ese manantial que brota de su sexo, quiero que se corra sobre mí, que se venga en mi boca, que desborde su orgasmo en mis labios sedientos.

Pero de nuevo se aleja, danzando desde mis fantasías hasta el escenario, me inflamo de deseo, la observo, me torturo.

Ella se inclina, abre los labios en un suspiro del que solo brota música, con un gesto vulgar de puta mística se saca el corpiño, libera sus senos y todo el salón se queda sin aliento; gira, se toca, se aprieta y puedo ver como sus pezones oscuros se endurecen; me muerdo los labios con violencia, y por ese segundo mis dientes mordisquean sus carnes, son mis manos duras y toscas que las aferran su cuerpo y la someten; y en ese rapto salvaje y desmedido penetración de mi hombría entre sus piernas no puede evitar gemir y estremecerse; no puede evitar suplicarme por más.

Un brazo desconocido interrumpe mi visión, escucho el liquido caer dentro del vaso, una mujer rubia y descolorida espera a mi lado, saco el billete del bolsillo, pago mi bebida, enciendo un cigarrillo, oigo como se marcha y mientras le doy una calada al pitillo, me concentro en ella de nuevo, intento atraerla, atraparla en mi mente, poseerla eternamente.

Pero ella baila, yo observo; como todos los que esta noche de viernes han ido a verla; suspiran por sus muslos firmes, desean ahogarse en el doloroso deseo de hundirse entre ella, poseerla de todas las formas posibles, corromperla en su danza sensual y provocadora.

En un último arrebato se arranca el resto de su minúsculo atuendo, nos obsequia el secreto de sus labios verticales, un pubis rematado en un delicado bello oscuro, la entrada mística a los confines de su placer; se toca descaradamente, y siento como mi miembro se recrece en mi pantalón, sonríe con maldad, con provocación; danza intensamente en un frenesí erótico, la música se acaba de golpe y después de terminar en una pose sugestiva, se cubre con pudor sus adorables montañas mientras jadeante se aleja hacia la oscuridad del fondo del escenario, de vuelta al camerino; pero en ese movimiento fugaz de retirada yo he visto la sonrisa en sus labios, la mirada divertida y llena de ironía, ella nos domina; ella baila, nos somete, nosotros observamos, somos sus esclavos.

Me bebo el bourbon de un solo trago, el líquido ardoroso baja por mi garganta enardeciendo aún más mi deseo, puedo sentir en mi pantalón mi miembro latiendo desesperado reclamándome sosiego. Salgo de aquel antro, su templo de diosa prostituta, me alejo de allí ahogado por el deseo, ella baila en mi cabeza, y en cada esquina de la calle la veo brotar del aire, aferrarse al poste, girar y extender su mano incitándome a seguirla.

El pequeño cuarto que es mi morada se antoja frío y seco, enciendo un cigarrillo y del humo que sale de su punta al rojo vivo la veo danzar, surge de la oscuridad; el humo dibuja sus curvas envuelta en finas sedas, su figura aumenta hasta adquirir la altura natural, estira su mano, me roza imperceptiblemente con sus dedos y una música sobrenatural suena; ella baila, yo observo.

Esta vez no hay tela que aprisione sus atributos, su pecho firme se bambolea sensualmente con cada paso que da, puedo sentir sus nalgas restregándose en mi cuerpo, regodeándose en mi sexo, provocándome sin pudor ni vergüenza.

Su boca se abre y yo me aferro a su lengua, sus besos son calientes y su aliento me abrasa, tal y como he imaginado, me quemo por dentro, me consumo con la llama del deseo que sus besos malditos insuflan en mi.

Me empuja al borde de mi cama, al borde de un abismo, me empuja a una caída placentera de locura y perdición, ella se eleva ante mí y danza a escasos centímetros de mi cuerpo, exuda su calor y vitalidad sobre mi; puedo oler el deseo que mana de ella, se desliza por su muslo, inunda mis fosas nasales y me enloquece; me aferro a sus muslos y lamo con pasión el elixir de placer de su interior, se engancha a mis cabellos y gime musicalmente, mueve sus caderas al ritmo de esa melodía silenciosa y con ellas mece mi cabeza asegurándose de que no pueda escapar.

