martes, 16 de junio de 2015

La gorgona de mi ventana. 3era. parte



La primera semana de mi estancia me recluí en mi casa y no me atrevía a salir de ella, ni siquiera cuando veía a la viejita Euríale caminando rumbo al laberinto del jardín. Durante el día no se escuchaba casi nada, de vez en cuando, entre silencio y silencio de las canciones de la radio se oía un cascabel que sonaba oculto entre el monte que empezaba a crecer; sabía que debía recortarlo, mantenerlo muy bajito para que no pudiesen esconderse los odiosos reptiles; en mi creciente y generalizado estado de miedo, nunca me di cuenta que no había visto ni una sola culebra, de ningún tamaño o color, pero yo las veía en mi mente, desplazándose pegadas a la pared, intentando entrar; de noche, a pesar de la música el ruido se volvía insoportable, cuando la oscuridad se apoderaba de las afueras de la casa venía plagada de cientos, miles de serpientes, verdes, amarillas, blancas, negras, manchadas, con cascabeles, grandes y pequeñas, que se movían en la periferia de mis ojos, al borde de la claridad que alcanzaban a percibir mis retinas.

Una mañana de miércoles, creo que ya tendría unos quince días en la casa, decidí salir hasta la ciudad, entré en la primera ferretería que vi y compré una enorme dotación de bombillos. El domingo anterior me había percatado de los postes que rodeaban todo el perímetro de la propiedad, ninguno tenía su bujía, así que me sentí aliviado al poder solucionar el problema de la oscuridad. Llegué de tarde, no esperé a entrar en la casa, me fui con mis bolsas aprovisionando cada lámpara con su reflector (no me arriesgué con simples bombillas de luz débil y amarilla), esa misma noche comprobé que cada una de ellas funcionaba. Mi tranquilidad no duró mucho, a pesar de las potentes luces continuaba escuchando los siseos y cascabeles, no con tanta intensidad ni tan seguidos, pero estaban allí, sonando fuera del alcance de mi vista.

Apagué las luces internas y me fui a dormir, pensando en la necesidad imperante de comprar uno o dos aparatos de aire, las ventanas cerradas a cal y canto volvían la estancia dentro de la casa en una locura infernal; había momentos en que desvariaba, para soportar el calor me mantenía desnudo, sólo usaba unas botas de trabajo de caña alta que me llegaban hasta las rodillas, corría cada tres o cuatro veces a la ducha para refrescarme de aquel calor espantoso; incluso sentir las gotas de sudor recorriéndome la espalda me generaba escalofríos, no podía evitar relacionarlas con los cuerpos de serpientes deslizándose por el suelo.

Saliendo de una refrescante ducha que había ayudado a calmar mis ansiedades, me asomé a la ventana de la sala y la abrí de par en par, desde mi posición podía maniobrar rápidamente para cerrar los vidrios en caso de que algún maldito animal decidiera acercarse; no me preocupó encontrarme desnudo, las botas me proporcionaban cierta seguridad porque dentro de mi demencia estaba claro en que mis puntos débiles eran los pies, los tobillos y las pantorrillas. Vi a la mujer saliendo desde mi derecha, caminaba despacio y llevaba un vestido vaporoso de color amarillo y blanco, caminaba con suavidad pero firme, y llevaba un pañuelo anudado en la cabeza que ocultaba su cabello. Desde mi perspectiva me pareció más joven que otras veces, aunque me admití que no la había detallado más, antes y tampoco recordaba haberlo hecho en mi primer terrible día; era tanta mi concentración que no sentí ni un ápice de vergüenza por estar expuesto de semejante manera, antes bien, me preocupó su seguridad, no alcanzaba a ver sus pies, la hierba alta no me permitía divisarlos debajo del ondulante movimiento de su falda; nunca se giró a verme, caminó siempre derecho al laberinto, se perdió de mi vista en cuestión de unos segundos.

Los minutos pasaron despacio, la claridad del sol fue menguando y mientras tanto aumentaba mi preocupación; de nuestro primer y bochornoso encuentro recordaba a una mujer mayor, así que me sentí muy agitado pensando que oscurecía y que aquella anciana se encontraba paseando en mi jardín; si una serpiente la picaba iba a morir sola, sin poder pedir ayuda, porque a mí me paralizaba el miedo a unos reptiles que no había visto. Cuando por fin se hizo de noche no cabía en mí de tantos nervios, el frío nocturno entraba por la ventana, y las lámparas de mi terreno me mostraban un campo verde y explanado con montículos, aquí y allá, de flores; también podía distinguir con cierta claridad las esculturas de piedra que franqueaban el camino hasta la entrada del laberinto.

Con la luz que les llegaba de diversas direcciones, las estatuas de piedra dibujaban sombras extrañas, la oscuridad en algunas zonas de sus facciones les otorgó un aire siniestro y aterrador; así que cerré la ventana, me di una nueva ducha y me enclaustré en mi cuarto a descansar.

El exiguo aire del ventilador refrescaba mi piel mojada, para combatir aquel asfixiante calor de la casa apagué todas las luces sintiéndome seguro por la claridad de las bombillas externas; fui cayendo en un sopor agradable, me dejé ir al sueño fácilmente porque llevaba noches enteras descansando poco o nada, tenía la esperanza de que una noche de reparación podría sacarme de ese estado interno y frenético en el que había caído desde mi llegada; en las brumas del ensueño pensé que tal vez mi problema se debía al terrible golpe en la cabeza, que no había sido únicamente un chichón, posiblemente había desencadenado alguna alucinación auditiva por el impacto que había dañado mi cerebro, todo era posible, ¡Todo!

En mitad de la noche escuché los cascabeles cerca de mi ventana, cuando abrí los ojos vi una horrorosa sombra que se proyectaba, desde afuera, en mi pared blanca; al principio pensé que sólo era la confusión en mi mente dormida, que no alcanzaba a discernir las formas lógicas escondidas detrás de aquella mancha negra, pero inmediatamente caí en cuenta de que no existía nada fuera de mi ventana que proyectara dicha sombra. Me espabilé presa de los más espantosos presagios, sólo podían ser dos cosas: o me había vuelto definitivamente loco por aquel golpe, o en verdad había una cosa monstruosa fuera de la casa.

No pude moverme de la cama, vi cómo la sombra cambiaba de tamaño, a veces parecía hacerse grande en mi pared, abarcando toda su dimensión, luego se empequeñecía hasta adquirir el tamaño de una persona; su cabeza parecía deforme, como si decenas de tentáculos salieran de ella en todas direcciones, cuando se alejaba la sombra crecía y casi sentía que esas protuberancias temblorosas iban a alcanzarme a través de la oscuridad. Repentinamente mi cuarto se llenó de los sonido siseantes de las serpientes, seguidos por el continuo maraqueo familiar de los cascabeles, entonces la comprensión vino a mí como una ola de agua helada que entumeció todo mi cuerpo, aquellas cosas que yo había tomado por tentáculos eran de hechos serpientes, fuera de mi casa había una persona con una cabellera de serpientes, un ente bífido que me acechaba por las noches, esa cosa se acercaba al borde de la casa y dejaba escapar todos sus sonidos incesantes que me estaban torturando, todas las imagines horrorosas que una imaginación trastornada, como estaba la mía, me inundaron en un segundo y casi me asfixié con el grito que no alcanzaba a salir de mi garganta.
Aquella noche aciaga me arrinconé en una esquina, aferré la delgada manta de mi cama y me arropé con ella como si fuera un escudo protector, cuando amaneció yo continuaba temblando como si el mismo frío se hubiese adueñado de mis entrañas, trataba de buscar en mi memoria cómo se llamaba ese monstruo mitológico que había aparecido en mi jardín.


Entonces recordé las viejas lecturas de la escuela, y el nombre vino a mí con estupor: Medusa.





domingo, 14 de junio de 2015

La gorgona de mi ventana. 2da parte, (relato de horror)

La mañana siguiente me encontró acurrucado en una esquina del sillón de la sala, abrí los ojos despacio, resintiendo la claridad que se filtraba por la ventana, la cabeza me dolía como si millones de terremotos quebraran mi cerebro en miles de pedazos, seísmos que se sucedían uno detrás de otro sin ningún descanso haciendo palpitar mi cabeza. Cuando mi visión se normalizó me encontré con el panorama deplorable de la mesa de centro, en una esquina, una botella de vino se había volcado y parte de su carísimo contenido se había derramado dejando una costra tinta en el suelo de color ladrillo, los restos de comida adornaban los platos de una manera grotesca, sentí vergüenza de mí mismo, me había entregado a una bacanal como la que relataban los mitos griegos, solo que esta vez no habían mujeres para grandiosas orgías.


No sabía si el dolor de cabeza que amenazaba con romperme el cráneo en dos era por la resaca o por el golpe, caminé hasta la cocina arrastrando los pies, saqué una jarra de agua helada de la nevera y casi me la eché encima, quería llorar como un niño, miré el teléfono incrustado en la pared, antes de percatarme estaba marcándole a mi madre con la esperanza de que se viniera unos días de visita, pero antes de que se concretara la idea en mi cabeza me di cuenta que el aparato no tenía tono de marcar; colgué violentamente en un arrebato de frustración que solo empeoró el dolor de mi cabeza, solté un gemido lastimero que se desvaneció en el silencio de aquella enorme casa, vacié unos cubos de hielo en un trapo y me los puse en la frente esperando que el frío entumeciera toda la zona lo suficiente como para poder dormir.

Cuando desperté de nuevo la tarde caía, me sentía mucho mejor y la cabeza parecía dispuesta a darme una tregua; estaba famélico, así que mientras limpiaba el desastre de la casa comía sanduches de queso y tomate. Era de noche cuando salí de la ducha, me apoltroné en uno de los sillones de la biblioteca con un vaso de jugo a un lado y un viejo libro en la otra; previamente había abierto las ventanas con la esperanza de que entrara la brisa nocturna y refrescara el lugar; a pesar del dinero y los arreglos que la tía Silvia le había hecho a la casa, nunca pensó en un aparato acondicionador de aire, solo existía un viejo ventilador de pie, que de ser tan viejo a duras penas movía las aspas. Las horas pasaron lentas y entretenidas, nunca eché en falta la televisión, el libro me mantenía concentrado en la trama, tanto que el vaso de jugo se había quedado olvida en la esquina de la mesa donde lo había dejado. La luz falló por unos minutos, pegué un brinco de susto por el sonido seco que emitió la nevera, me encaminé a ciegas por los pasillos, tanteaba con las manos a la espera de evadir los obstáculos del camino a la cocina, antes de poder encontrar los cerillos y las velas la energía se restauró, pero aún así me eché al bolsillo de mi vieja pijama ambos artículos y caminé de vuelta a la biblioteca, no sin antes echarme un vistazo en uno de los espejos que había en el camino, y comprobar que el chichón de mi cabeza estaba menguando.



Efectivamente la luz volvió a fallar casi apenas haber tocado el sillón, encendí la vela y me acomodé de forma tal que la luz me permitiera leer; en aquel silencio casi demencial me sumergí más en la lectura, una aventura de marineros de la que no recuerdo el nombre. Al principio me pareció que el ruido que se iba metiendo en la casa eran los sonidos peculiares de las noches de los campos, pero cuando los tintineos comenzaron su concierto me helé de miedo. Intenté convencerme de que todo era producto de mi imaginación, que aunque las serpientes de cascabel estuviesen en el jardín, yo no tenía por qué preocuparme, estaba seguro dentro de la casa; pero aún así, el sonido que aumentaba en un crescendo demencial, me mantenía paralizado y llenaba mi imaginación de cientos de serpientes que se movían entre las matas, reptando en dirección de mi hogar, intentando escalar las paredes para entrar por las ventanas. Dejé escapar un gemido lastimero, recordé que la mayoría de las ventanas estaban abiertas con la intención de refrescar la casa; en un arrebato de coraje que nació de un minuto de lucidez, me levanté con la vela en la mano y me asomé por la ventana. La luz de la llama no alcanzaba a alumbrar mucho, era una noche sin luna y no me sentí con el coraje de estirar la mano por fuera de los barrotes de la reja, admito que un miedo inusitado se había apoderado de mí, se ha apoderado de mí desde ese día, me atenaza y a veces siento que me asfixia; cerré la ventana con fuerza, la aseguré y casi corrí hasta la ventana siguiente, la de mi cuarto, la esperma de la vela me caía en la mano quemando mi piel, la llama vacilaba y a ratos parecía que iba a apagarse, todas las veces que se redujo tanto que pensé que me quedaba a oscuras, instintivamente me llevaba la otra mano al bolsillo y palpaba la caja de fósforos para tranquilizarme.



Llegué a la ventana de la sala, la última por cerrar, respiraba con dificultad debido a mi arrebato de pánico que me hizo correr entre la penumbra esquivando los muebles que a ratos parecían saltar sobre mí, aquella oscuridad se sentía como un ente vivo y sólido, al que las fuerzas exiguas de mi diminuta luz le costaba atravesar, así que cuando me detuve frente a la ventana no me pareció extraño ver cómo se movía casi perezosamente; estiré el cabo de vela para poder distinguir mejor, pensé que lo que se agitaba era una serpiente pesada y oscura, una bestia capaz de destrozarme los huesos con su mortal abrazo y engullirme en minutos ¿Acaso no eran las tragavenados culebras enormes que se podían tragar un maldito venado? En cuestión de segundos pensé en mis opciones, era desesperante sentirme indefenso, no era muy amante de los reptiles, pero jamás en mi vida me había sentido tan aterrado por las culebras, no encontraba un motivo racional para el miedo que me atenazaba, las extremidades las sentía heladas, ya me había insensibilizado a las quemaduras de la esperma, parecía que la oscuridad era un mundo extraño plagado de monstruos escamosos que querían subirse por las paredes y caerme encima, inoculándome sus venenos malditos que acabarían conmigo en cuestión de segundos; aquel sonido infernal se propagaba mágicamente en las estancias, casi sentía que las serpientes estaban acercándose por mi espalda, los siseos de aquellas lenguas bífidas eran como caricias asquerosas que me hacían erizar la piel; di un paso, luego otro, me acerqué al borde de la ventana, lo suficiente para que la vela arrojara su débil luz sobre ella, no había nada allí, no había ninguna constrictor esperando en la jardinera para asfixiarme y romper mis huesos en miles de pedazos. Cerré con delicadeza y solté un suspiro que distensionó mi cuerpo tan rápidamente que sentí que los brazos y las piernas se desprendían de mi tronco. En ese momento llegó la luz, aliviado de que la oscuridad se hubiese disipado revisé meticulosamente cada esquina del lugar, debajo de cada mesa y silla, todo con el fin de asegurarme que no había ninguna culebra que me fuese a picar mientras dormía. Me encerré en mi cuarto, dejé todas las luces de la casa encendida, apenas le pasé el pestillo del seguro a la puerta me percaté de que continuaba sosteniendo la vela, sentado al borde de la cama empecé a quitarme las conchas de esperma seca que se habían adherido a mis dedos y piel, agudizando el oído esperando escuchar el ruido de las serpientes de nuevo; me metí entre las sabanas lleno de un miedo desesperado, repitiéndome, casi como un mantra, que yo era un hombre valiente; pero cada vez que cerraba los ojos escuchaba los siseos y los cascabeles; todavía, mientras escribo esto, los escucho, ya no importa si es de noche o día.




viernes, 12 de junio de 2015

Del oficio de escribir: Consejos para el escritor.