Pero yo no deseo hacerlo, la atraigo hasta mi y la beso desesperado, responde con risitas malvadas, me domina y lo sabe, se deshace entre mis manos como el humo del cigarro y se materializa de pie frente a mí; y baila, yo observo.

Me desnuda con manos suaves y amorosas, acaricia mi piel con su diáfana piel, sus besos dejan rastros de piel quemada allí donde se posan, gimo indefenso con cada toque, me dedica una mirada llena de lujuria, un sonrisa lasciva, se inclina y me toma con delicadeza y envuelve mi sexo en un húmedo beso, su lengua juega con él, me recorre diestra y dispuesta, de mi garganta se escapan sonidos inhumanos y guturales, estoy a punto de explotar, por fin obtendré el alivio ansiado por mi miembro; y justo cuando estoy por alcanzar la tan deseada cumbre, ella se deshace, de nuevo es humo de cigarro, y escucho su risita traviesa y el eco rebota en mis paredes hiriendo mis carnes desnudas.

Entonces me doy cuenta que se ha consumido el cigarrillo, y ella, como un oráculo antiguo, solo aparece en medio del humo.

Enciendo uno nuevo y le doy una calada profunda y agónica, el humo ondula en la oscuridad del cuarto maltrecho, y la veo acercarse acechante y sigilosa, juguetona y casi infantil; mi deseo se inflama violentamente, no puedo dejarla escapar, intento asir la nada de su cuerpo mientras danza a mi alrededor, pero se me escapa de entre los dedos, desespero y sufro, quiero gritar de frustración, ella se ríe, baila, y no me queda más alternativa que observarla.

Gira, se contorsiona, se toca con premeditada lentitud parsimoniosa, se pone al alcance de mis manos, se aleja, danza y danza con energía, con erotismo, se eleva en medio de la oscuridad y la inunda con su espectral esplendor, estira su mano, me deja aferrarla, la atraigo hasta mi y giro con ella, sonríe, la aprisiono con mi cuerpo, me introduzco en sus suaves carnes, su interior es un abrazo húmedo y acuoso, un océano de sensaciones placenteras en el que naufragaría sin dudarlo, gime en mi oído, entierra sus uñas afiladas en mi espalda, se arquea debajo de mi cuerpo y yo por fin mordisqueo sus pezones oscuros y erectos, lamo con lujuria el diámetro de su aureola, me afinco en sus caderas con movimientos duros y violentos, esto no es amor; ella ríe, gime, me incita, es una súcubo que ha venido a devorarme, me ha hechizado con sus danzas malditas, me ha hecho caer derrotado dentro de su cuerpo.

Sus piernas se enroscan en mi alrededor, sus besos abrasivos llueven a mi alrededor, mi cabeza se derrite en medio de ese calor lujurioso y mi miembro se ahoga en ese mar cálido en el que se hunde mi ingle, soy un animal salvaje y perdido, no soy dueño de mi mismo, no hay marcha atrás, atacó sus pezones con mordiscos agresivos, estoy a punto de explotar, de conseguir el alivio, de liberarme de ese deseo opresivo, puedo sentirlo surgir desde mi vientre, un volcán erupcionando que pronto explotará dentro de ella; desde el mar de su sexo oleadas refrescantes acarician mi miembro, y con un grito moribundo me rindo, mi orgasmo se derrama dentro de ella, pero se ha disuelto, como el humo, y solo estoy yo sobre la sabana derruida, y las huellas de un acto que nunca ha de ocurrir.

Ella se ríe, sin fuerzas me levanto y enciendo un cigarrillo, baila fuera de mi alcance, sobre los montones de libros acumulados en las esquinas, encima de la minúscula mesa, baila y baila, yo observo.

Cada calada es como un beso ardiente, ella me lanza una mirada seductora por debajo del ala del sombrero, sonríe, se relame los labios, se inclina un poco, baila.

Y descubro que soy prisionero de su influjo, de esa dulce apsará que no dejará de bailar, soy esclavo de los deseos que su mirada de ramera mitológica despierta; la evocaré entre el humo del cigarro y las volutas de mi boca, danzará hasta mí y me devorará con lujuria; cada noche de cada viernes abandonará la realidad de su escenario y bailará aquí, en medio de mi decadencia y abandono, me torturará acá, desde el humo del cigarro que sube ondulante hacia la oscuridad.

Mientras la observo hipnotizado, suenan a lo lejos unas campanadas, el humo se disuelve, ella se desvanece, estiro mi mano tratando de alcanzarla, enciendo un cigarrillo, el último de la caja, acciono el encendedor, la llama se mece por una brisa ligera que se cuela desde la única ventana de mi habitación, lo acerco a la punta del pitillo, el fuego lo acaricia suavemente tal cual como lo hizo su lengua, la punta se enciende al rojo vivo, inhalo desesperado, buscando verla, pero no aparece.

He consumido medio cigarrillo, miro el reloj, pasan dos minutos de la media noche, es sábado, el hechizo se ha roto.

Volveré el viernes, al mismo lugar, pediré bourbon, compraré una caja de cigarrillos, esperaré que aparezca en el escenario, con su diminuto bikini rojo; fantasearé con sus carnes trémulas, con sus besos calientes y húmedos, me tocaré en su honor y en el paroxismo de mi orgasmo soñaré con su sexo ardiente; y cuando finalmente salga a escena bailará; y yo la observaré.


jueves, 21 de mayo de 2015

De géneros y herramientas: Terror Vs. Horror Vs. Gótico.

Dentro del mundo de la literatura los escritores sufren constantemente con el marco, esto no es otra cosa sino el definir el género que dominará la historia. ¿Qué quiero decir con esto? Sencillamente un escritor puede empezar a escribir una historia de ciencia ficción y terminar escribiendo una ficción de terror. 

Pero más allá de eso, ya entrando en materia, cuando hemos definido el marco general de la historia, comienzan las definiciones especificas; es cuando el escritor decide que tanto se adentró en otros géneros o subgéneros y la obra deja de ser una sola cosa y se convierte en dos, como por ejemplo, algo que ha surgido con el romanticismo moderno: el romance paranormal.

Dentro del género de narrativa de ficción de miedo, nos encontramos con dos géneros que a primera vista puede uno pensar que es lo mismo, pero así como un drama histórico no es lo mismo que un drama romántico, lo mismo sucede con el estilo oscuro.

Los límites que definen al terror y al horror son tan delgados que es muy sencillo confundirlos, pero son las diferencias sutiles de fondo las que nos permiten comprender que es qué. Aunque una norma básica para definir si tu obra de ficción es de horror o terror es comprender la fuente del mal que aqueja a los personajes. 

En el horror nos encontramos con las criaturas inexistentes, la raíz de todo mal, el causante de todas las desgracias es un ser sobre natural, normalmente incorpóreo, atrapado en una casa como castigo, o en su defecto, la fuente de todas las desgracias es una maldición gitana, o pueblo maldito, o cueva encantada. Es decir que si el malo de la historia es un fantasma, espanto, demonio, o cualquier ente que en términos reales no existe, esa obra entra en el género del horror.

A diferencia de lo anterior, el terror tiene una raíz real y tangible, la maldad está representada en un ser humano vivo, una máquina asesina, un grupo terrorista, un psicópata, ¡E incluso! en las alucinaciones del protagonista, este último es conocido como terror psicológico. La versatilidad del género terror da cierta ventaja, porque al provenir de una base real, el autor puede jugar con otros géneros, como la novela de detectives o la novela política solo por poner dos ejemplos.