Cuando una persona se decide a escribir “profesionalmente”, se aboca a buscar por internet los “diez consejos que todo escritor debe seguir” o “técnicas que te ayudarán a ser mejor escritor” y cualquier entrada de blog, artículo de pagina web, libro o curso para escribir.

Está muy bien documentarse sobre todo eso, pero hay que hablar claro y decir que estos no son biblias ni manuales para escribir, aquellos que nos dedicamos a esto llegamos a la conclusión, bastante sencilla, de que el proceso es distinto para cada individuo; puede ir desde: “escribe todo lo que se te ocurra” hasta “pararte de cabeza para que la sangre fluya y aparezcan las ideas”.

La mayor parte de escribir se compone de dos procesos, el creativo ―donde se gesta y nace la historia― y el productor ―que es sentarse y escribir―. Conversando hace unos días con una amiga, profesora de la Universidad de Oriente de Venezuela, comentaba que en uno de sus talleres de escritura la primera pregunta que hacía era: ¿Con qué se escribe?, lo cierto es que inmediatamente pensamos que con las manos o con la mente, pero su respuesta, aparte de jocosa, fue exacta y precisa: se escribe con las nalgas.

Muchos se preguntarán qué significa, y no es más que el hecho de que el primer consejo para el escritor es: siéntate a escribir.

Podemos encontrar desde conceptos específicos hasta subjetivos sobre cómo escribir, algunos funcionan, otros no; lo importante es sentarse con la mentalidad fija en la meta; uno puede proponerse metas razonables: una página por día, tres, cinco, quince; también puede ir por capítulos si se dedica a la narrativa, pero lo importante es escribir. Hay que tomar en cuenta que uno debe ser honesto, hay cierto respeto que se genera cuando uno dice: “soy escritor” inmediatamente la gente reacciona con un “¡¡oooh!!” mental porque la asociación más lógica es: si escribe debe ser muy inteligente. Lo siento chicos, pero escribir libros no te hace inteligente.

El siguiente consejo es uno muy simple que no todos enumeran en sus diez pasos, y es uno que de tan fácil pasa inadvertido: Busca tu propio ritmo.

Hoy en día hay una competencia entre escritores, es algo así como quién publica más libros, solo que la ecuación: +libros=+ventas=mejor calidad no es verdad. Ni siquiera los prodigios de la literatura pueden o sacan libros en un mes, porque el proceso detrás de escribir es más que una idea que se te ocurre mientras te tomas un café, o te duchas, o caminas por la calle. La mayoría (nótese que dije: LA MAYORÍA) de los escritores que publican un libro cada mes, que es de su propia autoría evidentemente, no varían la formula de escritura; es decir, el último libro es igual al anterior, y al anterior, y al anterior, y así sucesivamente hasta llegar a ese primer libro publicado; y no crean que todos los lectores son buenos, la literatura basura existe por algo, es la clase de literatura que evita que pienses, que hagas conexiones mentales, que no posee intrigas, ni suspenso y que te obsequia unas horas de liberación mental; desde mi punto de vista como lectora es la clase de libros que siento que insultan mi inteligencia, pero que de vez en cuando leo porque a veces se necesita una dosis de eso, es como la persona que se alimenta sanamente pero cada seis meses se da un atracón de comida chatarra. Lo importante acá (disculpen el desvío del tema) es que no necesitas entrar a esa carrera, por lo menos no si no quieres ser un escritor más del montón; no debes preocuparte porque tu libro te tome seis meses o un año escribirlo, recuerda que el libro es un aprendizaje para el escritor, cada libro nuevo es una enseñanza lograda, absorbida y aplicada en el siguiente trabajo. Además, los buenos libros son como los vinos, hay que dejar que se maduren.

El siguiente consejo es otro de esos que de tan obvios, da como vergüenza señalarlo: Consigue tu ambiente ideal.

Escribir es un proceso de desconexión del mundo en el que vive el escritor, dicha desconexión se hace para conectarse con la realidad que está creando, eso implica que puedes pelear con tus personajes, erigir o destruir la ciudad o entorno donde todo se está desarrollando, inclusive es para delinear los puntos de la historia. Cada quién tiene un proceso, algunos necesitan música que aísle el sonido externo, otros ―como en mi caso― necesitan silencio; unos puede que necesiten soledad, otros necesitan un mínimo de orden en su entorno, tener a la mano una bebida caliente, o un libro cualquiera que te ayude en las pausas, dulces o comida, o lo que sea que necesites que te ayude a escribir; hay que estar claro que las distracciones no cuentan, el juego de solitario de la computadora ,que distrae, no es parte del proceso, lo es si estás escribiendo y en uno de esos trancones creativos, producto del engolosinamiento de la historia, necesitas tener un respiro, esa pausa en la que tu concentración se ha fijado en una actividad repetitiva puede ayudar a que las ideas fluyan de nuevo, pero solo así, si evitan que puedas escribir, es que no te sentaste a escribir y entonces te remito al primer consejo de esta entrada.

El siguiente consejo es más una sugerencia, no es algo para tomar literalmente, sino es una guía que le permite al escritor practicar: Plagia.

No significa que el escritor deba agarrar el poema “El Cuervo” de Edgar Allan Poe y lo parafraseé y lo firme como suyo propio. No. El plagio en este caso es un proceso didáctico, en el que puedes tomar una historia conocida y narrarla desde tu punto de vista, o tomar un punto no desarrollado en un cuento o novela y desarrollar tu propio relato; esto te permite no crear desde cero, pero si entrenar a la mente para que pueda hacerlo, la creatividad no es un golpe de inspiración, detrás de cada libro hay un proceso creativo estudiado, donde el autor hace caminos “ocultos” que permiten darle sentido lógico a la trama; si no logras hacer tu propia historia desde cero, hacer esto suelta la mano y las ideas, es como sacar la basura que obstruye nuestra mente.

Una versión del mismo consejo es: escribe todo aunque sea malo, sacar ideas estancadas, viejas o que parecen fantásticas pero que no encuentras cómo desarrollar, permite que las buenas ideas lleguen.

Creo que el  último consejo es muy importante: Revisa que lo que estás escribiendo no se haya escrito “demasiado”.

Hasta el lector más flojo y menos experimentado hace comparaciones, y las comparaciones son odiosas a menos de que sean positivas, y por positivas es que te comparen con los grandes.

¿Qué hace una novela que tiene la misma trama que cincuenta o cien anteriores a ella? Ser una más del montón. La innovación es súper importante, es lo que te permitirá sobresalir en un mundo tan competitivo, como lo es ahora, la literatura. Y por qué es tan competitivo, porque ahora cualquiera ―sí, cualquier pendejx― puede “escribir” y publicar un libro. Hay que estar conscientes y tener la humildad de aceptar que con las nuevas plataformas de autopublicación, la élite de escritores dejo de serlo, hace unos diez años, tal vez quince, ser escritor era una cuestión de mérito; ahora es una cuestión de seguidores y consumo, y el consumismo actual nos dice que uno de los género que más se lee (en español por lo menos) es el romance, ¿Cuántas novelas de romance pueden considerarse originales? Podrán ser de vampiros, podrán ser rosas, podrán incluso meterle un toque de horror o paranormal, pero siempre es la misma línea: heroína dolida, héroe rescatándola, malo entrometiéndose, normalmente algún ex, amor superando los obstáculos, fin. Pongo el ejemplo de este género solo por la cantidad creciente de escritores que se lanzan con una historia romántica, cualquier sub género adicional ya ha sido o está siendo explotado, lo que conlleva a que sea muchísimo más sencillo que las historias se repitan, por ende se convierte en una tarea titánica crear una historia original. Evidentemente todo género tiene su línea lógica de desarrollo, por ejemplo el horror es algo así: protagonista atormentado, entidad malvada que lo acosa, lucha entre ambos y… es aquí donde quedan abiertas las posibilidades del autor, es decir, puede ser malvadx y no darle un final esperanzador, puede simplemente ganar el malo, o puedo hacer que el bueno gane a costa del sacrificio de su propia vida, o incluso el bueno puede quedar tan trastornado que se convierte en malo.

Para cerrar la entrada solo tengo una cosa que decir, los pasos técnicos de corregir, engavetar, volver a corregir, portada y todo eso, vienen después. Un ejercicio que todo escritor que comienza debe hacer es no soñar… demasiado, es el típico: no contar los pollos antes de nacer; no puedes pensar en cuántas editoriales meterás el manuscrito, ni en qué plataforma te conviene más subirla, ni cuántas ventas tendrá el libro, porque en ese momento NO HAY LIBRO. Hasta que no se pone “fin” en la obra, no está terminado; puedes empezar a fantasear abiertamente con todo lo anterior en el momento en que hayas ―como mínimo― hecho dos correcciones, una tuya y una de un tercero. Es entonces cuando entran también los pasos de escuchar las opiniones y todo lo demás, antes de eso, es solo una distracción que puede desviarte de tu meta original, que es: escribir.

Si un aspirante a escritor piensa que el proceso es tan directo como una operación matemática, se equivoca; a algunos pueden servirle las formulas que muchos publican porque a ellos les sirvieron, pero no son exactas y tampoco aplican a todo el mundo. El arte de escribir ―porque eso es: un arte― es un proceso subjetivo, con muchas variables, con las eventualidades de las sequías creativas, con el hambre obligatoria que te lleva a leer y releer obras nuevas y ya leídas, es todo un estado mental, e incluso físico, necesario. Hay gente que necesita despojarse de todo para escribir, no solo de sus tabúes, hasta de su ropa.


Espero que puedan servirte mis consejos, un gran abrazo a todos.

miércoles, 10 de junio de 2015

La gorgona de mi ventana. 1era parte (relato de horror)

Hace exactamente treinta días que mi calvario comenzó, al principio no reconocí el peligro al que me exponía, pensé que mi suerte maldita estaba cambiando y que finalmente mi futuro brillaría con una estrella diferente. Dos meses atrás recibí la noticia de que una tía abuela que solo vi una vez en mí vida había dejado en heredad su vieja casa de campo, en la que había vivido toda su longeva existencia, al pariente en edad adulta que no tuviera casa; casi no pude creérmelo, ni siquiera cuando mis hermanos se burlaron de mi buena suerte; yo, el parasito pestilente, que solo servía para criar garrapatas en el sofá podrido de la casa de mi madre, recibía como por acto de magia una vivienda solo para mí.

Dicha casa, que nunca había visitado, se encontraba a la salida de la ciudad, tomando la autopista principal hacia P., yo no disponía de un vehículo propio, pero tampoco tenía en propiedad gran cosa más que una maleta vieja y descocida donde cabían todas mis pertenencias, una portátil tan antigua que era casi obsoleta y un par de zapatos que daban lástima. Me apersoné en la vieja casa, gastándome el poco dinero que me quedaba en una caja de cigarrillos, una botella de un ron no tan bueno para celebrar y el pasaje en autobús que me llevaría a mí nueva propiedad.

Al divisar la estructura me sentí pletórico de emoción, disponía de una hermosa vivienda de estilo colonial, con un amplio jardín delantero, delimitado por un muro ocre erigido con piedras de río, construcción típica de la zona; no me importó que mi capital se hubiese reducido a cien bolívares que con suerte me alcanzarían para comerme un par de perros calientes, que probablemente no conseguiría en aquella zona tan alejada de un centro urbano; en ese instante me sentí el hombre más afortunado del mundo.

Cuando me bajé del autobús y caminé por el camino de grava, gris y blanca, hasta el portón de piedra de la casa, salió un hombre mayor, algo enjuto, se presentó como el abogado de la vieja tía Silvia y me hizo pasar al interior. Dentro el ambiente se tornaba un poco frío algo que recibí con alegría tras el calor sofocante y reseco del exterior; el hombrecito iba recitando las mejoras que la tía abuela le había hecho, las tejas eran nuevas y de arcilla, el piso de terracota pulida tenía apenas un año de antigüedad, la casa no poseía jardín central como los modelos clásicos porque tenía una extensión de terreno en la parte de atrás con un grandioso jardín plagado de esculturas de piedra que doña Silvia había estado coleccionando toda su vida. Cinco espaciosas habitaciones con ventanas de vidrio (se habían sustituidos las de madera) rectangulares y alargadas que se abrían hacia el interior, rematadas con sus rejas de hierro forjado y su respectiva jardinera donde crecían bellas las onces que se derramaban por la pared como una cascada verde, blanca y fucsia hasta el suelo, techos de madera altos y frescos, paredes de un tono crema acogedor que combinaban con los muebles antiguos y bien cuidados, y una magnifica biblioteca con un pesado escritorio de ébano que por alguna razón me hizo sentir sumamente importante. Jamás imaginé que dicho mueble me serviría para escribir estas palabras, que esta casa que en un principio me pareció acogedora, terminaría siendo un infierno plagado de horrores.

Antes de marcharse, el abogado me refirió el resto del testamento, la tía abuela Silvia no solo me había dejado la casa, sino además, una cuantiosa suma de dinero con la condición de que no vendiese la casa que con tanto esfuerzo ella había restaurado y mantenido. Yo no cabía en mí de la emoción, había salido de casa de mi madre con su bendición y con las burlas de mis hermanos que apostaban que la casona no iba a durar en mis manos más que unas pocas semanas, que la vendería únicamente para poder pagar unas cuantas noches de juerga, ron y libros; pero allí, recibiendo aquella noticia, asegurada una mensualidad más que holgada que me permitiría vivir tranquilo y sin preocuparme por lo menos por los siguientes diez años, en lo único que podía pensar era en las caras de mis familiares y amigos cuando supieran que a partir de ese momento yo, de verdad, me convertía en todo un señor.

―Una última advertencia― dijo antes de bajar hasta la carretera ―Doña Silvia hacía mucho hincapié en que le dijera sobre las culebras―.
―¿Culebras?― pregunté frunciendo el ceño y entrando a la casa, asomé la mitad del cuerpo por el umbral de la puerta y miré en ambas direcciones esperando que un cuerpo marrón y escamoso pasara arrastrándose entre las coquetas.
―Sí, la señora era ciega, perdió la vista muy, muy, muy joven… siempre amó los libros y es por eso que hasta el final de su vida los coleccionó, aunque no es eso lo que quería decir― sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón y se lo pasó por la frente sudorosa ―Doña Silvia decía constantemente que escuchaba los silbidos de las serpientes en los alrededores de la casa, incluso en alguna ocasión escuchó las maraquitas de algunas cascabeles, así que tenga cuidado―.