Y aclarando un poco más el panorama, todos coincidimos en que la literatura gótica es la antecesora de ambos géneros, mas no significa que esta sea obligatoriamente de terror u horror; es importante destacar que ambos géneros buscan provocar o producir un estado de miedo en los lectores, algo que no sucede necesariamente con la novela gótica. Esta dio las bases para ambos géneros por su marco sombrío y decadente, aspectos que solían ser recurrentes en novelas de horror y terror, pero con la evolución y mezcla de los géneros, muchas obras de ficción de horror y terror no tienen características góticas; una manera sencilla de comprender esto es reconocer que el lenguaje implementado en las novelas góticas es recargado y muy poético, comprende una estética impecable y elegancia, cualidades obligatorias dentro de la literatura gótica.

Por eso es necesario que los autores investiguen y definan muy bien el marco de género para usar, el hecho de que una novela sea de vampiros no significa que sea gótica, grandes novelas de vampiros están enmarcados en el género de ciencia ficción (¡Sí! ciencia ficción), como tampoco lo es el hecho de que sea un romance entre seres sobrenaturales, por ejemplo, la (pésima) saga de Crepúsculo no tiene un ápice de góticismo. 

Espero que esto les sea de ayuda a los nuevos escritores.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Saludos de ascensor (Relato erótico)