El abogado bajó hasta la calle, atravesó el asfalto y me saludó con la mano desde el otro lado, yo le correspondí con una sonrisa que me atravesaba el rostro de oreja a oreja.

Treinta días se cumplen de aquella mañana; recuerdo que encontré la nevera a rebosar de comida, uno de los cuartos había sido acondicionado como una bodega de vinos y licores, allí dejé olvidada la botella de ron barato y escogí tres botellas llenas de polvo que me parecieron las más costosas de la pequeña colección, me preparé un cuantioso almuerzo, realmente era todo un banquete como para cuatro o cinco personas, con carnes, pollo, quesos, frutas, panes y todo cuanto encontré de marca en la nevera, y encendí el único aparato de distracción de la casa: un enorme equipo de sonido que se encontraba en la sala y con el que reproduje las viejas canciones de antaño que la tía abuela Silvia tenía en su repertorio.

La caída de la tarde me cogió medio borracho en el suelo de la sala, entonando los boleros a viva voz mientras masticaba un muslo de pollo frito y me regodeaba en mi buena suerte y felicidad; cuando miré por una de las ventanas que daban al jardín vi que una anciana caminaba entre los arbustos de cayena, en mi total embriaguez de opulencia y buena suerte, me ofusqué, considerando aquello una intrusión en propiedad privada.

Salí tambaleándome por la puerta trasera, cuando me puse de pie explotó en mi cabeza una borrachera descomunal, caminé vacilante por el sendero de adoquines que serpenteaba entre la grama y las cayenas, cada metro que avanzaba me obligaba a cruzar una esquina rematada con una escultura de una persona a tamaño natural; en ese momento creí que las expresiones de horror en aquellos rostros se debían a mi percepción alterada, sin percatarme había entrado en un laberinto de arbustos que sobrepasaban mi estatura, todo era verde y gris, frío y silencioso, tantos dobleces y esquinas, caminos sin salida, terminaron por marearme, en un vértigo inesperado caí de bruces sobre un banco de cemento, con la mitad del cuerpo sobre la silla y las piernas desfallecidas en el suelo luché por no  desmayarme, la misma fuerza con la que luché para no vomitar; respiré profundo un par de veces, me incorporé lo suficiente para estirarme boca arriba sobre el banco y esperar a que el mundo dejara de dar vueltas a mi alrededor, el viento comenzó a soplar, no podía sentirlo, pero el arbusto a mi izquierda vibraba por los embates de las ráfagas, miré al cielo que poco a poco iba cambiando de tonalid
ad, por el este se acercaba indetenible la noche y las nubes blancas se desvanecían en el naranja del oeste. El silencio fue sustituido por el rechinar de los grillos, o eso creí durante un breve lapso de tiempo, hasta que identifiqué un siseo desagradable que me congeló la sangre y despejó un poco mi mente, recordé que el abogado me había advertido de las serpientes, aunque en algún lugar de mi inconsciencia había leído que a las culebras no le gustaban los climas fríos, y aquel crepúsculo que me caía encima era helado.

El sonido se hacía cada vez más fuerte, casi podía imaginar cómo se deslizaban hasta donde yo me encontraba indefenso, no solo sentí miedo, me sentí expuesto y vulnerable en aquel lugar, quise levantarme pero caí de bruces al primer intento, el golpe contra la placa de cemento del banco me sacó todo el aire de los pulmones; un roce en mi pantorrilla me hizo saltar y encogerme en posición fetal, pensando que tal vez, si no me movía, si no respiraba, las serpientes que se acercaban a mí, no notarían mi presencia. Sobre el insoportable sisear empecé a escuchar los sonidos peculiares de los cascabeles, la mano gélida del terror aferró mi cuello y creí encontrar mí fin en aquel hermoso y, a la vez, tenebroso jardín; maldije mí suerte y mi mala estrella, incluso allí, tan lejos de la ciudad, tan distante de mis hermanos y familia, me alcanzaba la nefasta suerte que me había acompañado casi desde mi nacimiento.

Los cascabeles se acercaban, el sonido era tan embriagador que casi podía percibirlas a ras de suelo pasando muy cerca de mí, tomé todo el aire que pude y lo contuve en mis pulmones, cerré los ojos esperando que no verlas ayudara a soportar mejor aquella tortura, aunque sentía que se estaban agrupando a mi alrededor, como si el piso estuviese tapizado con sus cuerpos oscuros y escamosos, en algún momento tendrían que marcharse. Yo sentía que las horas pasaban a mi alrededor, mi mente volaba caótica en todas direcciones, casi podía reírme de mi mismo al imaginar lo ridículo que me veía pasando la noche sobre un banco de jardín a pocos metros de mí propia casa, incapaz de moverme por miedo a que las serpientes me picaran y muriese envenenado sin siquiera haber disfrutado de mí herencia.

―Hijito ¿Estás bien?― pegué un brinco al sentir el tacto de algo frío y escamoso tocando mi mejilla, también grité con fuerza y me sacudí la cara con violencia, en ese momento no me importó caer al suelo y correr, con algo de suerte no me picaría ningún maldito ofidio venenoso, pero la borrachera se había acentuado tanto que inevitablemente me tambaleé y caí de bruces, enredado con mis propios pies; abrí los ojos a tiempo, solo para ver cómo me estrellaba contra un suelo duro y gris, con el rabillo del ojo alcancé a distinguir un tobillo blanco que daba un salto como poniéndose a resguardo de mí.

Como si la borrachera no hubiese nublado mis sentidos lo suficiente, un doloroso chichón comenzaba a formarse en mi frente, el lado del impacto me palpitaba ferozmente, los oídos me vibraban ensordeciendo la voz de la anciana que se inclinaba sobre mí, el cielo no estaba tan oscuro como pensé que estaría, logré incorporarme apenas cuando tuve que doblarme sobre mi estomago y vomitar todo su contenido, una mezcla de vino y alimentos nada agradable. La viejita empezó a darme golpecitos cariñosos en la espalda, no alcanzaba a entender todo lo que decía, entre mis tímpanos excitados y mis sonoras arcadas, solo pude imaginar que recitaba toda clase de remedios caseros y naturales para mis malestares. Finalmente el ragnarok de mis intestinos se detuvo y pude tomar una bocanada de aire que me produjo más arcadas, pero por suerte, no más vómitos.  


―Me llamo Euríale, hijito… Solía venir a conversar con Silvia todas las tardes, caminábamos por el jardín hasta que se hacía de noche, no he dejado de hacerlo, aún cuando la pobrecita Silvia ya no viene conmigo―. Su voz sonaba apesadumbrada, parte de la borrachera se había dispersado tras mi vergonzoso accidente estomacal, la cabeza todavía me daba vueltas, pero era producto del golpe más que del alcohol. Intenté decir algo inútilmente, ella pareció percatarse de mi terrible estado, así que me tomó del antebrazo y me guió con su paso vacilante de vuelta a la casa. Intenté balbucear algo, decirle que había oído a las serpientes, que debía moverse con cuidado entre los senderos y arbustos, pero las palabras no salían de mi boca, el solo evocar el episodio vivido hacía que el miedo cerrara aún más mi garganta. Llegamos a la casa en cuestión de minutos, traspuse el umbral de la puerta presa de una agitación que iba más allá del golpe en la cabeza o de los vapores etílicos que aun quedaban en mi organismo; tomé una ducha fría que terminó de despejar mi mente, pude notar el prominente golpe que me había dado en la frente, era una montaña caliente y enrojecida que deformaba mi ceja y se extendía por el resto de mi cabeza, escondiéndose en la pelambre negra que solía tener por cabellera. ¡¡Ahora que me detengo a pensarlo!! ¡Todos los sucesos acaecidos me han convertido en un anciano prematuro! Ahora mi cabellera es una densa nevada que brilla cuando el sol le cae encima ¡Pobre de mí! Ciertamente la mala estrella de mi nacimiento me ha alcanzado ahora. Aquella noche me sumí en un sueño inestable, un sueño febril que me hizo saltar entre la vigilia y el mal descanso, el dolor me atenazaba la cabeza y no había ni un solo analgésico en toda el lugar, creo que tomé unas cinco o seis tazas de manzanilla; cada vez que me levanté de la cama y fui tambaleándome hasta la cocina, escuché los cascabeles de las serpientes por los alrededores de la casa, algunas veces se oían distantes, como si la noche los trajera desde muy lejos, otras, casi podía asegurar que estaban al borde de la ventana, a punto de entrar.

lunes, 8 de junio de 2015

Del oficio de escribir: ¿Cómo escribir narrativa?