Llevaban años conociéndose, pero no habían compartido más allá que eventuales saludos en el ascensor. Ni siquiera vivían en el mismo piso, de hecho ella vivía en el piso doce y él en el piso cuatro, a veces se encontraban en los jardines, ella paseando a su perro, él leyendo un libro al borde de la pequeña piscina con los pies sumergidos en el agua; cuando eso sucedía, la observaba discretamente sobre su libro, admiraba con detenimiento su figura y sus encantos, tenía algo que le parecía hipnotizador, una mezcla entre cierto desapego al aspecto personal y un esmerado cuidado con su piel y su cabello, pero lo que encontraba más atractivo en su aspecto físico eran la incipiente pancita que tenía, producto de su afición a las donas que vendían en la esquina de la residencia donde ambos vivían y que en varias ocasiones la había visto comer.
Ella también lo observaba con detenimiento y disimulo, su viejo pastor solía caminar despacio por la edad, lo que le permitía regodearse en los paseos. Se admiraban mutuamente en silencio y a la distancia, tal vez con un poco de intimidación por parte de ambos, esto había colaborado a que no fuesen más que simples vecinos, de esos que no se conocen de nombre.
Los momentos más intensos ocurrían en el ascensor, cuando ella bajaba de su apartamento en las mañanas con una taza de café recién hecho en la mano e inundaba el pequeño recinto con un aroma bastante agradable, era un olor de café y algo más, a veces era canela, otros podía ser chocolate; por eso cada vez que olía el café se acordaba de ella y lo asociaba con una sensación cálida y vibrante que estimulaba sus sentidos de una manera particular, en más de una ocasión había dejado volar su imaginación mientras tomaba una taza de café en su trabajo, la imaginaba recién levantada en las mañanas con el cabello revuelto, tal vez en ropa interior o con una bata de seda, mientras preparaba la cafetera con una expresión somnolienta. Imaginarse cómo eran las curvas de su cuerpo escondidas bajo la seda lo hacían irse un poco más allá, cada vez se iba acercando más a ella en su mente, a su cuello para masajearlo y darle pequeños besitos en la nuca mientras sentía sus poros erizarse sin control mientras soltaba pequeños suspiros de gusto a cada caricia.
Él no se escapaba de los pensamientos de ella, cuando el ascensor estaba lleno de gente el procuraba colocarse al fondo de este a su lado, un escalofrío disimulado subía por su espalda al sentirlo tan cerca, olía a fresco en las mañanas y a loción de afeitar; si en el ascensor solo iba ella, él entraba con una sonrisa tímida y se paraba justo detrás de los botones dándole la espalda, después de desearle un “Buenos días, vecina” casi entre dientes. En ese instante lo miraba sin disimulo y se imaginaba cómo se sentiría enredar sus dedos entre sus cabellos mientras sentía su respiración cerca del oído, le gustaba sobremanera su cabello ligeramente despeinado.
Todo hubiese ido bien de haber continuado así, pero una mañana ella se montó en el ascensor con su habitual taza de café en la mano y caminó hacía el fondo del aparato entre cuatro vecinos que bajaban de los pisos superiores, se decepcionó un poco porque tal vez no iba a ver al joven vecino del piso cuatro, el ascensor solo dejaba subir a diez personas y en el trayecto se había detenido dos veces y la vecina del séptimo piso había entrado con sus tres niños.
El aparato se detuvo en el cuarto y al abrirse las puertas apareció él, con su cabello oscuro y una camisa de mangas largas de color marrón que resaltaba sus ojos.
Le sonrió como de costumbre, pidió permiso a los pequeños revoltosos que se habían adueñado de la puerta a pesar de los constantes regaños de su madre para que se comportaran y se colocó a su lado, bastante cerca; notó que había cambiado de loción de afeitar, la nueva olía diferente pero le gustaba más. El ascensor se detuvo en el piso tres y subió un señor adicional, el aparato emitió un ruido extraño al que ninguno le prestó atención; se atascó en el piso uno.
Los niños empezaron a llorar y la mujer desesperada intentaba calmarlos, los demás vecinos empezaban a impacientarse por la demora a pesar de que ya estaban intentando abrir el ascensor, al final cedieron las puertas y la mujer que estaba al lado de ella la empujó un poco sobre él para salir más rápido.
Sus manos se rozaron, ella apoyó momentáneamente su cuerpo en el de él, sus miradas se encontraron demasiado cerca, él le sonrió con cierta picardía, ella se sonrojó un poco pero también sonrió mientras pedía disculpas; allí donde sus pieles se tocaron sintieron una descarga eléctrica, ella se apartó y dijo hasta luego, la tensión no le iba a permitir bajar hasta la planta en el aparato, el ligero roce de su busto sobre su antebrazo había sido la experiencia más sensual que había sentido en toda su vida.
Ambos pasaron su jornada laboral distraídos, ella pensaba en sus labios, él en la firmeza de sus senos.
Esa misma tarde ambos llegaron a la misma hora, el vestíbulo estaba congestionado y la gente subía a empujones en el aparato, él podía subir los cuatro pisos hasta su apartamento pero no quería, al fin ella pudo entrar pero alguien ocupó su puesto habitual en el ascensor, él pasó por detrás de ella y se colocó al final sin darle chance de llegar a la pared del fondo, se quedó en un costado, con el cuerpo ligeramente apoyado en la pared y la cabeza hacía un lado tratando de distraerse de la sensación tan rara que sentía al tenerlo a su espalda. Él se deleitaba mirando la línea de su cuello, le pareció encantador el mechón de cabello que se escapaba del moño cerca de su nuca; el ascensor se detuvo en el piso cuatro, él salió pidiendo permiso, ella se giró para darle espacio y sus cuerpos se volvieron a rozar, sus miradas se encontraron de nuevo y ambos reconocieron la atracción intensa que se había generado entre los dos.