Cuando un escritor decide escribir es porque tiene una historia que contar; cada género conlleva un grado de dificultad y por ende el autor debe poseer una determinada cantidad de conocimiento mínimo para poder llevar a cabo todo el proceso.

En narrativa, sean cuentos, relatos, novelas; el cuerpo de la historia se compone de tres partes básicas: inicio, nudo y fin. Muchos escritores dicen que mientras uno tenga el principio y el final, todo lo demás es relleno; algo extremadamente ridículo y que solo denota el ego de sapo que tiene dicho autor ¿De qué te sirve un magnifico final y un hechizante comienzo, si el desarrollo es plano y aburrido? Ningún lector terminará esa obra a menos de que se vea obligado a ello.

El nudo o desarrollo debe poseer todo lo necesario para atrapar al lector, el arte de escribir narrativa se caracteriza por la habilidad que tiene el autor para generar deseo y pasión por la historia que muestra. No es que no se puede o no se deba escribir capítulos sosos, evidentemente sí, en este arte, el escritor debe hacer un uso magistral de su capacidad para poder darle respiro al lector, es como un prestidigitador, que entre acto y acto de cortar a su ayudante en dos o prenderse fuego a sí mismo, aparece y desaparece una paloma en un sombrero, echa agua en un vaso de papel que al girarlo se encuentra vacío o convierte una hoja de papel en una rosa; del mismo modo, entre un capítulo intenso y otro, se deben introducir remansos en el que se le dejan pistas al lector para que vaya descubriendo los misterios que se han ocultado entre las líneas. Un escritor de narrativa debe comprender que hay que tratar al lector con respeto, aceptar que incluso la trama más enrevesada no debe ser explicada completamente como si quienes leyeran fuesen tontos incapaces de percibir y seguir todas las líneas. Explicar todo no sirve, tanto como no funciona dejar demasiados cabos sueltos.

Posteriormente, mientras el escritor va desarrollando el nudo o los nudos, podrá encontrarse con que el final pensado no es apropiado, el proceso de escribir debe ser muy flexible, porque a medida que la historia toma forma puede darse cuenta que todo el proceso le llevó a otro lado, lo que hace imposible que ese final tan bien pensado no funcione. Es en ese instante en el que el autor descubre qué tan ególatra es, también es ese momento en el que descubre que la historia es la que manda y no él. Algunos se enfrascarán en seguir alargando todo hasta llegar al punto que quieren, generando ladrillos de ochocientas o mil páginas de las cuales solo pueden que sean buenas la mitad o menos.

Una recomendación es que acepten las cantidades de hojas que salgan, no por escribir libros más extensos se es mejor que otro, si consideras que tu libro es muy “pequeño” haz trampa: tipos de letras más grandes, en vez de 11 ptos. usa 12 o 12.5, interlineados más grandes, agrega espacios entre párrafos, amplía un poco los márgenes.

Otra cosa que el escritor de narrativa tiene que comprender es que uno no echa un cuento, escribir una historia no es como contarle el chisme a un amigo mientras se toma un café, el escritor debe recordar lo que le gustó del libro como lector y trasladarlo a su creación; escribir no es solo contar la historia, es contarla bien.

Por último, escribir narrativa no es un proceso rápido, no es como escribir un ensayo o un poema, cada género tiene su tiempo particular y cada autor también, lo que sumado puede generar un lapso variable de publicación, eso sin contar todos los procesos técnicos. También es indispensable que un escritor interiorice un hecho importantísimo: Los libros son la mezcla balanceada y perfecta entre corazón y técnica. Un libro con corazón pero mal narrado, mal escrito, lleno de errores demasiado obvios, con fallas técnicas, es tan malo y deplorable como el técnicamente bien escrito pero sin un ápice de pasión.

Un ejemplo de esto es lo siguiente, no es lo mismo decir:


La c
asa roja en la que bibian los niños
A

La casa roja en la que vivían los niños.

A

La casa escarlata, el hogar donde los pequeños fueron felices.


domingo, 31 de mayo de 2015

Escritores: Edgar Allan Poe

Todo aquel que se diga lector del género gótico se ve obligado, casi religiosamente, a leer los relatos de Edgar Allan Poe. No igual, los lectores de terror, porque aunque es considerado el padre del género, uno de los más grandes precursores (si no el más grande) realmente, al leer a profundidad su obra, encontramos que no es propiamente un escritor de terror.

Claro que el terror tiene muchas vertientes, y muchos lectores asocian el gótico con el terror, por simple desconocimiento de los lineamientos que rigen cada género. Evidentemente esto sucede en la medida en que afinamos nuestros gustos y hábitos de lectura, cuando dejamos de ser lectores amateurs y pasamos a ser lectores analíticos, que además de asimilar la historia, también comprenden y descubren que un libro es fondo y forma.

Cabe destacar que dicha comprensión está íntimamente relacionada con la edad, (sí, con la edad) y con la experiencia, muchas veces no es igual leer un libro a los quince que leerlo a los veinticinco, incluso, muchos encuentran curioso que después de diez años ese libro que nos obsesionó en la juventud, lo hallen absurdo, inmaduro y nada atractivo.

Algo así sucede con este escritor, cuando leí “Corazón delator” en el bachillerato, mientras estudiábamos a los escritores del Romanticismo (lo estudié junto a Cortazar, Borjes, Quiroga e Isaacs) este relato me pareció una maravilla, claro que en ese entonces tampoco lo consideré de terror, de hecho me parece mucho más terrorífico “La gallina degollada” de Horacio Quiroga; pero en perspectiva, y por acción de los años pasados desde entonces, aunado al hecho de que ahora leo con la visión de quien escribe a conciencia, puedo aceptar que E.A.P. es de terror… psicológico.

Recientemente me di a la tarea de buscar aquellos relatos del autor que son considerados de terror. Leí “Ligeia” “Corazón delator” “La Caída de la casa Usher” y “Gato Negro” (además de todos los adicionales de él, como “La caja oblonga” o “La máscara de la muerte roja” que es uno de mis favoritos). Analizando dichos relatos con ojo crítico, uno puede notar el recurrente existencialismo en ellos, su terror se basa en la culpa, la excitación de los sentidos por el opio y/o alcohol, o por los temperamentos sensibles que conducen a la locura. Muy pocas veces vemos en sus relatos un “ente providencial y sobre natural” que produzcan los sentimientos antes mencionados; la mayoría de sus protagonistas, se encuentran en una pendiente existencial que se enrumba al hundimiento total, sea por desidia o por voluntad propia, en los cuales se regodean casi con fruición glotona. Ciertamente, no podemos descontextualizar el género al no tomar en cuenta la época en que fueron escritos; ahora en la actualidad, muchos encontraremos que dichos relatos poseen un lenguaje recargado, lleno de una profunda, aunque influenciada, culpa o miedo, por algo que hicieron o que piensan hacer.