Él se dio una ducha, su mente volaba con imágenes de su cuerpo desnudo, el agua fría no aplacaba el deseo, antes bien lo inflamaba más; su mano se acercó a su miembro y mientras su imaginación se recreaba muy vívidamente con ella se masturbó.
El orgasmo llegó intensamente, pero no aplacó el deseo.
La luna apareció en el firmamento, salió de su casa con su acostumbrado libro en la mano, esa noche iba a empezar a leer uno nuevo; el ascensor se abrió y la descubrió en un vestido de tela suave color gris, bastante ceñido pero discreto y unas zapatillas rojas a juego con la cartera que llevaba, iba con el cabello suelto y los labios pintados de un tono oscuro, se veía espectacular, no pudo disimular la impresión así que siguiendo su habitual rutina se colocó de espaldas a ella cerca de la puerta del ascensor.
Ella notó la expresión de su rostro y el placer floreció por todo su cuerpo, el que la considerara hermosa y atractiva la hizo vibrar, hasta cierto punto había pensado en él mientras escogía la ropa y el maquillaje, iba a cenar con unas amigas y luego por unos tragos. El ascensor marcaba el descenso, piso tres, piso dos, piso uno.
Él apretó el botón de stop del aparato, se giró sobre sus talones, se acercó a ella y la besó.
La atrapó entre su cuerpo y la pared del fondo, pegó sus labios a los de ella que sin pensarlo lo recibieron con anhelo, sus lenguas juguetearon mientras la respiración de él se hacía más intensa y sus manos se afianzaban en su cintura; ella podía sentir la erección a través de su pantalón de deporte, el morbo que eso le produjo la llevó a enredar sus dedos en la base de su cabellera y presionarlo más contra sus labios que mordisqueaba suavemente, se detuvieron para tomar aliento y se miraron a los ojos, ambos vieron la pasión y el deseo del otro, ella lo atrajo hacía sí de nuevo y lo besó, estaban hambrientos el uno del otro.
Él se apartó tras un instante, puso distancia entre ellos, su pecho bajaba y subía frenético, le dedicó una mirada furiosa, se giró y regresó a su lugar y puso a andar el ascensor de nuevo.
Ella se llevó las manos a la boca, su pecho también bajaba y subía desesperado, la sangre hervía dentro de sus venas y podía sentir como sus piernas temblaban por el deseo.
La puerta se abrió y ambos salieron, ella un poco más rápido, entonces reveló su espalda descubierta y la caída del vestido sobre sus nalgas; tuvo que contenerse de correr tras ella y arrancarle el vestido para poseerla allí mismo en medio del vestíbulo.
Intentó por todos los medios concentrarse en la lectura, pero su mente se iba una y otra vez al episodio del ascensor.
Le encantaron sus labios carnosos y su lengua tibia abrazando la suya, los dedos de sus manos aferrándose a sus cabellos como si su vida dependiera de ello y generándole escalofríos placenteros que nacían de su cuero cabelludo y se irradiaban al resto de su cuerpo, aún perduraba la fragancia de su perfume, un aroma ligeramente cítrico que había inundado sus fosas nasales y le habían hecho perder el control.
Estuvo sentado dos horas en una tumbona cerca de la piscina, supo que no iba a poder pasar de la segunda hoja tras nueve intentos de releer la última frase.
Regresó a su casa, se montó en el ascensor y se distrajo con la lentitud con que se cerraban las puertas.
―¡Por favor detenlo!― escuchó que pedía una mujer, su reacción fue inmediata y lo detuvo, las puertas se abrieron nuevamente y se quedó helado.
Por la expresión en su rostro supo que ella tampoco esperaba verlo de nuevo tan pronto, dio un instintivo paso hacia atrás pero las puertas se habían cerrado y el aparato se había puesto en marcha.
Se quedaron en silencio mirándose con cierta vergüenza y expectativa, el ascensor se detuvo en el piso de él, avanzó cuando las puertas se abrieron y la empujó ligeramente con su cuerpo cuando ella no reaccionó para dejarlo salir.
El ascensor se cerró, él no pensó en nada más, la atrajo hacia su cuerpo y empezó a besarla despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, era algo tarde y nadie se iba a aparecer por allí a interrumpirlos, ella respondió de manera dócil, dejó caer su cartera al suelo y entrelazó sus manos detrás de su cuello.
Se detuvieron un solo instante para tomar aliento, el rostro de él bajó por su cuello aspirando su fragancia y dejando un rastro de besos que iban erizando su piel; ella gimió suavemente, sus manos se soltaron y una de ellas se desplazó hacía su cintura e introdujo una mano suave por entre su camisa, él la detuvo sosteniéndola con firmeza por la muñeca, la miró a los ojos en una muda advertencia, él estaba haciendo su máximo esfuerzo para controlarse pero la determinación en sus ojos le dio el permiso necesario, la alzó en el aire por la cintura, enterró su cara entre su cuello y empezó a besarla mientras ella se aferraba a él y jadeaba de placer.
Encontraron la pared del pasillo, la dejó caer despacio en el suelo, ella le sacó la camisa, y fue la única pausa que se permitieron para dejar de besarse, él descubrió su hombro y deslizó delicadamente el vestido dejando al descubierto su torso desnudo, pellizcó ambos pezones con sus dedos mientras sus lenguas jugaban dentro de sus bocas, ella dejó escapar un gemido ante sus caricias, la vibración dentro de su boca lo hizo desesperarse más, usó sus rodillas para abrir sus piernas y una de sus manos bajó hasta allí descubriendo su ropa interior húmeda, la hizo a un lado y acarició su clítoris con delicadeza, los gemidos de ella empezaron a ser más fuertes y seguidos mientras él la seguía besando, esa sensación en su boca lo volvía loco y quería prodigarle más placer.
Sus dedos se colaron dentro de su sexo, era un lugar tibio y húmedo que parecía voraz y ansioso, sus labios se contraían sobre sus dedos, sus gemidos parecían haberse salido de control, una mano de ella se aventuró por sus pantalones, acarició su miembro por encima de la ropa y luego metió la mano sin pudor.
Él también estaba húmedo y presto, ella le prodigaba caricias un poco torpes, porque él no quería soltarla, no quería parar de besarla y que continuara gimiendo en su boca con desesperación, la tenía atrapada y por eso ella no podía dedicarle caricias y placeres más apropiados, él se había adueñado de ella, él quería que ella sintiera el placer.
Se alejó solo lo necesario para arrodillarse, introdujo ambas manos por debajo de su falda y sacó lánguidamente su ropa interior, la deslizó por los muslos con lentitud mientras la miraba directo a los ojos, los senos de ella vibraban con cada inspiración mientras sus labios enrojecidos jadeaban descontroladamente.
Dejó la pieza en el suelo, la falda escondía su sexo, él la levantó ligeramente y regó suaves besos en sus muslos, ella cerró los ojos, su cuerpo temblaba por el intenso deseo, era una dulce agonía verlo subir despacio sobre sus piernas mientras sus manos acariciaban sus pantorrillas, se incorporó un poco, subió un más su falda y metió su rostro entre sus piernas.
Su lengua rozó suavemente su clítoris, ella se llevó una mano a la boca para amortiguar los gemidos mientras con la otra se sostenía de la pared; él le indicó con gestos muy suaves que abriera las piernas un poco más, pasó una de ellas por sobre su hombro y allí se perdió entre su falda; olía y sabía a gloría, su lengua intentaba llegar más adentro motivada por sus gemidos, podía sentir su placer, sabía que en cualquier momento iba a explotar y él quería estar allí; se esmeró más y el orgasmo llegó como un premio jugoso que se derramó sobre sus labios, se sentía exultante mientras ella se agarró a sus cabellos y jaló con fuerza, ya no le importaba si sus gemidos se escuchaban o no, él seguía lamiendo y chupando sin darle tregua, prolongando sus espasmos cada vez más.
Se puso en pie, se sacó su miembro y la alzó en el aire sentándola sobre él, ella cerró sus piernas alrededor de sus caderas, abrazó su miembro con dulzura mientras soltaba gemidos cortos y repetía una y otra vez que sí.
Se movieron despacio, él respiraba roncamente, la mordía suavemente en el cuello y en los hombros, sus pieles se erizaron al contacto, era maravilloso sentir sus senos sobre su torso desnudo, su miembro se deslizaba dentro de ella que lo apretaba e intentaba aprisionarlo con su vagina, quería prolongar ese momento, deseaba experimentar esa suavidad húmeda y abrasadora, ella empezó a gemir más rápidamente y a moverse con más fuerza mientras él trataba de controlar su movimiento haciéndolo más lento, no quería llegar todavía, quería que el orgasmo se tardara lo más posible para que aquel momento no se acabara; ella gimoteaba y rogaba con la voz entrecortada que lo hiciera más fuerte y rápido; él llevó su mano al cuello y sostuvo su cabeza con fuerza contra la pared, mordisqueaba su piel y dejaba escapar su aliento tibio sobre ella mientras se movía con premeditada lentitud.
El orgasmo volvió, esta vez más intenso, su vientre se contrajo espasmódicamente y apretó con fuerza su miembro casi haciéndolo explotar también, temblaba suavemente mientras él se detenía y jugueteaba con su lengua sobre sus pezones; la bajó y apoyó delicadamente sobre el suelo, se dedicó a besarla y a beberse sus gemidos.
Tras unos minutos dándole oportunidad para que se repusiera, la hizo volverse y que le diera la espalda, levantó la falda del vestido sobre su cadera descubriendo sus suaves nalgas, apoyó su miembro entre ellas mientras la apretaba contra su pecho y pellizcaba sus pezones haciéndola gemir quedamente, la inclinó un poco, ella se sostuvo de la pared con ambas manos, él acarició su espalda, regó besos y mordisquitos por toda su extensión y en su cuello, tenía que dar chance a retomar el control, de no llegar a su orgasmo con solo introducirse dentro de ella.
Su mano bajó hasta su clítoris y jugueteó con él, hacía un esfuerzo supremo para no poseerla y explotar de placer, la hizo inclinarse un poco más y se deslizó con suavidad, sus jugos corrían por sus muslos, en esa nueva posición podía sentirla completamente, tras unas cuantas envestidas ella llegó nuevamente al orgasmo y él no pudo aguantarse más, empujaba con fuerza mientras de su boca escapaban gemidos, ya era una necesidad correrse dentro de ella; gemía mas fuerte indicándole que estaba a punto de darle otro orgasmo y eso se sobrepuso a la necesidad de su propia culminación, pero a pesar de bajar la velocidad embestía con fuerza para tratar de llegar más adentro de ella y aquello lo llevó al final del camino y juntos llegaron a un orgasmo grandioso.
Él se desplomó sobre su espalda, podía sentir los espasmos de sus fluidos dentro de ella, el olor de ambos se mezclaba y los embriagaba, él se aferró a su cintura, no quería salirse de su cuerpo, no quería que eso tan intenso acabara, sus pieles seguían vibrando al más pequeño contacto.