Aunque en la literatura de este ilustre escritor existen diversos géneros, la única novela que escribió, y la cual poseo, jamás la he leído, es una especie de decepción que conservo de aquellos días en los que aseguraba que Poe era mi escritor favorito, solo para descubrir que su novela era sobre marineros y que para mí (hago énfasis en eso: para mí) no significaba mucho o nada, pues esperaba una trágica historia de amor, oscuridad y terror.


Una cosa que es indiscutible es el nuevo estilo gótico que utilizó, traslado la decadencia de las descripciones del Medioevo y las aplicó a su modernidad, aunque algunas de sus historias suceden en antiguos castillos (La máscara de la muerte roja) el resto se desenvuelve en las calles de su actualidad, le confiere a ellas es carácter enigmático y misterioso, ruinoso, propios del goticismo, e incluso sus personajes guardan semejanza con estos abnegados héroes y heroínas, o en su defecto, sus villanos tienen esa aura despreciable e inmoral, que también pertenecen al género.

Considero que Edgar Allan Poe es uno de esos escritores (excelentes) que te permiten releer su obra a través de los años y encontrar nuevos puntos de vista e interpretación, cuando un escritor consigue esa versatilidad, está destinado a pasar a la historia, tal y como este lo hizo; es tal vez por esta versatilidad que menciono, por la que E.A.P siempre está de moda, más que como simple representante de una época histórica dentro de la literatura.


lunes, 25 de mayo de 2015

Apsará (Relato erótico)

Ella baila, yo la observo.

Se mueve lentamente al ritmo de la música, esta parece tocar solo para ella, puedo imaginar las notas rasgando el aire, intentando acortar las distancias entre ellas y su nívea piel, la envuelven en su eco vibrante y ella se desplaza grácilmente por la pista, abrazando la melodía, conjugándose ambas en una sola.

Como todas las noches de los viernes, suele llevar un bikini rojo, aparece sentada en una silla plegable con los ojos cubiertos por el ala de un sombrero negro, su cabello corto pegado a su nuca y en un pose que realza todas las líneas vibrantes que definen su cuerpo; las curvas suaves de sus muslos y senos, las fuertes rectas de su espalda límpida, la sensual línea de sus labios carnosos entreabiertos dejando escapar una silenciosa exhalación.

La música suena y su mano enguantada se agarra de su cuello, como si intentara ahogar un gemido que desea escapar de su boca encendida, pasa la punta de su lengua con suavidad por ellos en un gesto lánguido y sensual; su otra mano se desliza por su muslo hasta llegar al borde de su zapatilla de tacón, acaricia su piel brillante, dándole a entender con ese gesto a todos los presentes que ella, y solo ella, puede tocar.

Varios reflectores se encienden e iluminan todo su cuerpo; se desplaza por la diminuta pista con vulgar sensualidad, con soltura casi etérea, en su mente ya no hay nadie frente a ella, su danza se convierte en su único lenguaje, debajo de su piel hay historias que contar, dioses por seducir, hombres que conquistar.

Yo, enciendo el cigarrillo y bebo un sorbo de mi copa, el licor ambarino y ardiente me hace pensar que así debe ser un beso de sus labios; imagino, que cada pliegue de mi cuerpo se abrasaría con el simple contacto de su boca, su aliento caliente me insuflaría deseo y desesperación furiosa, estaría dispuesto a morir calcinado por sus besos, convertirme en cenizas que se posarían a sus pies mientras ella baila para mí.

En este momento somos ella y yo, ella baila, yo observo; me dejó arrastrar por sus cadentes caderas en movimiento; suspiro, me dejo arrastrar hasta sus manos enguantadas… me dejo arrastrar por mis deseos por ella, por el deseo de ser sus manos enguantadas que la tocan, esos dedos juguetones y traviesos que se desplazan a su entrepierna, que la excitan y la torturan con el placer, quiero yo ser el verdugo que la someta a la agonía de un orgasmo celestial.

Gira y gira, estira su pierna interminable y salva las distancias entre ella, en su plataforma, y yo, en mi rincón oscuro; siento que la apoya sobre mi pecho y puedo desgranar mis besos hambrientos sobre su rodilla, sonríe victoriosa, agarra mi corbata y la estruja ligeramente en su puño, danza frente a mí, al alcance de mis dedos, estiro mi mano para aferrarme a su cintura sin conseguir su cuerpo; acentúa su sonrisa ponzoñosa mientras se estira sobre mi pecho y puedo aspirar su aroma, una mezcla entre humo de cigarrillos y bourbon; está presente y no está, comprendo que solo es el humo gris y agrio de mi cigarro que ha tendido una trampa mortal, un puente deleble entre ella y yo, entre mi apsará mágica y este pobre mortal.

Le doy una calada a lo que queda del moribundo pitillo que descansa en el cenicero y dejó escapar el humo plagado de besos reprimidos con la esperanza de que se mezclen con la música y se posen en su piel y en sus labios. Me inclino hacia adelante y bebo de un solo trago lo que queda en mi vaso, lo retengo en mi boca antes de tragarlo, el ardor excita mi gusto, activa mi lengua y me veo a mi mismo lamiendo un camino desde su muslo hasta su sexo, ella sonríe inmutable ante la caricia húmeda de mi lengua, quiero beber de ese manantial que brota de su sexo, quiero que se corra sobre mí, que se venga en mi boca, que desborde su orgasmo en mis labios sedientos.

Pero de nuevo se aleja, danzando desde mis fantasías hasta el escenario, me inflamo de deseo, la observo, me torturo.

Ella se inclina, abre los labios en un suspiro del que solo brota música, con un gesto vulgar de puta mística se saca el corpiño, libera sus senos y todo el salón se queda sin aliento; gira, se toca, se aprieta y puedo ver como sus pezones oscuros se endurecen; me muerdo los labios con violencia, y por ese segundo mis dientes mordisquean sus carnes, son mis manos duras y toscas que las aferran su cuerpo y la someten; y en ese rapto salvaje y desmedido penetración de mi hombría entre sus piernas no puede evitar gemir y estremecerse; no puede evitar suplicarme por más.

Un brazo desconocido interrumpe mi visión, escucho el liquido caer dentro del vaso, una mujer rubia y descolorida espera a mi lado, saco el billete del bolsillo, pago mi bebida, enciendo un cigarrillo, oigo como se marcha y mientras le doy una calada al pitillo, me concentro en ella de nuevo, intento atraerla, atraparla en mi mente, poseerla eternamente.

Pero ella baila, yo observo; como todos los que esta noche de viernes han ido a verla; suspiran por sus muslos firmes, desean ahogarse en el doloroso deseo de hundirse entre ella, poseerla de todas las formas posibles, corromperla en su danza sensual y provocadora.

En un último arrebato se arranca el resto de su minúsculo atuendo, nos obsequia el secreto de sus labios verticales, un pubis rematado en un delicado bello oscuro, la entrada mística a los confines de su placer; se toca descaradamente, y siento como mi miembro se recrece en mi pantalón, sonríe con maldad, con provocación; danza intensamente en un frenesí erótico, la música se acaba de golpe y después de terminar en una pose sugestiva, se cubre con pudor sus adorables montañas mientras jadeante se aleja hacia la oscuridad del fondo del escenario, de vuelta al camerino; pero en ese movimiento fugaz de retirada yo he visto la sonrisa en sus labios, la mirada divertida y llena de ironía, ella nos domina; ella baila, nos somete, nosotros observamos, somos sus esclavos.