Tras unos minutos ella se enderezó y él se vio obligado a despegarse, aún dándole la espalda ella se acomodó el vestido y se bajó la falda, miró con cierta vergüenza el charco del suelo, se inclinó un poco a recoger su cartera y sin darse cuenta rozó su miembro que continuaba medio erecto, no fue intencional pero la hizo enderezarse rápidamente.
Se volvió y lo miró, él lo hacía hambriento, como si todo lo que había obtenido de ella no fuese suficiente, ella lo miraba con una mezcla de vergüenza y deseo.
Se encaminó a las puertas del ascensor y apretó el botón de llamada y las puertas se abrieron inmediatamente; parecía que huía y en cierto modo era verdad, sabía que podía quedarse allí y continuar hasta caer casi muertos por el placer.
Las puertas se cerraron tras ella, en la parte superior se indicaba la inminente subida, por un instante pensó que se quedaría y empezaría todo de nuevo.
Recogió su camisa y descubrió que al lado estaba su ropa interior.
Un pequeño recuerdo que recogió junto con sus cosas, abrió la puerta de su departamento y entró.
La mañana llegó temprano, después de ducharse y afeitarse salió de su casa percibiendo el aroma de ella todavía en su cuerpo, el pasillo tenía un fuerte olor a fluidos corporales que lo hicieron sonreír con risa tonta, las puertas del ascensor se abrieron.
Y allí estaba ella junto a otros vecinos y su taza de café que olía a Carmencita, él siguió como de costumbre, caminó hacia el fondo, se colocó a su lado, en el proceso se sonrieron con cierta timidez pero con complicidad.

“Buenos días vecina” saludó y aspiró disimuladamente el aroma que exudaba su cuerpo.