Me bebo el bourbon de un solo trago, el líquido ardoroso baja por mi garganta enardeciendo aún más mi deseo, puedo sentir en mi pantalón mi miembro latiendo desesperado reclamándome sosiego. Salgo de aquel antro, su templo de diosa prostituta, me alejo de allí ahogado por el deseo, ella baila en mi cabeza, y en cada esquina de la calle la veo brotar del aire, aferrarse al poste, girar y extender su mano incitándome a seguirla.

El pequeño cuarto que es mi morada se antoja frío y seco, enciendo un cigarrillo y del humo que sale de su punta al rojo vivo la veo danzar, surge de la oscuridad; el humo dibuja sus curvas envuelta en finas sedas, su figura aumenta hasta adquirir la altura natural, estira su mano, me roza imperceptiblemente con sus dedos y una música sobrenatural suena; ella baila, yo observo.

Esta vez no hay tela que aprisione sus atributos, su pecho firme se bambolea sensualmente con cada paso que da, puedo sentir sus nalgas restregándose en mi cuerpo, regodeándose en mi sexo, provocándome sin pudor ni vergüenza.

Su boca se abre y yo me aferro a su lengua, sus besos son calientes y su aliento me abrasa, tal y como he imaginado, me quemo por dentro, me consumo con la llama del deseo que sus besos malditos insuflan en mi.

Me empuja al borde de mi cama, al borde de un abismo, me empuja a una caída placentera de locura y perdición, ella se eleva ante mí y danza a escasos centímetros de mi cuerpo, exuda su calor y vitalidad sobre mi; puedo oler el deseo que mana de ella, se desliza por su muslo, inunda mis fosas nasales y me enloquece; me aferro a sus muslos y lamo con pasión el elixir de placer de su interior, se engancha a mis cabellos y gime musicalmente, mueve sus caderas al ritmo de esa melodía silenciosa y con ellas mece mi cabeza asegurándose de que no pueda escapar.

Pero yo no deseo hacerlo, la atraigo hasta mi y la beso desesperado, responde con risitas malvadas, me domina y lo sabe, se deshace entre mis manos como el humo del cigarro y se materializa de pie frente a mí; y baila, yo observo.

Me desnuda con manos suaves y amorosas, acaricia mi piel con su diáfana piel, sus besos dejan rastros de piel quemada allí donde se posan, gimo indefenso con cada toque, me dedica una mirada llena de lujuria, un sonrisa lasciva, se inclina y me toma con delicadeza y envuelve mi sexo en un húmedo beso, su lengua juega con él, me recorre diestra y dispuesta, de mi garganta se escapan sonidos inhumanos y guturales, estoy a punto de explotar, por fin obtendré el alivio ansiado por mi miembro; y justo cuando estoy por alcanzar la tan deseada cumbre, ella se deshace, de nuevo es humo de cigarro, y escucho su risita traviesa y el eco rebota en mis paredes hiriendo mis carnes desnudas.

Entonces me doy cuenta que se ha consumido el cigarrillo, y ella, como un oráculo antiguo, solo aparece en medio del humo.

Enciendo uno nuevo y le doy una calada profunda y agónica, el humo ondula en la oscuridad del cuarto maltrecho, y la veo acercarse acechante y sigilosa, juguetona y casi infantil; mi deseo se inflama violentamente, no puedo dejarla escapar, intento asir la nada de su cuerpo mientras danza a mi alrededor, pero se me escapa de entre los dedos, desespero y sufro, quiero gritar de frustración, ella se ríe, baila, y no me queda más alternativa que observarla.

Gira, se contorsiona, se toca con premeditada lentitud parsimoniosa, se pone al alcance de mis manos, se aleja, danza y danza con energía, con erotismo, se eleva en medio de la oscuridad y la inunda con su espectral esplendor, estira su mano, me deja aferrarla, la atraigo hasta mi y giro con ella, sonríe, la aprisiono con mi cuerpo, me introduzco en sus suaves carnes, su interior es un abrazo húmedo y acuoso, un océano de sensaciones placenteras en el que naufragaría sin dudarlo, gime en mi oído, entierra sus uñas afiladas en mi espalda, se arquea debajo de mi cuerpo y yo por fin mordisqueo sus pezones oscuros y erectos, lamo con lujuria el diámetro de su aureola, me afinco en sus caderas con movimientos duros y violentos, esto no es amor; ella ríe, gime, me incita, es una súcubo que ha venido a devorarme, me ha hechizado con sus danzas malditas, me ha hecho caer derrotado dentro de su cuerpo.

Sus piernas se enroscan en mi alrededor, sus besos abrasivos llueven a mi alrededor, mi cabeza se derrite en medio de ese calor lujurioso y mi miembro se ahoga en ese mar cálido en el que se hunde mi ingle, soy un animal salvaje y perdido, no soy dueño de mi mismo, no hay marcha atrás, atacó sus pezones con mordiscos agresivos, estoy a punto de explotar, de conseguir el alivio, de liberarme de ese deseo opresivo, puedo sentirlo surgir desde mi vientre, un volcán erupcionando que pronto explotará dentro de ella; desde el mar de su sexo oleadas refrescantes acarician mi miembro, y con un grito moribundo me rindo, mi orgasmo se derrama dentro de ella, pero se ha disuelto, como el humo, y solo estoy yo sobre la sabana derruida, y las huellas de un acto que nunca ha de ocurrir.

Ella se ríe, sin fuerzas me levanto y enciendo un cigarrillo, baila fuera de mi alcance, sobre los montones de libros acumulados en las esquinas, encima de la minúscula mesa, baila y baila, yo observo.

Cada calada es como un beso ardiente, ella me lanza una mirada seductora por debajo del ala del sombrero, sonríe, se relame los labios, se inclina un poco, baila.

Y descubro que soy prisionero de su influjo, de esa dulce apsará que no dejará de bailar, soy esclavo de los deseos que su mirada de ramera mitológica despierta; la evocaré entre el humo del cigarro y las volutas de mi boca, danzará hasta mí y me devorará con lujuria; cada noche de cada viernes abandonará la realidad de su escenario y bailará aquí, en medio de mi decadencia y abandono, me torturará acá, desde el humo del cigarro que sube ondulante hacia la oscuridad.

Mientras la observo hipnotizado, suenan a lo lejos unas campanadas, el humo se disuelve, ella se desvanece, estiro mi mano tratando de alcanzarla, enciendo un cigarrillo, el último de la caja, acciono el encendedor, la llama se mece por una brisa ligera que se cuela desde la única ventana de mi habitación, lo acerco a la punta del pitillo, el fuego lo acaricia suavemente tal cual como lo hizo su lengua, la punta se enciende al rojo vivo, inhalo desesperado, buscando verla, pero no aparece.

He consumido medio cigarrillo, miro el reloj, pasan dos minutos de la media noche, es sábado, el hechizo se ha roto.

Volveré el viernes, al mismo lugar, pediré bourbon, compraré una caja de cigarrillos, esperaré que aparezca en el escenario, con su diminuto bikini rojo; fantasearé con sus carnes trémulas, con sus besos calientes y húmedos, me tocaré en su honor y en el paroxismo de mi orgasmo soñaré con su sexo ardiente; y cuando finalmente salga a escena bailará; y yo la observaré.